Por Dr. Fidencio Aguilar Víquez
Está en boga, en México, en el discurso político oficialista la expresión justificatoria: “Estamos en el lado correcto de la historia”. El presidente mexicano, incluso, mandó a sus adversarios (y a quienes no piensan lo mismo que él) al “basurero de la historia”. Los opositores del oficialismo, también, a veces, señalan que no es el oficialismo, sino ellos los que están en el “lado correcto de la historia”. La historia es representada como esa extraña entidad que conduce los caminos de la humanidad, los países y los individuos.
Es, sigamos tratando de imaginar y describir a tal entidad, la conductora y definitoria de los destinos, una suerte de dios secular que, con su juicio, establece quiénes están bien y quiénes están mal. A unos los favorece y a otros los descarta. La confirmación para quienes así creen se expresa en la convicción de que el tiempo pone las cosas en su lugar y da a cada quien lo suyo, es decir, hace justicia. En consecuencia, la historia premia a unos y castiga a otros. Es la lucha entre buenos y malos, en cuyo curso, los primeros vencerán siempre.
Esta tesis tiene varias aristas que conviene pulir para tener una mejor mirada de la historia y para cultivar una adecuada conciencia histórica que permita situarnos como nación en el concierto de las otras naciones y como miembros personales de ella. En otras palabras, hay que preguntarse si la historia tiene una dirección, un sentido, un significado y cuál pueda ser éste; o, por el contrario, tiene un núcleo caótico que cualquier accidente provoca una diversidad de derroteros, incluyendo el de la existencia humana racional.
Todavía más, hay que preguntarse si tal significado apunta a otra dimensión que vaya más allá de lo histórico, un sentido trascendente a la historia misma; y claro, cuál pueda ser ese sentido. No se trata de hacer un tratado de filosofía de la historia, o incluso de teología de la historia. Se trata, primero, de tomar los datos, luego, mirar con atención, valorar y juzgar, y, en un tercer momento, esos criterios aplicarlos a las expresiones señaladas. Si se puede, daré algunos corolarios respecto al abuso de la historia por el poder.
La tesis: “Estamos del lado correcto de la historia” implica que ésta tiene ese lado y algún otro, digamos un “lado no-correcto”. Luego, que los pueblos o naciones, así como los individuos, se colocan en uno o en otro, o, por ciertas fuerzas ignotas, son llevados a uno u otro lado. Habría que preguntarse si ello implica la negación de la libertad de los individuos y de las colectividades. Ahora bien, ¿cómo se define ese “estar” en uno o en otro lado? ¿Quién o qué factor lo valida? Parece que quienes sostienen tal tesis son los poderosos.
En efecto, parece que dicen: “La historia nos avala porque nos ha dado el poder”, o, lo que es lo mismo: “Cuando no teníamos el poder, luchábamos por llegar al lado correcto de la historia. Ahora que lo tenemos, confirmamos que estamos en ese lado.” Tener el poder es estar en el lado correcto de la historia, parece ser la conclusión. Si esa es la verdad, entonces, los que tienen el poder en el mundo están “en el lado correcto de la historia”. Quienes no lo tienen ahora, al tenerlo después, podrían afirmar lo mismo. Se trata del origen, desarrollo, culmen y decadencia de los imperios. La historia sería el curso de la lucha por el poder.
El que ahora es poderoso mañana dejará de serlo y vendrá otro (más) poderoso y ejercerá el poder para volver a ser desplazado; así, en un ciclo indefinido de poderosos manejados por la historia, o por el poder. Pero reducir a éste a la historia dejaría de lado la justicia. Esa distinción de buenos y malos no tendría sino una connotación pragmática. Sería endiosar al poder. El poder sería la fuerza moral, lo que define lo bueno. No sólo definiría lo bueno, sino inclusive lo verdadero. La historia, sin embargo, va más allá del poder. Veamos.
Ciertamente en la historia hay bienes y males. Hay quienes obran bien y quienes obran mal, quienes gozan el bien y quienes padecen el mal. En ese sentido, la historia tiene una connotación moral, puesto que se conforma de actos libres llevados a cabo por los seres humanos. Como son libres, tales actos son calificables moralmente, son buenos o son malos. La historia es el escenario donde la libertad humana se manifiesta. En tal sentido, se entiende a san Agustín: La historia es la lucha entre el bien y el mal por el corazón humano.
Y lo moral es algo muy distinto del poder. Si bien la historia registra las peripecias de las luchas por el poder, también da cuenta de las batallas de la razón y de la libertad. Más allá de los gobiernos y de los poderosos, el acontecer histórico muestra, sobre todo, el proceso de humanización (o deshumanización) del actuar de los seres humanos. La parábola del trigo y la cizaña ilustra bien esto, tanto en cada persona como colectivamente. Tal núcleo moral se encuentra en cada ser humano y en cada época histórica y sociedad donde vive.
Reducir la historia a los vericuetos del poder no sólo es demagogia, sino pragmatismo. Un caso de esto último es el caso del juicio de Jesús por Pilato. Más allá de la verdad y de la justicia, porque el gobernador romano conocía la inocencia del acusado, se impuso su pragmatismo: el cálculo del poder al que servía y del que podía ejercer. Como tenía el poder, ¿estaba del lado correcto de la historia? No parece ser así. El condenado, con el paso del tiempo, le dio un giro a la historia. Precisamente porque la humanizó.
Estar del lado correcto de la historia no lo define el poder, sino el bien y la verdad, y la razón que se adhiere a ellos. Cuando la razón, en vez de ajustarse a la verdad se somete al poder, se instrumentaliza y, con ello, genera deshumanización e inhumanidad. Pero cuando se adhiere a la verdad, a la justicia y a la realidad, da frutos buenos: precisamente la humanización y el reconocimiento de la dignidad humana. Eso no se ve, finalmente, sino con el tiempo. La larga lucha por los derechos humanos, pueden ser un ejemplo de esto.
Quienes han servido a la verdad, al bien, a la justicia, a la humanidad, saben que los frutos se dan a largo plazo, que se dan en un sentido moral y espiritual, para el auténtico desarrollo y progreso humano. Y, a nivel personal, más allá del tiempo. Para ello, los medios humildes son más eficaces que los medios poderosos. El lado correcto de la historia en última instancia lo define la verdad, y quien testimonia la verdad da frutos en la historia y más allá de la historia. Estar del lado correcto de la historia comienza con reconocer la verdad.
Post-facio
La marcha por la democracia del pasado 18 de febrero nos ha mostrado que, más allá del Estado, más allá del oficialismo y de las oposiciones, está la sociedad civil. Es ésta la que, cobrando conciencia ciudadana, definirá si hay continuidad del proyecto morenista (precisamente el que defiende el “lado correcto de la historia” desde el poder) o el cambio de ruta para reconocer la verdad de las cosas y resolver los problemas cruciales: violencia desatada por el crimen organizado, inseguridad, militarización, impunidad, corrupción, opacidad en el gasto del erario, amenaza a las instituciones autónomas y al modelo de república democrática. La búsqueda de paz, unidad y concordia para el país es un gran paso para ello.