Por Dr. Fidencio Aguilar Víquez
El poema nos revela lo que somos
y nos invita a ser eso que somos.
O. Paz, El arco y la lira, FCE, p. 41.
Hay pensadores que marcan el itinerario intelectual de una época y el camino personal de los estudiosos. En la búsqueda de uno mismo, por diversos motivos, tales personalidades hacen dar giros inesperados y trazan nuevos senderos en la búsqueda de sí mismo, de uno mismo. Octavio Paz es uno de ellos. Es uno de esos autores que, por sus ensayos, discursos o poemas, hacen que el lector —o el oyente— encuentre en sus textos y palabras algo que ya llevaba dentro de sí. Es, como los autores clásicos, una suerte de espejo: permite que nos miremos a nosotros mismos. El espejo no es nuestro rostro, pero nos permite conocerlo.
Al Nobel mexicano se puede acceder por rutas generales o por senderos particulares. Su ensayística sobre los asuntos de México, de América o del globo, fue lo primero que llamó mi atención. ¿Cómo un ser humano puede conocer y abordar cualquier tema que se le cruce? Eso ya nos habla de un ser especial, no sólo erudito, sino culto, profundo, serio, de pensamiento de alta envergadura. Muy pocos son así; me vienen a la mente Alberto Methol Ferré y Manuel Díaz Cid. Los tres, Paz, Methol y Díaz Cid, han ensanchado sus entornos y nos han hecho descubrir cosas y mundos, y descubrirnos y situarnos a nosotros mismos en ellos. Hoy sólo hablaré del poeta.
Decía yo que a Paz también se puede acceder por caminos particulares. Aunque me deslumbró inicialmente su ensayística, poco a poco fui descubriendo su poética. En ella corroboré por qué nuestro Nobel prefería, ante todo, ser poeta. No fue por los cientos de páginas en que escribió poemas ni por la magnitud de los mismos —algunos ya clásicos y perennes—, sino porque, como narra en diversos lugares de sus obras, desde adolescente hasta sus últimas horas seguía haciendo versos y componiendo poemas de amor, como escribe en La llama doble (1). Se trata de una tarea antropológica donde, al dibujar al mundo, el artista traza, al final de su vida, su propio rostro, como se narra en la entrevista “Solo a dos voces” (2).
Si optamos por las vías generales en algunos de sus poemas podemos apreciar, como en “Piedra de sol”, una conjunción extraña y armónica entre la historia universal, la historia de México y la historia personal del poeta. La mitología clásica griega, en la figura de Perséfone, se junta a la de las imágenes medievales, con el hada Melusina, y con los nombres de Laura o Isabel, en una composición de lugar que culmina en Mixcoac, una tarde de sol reflejante en los muros de piedras mexicanas. O bien, señala y hace vivir al lector la intensidad de la vida en el drama entre Abelardo y Eloísa, una historia entre los siglos XI y XII; intensidad que traduce en algunos versos: “el mundo ya es visible por tu cuerpo.”
Otros poemas, como “Blanco”, contienen premisas de cuño filosófico (sobre todo de la filosofía oriental, que conoció sobre todo en su estancia en la India). En este poema podemos apreciar una noción de ‘espíritu’ sui generis: “El espíritu/ es una invención del cuerpo/ El cuerpo/ es una invención del mundo/ El mundo/ es una invención del espíritu/ No Sí.” En el mismo poema podemos leer: “No y Sí/ dos sílabas enamoradas/ Si el mundo es real/ la palabra es irreal/ Si es real la palabra/ el mundo/ es la grieta el resplandor el remolino”.
El poeta mira lo que los humanos ordinarios somos incapaces de percibir, ¿eso es real o es una ilusión? Si es real, ¿qué tipo de realidad es? ¿Acaso una realidad tan honda y sustancial que nos hace ser lo que somos más allá de lo aparente? Si es una ilusión, ¿por qué tal ilusión nos hace vivir y sostener nuestra vida más allá de este mundo y de esta realidad tan efímera? ¿Es el engaño del que el propio Platón trató de prevenirnos?
