SEPGRA
Empecemos por el final: México está en un proceso de destrucción de instituciones para asegurar que los que están en el poder se queden para siempre; no se trata, como pretenden, del comienzo de una nueva era sino del fin de un sistema político que permitió al país vivir con relativa calma pero desigual prosperidad durante un siglo. Sin embargo, el sistema ya no era funcional. Pasó de una clase dominante egoísta a una tecnocracia corrupta, a una cleptocracia mediocre (un gobierno cuyos líderes corruptos usan el poder político para crear y expandir sus fortunas), a una kakistocracia deshonesta (un sistema de gobierno dirigido por los peores , ciudadanos menos calificados o más inescrupulosos) encabezados por un líder fanático e ignorante intelectualmente discapacitado.
Lejos de la oscura y pomposa denominación que pretende marcar el inicio de una nueva era en la historia, la llamada “Cuarta Transformación” (4T) no es más que la destrucción sistemática y rabiosa de instituciones sin ningún plan ni modelo, ni siquiera una idea aproximada de qué hacer para alcanzar los nebulosos objetivos derivados de los eslóganes de campaña, barnizados con fijaciones ideológicas propias de la adolescencia.
Los partidos políticos se convirtieron en franquicias controladas por bandas que se repartían el botín de los cargos públicos para su beneficio a través de contratos, concesiones, licencias, exenciones, renuncias, condonaciones, nombramientos en puestos clave, postulaciones a cargos legislativos, reformas a leyes y reglamentos, destituciones de investigaciones criminales y muchos otros beneficios indebidos e ilegales como el otorgamiento de honores inmerecidos que los favorecieron a ellos oa sus allegados. Esto fue cada vez más público y notorio, degradando la imagen de los funcionarios públicos, los políticos y sus partidos ante los ojos del electorado. Según Transparencia Internacional, el 91% de los mexicanos percibe que los partidos políticos son instituciones corruptas.
A raíz de ello, y ante el creciente descontento por la precaria situación económica y la inseguridad en que vive la mayoría de la población, la ciudadanía los rechazó en las urnas, eligiendo a Andrés Manuel López Obrador (AMLO), quien, aparentemente, representaba todo lo contrario: un hombre astuto que supo hacer creer a la gente que era un demócrata honesto, sin ataduras a quienes controlaban el enorme aparato de corrupción, a quienes denunció y atacó en cada discurso, prometiendo acabar con ellos. y con la corrupción, a la que culpó de la pobreza generalizada en todo el país.
El resultado del experimento es bastante caro. Una vez en el poder, surgió un caudillo megalómano, resentido, ignorante, faccioso e intelectualmente desafiado, incapaz de discernir nada que no fuera parte de su evangelio, que barrió a los profesionales del servicio público y expertos en sus campos, y los reemplazó con fieles de su tribu en puestos para los que no están calificados, excepto por su lealtad al líder de la pandilla. Así, después de más de tres años, la pobreza y la pobreza extrema se han expandido, la inseguridad es más violenta y se extiende geográficamente por todo el territorio nacional, y el crimen organizado es tolerado y ahora gobierna partes del país. Los que antes habían sido acusados de corrupción ahora son sus aliados y beneficiarios de sus favores, protección y encubrimiento, y la corrupción desenfrenada es peor que nunca.
La estrategia política de la 4T es inteligente y clara: polarización basada en silogismos y falacias. He aquí un ejemplo: si tú eres pobre, es porque éste es rico; Si es rico, es porque es corrupto y se asoció con gobernantes anteriores para robarle a la nación, y por eso ustedes son pobres; Si estudió y obtuvo un posgrado, es un tecnócrata que no te entiende ni te importa y solo busca beneficiarse a sí mismo ya sus patrones extranjeros que siempre nos han explotado; Si vives en una zona acomodada y tienes una buena casa es porque eres corrupto, y por eso los demás son pobres. Ergo: Si no eres pobre, eres mafioso del poder, conservador neoliberal, adversario de los pobres y de la 4T. Ergo: si quieres dejar de ser pobre, viaja en el tiempo al pasado porque la corrupción se acabó.
