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Psicología | El arte de vivir tumbado a la bartola: «Los tres grandes actos de la vida -nacer, hacer el amor y morir- suceden cuando estamos acostados» | PAPEL

En la sociedad hiperproductiva, gozar de ratitos de horizontalidad se ha convertido en un acto casi contracultural. Sin embargo, cada vez más expertos subrayan los beneficios de tumbarse, como expone el ensayo ‘Vivir en horizontal’ (Acantilado)

Texto: Rebeca Yanke / Ilustración: Inma Hortas / PAPEL

Boca arriba o boca abajo, estar en horizontal es uno de los grandes placeres de la vida. En esta postura se duerme y se descansa, a veces se hace el amor, y hay numerosas variantes a gusto del consumidor: de un lado, del otro, con las piernas recogidas o abiertas, con los brazos extendidos o sirviendo de apoyo a la cabeza… Cada uno puede experimentar la horizontalidad como le plazca. Sólo que dormir de más no suele estar bien visto y la inactividad, tampoco. Estar tirado en el sofá puede acarrear disputas familiares, sensación de culpabilidad y hasta cierta vergüenza por no estar haciendo nada. Sin embargo, cada vez más pensadores y profesionales de la salud están empeñados en inocular, especialmente en estos tiempos de hiperproductividad, las bondades de estar tumbado, más allá del tiempo que cada uno pase durmiendo al día.
Y además estamos en verano, la época perfecta para poner en práctica un hábito del que ahora se puede disfrutar sin sentir que se está haciendo algo malo, sino exactamente lo que se debe hacer: estirarse sobre la toalla en la playa, sobre la hamaca en el jardín o en la terraza y hasta en medio de un prado dándose lo que el escritor alemán Bernd Brunner llama «baños de bosque». Precisamente este autor acaba de publicar Vivir en horizontal (Acantilado), un recorrido histórico, cultural y literario de la postura «en la que comienza y termina la vida humana», dice en este ensayo. «Los tres grandes actos de la vida -nacer, hacer el amor y morir- suceden casi siempre cuando estamos acostados», llega a afirmar.
Pero tumbarse tiene mala prensa, fácilmente se le puede a uno tildar de vago si le gusta estar más tiempo así que de pie -haciendo algo- o sentado -también haciendo algo-. «En un mundo que tiene como divisa fundamental la actividad y la optimización del tiempoestar tumbado se suele considerar tiempo perdido», contextualiza este autor, que se alínea con fenómenos sociales ya conocidos como slow life o vida lenta, la que fundara hace ya dos décadas el escritor canadiense Carl Honoré con su ensayo Elogio de la lentitud (RBA). En un mundo aún más acelerado que entonces, Honoré publicaba el pasado marzo Slower. 50 Ways to Thrive in A Fast World, de momento disponible sólo en inglés.
«El arte de vivir lentamente», así cita Brunner esta corriente que, pese a estar entre nosotros desde hace tiempo, no acabamos de incorporar a nuestras rutinas sin sentir en algún momento que nos pasamos de «pachorra mediterránea», según dice este mismo autor, que llevaba años dándole vueltas al asunto de la horizontalidad porque es una de esas personas a las que estar sentado durante demasiadas horas le genera dolor en distintas partes del cuerpo.
«Simplemente no puedo», cuenta en una entrevista horas antes de coger un vuelo. «No es que no me guste estar sentado durante horas, sino que se trata de una postura muy exigente para el cuerpo que puede provocar dolores de cuello y de espalda. La horizontalidad es la postura que ofrece menor resistencia y que menos energía demanda. La necesidad de ceder a la gravedad es siempre fuerte, y la mentalidad resultante de la horizontalidad se podría comparar con las divagaciones soñadoras de un flâneur melancólico que camina sin perseguir ningún objetivo».

