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Lydia Cacho: «Obligaron a un niño de 11 años a forzar a su hermana» | El Mundo

La periodista torturada por destapar una trama político-empresarial de pederastia en México publica nuevo libro, ‘Cartas de amor y rebeldía’. Aquí habla de su vocación, del poder salvaje, de aquellos niños y de aquel horror que la persigue

Lydia Cacho, este viernes en Madrid. Ángel Navarrete

PEDRO SIMÓN / Madrid / EL MUNDO

La periodista Lydia Cacho (Ciudad de México, 1963) ha tenido que cambiar decenas de veces de casa, huir con lo puesto, ha sido secuestrada y torturada, denigrada. Si en El padrino le cortan la cabeza a un purasangre para mandar un aviso, a ella le mataron a los perros. Morirás como ellos, eso querían advertirle.

Fue a raíz de destapar una red de trata y explotación infantil con fines sexuales en su país. Empresarios, políticos, fuerzas de seguridad. Estaban todos. Y, claro, también estaban niñas y niños como pasto de pirañas.

Y desde entonces, la vida mirando a su espalda, o en los bajos del coche, o al entrar en un garaje solitario. El precio a pagar por haberles reventado la fiesta.

El testimonio real de la niña está al comienzo de Los demonios del Edén, el libro que alumbró en 2005 y que ha estado a punto de matarla.

«Lo conocí cuando tenía nueve años. Fui a su casa y nadábamos bien padre en su alberca, yo y otras niñas. Él [el empresario Jean Succar Kuri] estaba con su esposa. Nos veían jugar y luego nos mandaban a la casa con su chófer. Siempre me daba un poco de dinero para que me comprara dulces, o lo que yo quisiera. (…) Un día que Emma me llevó a Solymar, él me llevó a su cuarto del hotel. Comenzó a tocarme y me dijo que eso hacen todos los papás con sus hijas, que como yo no tengo papá y él me quiere… Me lastimó con las manos, yo lloraba y lloraba pero él no paraba. Luego me bajó a la sala. Allí estaba mi hermano. Nos sentó juntos a ver la tele y le dijo a mi hermano que me tocara. Claro que él no quiso, gritó, pero es muy grande y muy fuerte y nos obligó a hacerlo».

Apenas empezaba el horror.

Lydia Cacho advertía entonces en aquellas páginas: «Esta no es la historia de un viejo sucio que descubre que le gusta tener sexo con niñas de incluso cinco años de edad».

Y tenía razón.

Es mucho peor.

(…)

PREGUNTA: Acaba de publicar ‘Cartas de amor y rebeldía’. Vamos a empezar por el principio. ¿Por qué el periodismo?

RESPUESTA: El momento seminal tiene que ver con las primeras marchas a las que me llevaba mi madre. Lo observaba todo. Hablaba muy poco. Me pasaba todo el tiempo mirando y preguntando. Y con mucha angustia existencial. Allí había algo que tenía que ver con el cuestionamiento de la realidad. No hay periodistas en mi familia. Pero mis abuelos y mi madre, viendo la televisión, discutían sobre los desaparecidos y los muertos. Yo hacía preguntas, pero nadie me daba las respuestas adecuadas. Cómo era posible que aquello estuviera pasando y los hombres en el poder nos dijeran que no era cierto. Me indignaba en lo personal, era una niña muy angustiada, obsesiva, depresiva. Yo quería ser poeta y escribir frente al mar. Lo hice. Pero lo que me acabó llamando para encontrarle respuestas a la vida fue el periodismo. A los 23 años empecé en Cancún.

P: Y entonces se mete a periodista, investiga, es secuestrada, torturada y amenazada de muerte por destapar una trama pederasta en México. ¿Qué descubrió en concreto?

R: La investigación comenzó a partir de los testimonios de unas niñas pequeñitas. De una chica adolescente que había estado en esa red. Una prima de ella de 11 años. Un primo de 12… Yo salía en la televisión hablando de derechos humanos. Cuando conocí a estos niños lo primero que me dijeron fue llamarme Lydiacacho, como si fuera un solo nombre, qué iban a saber, y me dijeron: «A ti sí te lo vamos a contar, sales y la televisión y vas a contar la verdad». Cuando empezaron a contar los detalles… Fue abrumador. Recuerdo que me dijeron: «Nosotros te vamos a contar todo, pero tú nos tienes que prometer que los van a detener». Una niña que ha sido abusada desde los siete años te empieza a decir los nombres de los señores, sin saber que estaba hablando de un gobernador, de un empresario… Solo decían que eran muy malos, o que los amenazaban, o que les ponían videítos en un aparato… Cuando declararon ante las autoridades, entendí que yo tenía que investigar a los perpetradores. El gobernador de Chiapas, uno que acabó siendo ministro del Interior, dos senadores, uno de los hombres más ricos de México, un empresario libanés… Me infiltré dos años. Acabaron 33 en prisión, dos de ellos sacerdotes.

