La escasez de chips que provoca retrasos en la entrega de coches o móviles es sólo un aviso de lo que está por venir. El cadmio, el litio, el cobalto o los elementos de las tierras raras son cruciales para el avance tecnológico y ya escasean. España, ultradependiente, debate la apertura de minas
JORGE BENÍTEZ / JOSETXU PIÑEIRO / Ilustraciones / PAPEL / EL MUNDO
El bombardeo de publicidad que recibimos estos días nos avisa que el chute consumista previsto para el final del año ya está en marcha. Sus pilares son la reactivación económica, el éxito de la vacuna y una tasa de ahorro histórica de los españoles. Primero vendrá el Black Friday y, a continuación, una campaña navideña que intentará hacer olvidar el desastre del año pasado, cuando el virus acorraló las pulsiones compradoras de Papá Noel y los Reyes Magos.
Pero el consumidor, por muy eufórico que se muestre, está abocado a la decepción. Si visita un concesionario para comprar un coche es probable que le adviertan de que le tocará esperar unos meses para conducirlo. Sucederá lo mismo si está tentado por el último modelo de teléfono móvil del mercado. No verá nada más allá de las muestras de exposición. Un poco de paciencia, le pedirán.
Las justificaciones de esta falta de productos son tan variadas como ciertas: la guerra de los microchips, los atascos del comercio marítimo y. en general, una cadena de suministros aún gripada por la pandemia. Afortunadamente, le reconfortará el vendedor, todo volverá a la normalidad en unos meses… ¿O no?
«Estamos ante un problema que parece puntual, pero que en realidad es estructural», alerta Alicia Valero, ingeniera química e investigadora de Circe, instituto tecnológico aragonés dedicado a la investigación del desarrollo sostenible. «La falta de microchips en el mercado sólo es la punta del iceberg de lo que nos espera. Estamos entrando en una era de escasez de materias primas. Nuestros estudios revelan una tendencia de consumo que, como sucedió con los contagios del coronavirus, es exponencial».
El alivio, pues, será temporal. El parón en el suministro de chips es sólo el primer ejemplo de un fenómeno mucho más inquietante y que no resuelve la paciencia: muchas fábricas del mundo se están parando. Y el motivo es que la propia fábrica de la Tierra está bajo mínimos. Devorada por el hambre de consumo de la humanidad, muchos de sus recursos minerales empiezan a no dar más de sí. Y es algo muy serio porque se trata de la sangre que riega industrias cruciales: la tecnológica, la automovilística, la química, la médica.… Hoy están anémicas, pero mañana se producirá un parón tecnológico si no se soluciona el problema de abastecimiento y la idea de construir un planeta más sostenible para combatir el cambio climático se convertirá en una utopía. Tanto que numerosos países, España incluida, se están planteando impulsar su explotación minera.
Para demostrar que esta crisis es previa a la pandemia basta con echar un vistazo a un informe de Circe de 2018, cuando ya se advertía que, dada la falta de algunos elementos claves para la electrificación y el internet de las cosas, el mundo iba a enfrentarse a problemas de abastecimiento. Necesitamos mucho más cadmio, cobalto, cromo, litio, manganeso, plomo, plata, indio, galio, teluro o cinc, entre otros, si queremos mantener el mismo ritmo.
El Banco Mundial estima que el aumento de la demanda de algunos de estos elementos puede ser superior al 1000% de aquí a 2050. No sólo eso, la Unión Europea depende entre un 75% y un 100% de ellos para abordar su transición verde y digital.
Como en la lista de los más buscados del FBI, Europa tiene su lista de los 30 minerales críticos para su economía. Los necesita, pero su suelo apenas los produce. Y la situación se ha agravado desde que la pandemia demostró que uno no puede fiarse de los mercados exteriores para abastecerse en tiempos de crisis.