Como quiera que sea la palabra es la conexión entre nuestra condición —vivimos en este mundo histórico— y la “otra orilla”. Una orilla que se vislumbra en nuestro interior (muchas veces no sabemos quiénes somos y nuestro verdadero yo se esconde tras el abismo de nuestra interioridad), en nuestra vinculación con el tú (el otro semejante al yo, que también es un misterio) y el Otro al que aspiramos de manera sustancial (que, a mi modo de ver, en Paz, es el lenguaje, aunque en algunos momentos pareciera que se trata de Dios). La conciencia de esta condición “dislocada” del ser humano apartó a éste de su situación “natural”, se irguió sobre las cosas; pero al mismo tiempo el humano aspira a la unidad entre la palabra y el objeto designado por ella, una revolución a la que aspira sin lograrlo. Mientras tanto, la poesía, a través del poema, “seguirá siendo uno de los propios recursos del hombre para ir, más allá de sí mismo, al encuentro de lo que es profunda y originalmente.” (3).
Si optamos por las sendas particulares, casi se puede personalizar cualquier poema o texto de nuestro autor. Cuando escribía yo algunas fichas sobre sus obras, me encontré una cita en la que sólo anoté unos números de páginas, 13 y 122, pero no la obra de que se trataba. La cita es la siguiente: “Hora, tiempo vacío que por mis venas fluye; hora que crece, inmensa, no afuera sino adentro. Fluye, callado, el tiempo, al borde de mí mismo, sombra de mí, me miro: ¿soy el mismo, soy otro? En silencio me escucho: escribo, borro, escribo y a filo de esta pausa me inventa una palabra.” ¿Dónde encontré este texto? Tendré que verificarlo.
En efecto, muchas veces he pensado y sentido que escribir es una caminata interior. Quizá conocemos la ruta, pero no sabemos qué nos encontraremos cada vez que construimos párrafos, páginas y textos. A veces las palabras fluyen, otras veces avanzan lentamente y, muchas veces, la pantalla del ordenador o la página del cuaderno permanecen no sólo las horas, sino hasta días enteros en blanco. “La sabiduría no está ni en la fijeza ni en el cambio, sino en la dialéctica entre ellos. Constante ir y venir: la sabiduría está en lo instantáneo. Es el tránsito. Pero apenas digo tránsito, se rompe el hechizo. El tránsito no es sabiduría sino un simple ir hacia… El tránsito se desvanece: sólo así es tránsito.” (4).
“Pasado en claro” es otro poema que me gustó en lo personal. Desde los primeros pasos me ubicó en una senda de interioridad (un poco similar a la de San Agustín en La verdadera religión, 39, 72): “Oídos con el alma/ pasos mentales (…) / sin caminar caminan (…) / el sol abre mi frente, / balcón a voladero/ dentro de mí.” (5). Estos versos señalan el camino y el caminante se vislumbra, pero no está del todo claro. Poco más adelante, el caminante aparece: “Ni allá ni aquí: por esa linde/ de duda, transitada/ sólo por espejeos y vislumbres, / donde el lenguaje se desdice, / voy al encuentro de mí mismo.” (6).
Pero en ese encuentro no sólo existe tensión, sino que aparece el vértigo. A veces nuestra búsqueda de nosotros mismo es angustiante y desesperada. No queremos ser nosotros mismos, aunque por impulso querríamos serlo. En los versos del 44 al 46 del poema, Paz escribe: “Del otro lado está el vacío. / Patio inconcluso, amenazado/ por la escritura y sus incertidumbres.” (7).
De los versos 336 al 342 del poema, Paz habla de su madre: “pan que yo cortaba/ con su propio cuchillo cada día.” Del 343 al 345 habla de los fresnos de su infancia: le enseñaron “a cantar cara al viento.” Su abuelo le enseñó “a sonreír en la caída/ y a repetir en los desastres: al hecho, pecho.” (versos 349 y 350). A su padre lo recuerda entre los versos 353 y 365, alcohólico, con su muerte trágica, arrollado por un tren: “Lo encuentro ahora en sueños, / esa borrosa patria de los muertos.” (8).
