La reportera, referente en la investigación sobre la trata de mujeres, el abuso sexual y la pederastia, publica ‘Rebeldes y libres’ (La Esfera de los Libros), un trabajo de campo con más de 100 jóvenes españolas que examina su visión del feminismo, la violencia y sus miedos
ANTONIO LUCAS / PAPEL
La reportera mexicana Lydia Cacho (1963) tuvo que escapar de México. Vivió amenazas, vivió un «secuestro legal» (así lo refiere ella), vivió tortura. Sus investigaciones sobre la trata de mujeres, los feminicidios y la pederastia la convirtieron en diana de políticos, empresarios y mafias implicadas. En 2010 publicó Esclavas del poder: trata sexual (Debate). Aquel libro, del que ahora prepara una serie, le dio prestigio y condena.
Cacho sigue exiliada en España. Le asignaron hace unos meses la nacionalidad española. No puede regresar a México. Un operativo de vigilancia vinculado a Interpol le sigue los pasos. La periodista, ganadora del Premio Reporteros de El Mundo que concede este periódico, continúa en la batalla, pero con más cautela.
Ahora publica nuevo libro: Rebeldes y libres (La Esfera de los Libros). Un trabajo de campo para el que ha entrevistado a más de 100 menores españolas o residentes en España. Les pregunta sus sueños, sus aspiraciones, sus miedos, sus reivindicaciones, su identidad sexual… Chicas diferentes que opinan abiertamente y exponen sus maneras de pensar el feminismo. Un feminismo «de brazos abiertos» que las incluya a todas, siempre con más preguntas que respuestas. Y aquí están sus impresiones.
PREGUNTA: ¿Cuál ha sido su sorpresa mayor?
Respuesta: Lo que dicen en el libro las niñas de entre 11 y 13 años. Tienen mucha claridad sobre los problemas y una capacidad crítica mejor de la que creemos sobre la adultocracia. Pero también ocurre con las de 14 y 17, aunque en ellas los conflictos son mayores. Y las preocupaciones.
P: ‘¿Adultocracia?’
R: Sí, las jóvenes tienen un juicio severo sobre lo que están haciendo mal los adultos. Muchas de ellas, a su manera, tienen un discurso feminista articulado. Lo cual es interesante. El problema aparece cuando intentan aplicar los conceptos a los distintos espacios de sus vidas.
P:¿Qué sucede entonces?
R: Que muchas de esas buenas ideas no atraviesan del todo -o no como deberían- su vida personal. En las adolescentes es donde mejor se aprecia. Luego están las más chiquitas de este largo reportaje. Ellas no están tan enojadas como las adolescentes, lo cual es peligroso porque cercena el diálogo y genera muchos prejuicios. La rabia silenciosa de algunas adolescentes conviene sacarla a la luz, canalizarla, reorientarla.
P:¿Cómo desalojan ellas esa rabia?
R: Casi siempre en los grupos de amistad, pero también en internet. Y es otro motivo de preocupación. Las redes sociales les sirven para expulsar esa ira, pero no la eliminan. Al contrario, a veces se retroalimenta. Es curioso que las más pequeñas de las que han participado en este libro tienen una visión muy distinta de las más mayores, sobre todo en lo que se refiere a redes sociales e internet.
P: ¿Cómo es eso?
R: Las más jóvenes tienen mucha desconfianza de las redes sociales y algunas insistían en que no son la realidad. Les ha calado lo que han visto alrededor, lo que han detectado en los adultos, en los hermanos y hermanas mayores…
P: ¿Están muy absorbidos por las redes?
R: Algunas, sí. Por eso me asombró la diferencia de unas niñas de 13 a unas de 15 o 17. Las de 17 están obsesionadas con la opinión de los demás en las redes. Y tienen más miedo a la violencia virtual que a la concreta. Eso es tremendo. Tienen mucha angustia vital y las redes también han afectado a su relación con el propio cuerpo. Eso lo expresan de manera transparente. Lo discursivo lo tienen claro, pero a la hora de aterrizarlo en su vida se ven más incapaces. En TikTok mantienen discusiones interesantes y comprobé que algunas siguen con interés a dos feministas, mayores que ellas, que están bien presentes en redes: Carla Galeote y Sindy Takanashi.
P: ¿Y cree que son productivos estos debates de TikTok?
R: Pues gracias a ellas me enteré de que podían serlo. Muchas jóvenes se enteraron de lo que era la trata de personas por los vídeos y las explicaciones de Takanashi.
A una muchacha de 13 años el chico que le gustaba le pidió sexo oral a cambio del primer beso
P: ¿Hubo alguna decepción en este trabajo?
R: Me habría encantado sentar a otros 100 niños y generar diálogos entre unas y otros… Estas entrevistas me llevaron a reflexionar sobre el trabajo que se hace en muchos centros educativos españoles sobre aspectos feministas. Hay una parte estupenda y otra en la que me parece que hay peligro.