Hasta el momento, AMLO ha podido evadir la realidad de las promesas incumplidas. Su discurso tiene éxito porque les toca la fibra sensible, haciéndoles ver que los ricos y los políticos que eran sus socios los pisoteaban y los ignoraban desde hacía muchos años. Lo dice en su lenguaje hablador, despacio y con un tono de ira dramática. Su público objetivo son los miembros de la sociedad de bajos ingresos, menos educados, campesinos, trabajadores, población urbana y suburbana humillada, resentida por el despilfarro de los políticos y sus asociados, es decir, los ricos ( fifís) según su retórica. Les hace sentir que es uno de ellos, uno de los desposeídos, que la elección de 2006 le fue robada por los mismos que se enriquecieron a costa de ellos, los saqueadores, esos personajes abusivos ligados al poder. Y por eso hace alarde de su austeridad y se jacta de su pobreza.
Continúa el embate contra los gobiernos anteriores responsabilizándolos por la falta de atención a los enfermos, por la falta de medicamentos, por el desempleo; manipula para despertar sentimientos de ira, resentimiento, odio, violencia, inseguridad, desesperanza, amargura y furia, y con ello justifica e incita a la anarquía, la toma de peajes, el robo de combustible, el bloqueo de vías férreas, el ataque los militares que tienen órdenes de no defenderse, de dejarse humillar. Los populistas autoritarios se dividen. Esa es su herramienta para justificar su permanencia en el poder.
Crece una polarización que puede tornarse violenta no solo en el discurso sino también en múltiples frentes: narcos contra narcos, morenistas contra opositores, proletarios contra clase media “aspiracional”, anarquistas contra defensores de las instituciones. Una lucha fratricida que conduce irremediablemente a un mayor empobrecimiento y atraso, mientras otros países que conviven en armonía interna y entre sí avanzan para lograr el verdadero bienestar de sus ciudadanos. El país ha estado allí antes y perdió la mitad de su territorio.
La destrucción institucional avanza a pesar de la precaria defensa de los opositores, quienes señalan que existe una gran diferencia entre modernizar instituciones que necesitan una actualización y destruirlas. La obstinación en derrochar recursos en proyectos innecesarios y costosos tiene el efecto de debilitar instituciones y programas tan esenciales como sensibles a los menos privilegiados.
Además, hay una total falta de respeto por el estado de derecho. AMLO afirma con frecuencia que si debe decidir entre la justicia y la ley, la justicia debe prevalecer. Excepto que él determina lo que es justo. La ley sólo se aplica cuando él así lo decide. Recientemente, cuando se debatía en el Congreso la Reforma Energética presentada por su gobierno, dijo: “No me vengan a decir que la ley es la ley”. Considera que está por encima de ella. Suena como la definición de tiranía.
En este sentido, existe un severo hándicap cultural heredado del sistema que agoniza: mientras que la Constitución estadounidense tiene solo siete artículos, y en sus 234 años de existencia, ha tenido solo 27 enmiendas -las primeras diez conocidas como la Declaración de Derechos -, La Constitución de México data de 1917, tiene más de 136 artículos y durante su centenaria existencia ha sufrido 762 reformas*. Pareciera que toda administración toma como insignia de honor reformar la Ley Suprema ya sea agregando su causa predilecta como artículo para otorgarle “rango constitucional”, o bien enmendar algún artículo para adecuarlo a un determinado propósito de tendencia.
