Los Periodistas

Opinión | «Piedra de sol» de Octavio Paz

Por Dr. Fidencio Aguilar Víquez

He dado varias miradas a «Piedra de sol», algunas hace unos años, otras después y ahora mismo unas más. También he leído algunas perspectivas sobre el poema, una de J. E. Pacheco y la del mismo Paz en una entrevista. La imaginación poética es mucha, diversa, de alto impacto; puede traducirse en dos o tres trazos antropológicos, eróticos, fundamentales. Si tratara de englobarlo, ese poema sintetiza una historia universal, la historia de México y la historia personal del poeta, del que escribió el poema y de quien ahora mismo lo lee.

Hace más de una década (2011 o 2012), este largo poema —recogido en el primer tomo de poemas de la Obras completas (1)— me revoloteó el ánimo. Durante noches y luego meses, después de las jornadas cotidianas, antes de dormir escuchaba yo el poema en el canal de María Antonia Segarra (2). Seis imágenes iniciales llamaron mi atención en esos primeros años. Una primera, fue la del yo del poeta —con quien mi yo lector se identificó— que, en algún momento, parece perdido, como si su propio ser se disgregara en un instante fugaz:

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“busco sin encontrar, escribo a solas,
no hay nadie, cae el día, cae el año,
caigo con el instante, caigo a fondo,
invisible camino sobre espejos
que repiten mi imagen destrozada,
piso días, instantes caminados,
piso los pensamientos de mi sombra,
piso mi sombra en busca de un instante” (versos 90-97).

¿Acaso no hemos experimentado alguna vez no sólo esa soledad, sino la sensación misma de fugacidad de nuestra propia existencia, que no nos deja otra opción más que sujetarnos al instante momentáneo? Resultó para mí esta imagen como un recuerdo de la fragilidad humana. Una segunda imagen la encontré más adelante. Seguía la sensación de lo efímero, pero ahora con una cierta conciencia histórica o, mejor dicho, conciencia de nuestra condición histórica, donde el pasado, el presente y el futuro convergen en el instante:

“oh vida por vivir y ya vivida,
tiempo que vuelve en una marejada
y se retira sin volver el rostro,
lo que pasó no fue pero está siendo
y silenciosamente desemboca
en otro instante que se desvanece” (versos 189-194).
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La tercera imagen parecía demoledora; el yo del poeta —con quien de nueva cuenta mi yo lector seguía fusionado— se encuentra en la soledad después de haber creído que encontraba a un tú complementario. Después de aparecer algunos nombres femeninos (Melusina, Laura, Isabel, Perséfona, María) se hace presente un horizonte de dualidad y de fatalidad. Aparecen las profundidades de un espacio existencial oscuro, como si el yo no se pudiera sostener. Después de que el yo viera la “atroz escama” de Melusina escribe:

            “no hay nadie, no eres nadie,
un montón de ceniza y una escoba,
un cuchillo mellado y un plumero,
un pellejo colgado de unos huesos,
un racimo ya seco, un hoyo negro” (versos238-242).

La cuarta imagen que me llamó la atención fue resurgiente; en una escena madrileña en medio de la guerra civil española aparece el amor, como si éste aun en las circunstancias más tremendas de la condición humana, fuera no sólo lo más humano, sino lo que sostiene ante un contexto de inhumanidad. Como si la flor en medio del pantano, en efecto, fuese la más bella, o como si la sola luz de un cerillo fuese capaz de iluminar toda la oscuridad del mundo. El poeta escribe versos que pueden ser aforismos, epitafios o proclamas del amor:

“el mundo nace cuando dos se besan,” (verso 337).

Y más adelante, aludiendo a ese instante amoroso, que vuelve a unir lo separado señala:

“amar es combatir, si dos se besan
el mundo cambia, encarnan los deseos,
el pensamiento encarna, brotan alas
en las espaldas del esclavo, el mundo
es real y tangible, el vino es vino,
el pan vuelve a saber, el agua es agua,
amar es combatir, es abrir puertas,
dejar de ser fantasma con un número
a perpetua cadena condenado
por un amo sin rostro;
                                    el mundo cambia
si dos se miran y se reconocen,” (versos 365-375).
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Pareciera una contradicción hablar de combatir, por un lado, y de abrir puertas, por otro lado. Amar es combatir y también cambiar al mundo por la mirada y el reconocimiento. En el poema se recoge la imagen del amor como un combate y como una herida que se encuentra, por ejemplo, en Petrarca y en La Celestina de Fernando de Rojas, como una fuerza que rompe diques y fronteras sin medir las consecuencias. Lo ilustran algunas hazañas de la historia. El poeta menciona el “déjame ser tu puta” de Eloísa a Abelardo.