¿Recuerdan la ley de la jungla que imperó en los primeros meses del Covid en la compra de mascarillas y respiradores? Pues es la misma que ahora sufren -y sufrirán- empresas informáticas, de coches, electrodomésticos o de energías renovables. Y usted será quien lo pague: los precios, inevitablemente, van a subir.
Dentro del apocalipsis mineral que amenaza la revolución tecnológica -el mineraggedon– cobra especial importancia un término confuso que hoy ocupa titulares de la prensa económica y es perseguido como un maná por los inversores: las tierras raras. Es confuso porque en el mundo de la geología resulta ser algo así como Puertollano, que no es puerto ni es llano: es decir que las tierras raras tampoco son tierras ni son raras. En realidad definen a aquellos elementos que forman multitud de minerales (hasta 180) y compuestos, fundamentalmente óxidos, que resultan vitales para nuestro futuro.
Las tierras raras son 17 elementos químicos (escandio, itrio y los 15 elementos del grupo de los lantánidos) que resultan difíciles de extraer y son muy útiles para la producción de catalizadores, la electrónica, óptica, cerámica y metalurgia. Basta poner unos ejemplos para que se entienda su extraordinario valor: el samario se utiliza en potentes imanes permanentes que permiten el desarrollo de motores eléctricos; el iterbio y el terbio son claves en el almacenamiento de datos informáticos en formatos cada vez más pequeños, mientras que el neodimio y el holmio están detrás de los últimos avances en cristales láser.
El problema es que sólo se producen 160.000 toneladas de estos óxidos al año, de las que el 90% son controladas por China. Un país que además, como recoge un informe reciente del Instituto Español de Estudios Estratégicos, ha volcado su estrategia comercial en la explotación de recursos mineros de Latinoamérica, Australia, África y Groenlandia.
Una dependencia tan grande de China genera una preocupación similar en Europa a cuando Rusia amenaza en invierno con cortar el grifo del gas. Las entrañas de la tierra son ya un arma estratégica de primer orden, cuya falta de suministro destruye puestos de trabajo y ralentiza el progreso de un país. Aunque no mate, asusta más su falta de suministro en muchos gobiernos que el misil hipersónico que probó Pekín el pasado mes de agosto.
«No olvidemos que hay países que acumulan reservas de estos minerales y ponen limitaciones a su exportación», advierte Susana Timón Sánchez, investigadora de recursos minerales del Instituto Geológico y Minero de España-CSIC. «No nos podemos quedar atrás en esta carrera».
El problema es que no hay una solución a corto plazo. Ni siquiera nos salva formar parte del grupo de los países ricos. La billetera no es suficiente, como ha quedado demostrado estos días con corporaciones potentísimas como Apple, Renault o General Motors: que por muchos recursos de los que dispongan se han visto incapaces de cumplir sus planes de producción. ¿Y a largo plazo? Sólo se vislumbran dos caminos, ambos muy complejos: el reciclaje y la minería.
Para Alicia Valero, esta escasez va a obligar a eliminar de nuestro vocabulario el concepto de usar y tirar. «Tenemos que implantar seriamente la economía circular y en eso estamos muy retrasados», afirma. «Exportamos nuestra basura tecnológica y encima no la sabemos reciclar porque en Europa hay pocas plantas que traten materiales críticos».
La principal dificultad de la reutilización de algunos de estos elementos es que resulta muy costosa y compleja dadas las cantidades tan pequeñas de estos elementos que se utilizan en cada dispositivo. Ya hay expertos que auguran que recuperaremos la cultura de nuestros abuelos de reparar las cosas cuando se estropean. Es decir, la muerte del modelo Ikea. Un cambio en el modelo de consumo que obligará también a muchas empresas a poner fin a la obsolescencia programada de sus productos tecnológicos. Las cosas tendrán que durar más para satisfacer la demanda planetaria.
Para Manuel Regueiro, presidente del Colegio de Geólogos de España, ya vamos tarde: «Lo que estamos viviendo es resultado de un consumo desatado y estúpido. Nuestro sistema económico se basa en gastar y consumir constantemente y para que funcione necesitamos de grandes cantidades de energía y de materias primas».
