El Papa Francisco destaca la literatura como medio para acceder al corazón humano y fomentar el diálogo cultural. Propone su inclusión en la formación sacerdotal, subrayando su valor para el discernimiento espiritual y el entendimiento de la humanidad a través de la ficción, la poesía y la narrativa.
Por Fidencio Aguilar Víquez / Revista Humanum
Leí recién la Carta del papa Francisco sobre la literatura (1). De inicio a fin la encontré bella. En primer lugar, me llamó la atención la tesis que sostiene que por la literatura accedemos al corazón de lo humano. En segundo lugar, plantea que la literatura ayuda al diálogo entre los cristianos y las diversas culturas, particularmente las de nuestro tiempo. En tercer lugar, los párrafos conclusivos plantean que la Palabra eterna acoge y se muestra a través de las diversas palabras y lenguajes. Es una joya literaria.
Desde luego, la Carta está enfocada a la utilidad que tiene la literatura para la formación de sacerdotes, de agentes de pastoral y de todo cristiano. Yo añadiría que de toda persona humana. Pero se entiende el enfoque que el Papa le da al documento. Sin embargo, lo que señala tiene validez para cualquiera que esté interesado en los libros. Desde las primeras páginas señala que el lector, al hacer la lectura de las novelas o de la poesía, reescribe la obra, justo por que ésta está viva y rinde frutos (2).
Sin embargo, en muchos ambientes, académicos y de cultura, máxime en los seminarios de formación sacerdotal, la literatura no ha tenido la relevancia ni el cultivo suficiente. No se la ve como elemento esencial de la formación y se le recluye a un espacio de entretenimiento. Desde luego, esto no es sólo en los centros de formación religiosa, también ocurre en ambientes en que la cultura debería de ser dinámica viva —como las universidades y las instituciones de educación superior—, donde la lectura de novelas y de poesía suele ser nula. Muchos de sus egresados son biblofóbicos.
En su Carta, el Papa propone “un cambio radical acerca de la atención que debe darse a la literatura en el contexto de la formación de los candidatos al sacerdocio” (3). Desde luego, ello tiene su relevancia en la institución eclesial. Sin embargo, bien visto, es un asunto de formación humana general. No se trata sólo de un asunto de libros, sino de literatura y poesía. ¡Qué bueno que los profesionales lean bibliografía de sus áreas de competencia! Lo idóneo sería que, además, leyeran ensayo, novela y poesía.
Cómo me gusta un pasaje de la novela La sombra del viento, donde los interlocutores son dos jovencillos que se encuentran en una biblioteca; uno, Jorge, es hijo del dueño acaudalado y el otro, Julián, un invitado circunstancial. Éste inicia el diálogo:
- ¿Es verdad que no has leído ninguno de estos libros?
- Los libros son aburridos.
- Los libros son espejos: sólo se ven en ellos lo que uno ya lleva dentro (4).
Pero volvamos a la Carta de Francisco. Citando a san Pablo, en el areópago ateniense, señala que el apóstol de los gentiles comprendió cómo la literatura revela los abismos del ser humano y cómo, mediante la fe, Cristo viene a iluminarlos. Con ello el pastor puede entrar en diálogo con la cultura de su tiempo (5). Se trata del Cristo encarnado, cuyas manos “tocan y sanan” y cuyas miradas “liberan y animan”, porque todo Él está lleno de amor (6). La literatura ayuda a comprender y sentir esa “carne” en lo humano.Anuncio publicitario
Aludiendo a J. L. Borges, el Pontífice escribe que la literatura ayuda a escuchar “la voz de alguien” (7). Si atendemos a O. Paz, se trata de escuchar la “otra voz”, la que está en “la otra orilla”; implica esto la apertura al Otro. “Ese Otro es también yo.” En esa salida de nosotros mismos hacia el Otro nos habremos “reconciliado con nosotros mismos.” (8). La persona humana, de suyo incompleta e insuficiente, implora con sus palabras, con su lenguaje. Lo Otro se le muestra en la Palabra y en ésta se descubre a sí mismo.
Un aspecto que la literatura aporta a los guías espirituales y a sus dirigidos tiene que ver con el discernimiento interior; Francisco alude expresamente al estado de desolación —con que designó san Ignacio de Loyola uno de los estados del alma— que muestra a menudo la literatura (9). La lectura se torna entonces un cierto ejercicio de “discernimiento” por cuanto el lector es sujeto activo y al mismo tiempo objeto de la mirada y de la reflexión (10).
El Papa, citando a K. Rahner, señala una afinidad entre el sacerdote y el poeta: la palabra poética implora a la Palabra divina (11). La liturgia así lo muestra. La literatura expresa al mundo en que vivimos. Por ella, “digerimos” al mundo y lo comprendemos; deseamos incluso un mundo mejor, más justo, más humano, más fraterno; “sirve entonces para interpretar la vida, discerniendo sus significados y tensiones fundamentales.” (12). Así es como la literatura nos muestra el núcleo de lo humano.
Respecto del misterio del ser humano y del mundo, la literatura no se reduce al juicio verdadero/ falso ni justo/ injusto, sino que da cuenta de los giros que tiene la existencia humana en momentos acuciantes; ello denota la presencia del Espíritu divino en la historia humana y desde lo alto, a través de la esperanza de la salvación (13). Educando la mente y el corazón del futuro pastor, la literatura ayuda en la dirección de la propia racionalidad, en el reconocimiento de los diversos lenguajes humanos, en la propia sensibilidad humana y en la apertura espiritual para escuchar la Voz entre tantas voces (14).
El beneficio y la utilidad de la literatura, en suma, es mostrar el corazón y la profundidad de lo humano, ciertamente no con demostraciones silogísticas, sino con imágenes, figuras, historias, situaciones, gestos, personalidades. Concluyo con esta paradoja (la tomo de A. Tabbucchi): “La filosofía parece ocuparse sólo de la verdad, pero quizá no diga más que fantasías, y la literatura parece ocuparse sólo de fantasías, pero quizá diga la verdad.” (15).
Es una imagen, desde luego, pero denota algo sustancial de nuestro tiempo. Por un lado, aunque históricamente la filosofía nació como un camino seguro hacia la verdad, y con la convicción de poder encontrarla, hoy, en los hechos, no encontramos sino muchas filosofías con la ilusión de la verdad (o con la conciencia de que es una ilusión pretender la verdad). La literatura, concretamente mediante las novelas, parte de la ficción y, a menudo, suele mostrarnos las cosas humanas más verdaderas, como muestra la Carta del Papa. No nos queda sino buscar una novela o a un poeta y leerlos.
Notas:
(1) Francisco, Carta del Santo Padre Francisco sobre el papel de la literatura en la formación, Santa Sede, 04/ago/2024.
(2) Cf. Ib., n. 3.
(3) Ib., n. 5.
(4) Carlos Ruiz Zafón, La sombra del viento, Planeta, 2001, versión on line, p. 123.
(5) Francisco, op. cit., n. 13.
(6) Ib., n. 14.
(7) Ib., n. 20.
(8) Octavio Paz, El arco y la lira. El poema. La revelación poética. Poesía e historia, Fondo de Cultura Económica, México 2008, p. 133.
(9) Francisco, op. cit., n. 26.
(10) Ib., n. 29.
(11) Ib., n. 23.
(12) Ib., n. 33.
(13) Ib., n. 40.
(14) Ib., n. 41.
(15) Antonio Tabucchi, Sostiene Pereyra, Anagrama, Barcelona 2008, p. 27.
Fuente: https://revistahumanum.com/2024/08/16/la-literatura-revelacion-del-corazon-humano/