Los Periodistas

Opinión | Mirar en el corazón

Por Dr. Fidencio Aguilar Víquez

Trato de seguir uno de los consejos de Lev Tolstói: Cuando no tengas libros ni notas a la mano, trata de ejercitar la memoria. Es un buen ejercicio, como cuando en alguna exposición, clase o conferencia, fallan los instrumentos tecnológicos y uno tiene que acudir a lo que sabe y a su capacidad de expresarlo con el solo recurso de la voz. Otro consejo de algún sabio es este: Mira en tu corazón y escribe. De manera que en esta ocasión trataré de seguir esas dos vías, la de la memoria y la de la mirada en el corazón, que es interioridad.

Hay varias imágenes y algunos pensamientos que emergen al mirar en mi interior. Uno es la vivencia y el recuerdo de una visita reciente a Querétaro, Morelia y a los pueblos mágicos de Mineral del Chico y Mineral (Real) del Monte. En la primera ciudad, la convivencia con los amigos y amigas del CISAV fue del todo grata en la comida con motivo de la Navidad. Uno no puede sino estar agradecido por ello. Las conversaciones son también una forma de crecer, ponerse al día y de tomar ideas para abrir el horizonte del futuro.

En Morelia, la catedral, el Palacio de Gobierno, el Museo Clavijero y la biblioteca pública son monumentos y documentos que hablan. Historia, cultura, arte y vida se entremezclan. En breves horas un poema de Octavio Paz sobre el paisaje hizo que sintiera yo cómo, en efecto, el mirar un paisaje puede llevarnos a una experiencia estética que nos sustrae de los desgarramientos humanos. En el recorrido, un libro se asoma y no escapa de mi mano, habla de la literatura mexicana en los dos siglos anteriores. Poesía, ensayo narrativa reviven.

Un texto sobre el ensayo llama poderosamente mi atención: Quien a él se dedica arrebata de los círculos académicos y de poder los tópicos para ofrecerlos a un público más amplio. En el plano de la crítica social, lo hace con el propósito de entablar una agenda y argumentar los temas morales y políticos. En otros rubros, como la crítica cultural o literaria, el ensayista no es ajeno al cuestionamiento y análisis de las nociones y prácticas de la cultura, la creación y la difusión para advertir inclusive de inercias ideológicas y/o propósitos políticos.

Un ámbito especial del ensayo, en su vertiente de crítica literaria, es el de la creación, la invención y/o la tradición sobre lo cotidiano. Esto último para mí alude al día a día de la existencia consciente de los seres humanos y sus circunstancias. Pero sigamos con los pueblos mágicos enunciados arriba. El paisaje es lo que los hace especiales. El Chico nos recibió con una neblina espesa y un frío apenas soportable. Su humedad, empero, es estética, como si el cielo y la tierra se unieran cubiertos por una sábana. Urano y Gea juntos.

Un chocolate y un pastelito nos confortan después de un paseo por el pueblo y de una visita a la mina Guadalupe. No hay duda que en todo pueblo hay leyendas que lo sustentan. Las brujas, las monjas, los frailes son muestras de que el paisaje habla, aunque en ese momento no sean del todo visibles. La visita a la iglesia de la Purísima Concepción es inevitable y, ya dentro, confortable. El frío externo no impide el calor interno: el Misterio de la misa se hace presente en la pequeña comunidad. La primera posada también le canta. La paz es visible.

Al día siguiente, el sol hace visible el paisaje con claridad. Los riscos y peñascos en medio del bosque dibujan sus figuras: La Peña del Cuervo nos permite mirar desde arriba al pueblo y la cordillera de la Sierra Madre Oriental. Monjas y frailes convertidos en piedras, según la pecaminosa leyenda, son ya visibles. En el punto se escucha el eco de la voz. Algunas personas hacen su ejercicio hacia los cuatro puntos cardinales. Un “fuá” de mi parte las distrae de su concentración. El aire liberado me desestresa del cansancio. Hay que continuar.

Mineral del Monte es otro pueblo bello. Ahí también la minería de plata fue un foco en la época virreinal. Hoy el turismo de fin de semana revolotea en sus calles y callejuelas. No es eso lo que atrapa mis miradas. Son los templos de Nuestra Señora del Rosario y de la Santa Veracruz. Uno está cerrado (supongo que por la hora) y otro muy deteriorado (y vacío). Su silencio es muy elocuente en medio del bullicio. Los montes verdes me recuerdan mi infancia en que dibujaba pequeños paisajes que vendía a algunos de mis compañeros.

La tarde dominical cae y es hora de regresar a casa. El sol vespertino nos acompaña durante los kilómetros asfaltados. Los paisajes parecen liberarnos del tiempo y de nosotros mismos; “las nubes —como dice O. Paz en su poema— rocas enormes que no pesan/ los montes como cielos desplomados,/ la manada de árboles bebiendo del arroyo,/ todos están ahí, dichosos de estar”. En eso los seres humanos tenemos que aprender a ser y estar. Y, con la chispa de nuestra inteligencia nuestra libertad, vivir el tiempo y buscar la eternidad.

Tiempo y eternidad, dos dimensiones de nuestra condición. Que somos temporales no hay duda alguna: nuestra historicidad es patente, un día para nacer, otro para morir. La eternidad es la que nos cuesta trabajo percibirla. Deseamos la eternidad, aunque por teorías, argumentos o ideologías aprendemos a desechar tal anhelo. Pero la inquietud persiste: ¿Y si es verdad que hay otra vida después de ésta? Persona precavida vale por dos. Al menos como hipótesis existencial es válida.

Es lo que ha dado origen a la religiosidad (y a las religiones) y a la filosofía. Buscamos un origen, un principio, un fundamento. En ese sentido, somos naturalmente religiosos, más como vivimos en el tiempo, y necesitamos cosas materiales para hacerlo, somos también naturalmente materialistas. De ahí que, frecuentemente, materializamos nuestra religiosidad y sacralizamos nuestro materialismo. Somos religiosos, pero a Dios solemos pedir cosas y soluciones materiales. Y sacralizamos nuestros deseos políticos e históricos.

Quizá deberíamos dejar de ver a Dios como un gran proveedor material y, también, dejar de sacralizar nuestras convicciones políticas y sociales —como si en ello se nos fuera la vida—. La auténtica religiosidad —Guitton dixit— “no busca en la religión el interés material o el bienestar psicológico. No es una forma de egoísmo. Es una vida para Dios. Así, rezar a Dios es decirle: ‘Hágase tu voluntad’.” Justamente con ese deseo la Virgen le dio el «Sí» al anuncio del ángel. Con ello Dios se hizo carne, historia, tiempo. Es lo que celebramos en la Navidad.

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