P: ¿Recuerda la primera vez que sintió miedo y la última?

R: El primer día. Cuando vi a esos pequeñitos frente a mí, el corazón se me estrujó y sentí miedo. En unos segundos, pensé: me voy a meter en el infierno. De estas no salgo. Era miedo, ansiedad, incertidumbre, una responsabilidad brutal. Porque eran unos pequeñitos. Todavía yo hablaba de explotación sexual, pero no alcanzaba a saber que iba más allá con la pornografía infantil. La última vez que sentí miedo fue en 2019, cuando entraron a mi casa y mataron a mis tres perras. Dos rottweiler y una perrita callejera. Había estado en España trabajando y todo el mundo me dijo que no volviera, hasta el ministro Marlaska me lo dijo en un acto. Yo tenía cámaras por todos lados en casa. El avión se atrasó, mis escoltas desaparecieron, nunca más supe, sabían a la hora en que llegaba mi vuelo y no estaban, entonces sentí un golpe de miedo en el estómago, en los vídeos pude ver las cámaras, mi sobrino me dijo que estaban las puertas abiertas de par en par cuando iba a entrar, yo le dije: «Salte, salte, salte…». Y revisando todas las cámaras vi cómo mataban a los animales. Cómo entraron a mi habitación vacía con las armas para matarme. Un ex-agente de la Interpol que me asesoraba me dijo: «Vete fuera».

P: ¿En qué consistieron las torturas cuando te secuestraron?

R: Duró 24 horas. Fue una tortura sexual y psicológica, me ponían armas, me tocaban, me bajaban del auto y me ponían frente al mar diciéndome que me iban a tirar. Me hablaban de cómo las periodistas mueren en México, de cómo no se meten en las cosas de los hombres. Estaba seguro de que me iban a matar. Y cuando piensas eso, el Universo se pone de cabeza. Hubo un momento en que me dijeron que podía volver a mi casa si yo firmaba un documento en el que ponía que todo lo que había escrito era mentira. Me explicaban cómo me iban a matar con detalle, hablaban de cómo lo habían hecho otras veces.

P: ¿Qué es lo más pavoroso que descubrió de aquella trama?

R: La historia de un niño de 11 años al que grabaron siendo obligado a forzar a su hermana de nueve y luego forzándolo a él. Le grabó el empresario Jean Succar Kuri, uno de los más ricos del país. Fue devastador. Yo vi esos vídeos porque me convertí en testigo. No quise que las madres y los padres tuvieran que ver aquello.

P: ¿Hay algo que aprendiera de usted en todo ese tiempo?

R: Claro. Cambias por completo. Hay un dolor que me habita desde entonces y que se va a morir conmigo. El dolor de lo incomprensible. Aprendes mucho de ti: siempre de adolescente me consideraba impulsiva para hacer cosas, pero con poca valentía. Yo no me creía valiente. Sufría mucho con el mundo, estaba existencialmente triste, no sabía que tenía la fuerza que descubrí al investigar aquello de aquel modo. Descubrí mi fuerza moral. Ese momento en que me dije: «Aunque me maten, los voy a perseguir».

P: ¿Lo normal es que estuviese muerta?

R: Sí. Pero yo no hago cosas normales. Como venir a una entrevista con mi perrita, Cora.

P: Cada vez que sabe que una compañera ha sido asesinada, ¿qué piensa?

R: La mayoría de los últimos periodistas mujeres y hombres asesinados eran amigos. Mantenemos una red. Sientes dolor, lloras como una descosida, y tienes una sensación de que les he traicionado porque ellas están muertas y yo no. Mi terapeuta española habla de la culpa del superviviente.

P: Primo Levi se suicidó porque no soportó haber sobrevivido en Auschwitz. En la introducción de su último libro, ‘Cartas de amor y rebeldía’, usted habla de que, en un momento de su vida, tuvo pensamientos suicidas. ¿Alguna vez pensó en quitarse la vida?

R: Cuando era adolescente se me pasó por la cabeza. Cuando mi amigo Carlos se suicidó, entendí que no era una broma el hablarlo, que era de verdad. Porque él y yo hablábamos de eso. Yo estudiaba en el colegio Madrid, de exiliados republicanos españoles, allí en Primaria nos hablaban de la guerra, de las injusticias, de la dictadura, de todo eso. Estábamos muy en contacto con la crueldad humana. Yo a mi madre le preguntaba: «¿Para qué nos trajeron si el mundo es así?». Mi amigo vivía en otro contexto más complicado. Y hablábamos de cómo nos quitaríamos la vida. Y él se la quitó de verdad. Ahí me di cuenta de que yo no me la quería quitar.

