Por Dr. Fidencio Aguilar Víquez
Conocemos a las personas cuando las tratamos. La convivencia con ellas nos revela lo que sienten, piensan y quieren. Nos damos cuenta realmente quiénes son por sus acciones. Podemos decir hasta cierto punto, para todos, que somos lo que hacemos, o lo que hemos hecho. Todos y cada uno de los hechos que hemos llevado a cabo o que nos constituyen desde el momento en que comenzamos a ser hasta este momento presente, eso es lo que somos hasta ahora. Aunque también muchas cosas deseamos ser. El futuro siempre llama.
Por un lado, somos todo nuestro pasado. Nuestros anhelos, sueños y querencias, también tienen fuerza y nos atraen. No somos aún futuro, pero éste siempre nos impele, nos increpa y nos impulsa a ir hacia delante. Hasta cierto punto, también somos lo que queremos ser. Por ello esperamos. La esperanza es mirar hacia ese horizonte que el futuro nos abre. De una u otra manera allí miramos algo bueno para nosotros. El bien es el objeto de la esperanza. Aunque ese bien, en estricto sentido, no depende de nosotros.
Si bien es cierto que llevamos todo nuestro pasado al grado de identificarnos con él y, por otro lado, deseamos y anhelamos algo bueno respecto al futuro, ni éste ni aquél (el pasado) tienen actualidad. Uno, aunque fue, ya no es; el otro, todavía no es. Ambos se encuentran en el terreno del no-ser. Sólo el presente tiene actualidad, esto es, existencia en acto. En tal sentido, el ser parece ser lo efímero. Pero no es sino nuestra condición histórica que nos hace percibir nuestra existencia como algo que, apenas es, pasa.
Cuando desde ese presente, que parece caer en la condición de lo efímero, miramos hacia atrás (pasado) o hacia adelante (futuro), nos damos cuenta que nuestro ser se expande de alguna manera. El pasado que nos constituye no deja de ser enteramente: gravita en nosotros que lo llevamos dentro, consciente o inconscientemente. El futuro nos atrae como un imán mediante la esperanza. Nuestro ser histórico tampoco se agota en el presente, en la instantaneidad ni en la fugacidad. El haber sido y el querer ser nos tensionan en el momento presente. Somos tensión entre ambos.
Bien, pues, a las personas las conocemos por cómo perciben las cosas, la realidad, el mundo en el que convivimos. Sobre todo, por cómo llevan a cabo su vida, por cómo deciden y actúan. Lo anterior viene a colación porque en el libro multicitado en colaboraciones anteriores de Consultoría política, hay un capítulo que se intitula El político como persona, comportamientos y emociones. Ahí hay un rubro que plantea un estudio de biotipología, a fin de plantear a la ciudadanía una propuesta con claridad y honestidad.
Para tal efecto, la dinámica plantea una serie de entrevistas a fondo con personas que han tratado al candidato o candidata. Como decíamos, conocemos a las personas por cómo y qué perciben, sienten y, sobre todo, hacen. Las personas cercanas son relevantes para este ejercicio. Dos familiares, dos amigos, dos colegas de trabajo y dos excolaboradores podrían señalar con detalle cuáles son las fortalezas y las debilidades de la persona candidata. El objetivo es plantear cómo potenciar las primeras y contener las segundas.
Es importante, además, según ese manual de consultoría política, entrevistar a dos emprendedores que, más allá del vínculo con el(la) candidato(a), mire con cierta objetividad esos elementos del talante de aquél(a). Las entrevistas deben ser a profundidad, buscando conocer actitudes, opiniones, creencias, motivaciones y datos sensibles de las personas sobre las que se habla. Con tal material, los consultores buscarán identificar y conceptualizar los mejores términos que contribuyan a elaborar el perfil del(a) candidato(a).
Desde luego, la objeción es que tales impresiones de las personas cercanas al(a) candidato(a) son demasiado subjetivas. Sin embargo, sin esas referencias sería imposible acercarse adecuadamente a la forma de ser y de pensar del(a) candidato(a). Sin ese acercamiento, en suma, el conocimiento de tales candidatos(as) podría ser solamente exterior, a veces, producto de la mercadotecnia y de la construcción artificial de la imagen, del perfil y del discurso. De lo que se trata es que, con la biotipología, haya una percepción lo más cercana y vinculada a la realidad. Esa es la riqueza de ese ejercicio.
Los consultores políticos recomiendan que se hagan las entrevistas antes del inicio de las campañas, para que, junto con las propuestas determinadas, el perfil del(a) candidato(a) convenza a los potenciales electores que él (ella) es el (la) más adecuado(a) para llevarlas a cabo y realizarlas. A veces, cuando emerge algún(a) candidato(a), el elector, sobre todo el que no está casado con ideologías partidistas, no tiene datos sobre la capacidad, habilidad o cualidad que posee dicho(a) candidato(a) en su perfil. O suele tenerlos distorsionados.
Al mismo tiempo, la biotipología del(a) candidato(a) permite —ya en la campaña— presentar no al(a) candidato(a) ideal, sino “a la persona que saldrá a trabajar en campaña para convencer a la gente” (1) de que ella quiere y puede realizar las propuestas planteadas. Más todavía, de que ella, y no los otros candidatos, es la mejor propuesta para cumplir las exigencias de los electores. Por el contrario, cuando hay idealización, como la del presidente de la república, el(la) candidato(a) sólo se ve como un “pegoste” de aquél sin identidad propia.
Lo importante de un ejercicio como este es, sin duda, un acercamiento más exacto a la persona del(a) candidato(a). El beneficiario no sólo es él(ella), sino el electorado, que toma mejores decisiones con mejor información no sólo de determinadas propuestas, sino de quien puede llevarlas a cabo. En tal sentido, tiene mucha relevancia conocer la historia personal de los candidatos y candidatas, su pasado, lo que han hecho, como también su visión de futuro, sus pretensiones, sus propuestas. Los electores, sobre todo aquellos que aún no han decidido su voto; o bien, los que podrían cambiarlo.
Referencia
(1) J. Santiago Barnés, M. G. Ortega Jarrín y J. A. Carpio García, Consultoría política, Universidad Camilo José Cela/ Centro Internacional de Gobierno y Marketing Político, Madrid 2016, p. 72.