El vicegobernador de la región de Kermán ha confirmado la naturaleza «terrorista» de los hechos, provocados por dos mochilas cargadas de explosivos
El militar al que los civiles rendían homenaje fue abatido en enero de 2020 durante un ataque con drones ordenado por la Administración Trump
SILVIA NIETO / ABC
Más de 100 personas murieron este martes y alrededor de 140 resultaron heridas tras dos explosiones en una procesión en la ciudad de Kermán (Irán) en la que se conmemoraba el cuarto aniversario de la muerte del general Qasem Soleimani, hombre fuerte del régimen de los Ayatolás -considerado su ‘número dos’ tras el líder supremo, Ali Jamenei- que fue abatido por drones estadounidenses el 3 de enero de 2020. La matanza de civiles -que no tardó en ser calificada de «atentado terrorista» por Rahman Jalali, el vicegobernador de la región de Kermán- empujó a Oriente Próximo a un escenario sombrío, pues se produjo solo un día después de que Israel abatiera a uno de los hombres fuertes de Hamás en Daniyeh, un barrio de Beirut, desoyendo las advertencias del grupo terrorista Hizbolá de que no se lanzara ningún ataque contra esa zona.
La procesión de dolientes en la que se produjo el atentado estaba compuesta por centenares de personas que se dirigían a la mezquita de Saheb al-Zaman de Kermán, una localidad situada en el centro de Irán en la que nació Soleimani y donde actualmente descansan sus restos mortales. La primera explosión mató e hirió a los ciudadanos congregados, y la segunda, que se produjo unos diez minutos después, afectó a los que todavía no se habían marchado y a los que intentaban salvar vidas. Como recordaba el martes ‘The Times of Israel’, estas segundas explosiones suelen estar destinadas a golpear a los servicios de emergencia que acuden en ayuda de las víctimas.
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Por control remoto
Por su parte, la agencia de noticias Tasnim, que se considera próxima a la Guardia Revolucionaria de Irán, informó de que la tragedia fue provocada por dos mochilas con explosivos que fueron activadas por control remoto.
Después de los hechos, las agencias de prensa comenzaron a publicar fotografías donde se veía a los afectados recibiendo la atención de los servicios de emergencia, además del trasiego de las ambulancias que iban y venían para trasladar a muertos y heridos.
El general Soleimani era el jefe de la Fuerza Quds, una división de la Guardia Revolucionaria de Irán que se encarga de llevar a cabo operaciones en el extranjero. En ese sentido, su misión principal es defender los intereses de Irán en terceros países, apoyando a las fuerzas que resultan convenientes para la tierra de los Ayatolás.
Por ejemplo, la Fuerza Quds intervino durante los años 80 en la guerra civil del Líbano -en el verano de 1982, el Ejército israelí invadió el país vecino y llegó a cercar Beirut, en el marco de la operación ‘Paz para Galilea’- y apoyó el nacimiento de Hizbolá, una organización chií calificada de grupo terrorista por Estados Unidos, entre otros países, y que actúa como fuerza de choque contra Israel en su frontera norte. Además, la Fuerza Quds también respaldó al presidente Siria, Bashar al Assad, después de que la Primavera Árabe atomizara su país y estuviera a punto de acabar con su régimen, y a las milicias hutíes que asaltan y hostigan a las embarcaciones que atraviesan el estrecho de Mandeb, por donde se accede al mar Rojo y, a la postre, al canal de Suez. Los hutíes, milicias chiíes, se organizaron en los años 90 para combatir al por entonces presidente de Yemen, Alí Abdalá Salé.
Así las cosas, Soleimani era una pieza clave en las telas de araña que el régimen iraní tiende por el mundo, y, por lo tanto, se convirtió en un personaje indeseable para la Administración del expresidente de Estados Unidos Donald Trump. Durante su Presidencia, Trump endureció fuertemente el tono contra el régimen iraní –retiró a Washington en mayo de 2018 del Acuerdo Nuclear firmado con Teherán, por ejemplo-, y, en un discurso pronunciado diez días después de que Soleimani fuera abatido por drones estadounidenses en el aeropuerto de Bagdad, lanzó acusaciones tan graves como las siguientes, en las que sustentó la decisión de acabar con su vida: «Bajo mi dirección, el Ejército de Estados Unidos eliminó al principal terrorista del mundo, Qasem Soleimani. Como jefe de la Fuerza Quds, Soleimani fue personalmente responsable de algunas de las peores atrocidades. Entrenó a ejércitos terroristas, incluyendo a Hizbolá, lanzando ataques terroristas contra objetivos civiles. Incentivó sangrientas guerras civiles en toda la región. Hirió y asesinó cruelmente a miles de tropas estadounidenses».
Un contexto peligroso
Si la muerte de Soleimani ya amenazó entonces con escalar la tensión en Oriente Próximo, el atentado que ha tenido lugar cuatro años después en la conmemoración del aniversario se produce en un escenario internacional mucho más peligroso. Desde el pasado 7 de octubre, la guerra entre Israel y Hamás ha desencadenado una incursión terrestre y una campaña de bombardeos contra Gaza que ha terminado con la vida de más de 20.000 palestinos. Cerca de un centenar de israelíes todavía permanece secuestrado en la Franja y los supervivientes de los atentados islamistas que dejaron 1.200 muertos luchan por recuperarse física y psicológicamente. En ese contexto, la muerte del ‘número 2’ de Hamás -presuntamente, abatido por fuerzas israelíes- ha elevado el conflicto a un nivel más arriesgado.
Desde el comienzo del conflicto, Irán se ha posicionado al frente de un bando anti-Israel, sin condenar los atentados cometidos por Hamás -que fueron, de hecho, festejados por grupos de radicales en las calles de Teherán– y criticando duramente las acciones que el Ejército israelí lleva a cabo en Gaza para desmantelar Hamás. El riesgo de que el conflicto se contagie a la región y la empuje a una conflagración a gran escala ha sido el principal temor desde el inicio de las hostilidades, lo que ha hecho que el secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, lleve a cabo una incesante actividad diplomática destinada a evitar esa posibilidad.