LUCÍA TOLOSA / ethic
Si es cierto aquello que decía Bill Cosby de que el humor es la forma de sobrevivir a cualquier situación, Rocío Saiz (Madrid, 1991) puede con lo que le echen. La polifacética artista, que lleva más de 15 años en la industria musical, despliega sus ideas con inteligencia, lucidez y autenticidad, pero sobre todo con la gracia innata de quien sabe reírse de sí misma y de los vaivenes de la vida. Cantante, actriz, presentadora de televisión, colaboradora de RAC1 y Radio3, ahora se estrena en el mundo de la literatura con su primera novela ‘Que no se te note’ (Roca Editorial, 2024), un arrollador relato de autoficción en el que muestra su visión sobre temas como el amor, la salud mental o la familia.
El libro defiende un alegato a la visibilidad, a mostrarnos tal cual somos. ¿La transparencia casa en esta época?
Habla de cómo nos camuflamos e interpretamos a otras personas para encajar en un grupo, en un trabajo, en una pareja. Hoy en día gastamos la mayor parte de nuestra energía en que no se nos note que somos pobres, que estamos tristes, que tenemos dudas o inseguridades. Todos somos los mejores actores de nosotros mismos. Siempre digo que la pregunta más difícil de responder es «¿cómo estás?», y por eso todos mentimos. Ocultamos nuestras tristezas porque nos da miedo que nos rechacen, que se cansen de nosotros. Es triste estar agobiado por eso, los problemas deberían ser compartidos.
La salud mental es un eje vertebrador de la novela, especialmente en una época individualista.
Estamos perdiendo la capacidad de crear redes y comunidad. De la pandemia hemos salido peores: somos más egoístas y estamos más solos. Nos bombardean con la salud mental y a mí me parece genial que se normalice ir a terapia, pero sin olvidar que hay estructuras sociales y económicas que justifican nuestro malestar. Deberíamos pensar para qué, por qué, y a qué tipo de terapia vamos, porque la precariedad no se soluciona con terapia. Además, cuando veo a tanta gente decir que sale muy contenta de su sesión con el terapeuta me sorprende, porque implica conectar con tus miedos y tus traumas, no saltar de alegría. Ir al psicólogo debería ser gratuito, quizá así no habría tantos psicópatas empoderados que presumen de ir a terapia. El psicólogo no deja de ser un profesional que tiene que pagar facturas y muchas veces no se atreve a decir nada incómodo a su paciente, y eso repercute en las relaciones actuales.
En la novela afirma que es más difícil encontrar a alguien con quien hablar que a alguien con quien acostarse.
En el libro cuento cómo tuve una cita en la que solo paseamos y hablamos durante horas, y me pareció más íntimo que tener sexo. Nuestros vínculos son cada vez más superficiales y frágiles. Nos acostamos muchas veces con gente por compromiso, porque es lo típico, por el qué dirán. Tener sexo con alguien no requiere hablar ni sincerarse, mientras que pasar tiempo a su lado implica silencios, entendimiento, escucha, cosas que nos cuesta soportar. Somos muy contradictorios, porque nos morimos de ganas de que nos quieran, pero a la vez rehuimos el compromiso. Tenemos tanto miedo a vincularnos y a que nos rechacen que hacemos cosas fuera de lo normal. Y también somos muy irresponsables cuando nos metemos a relacionarnos con otros sabiendo que no estamos bien.
Esto conecta mucho con una sensación generacional, el famoso FOMO (Fear Of Missing Out).
Claro, es la impaciencia y la ansiedad que todos sentimos en mayor o menor medida. El FOMO es lo que te lleva a hacer y decidir cosas que no harías de forma natural. A mí me afectaba mucho hasta que leí la teoría del eterno retorno de Nietszche. La gente, los lugares y las oportunidades siempre vuelven. Da igual que te pierdas esa fiesta, ese festival o ese concierto, la semana que viene habrá otros igual y probablemente con gente parecida. Da igual que rechaces quedar con alguien, te lo acabarás encontrando más adelante. Y así con todo, nada es tan sustancial como para que tengamos que vivir con esa ansiedad de no estar en todos los sitios a la vez.
