Cantamos sin miedo, pedimos justicia, gritamos por cada desaparecida, que retumbe fuerte: ¡nos queremos vivas! Que caiga con fuerza, el feminicida.
Por Itandehui Rodríguez
@Itandehui_RoMa
Como cada año, ayer se escuchó en las calles, acompañando a los contigentes de mujeres marchando el 8 de marzo, esta canción. “Cantamos sin miedo, pedimos justicia…”.
Cuándo la escuché por primera vez, se me erizó la piel, lloré… el dolor y el sentimiento que trasmite es enorme.
Cuándo marché por primera vez, se me erizó la piel, lloré… el dolor y el sentimiento que se conjuntan en las marchas hacen que hasta a la más fuerte se le quiebre la voz.
El momento en el que lees pancartas con frases como: “Mamá, si no regreso, búscame en las estrellas”, siempre, siempre te hará llorar.
Puedo apostar que todas las que hemos acudido a una o a varias marchas, tenemos un común denominador, hemos sido violentadas de alguna manera.
Ese, por supuesto que es el primer motivo por el que una mujer se levanta, se une a su manada y marcha.
Y cuándo te encuentras con más mujeres que han vivido lo mismo que tú, que te ven a los ojos y te obsequian con una sonrisa, un abrazo, se convierte en un momento mágico.
Porque te sonríen a pesar de que detrás de ese gesto hay dolor y una cicatriz que punza todos los días.
Cuándo ves esa sonrisa que infunde no solo paz, sino confianza, entonces sabes que el dolor de pies, de garganta y el cansancio, valen la pena. Es ese momento en el que sabes que no estás sola, que no eres la única a la que le ha pasado y que no, definitivamente no eres culpable de lo que sucedió.
Entonces, el corazón se llena de amor, de valentía y renace la esperanza.
La energía que generan miles de mujeres unidas en una manifestación, exigiendo el respeto a sus derechos, a sus cuerpos, el poder decidir sobre ellos, es inmensa.
Si quieres saber cómo se siente caminar por hora y media con la piel erizada, súmate a las marchas feministas. No importa si eres hombre, muchos van, marchan con sus hermanas, amigas o novias. También llevan a sus hijas e hijos y exigen justicia, igual que nosotras.
¿Por qué marchar?
Porque soy Claudia, soy Esther y soy Teresa, soy Ingrid, soy Fabiola y soy Valeria.
Soy la niña que subiste por la fuerza, soy la madre que ahora llora por sus muertas.
También soy Cecilia Monzón, soy Paulina Camargo, soy Liliana Lozada y soy Blanca Esmeralda Gallardo.
Soy Lucrecia, soy Gilder, soy Adriana, soy Cristina, soy Yamilé y soy todas las poblanas y las mexicanas que ya no están.
Soy la niña a la que abusaste, soy la mujer a la que acosaste. Por supuesto que soy la estudiante a la que golpeaste, soy la joven a la que violaste y soy la madre a la que mataste.
Deseo que cada año que pase, las mujeres que marchamos el 8 de marzo seamos menos. Deseo que los contingentes sean más pequeños hasta desaparecer, ¿saben por qué? Porque eso siginificará que ya no hay por qué protestar.
Mientras eso no pase, ¡cantamos sin miedo, pedimos justicia, gritamos por cada desaparecida…!