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Es decir: estar tumbado, sea en la naturaleza o en un lugar cerrado, puede llegar a inspirar, a fomentar la creatividad o estados de reflexión «ideales para la vida contemplativa», puede leerse en Vivir en horizontal. «Acostarse constituye el ejercicio previo para pensar mejor las cosas».
Y lo cierto es que es una conclusión a la que muchos individuos han llegado en 2024, o más bien a la valentía de compartir un pensamiento que quizá ya tenían pero hasta ahora no se atrevían a contar. Porque el movimiento de la vida lenta comenzó cómo una sugerencia para caminar más lentamente, pero se ramificó en una forma de alimentarse más consciente y una manera de vivir menos vertiginosa, hasta que una pandemia nos hizo cambiar de tercio todo lo que quedaba y hasta se empezó a considerar necesario trabajar más pausadamente.
Ahora ya no queda tan mal decir que uno se tumba. Es más, tumbarse o sentarse en el suelo es necesario para hacer yogamindfulness y meditar, técnicas que nos acompañan también hace tiempo y que han terminado por provocar que los que ya se conocen como «personas de suelo» hayan desperdigado su pasión en variados hashtags en redes sociales como TikTok e Instagram, siendo #FloorTime o #FloorPeople algunos de los más destacados. Las personas aparecen tumbadas en sus vídeos en el lugar que más les gusta de su casa o del exterior: puede ser una moqueta o el suelo de la cocina, las briznas verdes del afortunado que tiene jardín o ahora quizá la arena, mientras con las manos coge un poquito de vez en cuando para sentir aún más fuerte la conexión con la tierra.

«La época veraniega es perfecta porque puedes practicar la horizontalidad en muchos lugares»