«El FOMO es lo que te lleva a hacer y decidir cosas que no harías de forma natural»
Los temas que vertebran el libro, como la ansiedad de la que hablas, son políticos. Sin embargo, evitas mencionar el panorama de la política actual.
Es que no hace falta hablar de leyes o de líderes concretos para escribir de política. Para mí un artista debe posicionarse políticamente, y vincularse claramente a una opción de izquierdas o de derechas. El centro no existe, y me molesta mucho cuando alguien con visibilidad dice que prefiere no posicionarse. Es como cuando tienes un problema con un amigo y no dices nada, con ese silencio ya estás posicionándote. Estás abandonando a tu amigo. No siempre hacen falta palabras para herir a alguien, el silencio puede ser más horrible, castigador y violento.
De hecho, el silencio como yugo ocupa una gran parte de tu novela.
Sí, porque también es sinónimo de abuso. El silencio es una posición política, y muchas veces se usa de forma cobarde. Nadie debería mantenerse al margen de una irregularidad o de un maltrato. No entiendo que haya gente que calla cuando no podemos mantener una vivienda digna. Es muy fácil decir «yo no me meto en política» mientras estemos otros metidos. A veces se nos olvida que partidos actuales han salido de asambleas como el Patio Maravillas, donde estuvimos mucha gente reunida durante años. También lo pienso con el colectivo LGTBIQ+, no puede ser que nos olvidemos de que el enemigo común es la violencia y el fascismo. El silencio no puede ser la normalidad.
«El silencio es una posición política»
La normalidad como algo inexistente aparece en muchos momentos de la historia.
Una novia me dijo un día que yo era como una pelota redonda y no encajaba en su cuadrado, y eso me hizo pensar mucho en cómo el problema radica en que nos intentan encajar en moldes prefabricados. Creo que no hay nada más peligroso que las personas que se creen normales, porque nadie lo es. Es una palabra con una connotación absurda, porque cuando hablamos de la normalidad, realmente estamos hablando de aceptación. Nadie quiere ser normal, lo que pasa es que todo el mundo quiere que le acepten. Hay que diferenciar el deseo de ser normal con el miedo al rechazo, que es algo que toca especialmente de cerca a la gente de mi colectivo.
Sorprende cómo ha sido especialmente crítica con la forma en la que se muestra y se presenta socialmente el colectivo al que pertenece.
Muchas veces se nos presenta como si todo pudiera resumirse en el día del Orgullo y la como si la gente del colectivo viviéramos en una burbuja rosa idílica. Y sin embargo reproducimos roles de género absolutamente tóxicos igual que las parejas heterosexuales. Igual tenemos que revisitar y hacer una autocrítica sobre cómo nos vinculamos y criticar también posturas y actitudes dentro del colectivo, y eso no me hace menos defensora de él. Pero justo por eso no diré que es perfecto, y más viendo que cada vez suben los casos de violencia intrafamiliar y peleas internas tan nocivas.
Su libro es optimista, pero también tiene partes duras, como cuando asegura que a las mujeres nos gustan las personas malas y que la bondad no está de moda.
La gente siempre se siente atraída por los líderes, por los guays, pero no por los más vulnerables y los débiles, aunque creo que esto cambia con la edad. Llega un momento en el que te cansas de sufrir mucho, te cambia la mirada y te agota la gente mala que mide lo que te quiere en función de lo que aguantas. He estado con personas que me machacaban tanto que era como una tortura, sentía que estaba a punto de morirme, y ya no me quiero morir más. Las relaciones tóxicas son muy comunes hoy en día y tiene que ver con las inseguridades que uno arrastra, como nos ocurría en el colegio de pequeños cuando el acosador escondía los problemas que tenía en su casa y descargaba su malestar con otros en el patio. Ahí está uno de los grandes problemas de la sociedad actual, que no sabemos gestionar las emociones.
Al hilo de esto que menciona, en su libro sostiene que la mente es un músculo del que apenas se sabe nada.
