Los Periodistas

Manoletinas blancas, y alguna negra, a los 75 años de la muerte del «monstruo» | LD

No puede ser el objetivo de tres folios más que aliviar la atención con unas manoletinas a medio camino entre la literatura y la interrogación

Manolete | Cordon Press

PEDRO DE TENA / LIBERTAD DIGITAL

Para haber tenido algo de experiencia directa, si bien corta, de lo que fue «Manolete» habría que tener 85 años o más. Islero lo mató en Linares un 28 de agosto de 1947, hace 75 años, cuando acababa de cumplir los 30. Si se quiere sentir y saber algo de su historia y su figura es recomendable empezar por el histórico reportaje que Fernando Fernández Román dirigió para Televisión Española de 1997, en el 50 aniversario de su muerte. No se dice todo, pero es una frondosa introducción a la personalidad de un grande excepcional de España, los toros y de su público que exige escribir con tinta bendita, como ya se dijo.

No puede ser el objetivo de tres folios más que aliviar la tensión del respetable con unas manoletinas a medio camino entre la literatura y la interrogación sobre la verdad de un hombre. La manoletina es un pase de muleta ayudado de las dos manos que levantan por detrás de la espalda el trapo de frente al toro que pasa por debajo de la tela. Por si fuera poco, Manolete miraba al tendido casi siempre que la ejecutaba, mirada inventada por Ángel Luis Bienvenida.

Francisco Umbral, que se refirió muchas veces a todas las manoletinas, gafas, zapatillas, pase, habló de manoletinas negras. Sean para nosotros estas «negras» algunas de las calumnias vertidas sobre el idolatrado maestro de Córdoba. La más bruna y miserable, difundida según asegura Arturo Pérez Reverte en una televisión española en 2006, sigue siendo repetida por una izquierda felona que no aporta prueba alguna de sus afirmaciones. Y eso que el taxista comunista de La sombra del viento dijo que sólo había tres figuras del siglo XX: La Pasionaria, Stalin y Manolete.

Me cuesta contarlo porque al hacerlo repito el daño, pero, tras sopesarlo, creo mejor que muchos se enteren de la bajeza moral de quien acusa sin probar ni presumir la inocencia de quien, ya muerto, no puede defenderse. Según esos basureadores, en palabras de Reverte, tres calificativos caracterizaban a Manolete: «Drogadicto, franquista, asesino». «Y me pregunté, atónito, cómo se atrevían; quién permitía a esos tiñalpas (mindundis en cartagenero) desbarrar sin argumentos ni pruebas, y cómo era posible que un medio informativo, por mucha telebasura que traficase, acogiera tales infamias». Lástima que el escritor ni diga qué medio fue ni quién dijo lo que dijo.

De las tres, la más grave es la de «asesino», no sólo porque matara toros, que también, sino porque aún se afirma que Manolete, tras el fin de la guerra civil, marchaba con su cuadrilla a las plazas de toros donde había recluidos presos republicanos, los lidiaba y finalmente los estoqueaba. Todavía es algo que se sigue diciendo con la boca sucia y torcida en los pequeños ruedos izquierdistas sin que nadie pegue un puñetazo en la mesa ni un juez o un erudito intervengan. Almas miserables.

Cuando yo era muy niño se cantaba una letrilla dedicada a Manolete con fundamento en una de las partes del pasodoble de Pedro Orozco González dedicado a su figura. Se decía: «Manolete, Manolete, si no sabes toreá pa qué te metes». Se resumía así la tesis de que, en realidad, el cuarto «califa» cordobés no era más que un estoqueador extraordinario que no dominaba el arte del toreo.

Muchos como el torero sevillano Pepe Luis Vázquez lo afirmaron (por eso lo cogían tanto los toros, dice en el reportaje mencionado de TVE) y lo siguen afirmando. Acudamos a la autoridad del «Cossío» (Espasa-Calpe, 2007) en su artículo biográfico sobre el torero en el que se sentencia que hasta la cornada del Miura Islero se debió a un error de técnica en la suerte que más dominaba, la suerte de matar. La efectuó despacio cuando el toro pedía a gritos velocidad en la ejecución por su tendencia al derrote.