Para Brunner, estar en horizontal no implica inactividad sino todo lo contrario. «Es la actividad absoluta», afirma. «Escribí el libro porque muchas personas están tan inmersas en su propia ambición, dominadas por el impulso de actuar y actuar, que no quieren acostarse excepto cuando están durmiendo».
Este alemán, en cambio, especialista en combinar en sus ensayos la antropología con la historia y las ciencias, cree que «cuando abandonamos la horizontalidad no sólo estamos más relajados, sino que nuestros pensamientos son incluso más claros que antes». Y ahonda en cómo uno debe tumbarse para sacarle el mayor provecho: «Idealmente, habría que acostarse hacia arriba y dirigir nuestra mirada al techo o al cielo, perder el control físico de las cosas y dejar que nuestros pensamientos se disparen. La época veraniega es perfecta porque puedes practicar la horizontalidad en muchos lugares».
Pero no habría que desdeñar el interior, la propia casa, es decir el propio suelo, como un lugar desde el que llegar a algo, o tal vez a nada, pero que consigue reparar cuerpo y mente al mismo tiempo con esa misma magia, la de la nada. Son muchos los escritores que Brunner menciona a lo largo del libro como grandes apasionados de la horizontalidad, como Marcel Proust. Pero por encima de todos destaca G.K. Chesterton, quien solía decir que le gustaría quedarse tumbado en la cama y tener unos lápices enormes para poder pintar en el techo, y que seguramente Miguel Ángel pintó la Capilla Sixtina estando acostado. Porque de otra manera tal proeza se le antojaba imposible.
Según Brunner, esta postura calma: «Las preguntas que parecían importantes hace unos momentos, cuando aún estábamos sentados en nuestro escritorio, aparecen bajo una luz diferente cuando las miramos horizontalmente. Es posible que las voces e incluso el timbre de un teléfono ya no nos lleguen con la misma urgencia que cuando estábamos de pie».
Y no puede parar de poner nuevos ejemplos de personas que han reflexionado sobre la cuestión que nos ocupa: «Estamos en buena compañía. El escritor chino contemporáneo Lin Yuntang dijo una vez: ‘Nuestros sentidos son más agudos cuando estamos tumbados’, e incluso afirmó: ‘Toda buena música debe escucharse en posición acostada’. Y en un alarde de transgresión, propone dejar de escribir estando sentados: no tenemos por qué hacerlo, no necesitamos una mesa, podemos usar los ordenadores portátiles en posición semihorizontal, como yo mismo estoy haciendo ahora, mientras escribo estas líneas».
Propone también rendir homenaje a nuestra siesta, a la duermevela y al hecho mismo de dormir. Cualquiera que alguna vez se haya quedado dormido bajo la sombra de un árbol o de una sombrilla sabe, para qué negarlo, que «acostarse en medio de la naturaleza tiene algo de especial; el cielo, las nubes, el infinito, así como una enorme variedad de impresiones sensoriales: una intensa luz quizá, o el viento, el contacto con las aves, el aroma de las flores, el rumor del agua…». Y en la playa, apunta Brenner, «el ritmo de las olas dividiendo el tiempo en breves fragmentos regulares. Sin tener a nadie cerca, estando acostados nos apropiamos del paisaje, y el paisaje se apropia de nosotros».
El otro gran inspirador de Brenner, además de Carl Honoré, es el británico Tom Hodgkinson, autor de libros como Elogio de la pereza, publicado en 2005, un año después de Elogio de la lentitud. Hodgkinson es, desde la década de los 90 del siglo pasado, el editor de una revista, The Idler, que propugna precisamente la inactividad, asegurando desde entonces que estar ocioso, sin hacer absolutamente nada, debe dejar de considerarse propio de una élite o sólo de aquellos que tienen tanto dinero como para permitirse no trabajar. La inactividad nos llama y nos deleita a todos por igual, cree este inglés que cada año celebra el Festival del Ocio. La primera semana de julio se celebró el último en Florencia con una sinfín de conferencias desde todo ángulo (música, literatura, cine, antropología) que los participantes escucharon sentados o tumbados en la hierba. Hubo hasta talleres de ukelele.
Esos mismos días, Hodkingson publicaba un texto en el diario The Standard donde insistía: «Desde muy pequeños nos dicen que la solución a todos los problemas es trabajar duro. ¿Se está quedando atrás en la escuela? ¡Trabajo duro! ¿Quiere ganar más dinero? ¡Trabajo duro! ¿Estrés en la relación? ¡Trabaje en ello! ¿Se siente abrumado? Levántese más temprano. Corra a la fábrica. ¡Trabaje! ¡Trabaje! ¡Trabaje!».
Cree este intelectual que en China y en EEUU las cosas se han vuelto «locas»: «Los chinos a menudo trabajan como esclavos en una empresa desde las nueve de la mañana hasta las nueve de la noche, seis días a la semana. En EEUU no existe un subsidio de vacaciones obligatorio, por lo que es común que la gente trabaje todo el año sin tener que irse de vacaciones. Y a la gente no le gusta trabajar. En el Reino Unido, una encuesta de Gallup nos dice que apenas el 10% de los británicos realmente disfrutan del trabajo».
Hace un año, un sondeo elaborado por Sigma Dos para este diario confirmaba estas tendencias globales. Sostenía la encuesta que «uno de cada dos jóvenes españoles preferiría estar en el paro antes que ser infeliz en su trabajo». ¿El motivo? Las nuevas generaciones priorizan la vida personal a la profesional como nunca había sucedido antes.
La solución a la descompensación entre vida laboral y vida personal la encuentra este británico precisamente en la inactividad, que según advierte no debe confundirse con vagancia: «No es lo mismo que la pereza ni es lo mismo que darse por vencido. Es un intento consciente de quitarles tiempo a los jefes y devolvérnoslo a nosotros mismos. Ocio significa descanso, meditación, oración, dar largos paseos, estar con amigos, mirar al cielo, soñar despierto, ir a festivales, divertirse, leer, contemplar cosas hermosas. Significa sentarse bajo un árbol con una botella de vino, tu amada y simplemente estar».
Tumbarse, ya sabe, aprender a vivir en horizontal, no negarse rotundamente si un domingo su pareja propone pasarse el día en la cama, desayunar y comer en ella, leer la prensa, practicar sexo, dormirse y volverse a despertar para continuar en la misma postura, salvo ese ratito en el que se levanta para ducharse y sacar al perro… porque todo ser viviente tiene derecho a divertirse un poco y hacer sus necesidades en paz. Siempre y cuando seamos conscientes de que no es operativo, ni lógico ni deseable, tomarse las cosas al pie de la letra y no salir nunca de la horizontalidad.
El mismo Brenner termina la entrevista con este diario haciendo tal inciso y recordándonos que él con su libro no está sugiriendo que «debamos pasar todo el día tumbados». «Tenemos que estimular nuestros músculos y movernos mucho», aclara. «Yo nado todos los días y, aunque estrictamente esté en posición horizontal, estoy haciendo ejercicio al mismo tiempo. Para mí es una especie de meditación porque sentarme quieto como un Buda no me sirve».
Esto mismo lo confirma la fisioterapeuta Vanessa Pazos, quien cuenta que «muchas personas meditan tumbadas porque es la postura en la que están más cómodas, en lugar de hacerlo sentadas, que suele ser más habitual». Y añade: «La horizontalidad tiene muchos beneficios para la respiración y, por tanto, también para la meditación, además de ser reparador tanto a nivel físico como mental. Permite sentir mejor el diafragma y tener la columna apoyada en una posición ergonómica… A mí me parece una posición muy positiva tanto para mejorar temas respiratorios como el propio cuerpo: nos da información de nuestras tensiones y también ayuda a que desaparezcan».
Así que suelte el móvil o el periódico en el que esté leyendo estas líneas y sumérjase en la horizontalidad como quien se zambulle en el agua. ¡Ya!

Fuente: https://www.elmundo.es/papel/historias/2024/07/20/669be46dfdddff6e3d8b4579.html

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