Llama la atención que la fuerza del amor no la detiene nadie. El amor transforma a los amantes que, a su vez, transforman al mundo. Todo lo renueva. Encarna también a la libertad: el esclavo se hace libre y todo cobra un nuevo sabor: el pan, el vino, el agua, todo. Amar es mirar con nuevos ojos, incluso las circunstancias terribles —como una guerra—. La existencia, entonces —gracias al amor—, deja de ser fantasmal, ilusoria, un espejismo, para volverse real, concreta y carnal: tangible al cuerpo, al corazón, al espíritu.

La quinta imagen que descubrí en esa primera lectura fue la de la vida como comunidad o en relación a los otros, fusión y hasta confusión entre el yo y los otros. Aunque yo distinguiría entre vida y existencia [la primera como el principio dinámico de todos los vivientes y la segunda como un tomar la vida en nuestras propias manos conscientemente], el poeta no hace tal distinción. La imagen, empero, muestra una situación de cierta desolación existencial —confusión, hemos dicho— y final aceptación. Somos siempre movimiento:https://b33d0e22de36986530c4c08934ef0226.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-40/html/container.html

“-¿la vida, cuándo fue de veras nuestra?
¿cuándo somos de veras lo que somos?,
bien mirado no somos, nunca somos
a solas sino vértigo y vacío,
muecas en el espejo, horror y vómito,
nunca la vida es nuestra, es de los otros,
la vida no es de nadie, todos somos
la vida -pan de sol para los otros,
los otros todos que nosotros somos—,
soy otro cuando soy, los actos míos
son más míos si son también de todos,
para que pueda ser he de ser otro,
salir de mí, buscarme entre los otros,
los otros que no son si yo no existo,
los otros que me dan plena existencia,
no soy, no hay yo, siempre somos nosotros,
la vida es otra, siempre allá, más lejos,
fuera de ti, de mí, siempre horizonte,
vida que nos desvive y enajena,
que nos inventa un rostro y nos desgasta,
hambre de ser, oh muerte, pan de todos,” (versos 504-524).

La sexta imagen que vi en mi primera lectura fue la del renacer nuevamente, la del volver al inicio, al principio. Se trata de un amanecer existencial que, en diversos momentos de nuestra biografía, hemos experimentado, ya de niños, ya de adolescentes, ya de adultos. Llamaba mi atención que el propio O. Paz, a sus más de ochenta años de edad, siguiera publicando sus poemas, es decir, se siguiera reinventando. Ese volver a ser —hoy, hace mil años o dentro de otros mil— se puede apreciar en el poema, pero en mi primera lectura sólo vi esto:

“cada día es nacer, un nacimiento
es cada amanecer y yo amanezco,
amanecemos todos, amanece
el sol cara de sol, Juan amanece
con su cara de Juan, cara de todos,
puerta del ser, despiértame, amanece,” (versos 549-554).
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Como habrá visto, amable lector, lectora, esa primera lectura lejos de ser completa fue un atisbo de la densidad del poema. En otras lecturas posteriores fui viendo más imágenes, como la de la vida personal trazada en la imagen de un río: “un caminar de río que se curva,/ avanza, retrocede, da un rodeo/ y llega siempre” (versos 4-6). ¿No es acaso la vida así? ¿No somos como el agua de un río, o el mismo río, que corre a lo largo de los años buscando su cauce? Y si hay accidentes que se oponen a él, ¿no damos la vuelta a la página y seguimos?

Una lectura del poema a cargo de J. E. Pacheco me ilustró aun más.
Se trata —dice el otro poeta— de un yo que encuentra a un tú, a la mujer, pero la figura de ésta es ambivalente o, mejor aun, mítica. El yo, personificado con el pronombre: yo, olvida su nombre, se pierde, y en el recuerdo —que es el recuerdo mismo de O. Paz en su adolescencia— de algunas colegialas descubre la imagen del tú, de la mujer, con distintos nombres (los que he mencionado arriba), pero señala la “atroz escama” de Melusina.

