Los Periodistas

Opinión | El amor, el amor

“Cuando amamos,
nuestra conciencia vive sin reservas en el amor.”
J. Ortega y Gasset, Sobre el concepto de sensación,
Obras completas, I (Taurus), 625

Por Dr. Fidencio Aguilar Víquez

Hay diversos tipos de amor: amor a sí mismo, amor a los demás, amor a la naturaleza y al medio ambiente, amor al Ser supremo. De ahí se derivan otros: amor intelectual, amor a la verdad, a la sabiduría, amor erótico, amor filial, paternal, amistoso, a la patria, al terruño, a lo humano, adoración a Dios. Estos tipos de amor pasan por un proceso que tiene que ver con todos los elementos que nos constituyen y nos manifiestan: Inteligencia, voluntad, afectos, instintos, pasiones. También se traducen, si es auténtico amor, en acciones y gestos.

En esta ocasión me referiré al amor erótico, de pareja. Lo haré desde dos perspectivas: la de Octavio Paz y la de Paul Ricoeur. El primero sostiene la tesis de que el amor es el deseo de otredad: el amor a sí mismo nos atrae hacia el yo, una suerte de otro que encontramos en nosotros mismos; el amor a los demás es la otredad del tú, especialmente el de la mujer; y el amor al Otro con mayúscula. El segundo señala la trilogía: sexualidad, erotismo y cariño. La fuerza de Eros conecta a ambos, pero también puede aplastarlos, como veremos.

Los dos se refieren, de diversa manera, al amor humano entre un hombre y una mujer, o si se prefiere, a las figuras de lo masculino y de lo femenino. No voy a hacer un tratado de un tema que, si bien los seres humanos anhelamos, deseamos y buscamos afanosamente, es de suyo complejo y difícil de alcanzarlo, realizarlo y/o sostenerlo. Los fracasos en nuestro tiempo suelen ser más frecuentes de lo que percibimos a simple vista. Sólo trato de tomar algunos puntos de los pensadores señalados para orientar mi reflexión.

Octavio Paz también sostiene la trilogía de la sexualidad, el erotismo y el amor. En el universo, señala, respecto a la materia, la vida viene a ser minúscula; todavía menor es la vida sexuada, aquella que requiere de los gametos masculino y femenino para reproducirse. Porque el fin de tal vida es la reproducción. Pero el erotismo es distinto, dice el poeta; su fin no es ya la reproducción, sino la metáfora, la ceremonia. El amor sería la mejor forma de comunicación, el diálogo, mejor dicho, la comunión de dos. De sus cuerpos y de sus almas.

Hay un paralelismo, para el nobel mexicano, entre la poesía y el erotismo. Una y otro parten de su materia prima, el lenguaje y la sexualidad, pero van más allá: su fin ya no es ni la comunicación ni la reproducción. Ambos parten de los sentidos. La poesía testimonia la realidad sensible para mostrar otra cosa; muestra imágenes sensibles, palpables, audibles, y al mismo tiempo en los poemas vemos otra cosa con los ojos del espíritu. El testimonio poético revela otro mundo dentro de este, “el mundo otro que es este.” (1).

Los sentidos son servidores de la imaginación, tanto en la poesía como en el erotismo. Ya no es mero lenguaje ni mera sexualidad. Una suspende el fin de la comunicación, otro suspende la procreación. Una introduce el metro y el ritmo, otro el placer. La poesía erotiza el lenguaje. El erotismo poetiza la sexualidad. En ambos casos los sentidos suscitan la imaginación. El lenguaje es no sólo el de todos los días, sino también otro: es la otra voz, más allá de los sentidos. Brotan configuraciones imaginarias, fantasmas.