El «Cossío» no lo considera el mejor torero de todos los tiempos. Ni siquiera un torero «largo», esto es, de la clase de los que dominan todas las suertes. Aunque le reconoce, cómo no, una personalidad indiscutible en la elección de terrenos inexplorados: el toreo de frente, la quietud en un palmo de terreno, la seriedad, el ascetismo estático, digno de un Greco si se quiere, que rimó con la época de la España del hambre y su tauromaquia particular. ¿Qué cuál era el secreto de su excepcionalidad?

En la suerte de capa, quietud de piernas, juego de brazos, estrechez de espacios y ceñimiento con el toro. En la muleta, sólo utilizaba las piernas para los pases de sometimiento. Cuando comenzaba la faena, los pies juntos se inmovilizaban y forjaban sus estatuarios. Famoso fue su toreo al natural en redondo sobre el que reposaban todas sus faenas, con la mano desmayada sobre una muleta recortada en una minúscula porción del ruedo.

En el toro que embiste no se le deba adelantar la muleta, sino dejar llegar al toro hasta que los pitones lleguen hasta una cuarta de la muleta. Cuando el toro está en esa distancia, entonces se la debe correr la mano con la máxima lentitud y estirar el brazo todo lo que se pueda. La pierna izquierda tiene que permanecer inmóvil y cuando el pase llega a su terminación es entonces cuando hay que girar la pierna derecha hasta quedar en posición de dar el siguiente muletazo, en el mismo terreno en que se inició el primero.

Aguante y geometría hasta en las manoletinas caracoleadas al final. De pases de pecho, pocos. Así lo expresa Fernández Román en el análisis de su tauromaquia. Umbral desveló que Fernando Fernán Gómez hizo una película con Manolete, que no le hablaba y que le daba miedo. El propio columnista escribió que el torero tenía cara de muerto desde que nació y Vázquez Díaz lo pintó así. «Ah, si Manolete sonriera», decía su admirador, Eugenio D´Ors.

Sentida manoletina para su romance corneado, hasta por José Antonio Girón de Velasco, con Lupe Sino, en realidad, Antonia Bronchalo Lopesino, de ahí su nombre artístico, que no era mexicana como se quiso creer sino natural de Sayatón (Guadalajara) y, eso sí, tenía los ojos verdes como los toros de Fernando Villalón. Imprescindible es leer el informe reportaje de Rafael González Zubieta, «El Zubi», sobre esta mujer por la que iba a dejar los toros en octubre de 1947 y casarse con ella a pesar de todo y de todos.

Aunque se duda aún de sus intenciones y su comportamiento con Manolete, lo cierto es que ni la madre del diestro, Angustias, ni su entorno taurino y social, querían esa relación. La información, aún discutida a falta de pruebas decisivas, aunque «El Zubi» la da por veraz, acerca de un matrimonio anterior y divorcio de Lupe con el Jefe el Estado Mayor del IV Ejército Republicano, Antonio Verardini Díez-Ferreti, un lugarteniente del general republicano, Cipriano Mera, pudo hacer que el matrimonio del «monstruo» con una divorciada fuese obstaculizado desde muchos tendidos políticos, sociales y religiosos.

Mera, en su libro Guerra, exilio y cárcel de un anarcosindicalista dice que a Verardini «se le ocurrió casarse», pero no desveló con quién. Dice, eso sí, que testigos fueron el propio general Miaja y él mismo, confirmando que la comida de la boda fue tan mala que tuvieron que completarla con un piscolabis en otra parte. Verardini, con el pseudónimo de Harry Bann, publicó «26 poemas» que pueden consultarse en la Biblioteca Nacional de España pero que yo no he leído.

En la película Manolete, con Adrien Brody y Penélope Cruz, inestrenada afortunadamente por mal filmada y absurdamente concebida , se dice falsamente que Verardini, al que no cita, era comunista y se exhibe a su novia como una puta del Club Chicote –se la hizo fundadora de la «Academia Mundial de Arpías Lupe Sino»—, a la que alguien impidió entrar a ver al diestro malherido en Linares. ¿Quién? No se ha investigado bien el papel de Álvaro Domecq, padre en los acontecimientos. Vergüenza ajena siente uno al verla. Hasta Brindis a Manolete (1948), de Pemán y Florián Rey tiene más interés, al menos ambiental y moralino.