Ese itinerario interior, cuando decidimos caminarlo hasta el fondo, nos identifica con ese yo profundo —que coincide con nosotros mismos—, pero que parece disolver nuestro yo: “como si yo y mi doble fuesen uno/ y yo no fuese ya.” (versos 389-390). Aparece, entonces, la noción de algo enteramente nuevo: “Hay un estar tercero: / el ser sin ser, la plenitud vacía, / hora sin horas y otros nombres/ con que se muestra y se dispersa/ en las confluencias del lenguaje/ no la presencia: su presentimiento. / Los nombres que la nombran dicen: nada, / palabra de dos filos, palabra entre dos huecos.” (versos 537 al 544) (9). Y termina el poema: “Soy la sombra que arrojan mis palabras.” (verso 596) (10).
En una entrevista, al preguntarle el entrevistador sobre qué buscaba en la poesía, Paz contesta: “Me busqué a mí mismo y siempre encontré a otro”, refiriéndose a “Pasado en claro”. Es, dice, la búsqueda del otro, que soy yo mismo, que es la otra, que son los otros (11). Tal búsqueda, como se aprecia en el poema, culmina y termina en ese “estar tercero” cuyo nombre es la nada. Sólo nos salva, o nos puede salvar, el lenguaje, esa dimensión transmundana y transhistórica. Ciertamente es la palabra. En la tradición bíblica la palabra estaba en Dios y la palabra era Dios. No estoy diciendo que Octavio Paz era creyente ni lo estoy cristianizando. Pero su poética ha ido al fondo y ha podido vislumbrar esa palabra, la revelación de esa palabra en la belleza del lenguaje. Él fue fiel al lenguaje.
A los que tenemos fe —esa que le da forma a nuestra vida, pese a nuestras constantes infidelidades— a veces nos falta ir al fondo de nosotros mismos; madurar en ella, ser libres a partir de ella y obedientes a ella, en el sentido de caminar fieles de su mano; nos falta cierta valentía o, bien, cierta creatividad para caminar los senderos del ser, de la verdad, del bien, de la justicia y, cosa no menor, de la belleza. O al menos nos falta esa búsqueda constante, a fondo, sincera, abierta, confiada.
Nos da miedo descubrir nuestro propio abismo, incluso, el silencio del que es la Palabra y se hace carne en nosotros y en medio de nosotros. Paz no tuvo miedo, aun palpando el abismo, su abismo. Puede ser un ejemplo de una interioridad que nos descubra a nosotros mismos. Sus poemas también pueden llevarnos a la memoria de nosotros mismos y a la esperanza de, al menos, vislumbrar quiénes somos. Esa palabra que plantea como último término, nosotros la identificamos en el Resucitado.
Referencias bibliográficas:
1. O. Paz, La llama doble. Amor y erotismo, Seix Barral, Barcelona 1993/ Planeta, México 2014, pp. 5ss.
2. O. Paz, “Solo a dos voces”, entrevista con Julián Ríos en O. Paz, Obras completas, 15, Miscelánea III. Entrevistas, Edición del autor, Círculo de lectores/ Fondo de Cultura Económica, México 2003, pp. 187ss.
3. O. Paz, El arco y la lira. El poema. La revelación poética. Poesía e historia, Fondo de Cultura Económica, México 2008, p. 37.
4. O. Paz, “El mono gramático”, Obras completas, 11, Obra poética I (1935-1970), Edición del autor, Círculo de lectores/ Fondo de Cultura Económica, México 2006, p. 468.
5. O. Paz, “Pasado en claro”, Obras completas, 12, Obra poética II (1969-1998), Edición del autor, Círculo de lectores/ Fondo de Cultura Económica, México 2004, p. 75.
6. Ib., p. 76.
7. Ídem.
8. Ib., p. 84.
9. Ib., p. 89.
10. Ib., p. 91.
11. O. Paz, “Poesía, pintura, música, etcétera”, entrevista con Manuel Ulacia, Obras completas, 15, op. cit., p. 143.