En el erotismo la persona amada está ahí: su nombre, su rostro, su cuerpo. En el momento más intenso, empero, su realidad se dispersa en sensaciones que se disipan. La pregunta que parece brotar es: ¿Quién eres tú? En suma, el erotismo es poética corporal; la poesía es erótica verbal. En el primero la sexualidad es transfigurada en metáfora, en la segunda el lenguaje se torna ritmo, metro y, también, metáfora. En ambos se da la fusión entre ver (por los sentidos) y creer (en las figuraciones) (2). Por ello, la sexualidad es siempre la misma, el erotismo, en cambio, es diverso, invención constante, variación permanente (3).

En los dos primeros ámbitos, sexualidad y erotismo, en general, coincide Paul Ricoeur. Pero éste añade un punto relevante: el erotismo puede impedir el amor, el cariño, la ternura (4). Puede volverse una técnica, incluso un arte (el de la seducción), y no tanto la comunión entre dos personas. El erotismo puede matar al amor. Como para Paz, también para Ricoeur la sexualidad humana es una maravilla, pero igualmente un enigma. El sexo, dice el filósofo, es inestable, errante y puede ser aberrante. La misma sexualidad puede perder su sentido.

Con el erotismo, según Ricoeur, el ser humano sale de cierta condición natural. La falta de coincidencia entre el hombre y la mujer en el ámbito natural, se ve corregida de algún modo con el erotismo. En este sentido Eros humaniza la sexualidad, pero, ¿cómo controlar a esta fuerza desatada? “el matrimonio quiere proteger la duración y la intimidad del vínculo sexual y hacerlo humano, pero es también en gran parte el que arruina su duración y su intimidad.”(5) Padecemos mucho esto en nuestro tiempo. Las terapias se ponen de moda.

Volvamos al punto del erotismo; éste humaniza la sexualidad y la saca de su ámbito meramente natural, reproductivo. Coloca al placer como su fin o, mejor dicho, como su arte, y se convierte en juego: el de la coincidencia. El amor (de pareja) supone y exige el erotismo, pero al mismo tiempo éste es la serpiente que guarda en sí. Primero porque el erotismo tan cargado de nuestro tiempo ha cosificado la sexualidad, la ha vuelto incluso insignificante (6). El nombre y el rostro del otro caen en el anonimato. Con ello el sexo, empero, se desata.

Los hombres y mujeres de nuestro tiempo frecuentemente se fastidian y se rebelan contra el trabajo y contra la política. Buscan el ocio y lo privado con ahínco. Es ahí donde el erotismo emerge como la serpiente, rápida y sorpresivamente. Pero suele expresar esa decepción de la vida, del sinsentido de los humanos. No sólo puede volver insignificante a la sexualidad, sino que también puede despojarla de su posibilidad de volverse amor. Hay que decirlo, también el amor hace a un lado el fin de la sexualidad: busca la comunión con el otro (7).

El erotismo, no obstante, puede abrir la vía del amor, del cariño, de la comunión. Se ha mencionado la cara oscura, pero tiene también otro sendero. Cuando dos se abrazan, más allá de una ética o de una técnica, puede surgir el símbolo como signo, algo mítico que no sólo los conecte con el cosmos, sino con lo sagrado. Cuando dos se abrazan hay deseo, desde luego, pero hay algo más. Hay conexión con la vida, porque ésta fluye en ese deseo. Mas se muestra algo que está por encima de la vida. Ese es el carácter sagrado de amor, el don de sí mismo. Termino con un breve poema:

La chispa de tu mirada,
como el habla de la poesía,
a mi alma sedienta incendia,
imagen del bosque en llamarada.
FAV

Referencias
(1) O. Paz, La llama doble. Amor y erotismo, Seix Barral, Planeta mexicana, México 2014, p. 9
(2) Ib., pp. 10-11
(3) Ib., p. 15.
(4) P. Ricoeur, Historia y verdad, Encuentro, Madrid 1990, pp. 174-184. Particularmente el apartado: “Sexualidad. La maravilla, la inestabilidad, el enigma”.
(5) Ib., p. 178.
(6) Ib., p. 180.
(7) Ib., p. 182.

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