Las manoletinas literarias más blancas y eternas son los versos y con ellos debe terminarse. Hay todo un Parnaso manoletista en los dos tomos de Fernando del Arco de Izco, una recolección de 1.400 poemas, otra recopilación sobre Manolete de Antonio Murciano, la de Jacobo Cortines sobre toros y el 27, recopilaciones varias y versos de Agustín de Foxá («Ya es intangible el toro, ya es inútil la malva»); Gerardo Diego («Islero a Manuel reta./ Manuel a su isla va»); de José García Nieto («Y esto vengo a decirte: cómo estás en nosotros, / en los que un día vimos tu andariega amargura»).

Y de tantos otros como Pemán, Luca de Tena, Ruiz de Luna («¡Pero si ni puede ser! / Lo vi con mis propios ojos / y no lo puedo creer») ; Adriano del Valle («Córdoba al velar tu sueño / vela al mejor de sus hijos»). No sólo en español, sino en francés. Y Alfredo Marquerie («En una grada, la mujer morena / que prepara el clavel vivo y ardiente…»).

Pero, a veces es mejor quedarse con el romancero popular. Por ejemplo, el de Iznájar:

Pues ya ha llegado la hora,

qué hora tan desgraciada,

que Manolete y el toro

se dieron dos estocadas.

O si se quiere, con la zambra de Manolo Caracol, precedido de unos versos afines que hacían a Manolete «astilla del tronco inmortal de don Quijote», y seguidos de esta letra:

Tiene los ojos cerraos el mejor de los toreros, ay, ay, ay.

También se llama Manuel/

lo mismo que el Espartero, ay, ay, ay

Mezcla de gitano moro,

Manolete el Cordobés

dejo su vida en un toro

De todas las biografías y textos sobre Manolete, la visión que más me ha impresionado por su agudeza es el de su biógrafo y devoto, Paco Laguna, ecijano ejerciente en la iglesia civil de Manolete, su museo, en Villa del Río (Córdoba), donde paraba su coche camino de Madrid y donde se detuvo, ya muerto, procedente de Linares antes de llegar a Córdoba. Laguna fue amigo del íntimo de Manolete, Antonio Bellón que contó todo lo que sabía a otro biógrafo y crítico, Ricardo García López, K-Hito, el que lo apodó como «El Monstruo».

En su interpretación, Manolete tiene que ver con tres libertades: la del toreo, la del amor y la de la nación. Empecemos por el final. Fue un torero que, usado para olvidar una guerra, se opuso a negar a la España del exilio en la que estrechaba manos como las de Indalecio Prieto, que le equiparó con Hernán Cortés, u otros españoles afincados en México al tiempo que, cuando volvía a España, estrechaba las manos de Franco. Su nación era otra, la real, no la oficial.

Manolete fue un liberal del amor, discrepante de la moral oficial de la Iglesia Católica. Nunca trató a Lupe Sino como a una querida sino como a su mujer, con la naturalidad que hoy sucede cuando una pareja voluntariamente consiente en convivir. Conocida es la foto de Lupe con su capote de paseo, lo más preciado de un torero, en un aeropuerto camino de México, acallando de ese modo habladurías.

Se iba a casar con ella en octubre de 1947, dos meses después de su muerte, a pesar de ser divorciada, esto es, inhábil para un matrimonio eclesiástico y para la aceptación de su madre y su entorno. Su cogida fatal impidió el gran escándalo y tal vez la división de una importante herencia que podría explicar el maltrato posterior a Lupe Sino.

También quiso ser libre en el toreo, «el que menos pasos daba entre los pases», fiel a su vocación familiar, leal a un público que le hizo rico con reproches, pero al que regaló la autenticidad de su personalidad, de su tauromaquia, que ya hemos resumido, y de su vida. Quizá soportar tanto a un estoico le resultó finalmente insoportable. Tal vez por eso muchos aficionados se consideraron «viudos» de Manolete y jamás volvieron a ir a los toros. Pese a lo cual, algunos imbéciles históricos querrán borrar su nombre de las calles y las plazas.

Fuente: https://www.libertaddigital.com/cultura/toros/2022-09-05/pedro-de-tena-manoletinas-blancas-y-alguna-negra-a-los-75-anos-de-la-muerte-del-monstruo-6927217/

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