Llegaban a España con los gastos pagados para conducir avionetas y helicópteros llenos de hachís desde Marruecos. Su jefe era español y tenía pistas de aterrizaje ocultas en campos de carreras de galgos y hasta monitores de vuelo. Cada vez más droga viaja por el aire.
ANDROS LOZANO / CRÓNICA / EL MUNDO
El sinaloense Raúl René Leal Galaviz, de 31 años, pensó que ya podía respirar tranquilo cuando la avioneta que pilotaba tocó tierra en la pista de aterrizaje clandestina que su banda tenía en una zona seca del embalse Torre del Águila, a las afueras de Utrera (Sevilla).
El piloto, que estaba a más de 9.200 kilómetros de casa, había conseguido su doble cometido: traerse desde Marruecos casi media tonelada de hachís en un solo vuelo que había durado cerca de seis horas entre ida y vuelta, y salir sano y salvo de su última y arriesgada travesía aérea.
Pronto podría extender la palma de la mano, coger sus 50.000 euros y volverse a México, su país natal, para disfrutar de las ganancias, como ya se sabe que han hecho otros.
Aquella noche, la del 19 de noviembre de 2019, Raúl René aprovechó dos circunstancias para cruzar hasta África: que había cielo raso y que todavía una luna menguante iluminaba las aguas del Estrecho de Gibraltar. Partió desde el aeródromo de Santarem, una ciudad del centro de Portugal, a 70 kilómetros al norte de Lisboa.
El piloto voló a baja altura -no más de 300 metros- para intentar evitar ser detectado por los radares. Se desplazó en todo momento con las luces apagadas de su aeronave, una Piper de fabricación francesa, y ayudado de unas sofisticadas gafas de visión nocturna.
El sinaloense voló solo. Una potente organización de narcos andaluces que había empezado a explotar la vía aérea para traficar con hachís -no se descarta que también pudieran haberlo hecho con cocaína– le había pagado el billete de avión hasta España. Al llegar, lo había instalado en un hotel de cuatro estrellas en Sanlúcar la Mayor (Sevilla). Allí esperaría hasta que todo estuviera listo para que él entrara en acción.
Tras varios vuelos de prueba, aquel día Raúl René se subió a la aeronave y aterrizó en algún punto que se desconoce del norte de Marruecos, donde recibió la carga. El vuelo hasta allí duró casi tres horas. Los mecánicos de la banda que lo contrató habían retirado antes tres de los cuatro asientos de su avioneta. Así dispondría de mayor espacio libre para introducir los fardos de hachís.
Pese a que, ya de vuelta, el sinaloense consiguió aterrizar en Utrera con 420 kilos de ‘chocolate’, la Guardia Civil lo estaba esperando a pie de pista, señalizada por sus compinches con balizas luminosas a ambos lados para facilitar que tomase tierra. Efectivos del Órgano de Coordinación contra el Narcotráfico (OCON) le seguían la pista desde días atrás.
«Pensamos que por el camino tuvo que hacer alguna escala para repostar», apuntan fuentes del OCON. Aquel fue el último vuelo de Raúl René. A las pocas horas ingresó en prisión.
La presión policial ejercida contra los clanes de la droga que operan principalmente en la provincia de Cádiz ha provocado que las organizaciones criminales deriven su negocio hacia las costas este y oeste de Andalucía, pero también que algunas bandas inviertan miles de euros en comprar avionetas y helicópteros con los que transportar la droga por vía aérea a través del Estrecho.
Para pilotar las aeronaves se está confiando en ocasiones en ciudadanos mexicanos procedentes del estado de Sinaloa, la tierra donde nacieron Joaquín Guzmán Loera, el Chapo -el mayor narcotraficante del mundo, ahora en una prisión de EEUU- o Miguel Ángel Félix Gallardo, un expolicía sinaloense también preso en su país que en los años 80 montó un imperio de la cocaína obligando a los carteles colombianos a usar sus rutas aéreas si querían trasladar toneladas de dama blanca hasta EEUU.
A los pilotos mexicanos se les trae a España a gastos pagados. Una vez en la Península, se les dan cursillos exprés para adaptarse al manejo de las aeronaves que habrán de pilotar, hacen varios vuelos de prueba con distintas cargas, viajan hasta Marruecos -algunos, hasta dos y tres veces, casi sin descanso- y se vuelven a marchar a su país. Algunos aterrizajes los hacen en pistas de tierra donde se celebran carreras de galgos con liebres mecánicas.