Evidentemente, AMLO y sus lugartenientes ignoran ciertos conceptos básicos de la ciencia política, como la idea de que en un estado constitucional, las decisiones políticas fundamentales deben ser tomadas por un gobierno responsable y controlable, no por un solo individuo y su personal. Esto no sólo es ajeno a la ideología de la 4T sino todo lo contrario. Asimismo, que las Instituciones surgen como respuesta a demandas sociales y son producto de convenios colectivos de los ciudadanos de una Nación, que establecen la responsabilidad del Estado de cumplir una serie de obligaciones a través de instituciones específicas que garanticen su cumplimiento, ejerciendo funciones claramente definidas.
Es de conocimiento común que la construcción institucional es parte de un proceso civilizatorio que, a medida que avanza, dinamiza y fortalece el progreso de la sociedad. Ese es el sentido que les da una razón de existir. Sin embargo, no podemos sorprendernos. Desde julio de 2006 escuchamos: “Al diablo con las instituciones”. Era el graznido del ganso ahora transformado en caudillo.
En cualquier país civilizado, las consignas de campaña se traducen en políticas públicas y programas de gobierno compuestos por proyectos específicos, debidamente presupuestados y programados con objetivos claramente definidos. Sus resultados son medibles para ser evaluados. El Estado debe crear las condiciones necesarias para atraer inversiones productivas. Nada de esto ocurre en la 4T.
AMLO ni siquiera entiende que no todo gasto público es una inversión. La sutil diferencia de que la inversión pública tiene un efecto multiplicador constante sobre la actividad económica mientras que el gasto solo tiene un impacto limitado e inmediato. Una vez que se lleva a cabo, su efecto termina. Este es el drama del gasto masivo en programas sociales: genera una actividad económica de impacto y duración limitada, y lejos de sacar a alguien de la pobreza, solo la prolonga indefinidamente hasta que, por falta de inversión, la economía se agota. , y la recaudación de impuestos ya no alcanza para cubrir los programas sociales. Pero, sí, son muy efectivos para comprar votos.
Pregona su vocación republicana sin saber lo que es. Los principios republicanos que ignora y obviamente no respeta son la libertad, las virtudes cívicas y el estado de derecho. El rayo de esperanza se convirtió en tirano; esa es la transformación que vive México.
Cuenta la leyenda que cuando el presidente Adolfo Ruiz Cortines le informó a Adolfo López Mateos que él era su sucesor, le entregó un mapa de México y le preguntó si sabía de qué se trataba, a lo que respondió sí señor, es el mapa de nuestro país. Ruiz Cortines asintió y dijo: cuídelo bien y, si es posible, hágalo mejor. AMLO dejará el país mucho peor de lo que lo encontró.
Sí, México necesita urgentemente un nuevo sistema.
Defender los derechos de los ciudadanos a ser gobernados por los mejores y más capacitados para ello.
Salvar al país del atraso y de la inminente bancarrota económica.
Tener un congreso que se respete como lo que debe ser: otro poder del gremio.
Evitar cambios a la constitución destinados a mantener indefinidamente en el poder a un grupo de incapaces, rapaces, que se sienten ilustrados y por encima de la ley y las instituciones.
Para evitar que el crimen organizado, tanto de cuello blanco como de ametralladora, siga gobernando a quienes deben combatirlo.
Para evitar que, por la torpeza en la gestión del gobierno y la tibieza en el uso de la fuerza pública para imponer el orden y hacer respetar la ley, nuestro prójimo se vea obligado a intervenir para hacer lo que el nuestro no quiso o no pudo hacer , poniendo en riesgo y causando daños en su territorio, con el argumento éticamente válido de salvaguardar la vida y los bienes de sus ciudadanos.
No permitir que nuestra incipiente democracia se transforme en una tiranía encabezada por un hombre con discapacidad intelectual.
Evitar que la mayoría se oculte de la realidad con una narrativa triunfalista, convirtiéndose eventualmente en una tragedia.
* https://www.diputados.gob.mx/LeyesBiblio/ref/cpeum_crono.html
Grupo de Análisis Político SEPGRA.
Fuente: https://sepgra.com/mexico-does-not-need-a-new-leader-it-needs-a-new-system/