¿De la transformación al caos?
Por José Ojeda Bustamante
(@ojedapepe)
Desde las antípodas veo con atención el comportamiento político de nuestras sociedades y la aparición o reconfiguración de los actores históricos en un mundo Volátil, Incierto, Complejo y Ambiguo.
Un mundo donde la revolución tecnológica ha venido a trastocar las certezas e instituciones de todos conocidos; incluida desde luego, la de los procesos democráticos y políticos que desde el hemisferio occidental nos ha tocado vivir.
Y es que vivimos, como menciona Jaime Durán Barba en su último libro La nueva sociedad: poder femenino, electores impredecibles y revolución tecnológica; de la transformación al caos, tiempos donde lo nuevo no termina de nacer y todo lo viejo no comienza de fenecer.
Un tiempo suspendido, donde Occidente también, producto de un proceso histórico y de largas luchas, presencia la feminización de la política y el gran efecto que éste tiene en las democracias occidentales.
A manera de péndulo histórico, los avances en materia de derechos civiles son notables, a la par que una agenda de género más consolidada y nuevas formas de entender la negociación, la empresa y la política se hacen presentes.
Cómo todo péndulo o proceso histórico no es algo terso, sino sujeto a constantes resistencias.
Este factor, de la mano de la tecnología y la revolución digital que vivimos, permite atisbar un perfil de ciudadano y votante, sobre los cuales me permitiré hacer algunas inferencias.
Resaltar, en primera instancia algo que puede parecer obvio, pero a menudo se olvida; que, aunque la política como proceso o resultado es fundamental, al grueso de la gente común no le interesa.
De hecho, como sostiene Durán, pocos seres humanos leen textos de teoría política o dejan de dormir porque cambió la directiva de un partido, y son menos los que dan discursos o cantan una marcha partidaria.
Los ciudadanos de a pie, están en cambio motivados por problemas, alegrías e ilusiones más amplias; son seres humanos que sueñan, viven, tienen hambre, pasean a su perro, se enojan y tratan de divertirse en un mundo lúdico.
A la par, las democracias en las que actualmente vivimos se han extendido, en el sentido de que votan más ciudadanos que antes y también porque hay una mayor densidad de votantes que en otros momentos históricos. Las ciudades en este sentido son fundamentales.
Tomemos algunos ejemplos. Ciudad de México, hace cincuenta años, tenía tres millones de habitantes, hoy tiene veinticuatro. El México de hace cincuenta años tenía menos habitantes que Guadalajara o Monterrey. Lima tenía un millón, hoy tiene nueve. Ocurre lo mismo con todas las ciudades latinoamericanas: crecieron en poco tiempo, por el descenso de la mortalidad infantil y el éxodo masivo de gente del campo a la ciudad.
De igual manera, internet ha hecho que la mayoría de los ciudadanos permanezca siempre “conectados”, intercambien informaciones sobre muchos temas, y que el conjunto de esas conversaciones determine la suerte de los procesos electorales. Y es que, cabría preguntarse de manera seria si la comunicación está cambiando ¿Por qué la política, actividad humana eminentemente comunicativa no habría de hacerlo?
Estamos también, menciona Duran ante ciudadanos cada vez más individualistas que ven la política desde su mundo personal, deseando a su vez ser creadores de contenido; protagonistas y no meros espectadores.
Es por ello por lo que los votantes se interesan cada vez menos en programas de gobierno y se fijan más en la calidad de las personas que eligen. No respetan en este sentido jerarquías, sino que valoran, ante todo la autenticidad.
Finalmente, vivimos en una sociedad de consumo, una sociedad de las etiquetas. Todo esto tiene consecuencias en la vida de la gente, en sus expectativas de vida y, por lo tanto, en sus preferencias políticas.
En definitiva, a los nuevos electores no les gusta la política tradicional. Y cuando se unen a un proyecto no se mueven por discursos solemnes ni por programas de gobierno. Sus motivaciones son lúdicas y pragmáticas, quieren divertirse y vivir mejor.
Concluyo.
En México la paridad de género en materia electoral es una realidad. También desde el Sur de Latinoamérica existen ya varias mujeres que se han hecho de la presidencia.
¿Estamos los mexicanos, preparados para elegir a una mujer presidenta?
Desde las antípodas, lo analizaremos, pero, eso es precisamente materia de otra columna.