También hay pilotos españoles, aunque son los menos. En septiembre de este año falleció un hombre valenciano que trabajaba para la misma banda que Raúl René Leal. Su avioneta se estrelló en la cordillera del Atlas. Estaba casado con una mujer de Bolivia, país en el que se sacó el título de aviación. Murió carbonizado.
Días antes del suceso, su padre denunció que llevaba seis meses sin saber de él. La Guardia Civil no pudo notificarle el deceso de su hijo hasta varias semanas después, cuando se levantó el secreto de sumario de una investigación judicial en la que el fallecido aparecía como investigado.
«Desde hace dos años los narcovuelos se han reactivado con mucha intensidad», explica una fuente del OCON. «Si ahora les es complicado alijar por mar, los clanes buscan alternativas. Igual que se desplazan hacia Huelva y la frontera con Portugal, abren otras vías de entrada», añade. «Si se confía en pilotos mexicanos es, probablemente, porque de algún modo allí ya han tenido contacto previo con el narcotráfico».
Desde 2014, sólo el cuerpo de la Guardia Civil se ha incautado de 18 aeronaves destinadas al tráfico de drogas por el Estrecho, entre avionetas y helicópteros. Recientemente, gracias a la Operación Limoneros, en la que han caído detenidas 41 personas, entre ellas, los pilotos mexicanos Raúl René Leal Galaviz y Édgar Omar Ramírez, se han intervenido cinco avionetas y dos helicópteros. Dicha investigación se inició en 2019, justo hace dos años, cuando la ruta aérea del hachís volvió a tomar impulso.
LA PISTA CLAVE
6 de septiembre de 2019. Dos meses y 13 días antes del decomiso de 420 kilos de hachís al sinaloense Raúl René Leal. Las autoridades marroquíes trasladan a las españolas que una aeronave que había partido desde Andalucía se ha estrellado en territorio marroquí. La pilotaba Alberto Tavera Martínez, un mexicano de Sinaloa, de 54 años, que resulta ileso del accidente. Ni rastro de droga. Un juez lo condenará después a 19 años de prisión por invadir el espacio aéreo de Marruecos.
«Ahí comenzamos nuestra investigación. Ese siniestro nos señaló que algo estaba pasando a este lado del Estrecho. No era normal que un mexicano se estrellara en Marruecos habiendo partido antes desde la Península», explican fuentes al frente de la investigación.
6 de noviembre de 2019. 13 días antes del decomiso de 420 kilos de hachís en un embalse de Utrera. Agentes de la Guardia Civil detectan un aterrizaje forzoso de una avioneta en una pista forestal de Valdemusa, un pueblo del interior de la provincia de Huelva y a una treintena de kilómetros de Portugal. La aeronave también va vacía de droga. Los agentes que acuden al lugar del aterrizaje se sorprenden cuando miran la documentación del piloto y ven que procede de Sinaloa. Se llama Raúl René Leal.
Como los ocupantes de la avioneta sólo han cometido una infracción de la normativa aérea -ni siquiera comunican el aterrizaje a la torre de control-, se les lleva al cuartel de Valverde del Camino para que expliquen lo sucedido. Pero poco más. Allí, ofrecen una explicación peregrina. Cuentan sin rubor que usan la aeronave para trasladar a un veterinario de una parte a otra de una inmensa finca que tienen en el sur de Extremadura y que han tenido complicaciones durante el vuelo.
En el cuartel se presentan dos agentes de paisano del OCON que se hacen pasar por inspectores de la Agencia Estatal de Seguridad Aérea (AESA). Raúl René Leal, que desconoce que se trata de guardias civiles, les plantea de una forma sibilina dejarse corromper y hacer la vista gorda a cambio de dinero: «Esto en mi país se soluciona de alguna manera con los funcionarios…», les dice.
Aquellos dos agentes se muerden la lengua y, finalmente, dejan marchar a la tripulación de aquella avioneta. Sin embargo, ya no despegarán sus ojos de aquel sinaloense hasta su detención, 13 días más tarde, tras aterrizar con casi media tonelada de hachís traída desde Marruecos en esa misma aeronave. La banda para la que trabajaba pagó por ella 40.000 euros a un vendedor en Portugal.