P: ¿Lo vivido qué huella deja?

R: Voy a terapia desde hace 30 años, cuando empecé a hacer periodismo… Nada más volver de cubrir los femicidios en Ciudad Juárez, necesité ayuda. Es una barbarie que tienes que procesar o te vuelves loca. Yo he estado deprimida muchas veces, cuando estoy así soy muy llorona, escribo mucho, no tengo ganas de levantarme, no tengo ganas de hacer nada, me aíslo de todo el mundo, me vuelvo intolerante.

P: «Yo soy una, pero también soy miles de mexicanas defendiéndose juntas», escribe. De qué

R: De la violencia, del desprecio, de la impunidad ,de tener que exigir tu derecho a la libertad solo por el hecho de salir a caminar por la calle. En España son las tres de la mañana y vuelvo a casa y sí miro a todas partes porque ya soy así, pero sé que nada tiene que ver con el peligro de allá. Aunque llevo siempre las llaves en la mano y el móvil en la otra…

P: ¿Por qué las llaves?

R: Las cogemos así [la pone como una navaja]. Para defendernos.

P: «El silencio que quiere hablar es espantoso». También de su último libro.

R: No todo el mundo sabe qué tiene que hacer con el silencio o con el grito. El periodismo nos enseña a descubrir ese momento. La mayoría de los seres humanos hemos estado en ese punto en nuestra vida: o gritas o guardas silencio, y depende de la decisión que tomes o no, todo cambia.

P: En España se están empezando a investigar las implicaciones de la Iglesia en los casos de pederastia. ¿Qué le sugiere este binomio: Iglesia y pederastia?

R: La Iglesia es uno de los ejercicios más brutales del poder. En su seno se reafirman todos los principios del machismo. He entrevistado a muchas víctimas de abusos clericales. Al final está la política, porque la Iglesia siempre hace política. Y el vínculo de la Iglesia española con el Estado es tan estrecho como en México o más. La pederastia clerical es una de las formas más crueles y sádicas de la Humanidad, porque emana del poder divino. Cuando un sacerdote hace aquello, lo hace como representante de Dios. Por eso sus víctimas sienten más dolor.

P: Los demonios del Edén.

R: Exacto.

P: ¿Se atrevería a decir que en un país como España no existe una red parecida, que relacione al poder económico y político con la violación de niñas y niños?

R: Existe seguro. Y más de una.

P: México es el peor país del mundo para ser periodista. ¿Qué país cree que es España para ejercer la profesión?

R: En España hay buen periodismo. Pero también muchos periodistas que viven con autocensura porque son víctimas del estado de bienestar.

P: En España existe un debate entre mujeres que abogan por prohibir la prostitución y otras que piden regular el sector. ¿Cuál es su mirada?

R: Después de investigar durante años en Holanda y Alemania, países que legalizaron la prostitución y donde me infiltré, descubrí que quienes tienen los prostíbulos legalizados son también quienes participan en las redes criminales organizadas. Lo hablé con políticos que habían legislado y cambiaron su mirada. La prostitución es una de las herramientas de opresión contra la mujer. Una política española dijo que no veía por qué una mujer tenía que fregar un baño y no podía follar con hombres [Mónica Oltra: «Hay mujeres que prefieren prostituirse a limpiar pisos y hay que respetarlo»]. Yo a esa mujer la ponía en un prostíbulo a que se tirase un semana y a hablar después. Todas las supervivientes son abolicionistas. Las que siguen viviendo de ello son el brazo más oscuro de una industria operada al 90% por hombres.

P: ¿Sigue tomando medidas de seguridad?

R: Sí, viva donde vida. La Policía me hizo indicaciones muy específicas de cómo tenía que vivir.

P: Antes le pregunté por lo más pavoroso que conoció. Ahora le pregunto por lo más hermoso.

R: Estoy en contacto con la mayoría de las víctimas. Cuando detienen a alguien, nos mandamos mensajes y celebramos [Cora ladra]. Aquella niñita se casó, fui a su boda, lloré como si fuera la madrina. Aquel chico está estudiando para ser trabajador social.

P: Por cierto, ¿había periodistas en aquella trama también?

R: Claro. Uno era muy prestigioso. Nos quedamos en shock. Trabajaba para la red.

Fuente: https://www.elmundo.es/cultura/literatura/2022/06/17/62ac9e71e4d4d8d96e8b45c6.html

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