Por ello relaciona los problemas de abastecimiento de minerales con el precio disparatado de la factura de la luz: «No se puede basar una política sólo en la importación como tampoco energéticamente puedes depender exclusivamente de un tipo de energía si esta no cubre tus necesidades porque, como vemos, luego terminas pagándolo».
Europa vuelve a mirar a su suelo y se lanza preguntas que hoy parecen contradictorias. Especialmente tras haber acometido hace pocas décadas una severa reconversión industrial que cerró la mayoría de sus minas. La minería es aún una industria polémica, con defensores y retractores viscerales. Unos la ven como generadora de riqueza y de independencia estratégica, mientras que otros consideran que todavía no compensa por los daños medioambientales que provoca.
Un ejemplo de este conflicto está en Cáceres, donde hay dos yacimientos de litio listos para su explotación y un proyecto para instalar una planta de baterías, además del intento de la Junta de Extremadura en atraer a alguna firma automovilística a la comunidad autónoma. Se ha desatado una gran controversia política y social sobre la explotación de estos terrenos, considerados la segunda reserva más importante de Europa de este metal alcalino de color blanco plateado imprescindible para el despegue definitivo del coche eléctrico. Tanta que ya se habla de la guerra del litio.
El último capítulo de esta guerra se produjo hace una semana. Ante la contestación social, la promotora de la mina a cielo abierto localizada en el paraje Valdeflores, la australiana Infinity Lithium, presentó un nuevo proyecto en el que se comprometía a soterrar el proceso de extracción para rebajar el impacto ambiental, además de prometer más empleos que en su oferta inicial.
«Las minas siempre generan controversia e incomodan a los políticos, que no se plantean si son buenas para un país, sino cuál es su coste electoral», apunta Regueiro. Pone un ejemplo de la «mala prensa» del sector: la minería ha dependido siempre del Ministerio de Industria, mientras que ahora está incluida en el Ministerio de Transición Ecológica, lo que ve como un «sinsentido».
En cuanto a las tierras raras españolas, su mapa tiene algunas certezas y muchos interrogantes. Desde el Colegio de Geólogos se denuncia que no se ponen medios suficientes para investigar nuestras tierras raras.
El enclave que tiene más potencial del que se tiene constancia está en Matamulas (Ciudad Real) y está formado en gravas con maracita que podría contener una notable cantidad de europio, un componente indispensable de las pantallas de móviles, monitores y televisiones. Su proyecto de explotación no ha sido autorizado por «alegaciones ambientales» como el consumo de agua y el daño a la fauna y la flora. En Galicia también se han estudiado varios terrenos, como el del monte Galiñeiro de Pontevedra. Allí, según los expertos, podría llegar a producirse hasta 2.856 toneladas anuales de tierras raras».
Para la investigadora Susana Timón la explotación minera debe tenerse mucho más en cuenta para resolver la carestía mineral española: «Si no apostamos por esta industria como hacen otros países, que están abriendo minas, jugamos con desventaja», afirma.
Sin embargo, la ingeniera y profesora de la Universidad de Zaragoza Alicia Valero muestra recelos sobre las bondades de esta apuesta: «Corremos el riesgo de pasar de una dependencia del petróleo a una multidependencia de materiales que son escasos en la Naturaleza». Y añade: «Un aumento de esta demanda también provocará un aumento de las emisiones asociadas a la minería, que en muchos casos requiere de combustibles fósiles».
Sea cuál sea la estrategia que decidan las autoridades, parece claro que si no se encuentran soluciones el chute tecnológico-capitalista de la Cuarta Revolución Industrial va a ser, como mínimo, intermitente. Eso sí, lo que nadie imaginaba es que encima iba a estar dirigido por un partido comunista con sede en China.
Fuente: https://www.elmundo.es/papel/futuro/2021/10/24/6172e7eafdddffec198b4570.html