Los Periodistas

«Me muero de hambre» | La Vanguardia

La  falta de alimentos mata cada día a 24.000 personas

Detalle de ‘Banquete’, de Von Werner (1843-1951) 
 DP

DOMINGO MARCHENA / Barcelona / LA VANGUARDIA

No tengo la suerte de conocer personalmente a Soledad Gomis Bofill ni a sus hermanas, pero sí conocí, quise y admiré mucho a sus padres, que me abrieron las puertas del oficio y de la revista El Ciervo. Los añorados Llorenç Gomis y Roser Bofill convirtieron esta publicación cultural en un baluarte de la iglesia de los pobres, contraria a la del nacionalcatolicismo que glorificó al dictador Francisco Franco y lo paseó bajo palio.

Más adelante coincidí con Llorenç Gomis en La Vanguardia. Él como estrella, yo como becario. Poeta con aspecto de viejo lobo de mar, era incapaz de hacer daño a una mosca, como Roser. Y, también como ella, era valiente. Dirigía El Correo Catalán en 1981 y la jornada del 23F envió a la imprenta un duro editorial contra los golpistas cuando aún no se sabía qué iba a pasar. Le hubiera costado muy caro si la intentona llega a triunfar.

Roser Bofill y Llorenç Gomis
Roser Bofill y Llorenç Gomis  Roser Vilallonga

Recuerdo a Llorenç en su despacho, rodeado de libros y con pintadas que nunca borró. Los Guerrilleros de Cristo Rey y otros ultramontanos forzaron varias madrugadas la puerta de la redacción de El Ciervo, cuando ya no quedaba nadie. Rompían lo que podían, hacían amenazas con pintura roja, pintaban dianas e insultos. “¿De qué sirve una Iglesia lejos de  los pobres, de los que sufren, de los que pasan hambre?”, respondía él.

He recordado aquella pregunta, aquella posición inflexible a favor siempre de los más vulnerables, al tropezar casualmente con una reflexión de Sole Gomis, a quien sigo en Twitter. Sole criticaba la frivolidad con la que muchos de nosotros empleamos expresiones como “Me muero de hambre”. Para gran parte de la humanidad, decía ella, digna hija de sus padres, no es una expresión figurada, sino una lacerante y literal realidad.

Según Acnur, la agencia para los refugiados de las Naciones Unidas, 43 millones de personas pasan hambre en América latina y el Caribe, 256 millones en África y 514 millones en Asia. La ONU asegura que las hambrunas y la subalimentación matan al 16% de las 150.000 que fallecen diariamente en el planeta. Cada día 24.000 personas mueren en el mundo por el hambre o causas relacionadas. Repitámoslo: 24.000 almas cada día.

“Los pobres, los que sufren, los que pasan hambre”. ¿Pero sabemos, nosotros los que decimos sin pensar “me muero de hambre”, qué es realmente morirse de hambre? Es un fin atroz. El hambre extrema significa la desaparición de los depósitos de grasa presentes en nuestro cuerpo, lo que provoca que los músculos se consuman y dejen de funcionar, incluido el corazón. Es lo que se conoce como la otra regla de tres.

La marcha de Gomis, vista por su dibujante de cabecera y gran amigo, Krahn
La marcha de Gomis, por su dibujante de cabecera y gran amigo, Krahn  MK

Algunos adultos pueden estar tres minutos sin oxígeno, tres días sin agua y tres semanas sin alimentos. Pasado ese tiempo… Cuando una persona deja de comer la grasa acumulada en su organismo se transforma en su fuente primaria de energía. Es un insólito canibalismo: si dejamos de comer, nos comemos a nosotros mismos. En cuanto se terminan los depósitos de grasa, el cuerpo inicia una desesperada búsqueda de proteínas.

¿Dónde? Básicamente extraemos proteínas de los músculos y otros tejidos. El cuerpo está en guerra y hace lo imposible para mantenerse en pie. Las funciones prescindibles dejan de estar presentes. Las mujeres en edad fértil, por ejemplo, dejan de menstruar. El cerebro devora su propio cuerpo y se lleva trocitos a fin de conseguir la glucosa imprescindible que necesita para sobrevivir. Si tuviéramos luces rojas, todas se encenderían.

