‘De todas las flores’, a la contra de la inmediatez y la ligereza de la música actual, conquista al público por su descarnada verdad
CARLOS MARCOS / EL PAÍS
Hay algunas veces (pocas) que al sistema se le abre una pequeña grieta y por ahí se introduce una luz capaz de abrirse paso entre la maleza y llegar al corazón de la gente. Esa luz se llama De todas las flores, disco firmado por Natalia Lafourcade, un trabajo que da la espalda a las leyes de un mercado musical actual regido por la inmediatez, la centella y los estímulos encadenados.
De todas las flores lleva creciendo poco a poco desde su edición, en octubre de 2022, hasta erigirse en el triunfador de los Grammy Latinos (el sistema) celebrados la semana pasada en Sevilla. Se llevó tres premios. Shakira, Karol G y Bizarrap también cosecharon tres galardones, algunos de ellos compartidos con otros artistas. Lafourcade los consiguió en solitario por un disco hecho a fuego lento durante tres años. Un trabajo sutil, conmovedor, de músicas que no encabezan las listas de las plataformas de escuchas, compuesto por canciones largas (la mitad, media docena, duran más de seis minutos) y que surge de un profundo dolor, el de la protagonista, para, curiosamente, repartir felicidad a todo el que lo escucha.
El día de la entrevista con este diario, el pasado miércoles, Natalia Lafourcade (Ciudad de México, 39 años) se encuentra en Monterrey (México), donde ofrece un nuevo concierto de la gira de este álbum tan especial. Se sienta en un lugar con luz de su habitación de hotel y nos habla por videollamada. “Sí, es un trabajo que no cuadra con lo que se lleva. Me lo comentaban Jorge [Drexler] y Adan [Jodorowsky, productor del álbum] en la gala de los Grammy, que el triunfo había sido una especie de milagro”. Lo es. De todas las flores, que dura una hora y seis minutos y no decae, se abre con una introducción de violín de 1,30 minutos, luego unos acordes de guitarra y hasta el minuto dos no empieza a cantar Lafourcade, para entonar esto: “A este mundo vine solita, solita me voy a morir”. Así de sugerente y raro resulta todo.
La historia de este álbum mágico nace de un profundo dolor y habla mucho de la muerte de una forma tan natural que el oyente acaba bailando con su propia calavera. “No es fácil escucharlo, lo sé. Es un buceo interior doloroso, personal, íntimo y delicado. Son letras duras, fuertes, pero también hermosas, generosas, que hablan de la vida, con su dolor, pero también con su parte de luz. Yo sabía que no iba a ser fácil que se escuchara, pero ahora el disco me ha dicho: ‘Aquí estoy, haciéndome mi lugar’. Hay un punto en el que el control no es mío. Y eso es maravilloso”.
En 2020, cuando se paró el mundo por la pandemia, la artista mexicana se dio cuenta de que había cumplido siete años (desde Hasta la raíz, 2015) sin editar un disco entero de canciones nuevas. En esos años había publicado cuatro álbumes, sí, pero llenos de homenajes y versiones y con pocos temas de su autoría. Con el encierro, decidió buscar en su “celular” para ver si encontraba algunas canciones. “Tengo cientos de notas de audio. De hecho, perdí un móvil en un bosque en Chile. Fue un drama: dos años de composiciones a la basura. Con el nuevo teléfono seguí componiendo mientras giraba. Y en la pandemia empecé a viajar por todos esos audios y fui encontrando canciones. Fue como un regalo hermoso que me dio la música”.
No resultó un trabajo fácil. De 2018 datan algunas grabaciones que tratan una ruptura sentimental especialmente amarga. Habla sobre la temática de algunos de estos temas: “Vine solita trata de cuando uno se rompe de amor, cuando ya no está más esa persona en su vida… Sientes un dolor en el pecho, en las piernas… Hasta cuesta andar. Es un dolor físico. Estos momentos son muertes en vida, y me lleva a la reflexión de que el amor tiene que ser amor propio. A este mundo vengo sola y me voy sola. Es un pacto conmigo misma”. De esa época es también la canción que da nombre al disco, De todas las flores: “Habla de un jardín de colores, pero que luego se ve marchito. La agonía que se puede llegar a vivir en una relación y todo el tiempo que estamos en ese ambiente de angustia hasta que decidimos salir”.
Lafourcade había iniciado un camino oscuro, a veces incluso tenebroso, sin retorno. Una sacudida emocional. Hurgaba en viejas heridas, sacaba del armario cacharros rotos que sabía que jamás podrían arreglarse, pero que le iban a llevar a un lugar de luz. “Fue un viaje interior doloroso, pero necesario para encontrar la sanación”, apunta. Algunas de las 12 canciones del disco abordan esa ruptura, pero el sendero tenía que llegar hasta la actualidad. El bolero Caminar bonitoestá dedicado a su pareja actual. Es un homenaje a lo cotidiano dentro de la pareja, donde canta: “Qué bonito es saber que, si lejos me voy, cuando yo regrese un abrazo estará esperando en silencio hasta que despierte”. Su pasión por la naturaleza está presente en muchas partes del disco, destacando Llévame viento, inspirada en sus caminatas por las montañas de Ausangate, en Cuzco, Perú. En el desarrollo de esta historia que es el disco también surge la alegría y el sentido del humor, como en Mi manera de querer o Canta a la arena.
El trabajo se cierra con Que te vaya bonito Nicolás, dedicada a su sobrino, que perdió la vida en 2021 por un resbalón en las montañas. Tenía 38 años. Fue la última canción que compuso. Mientras la escribía eran los días en los que no podían encontrar el cuerpo de Nicolás. Ella interpreta la pieza como un dictado para sus seres amados: como si sus familiares cantaran esa canción mientras el alma de Nicolás se elevaba.https://open.spotify.com/embed/album/4BJoDX0fIjR4RsFF4vyd81?si=Va5YqMDaT62A8eH01RTnhA&utm_source=oembed
La muerte abre y cierra el disco. “La muerte es parte de la vida, aunque no lo queramos ver. Creo que es importante desarrollar la capacidad de hablar de ella. Yo vivo en el campo [en Veracruz] y los ciclos de la naturaleza tienen esto muy claro. Si tienes esa consciencia de que te vas a morir o una persona cercana se va a morir o algo se va a terminar… eso te va a permitir valorar lo que estás viviendo”. En el proceso de grabación también se trabajó a la contra y se apostó por la vieja escuela: se registró en cintas, todos los músicos juntos en una habitación y sin efectos de sonidos. A los mandos, instrumentistas de postín como Marc Ribot, Emiliano Dorantes o Sebastian Steinberg, que van creando músicas variadas: bossa nova, folclor mexicano, jazz, sabores caribeños, guiños hawaianos…
Mientras continúa presentando el disco en directo, Lafourcade teme el momento de enfrentarse a otra colección de canciones nuevas después de este trabajo tan brillante. “Estoy a-te-rra-da”, se ríe enfatizando las sílabas. “Lo bueno es que ya conozco ese terror, ese vértigo. Y es necesario. Porque pensar ‘y ahora qué voy a hacer’ me coloca en un lugar de humildad absoluta. Tengo la fiel creencia de que a la música le gusta la humildad de las personas. Cuando eres humilde la música te va a buscar, y tengo la fe de que nos vamos a volver a encontrar”.
Y se despide con una confesión: “Una de las cosas que más me gusta hacer para desestresarme es ver vídeos de animales. Es mi hobby. Imágenes de búhos dándose amor. Es de una generosidad y ternura tremendas”. Generosidad, la condición necesaria para fabricar un disco como De todas las flores.