El Cognac-Jay de París reúne obras licenciosas del pintor del XVIII y coetáneos
ÓSCAR CABALLERO / PARÍS. SERVICIO ESPECIAL / LA VANGUARDIA
Atención: obras maestras para unos, estos cuadros, dibujos y grabados “propagan el gusto por el placer y representan todos los culpables anzuelos disimulados en pinturas obscenas, estatuas inmodestas y posturas indecentes”. Así fustigaba François Ballet, predicador de la reina de Francia, en el siglo XVIII, las obras de Boucher, Watteau, Fragonard, que sus contemporáneos contemplaban a hurtadillas. Ahora, y a la vista de todos, una centena de ellas ocupan ocho salas del museo Cognac-Jay (consagrado precisamente al siglo XVIII), de París.
Prevista en el 2020, por los 250 años de la muerte de Boucher y postergada por confinamiento, la exposición tendrá vida breve: solo hasta el 18 de julio, porque hay que devolver préstamos o evitar costes suplementarios de seguros.
Bautizada Empire des Sens (Imperio de los sentidos) la muestra, por los tiempos que corren, podría suscitar protestas del mismo y distinto signo que las del predicador real, quien no disponía por cierto del amplificador moderno que constituyen las redes sociales. Los tiempos atrasan que es una barbaridad y los censores de hoy podrían subrayar detalles para ellos evidentes como lo fueron, para los cultivados del 1700, los huevos rotos, las esquirlas de una jarra, la leche derramada, una vela consumida, indicadores al óleo de la virginidad perdida de una cocinera o del acto sexual, consumado a pesar de la inicial resistencia.
Dividida en ocho secciones, la muestra recorre una cronología del deseo, desde el surgimiento hasta su satisfacción. “Piernas más aquí, piernas más allá”, describía Diderot esa especie de historieta de coqueteos, apremios, renuncias, orgías, lujuria y éxtasis. Algunas de estas etapas son: el objeto del deseo, entrelazamiento de cuerpos, universo erótico, violencia y trauma. “La fascinación que suscita la desnudez femenina domina la producción licenciosa del siglo XVIII –explica la directora del museo, Annick Lemoine, curadora– y en el campo artístico es igualmente la metáfora de la inspiración creadora”.
La celebridad mundana de François Boucher (1703-1770) fue bendecida, cuando apenas tenía 22 años, por un encargo del cardenal de Fleury, preceptor de Luis XV. Le pidió que pintara para el Borbón adolescente “escenas lascivas”. Y es que al joven de agitada vida –huérfano con dos años y rey a los cinco– lo casaban, a sus 15 añitos, con la polaca Marie Leszczynska, coetánea de Boucher y por lo tanto más que en edad de procrear, que era el objetivo. Santos óleos los de Boucher. El rey engendró diez hijos. Además, a sus 27 años comenzó a coleccionar amantes como Madame de Pompadour. Y la reina tuvo que impedirle el acceso a sus aposentos para evitar el undécimo embarazo, con pronóstico médico letal.
Habladurías
Circuló el rumor de que el pintor se valió de su mujer como modelo de sus famosas odaliscas
Por esa u otras razones, Boucher, discípulo de Watteau, rival de Greuze, maestro de Fragonard, tuvo fama duradera. Acrecentada por ese rango de pintor del rey, Boucher “se impone como la figura central del arte erótico del siglo XVIII”. Y ampliada por el runrún del rumor –las redes de la época– cuando ante sus odaliscas, circuló la habladuría de que la modelo era su esposa.
Si aletean dioses mitológicos y destinos griegos como Citerea, en las obras reunidas, lo más evidente es esa especie de educación sexual, o más bien pasional, en la línea del encargo real a Boucher. Son escasas en cambio las alusiones trágicas, tal vez porque cuando Watteau pinta para Federico II Peregrinación a la isla de Citera (1718) o Boucher satisface la demanda del cardenal, todavía no ha nacido Donatien Alphonse François de Sade, el Divino Marqués (1740-1814). Pero aquel siglo de las luces, que concluirá en revolución y con la decapitación de Luis XVI y de María Antonieta, es también el del libertinaje socialmente admitido.
En la exposición, las obras de Boucher conviven con las de Fragonard, Watteau, Greuze, en un panorama de velos y desvelos, cortinados y sábanas, carne, miradas, palabras murmuradas. Y una constante ambigüedad. En Los inicios del modelo , por ejemplo, una joven es desnudada por otra mujer mientras el pintor le sube un poco la camisa. Tres miradas y, hoy, la del espectador. Ambigüedad también en La resistencia inútil , de Fragonard. Y la duda espontánea: ¿podría ser pintada hoy esa escena?
También es verdad que el célebre El origen del mundo , de Courbet, que aún suscita reclamos por su exhibición pública en el Museo de Orsay, fue de visión reservada desde 1866, cuando fue pintado por encargo de un rico turco hasta 1995, cuando lo colgaron en el museo. Algo parecido sucedía con las obras hoy expuestas en Cognac-Jay, visibles para la corte y otros privilegiados, pero lejos de los ojos del pueblo.Lee también
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Si a Boucher le encargan la serie erótica para que el Borbón “no ignore nada del asunto”, la decisión cardenalicia convierte a la pintura en un elemento de educación de príncipes. Junto a las luces, patrimonio de la palabra hablada y escrita, se impone el término libertinaje, que “tanto en la sociedad como en el arte designa no solo la independencia de la autoridad religiosa y la búsqueda del placer sexual más allá de lo convenido y reglamentado”. Implica, también, un predominio de la imagen.
Encargo real
El artista tuvo que pintar para un Luis XV adolescente “escenas lascivas” instructivas
“Mirar no significa ver –dice la crítica de Le Point– porque no todo es visible, igual que no toda palabra puede ser pronunciada. Las odaliscas dan la espalda para ocultar su deseo de ser deseadas. En fin, el Cognac-Jay, en su palacete del Marais, posee varios Boucher y otras obras maestras del siglo: conviene incluir en la visita un recorrido de la colección.
Fuente: https://www.lavanguardia.com/cultura/20210623/7550430/pinturas-eroticas-boucher-rey-francia-siglo-xviii.html