Se trata del amor desgraciado o trágico que no sólo es el de la Europa medieval del siglo XIII, sino también la del amor concebido como dual en América y en Asia; “(…) representa —escribe Pacheco— míticamente el amor-pasión o la pasión de amor.” (3) Las figuras de Melusina y de Perséfone son relevantes por lo que representan: la dualidad o, mejor dicho, el dualismo entre la vida y la muerte, el goce y la tragedia del amor. Podrá ser esto muy discutible, pero no escapa a la experiencia de todos que el amor humano es complicado.https://b33d0e22de36986530c4c08934ef0226.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-40/html/container.html

Melusina, una mujer hermosa, recibió un encanto como castigo por haber encerrado a su padre en un castillo. Cada sábado de la cintura hacia abajo se transforma en serpiente. Cuando se casa con Raimondino le hace prometer a éste que no la visitará en ningún sábado. La deformidad de algún rasgo de sus hijos y la sospecha de que tenga un amante acucia al marido, quien finalmente rompe la promesa y descubre el secreto. La ruptura, empero, llega cuando uno de los hijos comete una locura y el marido atribuye ese acto a la maldición.

La figura de Perséfone es de origen griego (para los romanos: Proserpina). Hija de Zeus y Démeter también tiene una dualidad. Por un lado, es la sabia que toca todo lo que se mueve (Pherepapha), como la describe Platón en el diálogo Cratilo, y también “la que avienta el grano” (Persephatta). Por otro lado, al ser la esposa de Hades —dios del inframundo—, es “la que trae la muerte” (pherein phonon), o como testimonia Odiseo en la Ilíada: “Reina de hierro». Vida y muerte, amor y desgracia, destino y tragedia están en ella representados.

Pero apuntemos mejor lo que el propio Octavio Paz dice de «Piedra de sol»:https://b33d0e22de36986530c4c08934ef0226.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-40/html/container.html

“El tema central es la recuperación del instante amoroso como recuperación de la verdadera libertad, «puerta del ser» que nos lleva a la comunicación con otro cuerpo, con los demás hombres, con la naturaleza. Este salto del «yo al otro» se puede dar porque en el hombre mismo, como constituyente de su ser, está el otro, la imagen de nuestro semejante. Y el puente que nos lleva del yo al otro, al reino de los pronombres enlazados, es la mujer. La mujer en forma dual, como creadora y destructora, como Melusina y Perséfone, como encantadora que vuelve cerdos a los hombres y como presencia que les da su verdadera humanidad y los abre al secreto de su propia significación.” (4).

Mucho habría que decir todavía sobre este poema y sus imágenes. Hay partes cargadas de erotismo que hacen que uno vea a la mujer amada como un sendero, un bosque, una montaña, una ciudad, una plaza o un templo; también como un peñasco, un camino cortado o un precipicio. Independientemente de ello, el horizonte se nos abre con ella: “el mundo ya es visible por tu cuerpo” (v. 32); o bien: “voy por tu cuerpo como por el mundo” (v. 41). O: “vestida del color de mis deseos/ como mi pensamiento vas desnuda” (vv. 51-52).

Es verdad que el amor no se agota en lo erótico ni éste se reduce a lo sexual. La sexualidad humana —a diferencia de otras especies animales— está “dislocada”: con dificultad hay coincidencia entre el varón y la mujer. El erotismo posibilita esa coincidencia (5), pero puede impedir el sentimiento amoroso, el del encuentro en el cariño y la ternura. Viceversa, ¿puede darse el cariño, la ternura y el sentimiento amoroso sin erotismo? Hablamos, claro está, de la relación de pareja. ¿Puede haber erotismo sin deseo del cuerpo de la amada?https://b33d0e22de36986530c4c08934ef0226.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-40/html/container.html

Referencias
(1) O. Paz, “Piedra de sol” (1957), V La estación violenta (1948-1957), en Obra poética I (1935-1970), Obras completas 11, Edición del autor, Círculo de lectores/ Fondo de Cultura Económica, México 1997, 4ª reimp. 2006, pp. 217-233.
(2) Octavio Paz, Piedra de sol, You Tube, 10/nov/2013, https://acortar.link/DqVX9T.
(3) J. E. Pacheco, Descripción de “Piedra de sol” en E. M. Santí, Luz espejeante. Octavio Paz ante la crítica, UNAM/ Era, México 2009, p. 263ss.
(4) O. Paz, “Octavio Paz: Su poesía convierte en poetas a sus lectores”, entrevista con Emanuel Carballo (1958), Miscelánea III. EntrevistasObras completas 15, Edición del autor, Círculo de lectores/ Fondo de Cultura Económica, México 2003, p. 21.
(5) O. Paz, La llama doble, Seix Barral (Planeta), México 2014, p. 203ss.https://b33d0e22de36986530c4c08934ef0226.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-40/html/container.html

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