Con hambre, hasta pensar es doloroso
Con hambre, hasta pensar es doloroso  Xavier Cervera

La presión sanguínea baja. El corazón se debilita. El pensamiento se nubla. La visión se oscurece. El más mínimo esfuerzo resulta titánico. Los fluidos comienzan a escapar de los vasos sanguíneos y se acumulan bajo la piel. Son los edemas que provocan posiblemente la imagen más contradictoria que se pueda concebir: niños delgadísimos, con bracitos y piernas como alambres, pero con barrigones como pelotas de playa.

Caminar es doloroso. Concentrarse es imposible. Hasta apartarse las moscas que se acumulan en los ojos o en las comisuras de los labios resulta una misión imposible. No todas las personas que se están muriendo de hambre padecen edemas. Hay quienes se deshidratan “y la piel les queda como pergamino, arrugada y escamosa, a veces cubierta de manchas de color marrón”, como explica Frank Dikötter.Lee también

Frank Dikötter, el biógrafo de la hambruna en la China de Mao

DOMINGO MARCHENA

Historiador, autor de La gran hambruna en la China de Mao

Frank Dikötter es un historiador y sinólogo neerlandés, considerado uno de los mayores expertos occidentales en la China contemporánea. Una de sus obras más importantes, publicada en castellano por la editorial Acantilado, es La gran hambruna en la China de Mao. Se trata de un libro monumental y necesario, con un subtítulo muy explícito: Historia de la catástrofe más devastadora de China (1958-1962).

Pocos historiadores han explicado con mayor crudeza y sensibilidad a la vez cómo se muere por inanición. Hay párrafos que recuerdan a la Loung Ung de Se lo llevaron (Maeva), la autobiografía de una niña que nació en 1970, durante la guerra civil de Camboya, y que vio cómo los jemeres rojos se llevaron a su padre, al que nunca más volvió a ver. Camboya, un país con inmensos arrozales y donde el hambre segó miles de vidas.

Dos libros muy recomendables
Dos libros muy recomendables  HyT

Dice Frank Dikötter: “Cuando los músculos se debilitan y la laringe se seca, la voz se vuelve ronca y se termina por enmudecer. Los hambrientos tienden a hacerse un ovillo para ahorrar energía. Los pulmones pierden fuelle. El rostro se hunde, los pómulos sobresalen y los globos oculares, ahora prominentes, se vuelven de un espantoso color blanco. Miran al vacío y parecen desprovistos de toda emoción”.

¿Os acordáis de las luces rojas? ¿Esas que no tenemos, pero que si tuviéramos se habrían encendido hace tiempo? Ahora comenzarían a titilar, a fundirse lentamente en negro. La oscuridad se acerca. Las costillas se marcan en la piel, el cabello pierde color y se cae. El corazón se acelera porque el volumen de sangre crece en relación con un cuerpo que cada vez pesa menos. Uno a uno, todos los órganos se van apagando. Fin.

Llorenç Gomis
Llorenç Gomis, en ‘La Vanguardia’  Xavier Gòmez

Esta es la realidad de 24.000 personas al día (de ellas, 18.000 niñas y niños de menos de cuatro años). Martín Caparrós explica en un libro que duele como un puñetazo en el estómago, El Hambre (Anagrama), que este problema tiene fácil solución. “La Tierra produce alimentos más que suficientes para todos sus habitantes y para 4.000 o 5.000 millones más”. Eso es lo peor de todo. No falta comida. Falta voluntad política y justicia.

Me gustaría retroceder océanos de tiempo y regresar a aquel despachito de un piso de la calle Calvet, junto a un Llorenç Gomis que me enseña las pintadas amenazantes que decoran las paredes. Si el milagro se produjera, le diría: “Tú y tu mujer podéis estar orgullosos: habéis hecho muy buen trabajo con vuestras hijas”. Le diría eso y también que yo, como Sole, nunca más volveré a decir a la ligera: “Me muero de hambre”.

Fuente: https://www.lavanguardia.com/comer/20220218/8042626/me-muero-hambre.html

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