Excesiva, errática, inclasificable… la película de Francis Ford Coppola es un despropósito de proporciones épicas. Una película que ha costado más de 120 millones de dólares.
SERGIO PÉREZ / Libertad Digital
Francis Ford Coppola es historia viva del cine pese a que haya tenido una trayectoria un tanto discontinua. Eso no impedirá que entre en la historia del séptimo arte, es lo que tiene haber filmado obras maestras como El Padrino I y El Padrino II. En los años 80 empezó a escribir un guion que no terminaba por poder llevar a cabo, ningún estudio de Hollywood apostaba por el proyecto.
Más de 40 años después, con 85 primaveras y tras haber vendido parte de su patrimonio, Coppola ha cumplido su sueño de rodar Megalópolis, la que será a priori su última película. Lo ha hecho sin ningún gran estudio detrás, solo, poniendo de su bolsillo los más de 120 millones de dólares. Si a Coppola le costó poner en pie la película, el rodaje no ha estado exento de polémicas.
El veterano director ha sido acusado de «conductas inapropiadas» en el set de rodaje y terminó despidiendo al departamento de efectos especiales por desavenencias creativas. Durante la promoción de la película su distribuidora ha tenido que retirar un trailer porque los fragmentos de críticas que figuraban en el mismo eran inventadas.
Megalópolis es una fábula sobre la caída de los imperios. Un arquitecto (Adam Driver) pretende hacer sobre las ruinas de Nueva York, que en la película se llama Nueva Roma, una ciudad utópica. Su enemigo es el alcalde, cuya hija se acerca al arquitecto para destruirlo. Sin embargo, termina teniendo un hijo con él. ¿Entienden algo? Pues nosotros tampoco.
La presentación de los personajes es confusa, aún más las relaciones entre los mismos. La película es errática en la que mezcla desde el péplum al drama pasando por el melodrama y la intriga política.
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La película ha sido presentada en el Festival de San Sebastián en una proyección en la que no cabía un alfiler, al menos al principio, porque conforme iba avanzando el metraje, casi tres horas, el público y la crítica iban abandonando poco a poco la sala. De ropa del siglo XXI a ropa de la antigua Roma, del circo romano a las discotecas de moda. En Megalópolis todo es excesivo.
Mención aparte merece la performance que se vivió en el Festival de San Sebastián. En un momento dado de la película, un actor de carne y hueso interactúa desde la sala del cine con la pantalla, momento que fue recibido entre carcajadas, aplausos, risas… El circo romano se había extendido al patio de butacas. Llegados a este punto, el público ya no se estaba tomando en serio Megalópolis. ¿Y esta performance se hará en todos los cines?
Triste despedida de un director que nos ha regalado grandes películas. Y más triste cuando vemos que se la dedica a su mujer, fallecida este año. Cuando terminó hubo algunos aplausos (para gustos, los colores). Incluso hubo un solitario «bravo», que seguramente iba más dirigido a reconocer la trayectoria de Francis Ford Coppola que a la película en sí.