La última, de momento, ha sido Alicia Silverstone, por el veganismo, para PETA. Pero la nómina de mujeres que se desnudan con motivos como la lucha contra el cáncer o la paz mundial es ya tan larga que obliga a reflexión: ¿seguimos objetivando el cuerpo femenino para vender más?
SILVIA NIETO / YO DONA
Para protestar por la invasión de Ucrania, para apoyar la lucha contra el cáncer (un clásico), para apoyar la adopción de perros, contra el uso de pieles,para reivindicar las propias curvas,para reivindicar la menopausia… Las razones contemporáneas para el desnudo -el 95% de las veces femenino- son múltiples y a menudo están relacionadas con una ‘buena causa’. Desnudarse por la organización PETA, por ejemplo, en contra del maltrato animal es casi un honor, un símbolo de prestigio, la prueba irrefutable de que eres una celebrity plenamente concienciada. La última en hacerlo, la actriz Alicia Silverstone que prefiere «ir desnuda a llevar lana» en la imagen promocional para la que ha colaborado con la paradigmática ONG.
¿Y por qué? ¿Por qué hace falta desnudarse para apoyar una causa? Y viceversa, ¿por qué hace falta una causa para desnudarse? Como si hacerlo así certificase la pertinencia del desnudo, inadmisible de otro modo.
Del desnudo porque sí al desnudo para que
En los 70 y los 80, por ejemplo, el desnudo era porque sí, se reivindicaba a sí mismo, en una alegre celebración del erotismo, por ejemplo en la mítica portada de Interviú. Hoy parece que haya que ‘lavar su imagen’ con alguna buena causa para que sea socialmente aceptable. Así, resulta que en todo desnudo femenino (a favor de una causa) subyace la idea de sacrificio: hago esto, que es inaceptable, que está prohibido, que me complica la vida, para lograr un bien muy superior al de saciar la simple curiosidad que despierta mi cuerpo desnudo a los hombres.
La paradoja es que si el desnudo llama tanto la atención, si logra que las audiencias se vuelvan locas y revienten las redes sociales -como cuando Kim Kardashian decide hacerse un selfie desnuda delante de un espejo porque sí-, no es por haberse cargado de un nuevo significado solidario… No. Es porque sigue siendo transgresor, porque excita un deseo -el masculino- que supuestamente no debería excitar, lo que contribuye a perpetuar la idea del cuerpo femenino como objeto. Y chimpún, vuelta a la casilla de salida.
Coartadas de lo más artístico
En su entretenidísimo documental ‘El desnudo en el arte’ (lo puedes ver en Filmin actualmente), la especialista en el mundo antiguo, Mary Beard, dice que los desnudos que vemos en los museos son, al final, «una coartada para satisfacer el deseo masculino».
Para ilustrar esta idea, Beard pone el ejemplo del famosísimo cuadro ‘El origen del mundo’ de Gustav Courbet (esa pequeña obra pintada en 1866 que es un plano frontal del pubis de una mujer) que para lograr inclinarse hacia «el lado correcto de la difusa línea que separa el arte de la pornografía», dice la historiadora del arte, se exhibe en un museo importante y tiene un título serio. «No sabemos exactamente cuándo recibió ese título y no necesariamente se lo puso Courbet, pero piensen en lo diferente que lo veríamos si se titulara, no sé, ‘El coño de Jeanette'», dice medio en broma pero muy en serio. ¿Son los desnudos para PETA, para la lucha contra el melanoma o, como el de Lena Dunhan en Instagram, a favor de la organización Friendly House LA, otra coartada para satisfacer el deseo masculino?
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La historiadora del arte Eugenia Tenenbaum (‘La mirada inquieta’, ed. Temas de Hoy) comparte opinión con Beard: «Estoy de acuerdo con ella sobre las implicaciones que tienen la mirada y el deseo masculino en el desnudo femenino, y añadiría también otra capa al problema: la de seguir mercantilizando el cuerpo de la mujer como reclamo visual. Creo que detrás de este tipo de iniciativas sigue germinando la idea de que el cuerpo de las mujeres es un bien de consumo, un objeto, y por tanto está sumamente normalizado cosificarlo hasta estos extremos». Para Tenenbaum, no existe demasiada diferencia «entre los anuncios casposos de concesionarios que utilizan a las mujeres para vender coches y el uso de cuerpos femeninos para llamar la atención sobre causas legítimas; aunque la finalidad no sea la misma, el sustrato es igual de misógino».
Desnudos para un marketing de doble filo
Por su parate, la ONG dedicada a la defensa de los animales justifica así su utilización del desnudo de celebrities: «PETA cree que las mujeres -y los hombres-, deberían poder usar sus propios cuerpos como declaraciones políticas. Al igual que Lady Godiva, que montó desnuda en un caballo para protestar por los impuestos a los pobres en el siglo XI, PETA sabe que las acciones provocativas y llamativas a veces son necesarias para que la gente hable sobre temas en los que de otro modo preferirían no pensar». Vale, pero… ¿no cabe preguntarse a continuación si con este tipo de acciones PETA, la progresista PETA, lo que hace es contribuir a mantener el ‘statu quo’ del desnudo femenino allí donde lleva anclado siglos?
Ellos siguen con su argumentación: «Los hombres y mujeres inteligentes y generosos que posan ‘desnudos’ para PETA eligen hacerlo porque apoyan la causa y quieren tomar medidas para ayudar a los animales. Por ejemplo, la modelo Rosanna Davison, que tiene un título en Biomedicina y Nutrición Naturista, eligió posar desnuda para el anuncio de PETA ‘Vegans Are Red Hot’ porque su cuerpo se ha beneficiado de los alimentos saludables a base de plantas y quería promover una vida vegana saludable’. Bueno, vale, pues aceptamos pulpo.
Entre la autenticidad y el exhibicionismo
Pero, ¿y qué hay de quienes deciden posar desnudos, sobre todo desnudas, para defender lo que sea? ¿Qué los mueve? Preguntamos a Katja Eichinger, autora de ‘Moda y otras neurosis’ (Plankton Press), por el tema: «En la era del consumismo digital, los días de los sans-culottes, cuando podíamos nombrar un movimiento político según la ropa que la gente usaba o no usaba, terminaron. Todas esas supermodelos de los años 90 posando desnudas para PETA y unos años más tarde con modelos de abrigos de piel… Comportarse así simplemente hace que parezcan tontas. Supongo que tenemos que ser realistas. La celebridad no es un asunto de santos; de una forma u otra siempre hay un trato faustiano involucrado».
De hecho, reflexiona Eichinger, parte de lo que hace que la cultura de las celebrities sea divertida «es que las vemos luchar por lograr un equilibrio entre la autenticidad y el exhibicionismo o entre la autoobjetivación y la toma de conciencia por una causa. Tendemos a indignarnos cuando fallan, al igual que tendemos a indignarnos por los fracasos de nuestros padres. Desencadenan en nosotros esa moralina sin complicaciones que solo los niños pueden permitirse. Sin embargo, ese tipo de indignación conlleva cierto grado de placer. En resumen, que no hay respuestas fáciles para esta cuestión».
Pues con eso nos quedamos, con que el desnudo femenino sigue siendo, pase el tiempo que pase, mucho más conflictivo que una cuestión estética. Lo sabía Courbet y lo sabemos tú, que has leído este artículo hasta la última línea, y yo, que por algo lo he escrito hasta este punto final.
Calla, no, que nos falta una cosa.