Sublime actuación del diestro sevillano, un torero de época y en plenitud que abre en canal la temporada y la feria de San Isidro
RUBÉN AMÓN / EL CONFIDENCIAL
Parecía que Morante iba a inhibirse, cariacontecido, como estaba, apoyado en las tablas. Y se impacientaba el público de Sevilla, como si las precauciones escénicas del maestro fueran el preludio de una «espantá».
Y sucedió lo contrario. Ocurrió que los muletazos de tanteo, concebidos con enjundia, descaro y galanura, predispusieron una faena de locura, hasta el extremo de colocarla entre los hitos de la tauromaquia contemporánea.
Solo puede explicarse el «morantazo» con argumentos hiperbólicos. Acaso la mejor faena de su vida. Y el éxtasis vicario con que se abandonaron los espectadores, de la euforia a la afonía. Y mirándonos con gestos de incredulidad. Tocándonos para verificar una experiencia lisérgica. No eran alucinaciones, sino la dimensión sublime de un torero de época.
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Impresionaba descubrir que la tauromaquia de Morante no hubiera tocado techo ni cielo pese al asombro de la faena que nos han hipnotizado. Ha ido más lejos el maestro de la Puebla. Y ha concebido una faena de indescriptible plasticidad y dominio. Un Morante poderoso y esencial.
Porque no procedían los arabescos ni los manierismos. No los permitía el este sábado de misterio el torazo de Garcigrande. Incierto de salida. Complicado en el capote. Y codicioso en la muleta, como si pretendiera devorar los muslos de Morante.
La bravura y la casta de «Ballestero» no arredraron la gallardía del matador ni le hicieron dudar un solo instante. Morante sometía al toraco, encadenaba los muletazos con tanta plasticidad como armonía. La hondura de los derechazos desquició al graderío, igual que los naturales —interminables, sentidos— precipitaron el acabose. Crepitaba La Maestranza. Y capitulaba la estúpida resistencia antimorantista que tantos aficionados (¿?) habían organizado a las actuaciones anteriores del serial. Se equivocaban.
Morante sometía al toraco, encadenaba los muletazos con tanta plasticidad como armonía
Y no solo por la fabulosa revelación del 7M, sino porque Morante había fertilizado la feria de Sevilla con su gracia, inspiración, torería y clarividencia. Le faltaba un toro de relumbrón, un cómplice exigente. Por eso procede remarcar la fiereza de «Ballestero». Nos acordaremos de él. De su nombre. Hablaremos de la faena a «Ballestero» como se hace en los libros de historia. Y diremos a nuestros nietos que estuvimos allí. Que perdimos la voz y los papeles. Que Morante fue un torero de época. Y que nunca acaso nadie condujo tan lejos la tauromaquia del poder y el desmayo de la estética. Arte y valor. Venus y Marte reunido en las muñecas y en el compás.
Se ha puesto las cosas Morante muy difíciles a sí mismo. Y se ha echado a la espalda la responsabilidad de reanimar los toros. De convertirlos en un acontecimiento. Y de alistar vocaciones allí donde quiera se anuncia.
No cabe mejor argumento de sugestión al eje central de la temporada. Hoy termina la Feria de Sevilla con la encerrona de Escribano y los miuras. Hoy empieza la Feria de San Isidro bajo la influencia de los matadores que han «reventado» La Maestranza. Morante, en primer lugar, pero también Roca Rey, El Juli, Daniel Luque y Tomás Rufo, cuya Puerta del Príncipe justifica toda la expectación que ha suscitado su confirmación de alternativa.
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Ya veremos si Las Ventas confirma o refuta el triunfalismo de Sevilla. Y si los rasgos diferenciales de la isidrada —vuelve Talavante, se anuncian divisas toristas, proliferan los matadores de ultramar— estimulan la dialéctica incendiaria que mantienen a conciencia las plazas de Madrid y Sevilla.
Morante es el mediador idóneo de la batalla. Y la razón por la que ya se han agotado las entradas para la tarde en la que intervienen el diestro sevillano, El Juli y Pablo Aguado (11 de mayo). No es la única ocasión en que se anuncia Morante. Las otras son el 26 de mayo y el primero de junio. Y conviene darse prisa. Porque el estado de gracia de Morante obliga a tomarse muy en serio la oportunidad histórica -histórica en la plenitud- que supone adquirir conciencia de los grandes milagros hedonistas.
Hubo un eclipse en Sevilla. Retumbaron los cimientos de La Maestranza. Y no es cuestión de eludir la estadística (dos orejas), los méritos de El Juli ni la alternativa voluntariosa de Manuel Perera, pero estos detalles prosaicos se desploman cuando Dios se aparece a la orilla del Guadalquivir
Fuente: https://www.elconfidencial.com/cultura/2022-05-08/morante-desquicia-maestranza-faena-locura_3420937/