Todos somos conscientes de una rotura física, pero no de nuestras roturas en el cerebro. Si te falta oxitocina, y te cuesta levantarte de la cama cada mañana, hay algo que está fracturado y tienes que tomar medidas. El problema es que las pasamos por alto porque no son tan evidentes y observables como un esguince o una rotura de bíceps. Sin embargo, cuando estás con ansiedad constante y pasando por una muy mala racha, tu cuerpo te habla. Hay gente a la que le sale psoriasis nerviosa, otra dermatitis, otra sufre problemas de estómago. El problema es que sabemos más del cuerpo, y tenemos más en cuenta los problemas físicos que los mentales.
«Todos somos conscientes de una rotura física, pero no de nuestras roturas en el cerebro»
¿Situar la trama en un gimnasio como escenario principal tenía algún propósito especial?
El gimnasio para mí es uno de los lugares más horribles que existen en este mundo. Estoy harta de que me digan que tengo que ir allí, no entiendo que la gente siente cátedra todo el rato sobre temas tan personales. Cuando he ido al gimnasio lo he encontrado lleno de personas cis que juzgan tu cuerpo y te miran mal. La gente es desagradable, pero tampoco les juzgo porque van hechos polvo allí. Al final la gente va a salvar su vida al gimnasio. Me hace mucha gracia cómo se ponen de moda cosas como el crossfit, una estafa piramidal donde se paga mucho dinero. Hay otras alternativas al gimnasio, como irte al parque a correr, o hacer ejercicio en casa o clases de yoga al aire libre. Ojalá pudiera volver atrás y no haber pisado un gimnasio nunca.
Hablando de volver atrás, destaca la obra de Kundera y el concepto del tiempo que no vuelve. Me arriesgo a decir que la novela va justamente de esa angustia por el tiempo discurriendo, de la prisa que tienen las mujeres por hacerse adultas y la presión social por lo que deberían ser y construir.
Es exactamente así, es la primera vez que siento que alguien comprende mi libro, así que gracias por ponerlo en palabras. Isabel Coixet decía que queremos matar al tiempo antes de que el tiempo nos mate a nosotras. Y Angélica Liddell afirmaba que no podía parar, porque si paraba, se pondría a pensar y a mirarse. Me interesa lo que dice Kundera cuando afirma que no es la necesidad, sino la casualidad, la que está llena de encantos, y que tiene que existir al menos seis casualidades para que dos personas se encuentren. Mi libro tiene justamente seis capítulos porque me hizo gracia mostrar cómo puede cambiar tu vida en seis días. El último día no pasa nada, pero como tiene que ser todo así, tan rápido, quería expresar esa urgencia por llegar a la raíz de las cosas. Y esa impaciencia se ve a través de las adicciones y obsesiones por las aplicaciones, las drogas, el gimnasio. Lo que sea para mantenerte en la rueda y acompañada.
«El problema es que nadie se atreve a identificarse como alguien que está solo porque asustas al de enfrente»
La novela también plantea las consecuencias de la soledad, por muy acompañados que estén los personajes.
La soledad es un síntoma de esta época, y en Madrid, aunque no lo parezca, hay mucha gente con una vida social muy intensa que está muy sola. El problema es que nadie se atreve a identificarse como alguien que está solo porque asustas al de enfrente si lo reconoces. A mí no me falta nada y sin embargo me he sentido y me siento sola. Puede sonar contradictorio porque viajo mucho y estoy siempre acompañada, pero es así. Siempre digo que los artistas salimos mucho de fiesta mucho para evitar el momento de la llegada al hotel, donde ves claramente que no hay nadie al lado. Y pasa en la vida cotidiana también, cuando te da pereza cocinar porque vives solo.
Contrasta la oscuridad de los temas que trata con la forma de contarlos. ¿Diría que el humor sirve de contrapeso?
El humor es lo que me salva, pero es una cosa dificilísima y creo que también perversa. Siempre digo que entre broma y broma la verdad asoma, porque realmente la cruda verdad se cuela en muchos comentarios que pueden parecer superficiales. Supongo que hacer humor de cosas tristes es una forma de protegerse, una barrera que te permite tomar perspectiva de las cosas. Es lo único que tenemos muchos para encajar traumas y posicionarnos desde ahí, para no dejarnos vencer. Si me van a llamar mamarracha, prefiero reírme y llamármelo yo misma antes. El humor también es una forma de adelantarse a los golpes que recibimos.