Hay un retorno -o mejor dicho una reinvención- al pragmatismo: lo que sea para llegar al poder
A la memoria de mi mamá,
doña Lula, en cuyo honor yo vivo
Por Dr. Fidencio Aguilar Víquez
Septiembre 4, 2024
Cada día es más complejo entender y hacer la política. México no es la excepción. Sin embargo, ciertos patrones de la política siguen vigentes: para comenzar los políticos, de todos los colores, siguen ahí, haciendo lo suyo, buscando el poder. Lo que llama la atención, como primer dato, es que los políticos profesionales —los pragmáticos—, los que tienen el olfato afinado, siguen ejerciendo la profesión más antigua del mundo —que es precisamente la cosa pública—. El otro dato es la adoración del poder.
Esos dos datos, por lo pronto, aunque haya un nuevo régimen, no han cambiado. Si nos vamos a diez, a quince o a veinte años —incluso a los años noventa u ochenta del siglo pasado— veremos a algunos políticos que —desde entonces— ya se encontraban en los asuntos públicos. Uno de ellos, Manuel Bartlett, conocedor y devoto del régimen del nacionalismo revolucionario. Como secretario de Gobernación de Miguel de la Madrid conocía los hilos ocultos de la política doméstica: Política, ejército, narco, oposición.
La revista Proceso (31/ago/2024) le dedica al actual director de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) una semblanza que los poblanos pueden completar (1). No sólo manejó los hilos de la política interna en tiempos de De la Madrid, sino el proceso electoral que declaró triunfador al candidato oficialista en 1988, Carlos Salinas de Gortari, triunfo cuya legitimidad de origen comenzó bastante lastimada y cuestionada. El entonces nuevo presidente tuvo que hacer varias reformas para legitimarse.
Monsieur Bartlett le ayudó (a Salinas) para que el poder siguiera siendo adorado conforme a los ritos y creencias de entonces. Por cierto, otro dato más, en esos aciagos años salinistas, el hermano incómodo del presidente —Raúl—, anduvo muy activo en diversos lugares del país para impulsar y financiar la creación del Partido del Trabajo (PT). Hay que recordar que, en ese sexenio de cambios constitucionales y legales, en que hubo un giro del régimen hacia los programas sociales, otro Monsieur aconsejaba también al presidente y definía muchas posiciones de poder (Córdoba Montoya).
En esos años en que nuestro personaje era el conductor de los hilos de la política interna, los narcos famosos también eran los de Sinaloa, sólo que despachaban en Guadalajara: Rafael Caro Quintero, Ernesto Fonseca, Miguel A. Félix Gallardo. Entonces ocurrió que un piloto mexicano y un agente de la DEA descubrieron unos plantíos de amapola en un rancho, propiedad de Caro Quintero en Chihuahua, y gestionaron su destrucción. Dicho capo montó en cólera e hizo asesinar a los implicados (2).
Pero lo hizo valiéndose de todas sus conexiones con el gobierno federal, los estatales, el ejército y las policías. El gobierno de los Estados Unidos y la DEA presionaron tanto al gobierno mexicano que éste tuvo que capturar a varios de los líderes del narco. Éstos fueron capturados. El reacomodo de los cárteles se llevó a cabo. En esos años, ya figuraba en la plaza de Tecate El Chapo Guzmán (3). El director de la entonces Dirección Federal de Seguridad estaba metidísimo con los capos. Esos sí eran abrazos, no balazos. El jefe de aquél era Monsieur Bartlett, quien lo defendía ante el presidente (4).
No nos interesa la historia oculta del actual director de la CFE, sino el hecho, el dato, de que sigue vigente en la política. Otros más con él, que antes eran parte del régimen autoritario, hegemónico, oficialista, ahora lo son del nuevo régimen autoritario, hegemónico, oficialista. Si vemos las figuras nacionales, varios personajes eran salinistas y ahora son lopezobradoristas. Uno ya está más que mencionado. Otro es el jefe de la bancada morenista en San Lázaro: diputado con Salinas, luego senador y diputado con Zedillo. Lo mismo pasa con el coordinador de los senadores morenistas.
No es que esté mal cambiar de partido o de ideología —si uno tiene derecho de cambiar hasta de religión y de forma de pensar, por qué no hacerlo de filiación política—, lo que es execrable es endiosar a cualquier costo al poder, someterle incluso la razón, el sentido común y la sensibilidad. Así como hoy la narrativa morenista los convence, mañana habrá otra que los vuelva a seducir. Las convicciones y los principios no serán más que acomodos para justificar el discurso y la acción.
Es verdad que hay un cambio de régimen. Hay un retorno —o mejor dicho una reinvención— al pragmatismo: lo que sea para llegar al poder, para saborearlo, disfrutarlo y ejercerlo. Siempre habrá un discurso ad hoc para ello. A finales de los ochenta e inicios de los noventa (en el salinato), era la solidaridad con los que menos tenían (Valle de Chalco fue un rostro vivo, como ahora), hoy son “primero los pobres” (5.1 millones dejaron la pobreza), aunque no los más pobres (400 mil cayeron ahí).
El pueblo seguirá estando en el discurso, aunque se siga adorando al poder (a quien lo tenga y lo provea). Los otros datos (siempre ocultos y misteriosos) seguirán justificando la decisión y la acción de las políticas públicas: los programas sociales, sobre todo en tiempos electorales. Que la gente tenga dinero en su bolsillo, aunque no tenga servicios de salud, ni acceso a una buena educación ni futuro personal, familiar, colectivo, ni seguridad; al fin y al cabo, la seguridad que requiere es sobrevivir.
Los jóvenes, por fijarnos en ellos, que tengan un ingreso por algún programa social del morenismo, sin duda estarán contentos de tener al menos para sus cervezas de fin de semana y para pagar sus celulares. No serán los yupis, o los juniors, a quienes no falta nada, pero tendrán un horizonte, por muy efímero que éste sea. Eso sí, como aquéllos, podrán encontrarse un buen día ante sí mismos y ante la vida cayendo en la cuenta de que les falta lo más importante: el sentido de la vida. Eso no lo da el poder.
Notas
(1) Gabriela Hernández, “Un dinosaurio a prueba de cataclismos”, Proceso, 31/ago/2024, pp. 13-17.
(2) Guillermo Valdés Castellanos, Historia del narcotráfico en México, Aguilar, México, pp. 174-180 ss.
(3) Ib., p. 175.
(4) Ib., pp. 286 ss.