Aquella investigación policial continuó durante casi dos años más. En sus inicios, la Guardia Civil pensó que el jefe de la organización que estaba trayendo narcopilotos mexicanos a España era Juan Miguel Limones Parrilla, un sevillano de Huévar del Aljarafe que en ese momento tenía pendiente de cumplir una pena de siete años de prisión por traficar con cocaína mediante aeronaves en 2013. El sospechoso, que se movía con documentación falsa, entraba y salía de prisión hasta que, a principios de 2020, le llegó la sentencia firme de la Audiencia Provincial de Sevilla.
Las pesquisas de los investigadores del OCON dieron sus frutos. La Guardia Civil supo que por encima de Limones Parrilla se encontraba un joven onubense. «Es quien pone el dinero pero no se mancha las manos. En el pasado tuvo contacto con el Messi del hachís (Abdellah El Haj Sadek El Menbri, un marroquí prófugo de la justicia española al que se le considera el mayor narcotraficante del Estrecho)».
La banda de estos traficantes frenó su actividad con la llegada de la pandemia. En septiembre de 2020 retomaron sus planes. Trajeron a un piloto, también mexicano, para que hiciera pruebas con una aeronave en un aeródromo de Navalmoral de la Mata (Cáceres). Consistían en ir añadiendo sacos de tierra a la avioneta y ver cómo respondía con los incrementos de peso. A los pocos días sufrió un accidente: la avioneta «pegó un barrigazo» en un aterrizaje y se le partió el tren delantero. «Querían hacer los vuelos a Marruecos de forma inminente», destacan desde el OCON. «Pero de nuevo tienen que interrumpirlos».
EL INSTRUCTOR CANARIO
El clan de estos narcos andaluces se reactivó de nuevo en enero de 2021. En marzo de este año compraron una avioneta por 35.000 euros y un helicóptero por 50.000. «Nos dijimos: ‘Tienen que tener varios pilotos’. Aquello era señal de que tenían dos vías de entrada distintas y mercancía que traer en gran cantidad», apuntan los investigadores.
Este verano llegó a España otro piloto mexicano, Edgar Omar Ramírez Gámez, de Ciudad del Carmen, una ciudad del sureste de México. Se trataba de una persona que en su país tenía una empresa de vuelos turísticos en helicóptero. Los investigadores lo detectaron el pasado 2 de agosto.
Le interceptaron una llamada telefónica con un instructor de vuelo canario propietario de una escuela de pilotaje. Ramírez Gámez le pidió que le enviase a uno de sus monitores a Málaga para dar clases a pilotos que su clan quería formar. Le sugirió que iba a cobrar mucho dinero -en negro- y sin que quedase registro alguno de aquellos cursillos exprés que sólo durarían dos o tres días.
La Guardia Civil ya supo a principios del pasado septiembre que esta banda que traía narcopilotos mexicanos a España tenía una partida de 3.600 kilos de hachís por recoger en Marruecos. Los investigadores, dirigidos por el Juzgado de Instrucción número 4 de Sanlúcar la Mayor, sospechan que entre finales de septiembre y principios de octubre de este año al menos un piloto mexicano -desconocen su ciudad natal- pudo hacer algún vuelo hasta Marruecos en busca de parte de ese cargamento ya que el 4 de octubre, cuando se realiza la explotación del operativo y se desarticula la organización, se incautaron de 120 kilos de hachís escondidos en una finca de Fuentes de Andalucía (Sevilla).
Allí, al igual que en otra finca agrícola de Carmona, a 27 kilómetros de distancia, la organización desarticulada había convertido unos canódromos para carreras de galgos con liebres mecánicas en pistas de aterrizaje clandestinas. «Con entre 600 y 800 metros de tierra firme y despejada tienen suficiente para los despegues y aterrizajes».
El OCON cree que ese piloto mexicano salió de España un día antes del operativo y que ahora está disfrutando en su país del cobro por su trabajo. «Se les paga entre 30 y 50.000 euros. Depende de los vuelos que lleguen a hacer o de quién sea el piloto. Pero de esas cifras no se bajan. Vienen, hacen su trabajo y se marchan».
Fuente: https://www.elmundo.es/cronica/2021/10/16/61698060fdddff92188b45ad.html