P: ¿Por qué?
R: Porque asimilan el discurso, pero no tienen herramientas para desarrollarlo. Y eso les angustia. Me lo hicieron ver las chicas que no son blancas, ni clase media o clase alta. Por ejemplo, las chicas musulmanas, las muchachas de la Cañada Real y de otros espacios difíciles. Ellas son mucho más críticas sobre cómo se vive el feminismo en España. Así que conviene reflexionar sobre cómo se hace la pedagogía feminista dirigida a la juventud. El proceso emocional a veces pesa menos que el intelectual, y es un error.
P: ¿Saben quién es usted?
R: Según fuimos avanzando en las entrevistas ya fueron enterándose de algunos aspectos de mi vida. Y eso les generó confianza.
P: Y entre las prioridades de las entrevistadas…
R: Depende. Según la edad, la clase social, la ciudad y el entorno esas prioridades varían. Es normal. El feminismo, por ejemplo, no es una prioridad pero sí una actitud que abrazan mayormente. Hay una chica musulmana que en uno de los grupos que entrevisté comenzó a hablar sobre el uso del velo. En un momento, ante las suspicacias de las otras (era un grupo muy mezclado), ella comentó algo que impactó mucho al resto. Dijo: «Entiendo que entender el uso del velo es problemático, pero prefiero cubrirme a enseñarlo todo como hacen algunas chicas. Y no por pudor o por ser mojigata, sino por que sé que no me cosifico. Yo me desvelo ante quien quiero, no ante quien me mira sin respeto». Y las que escuchaban se quedaron sin saber qué decir, pero fue muy respetuoso.
P: ¿Temió que no lo fueran?
R: ¿Respetuosas?… Es que el debate feminista entre adultas es mucho más áspero, más belicoso, incluso violento… Me emocionó como las adolescentes descubren otras miradas con una capacidad de respeto que las feministas adultas, mayormente, hemos perdido.
P: En el libro hay un capítulo dedicado al consumo de pornografía entre adolescentes. Y dice cómo esto articula el lenguaje y la actitud ante el cuerpo propio y el de los otros.
R: España es uno de los países del mundo con más adolescentes adictos a la pornografía. Hablamos de edades que van de los 10 a los 16 años. Es tremendo. Y en el caso de las adolescentes, consumen pornografía (en muchos casos) porque sus novios o amigos varones se lo pidieron o se lo mostraron. También se da entre adolescentes mujeres el intento de hacer que sus entornos masculinos no categoricen esa pornografía, que pero es labor difícil. Están preocupadas y muy enojadas por cómo algunos chicos repiten los modelos de pornografía que consumen. En el libro está el caso de una muchacha de 13 años que el día del primer beso con el chico que le gustaba éste le pidió sexo oral a cambio de ese primer beso.
P: ¿Qué piensa de algo así?
R: Pensé mucho en mi generación, que no tuvimos que pasar por eso. Pensé en las comunas. En el poliamor de mi generación… Ellos, los chicos y chicas de ahora, creen que están inventando algo así. La opción queer, trans o poliamorosa lleva muchos años manifestándose, aunque es verdad que ahora empieza a encontrar su sitio. Pero no es nada nuevo. El hilo negro de la diversidad ya estaba inventado.
P: ¿Qué idea del amor detectó en las jóvenes que participan en su libro?
R: Aún conservan una idea romántica del amor. Muy convencional. Da igual heterosexuales, homosexuales o una persona queer de 15 años que entrevisté. Por cierto, la única que utilizó el lenguaje inclusivo de las más de 100 jóvenes que han participado en el libro. Y, por cierto, me parece un alivio. Es una pesadez.
P: ¿Temen la cancelación?
R: Cómo no. Les preocupa mucho. En ellas pesa, y más a esa edad, el qué dirán. Y las redes sociales se nutren en gran parte de eso. Entienden los mecanismos de la cancelación y, por eso, ponen en duda el lenguaje y la actitud de ser políticamente correcto. Creen, principalmente, en la libertad de expresarse como quieran. Y eso da esperanza de que pueden vivir el feminismo desde un lugar más honesto, vital y limpio que mi generación. No castigan a las otras porque no se manifiesten de una manera determinada.
P: La salud mental es uno de los aspectos que más visibilidad ha tomado en su generación. ¿Cómo viven esta realidad?
R: Con mucha claridad. Han normalizado la capacidad de expresar las emociones, sobre todo las que alertan de anomalías en la salud mental. Y son muy críticas con el abuso de consumo de farmacológico de sus padres y madres. Denuncian que les dicen que las drogas son veneno, pero ven en sus casas cómo las drogas de farmacia corren sin problema. Igual que algunas aluden a la inmadurez de sus padres varones a la hora de discutir asuntos de feminismo.
P: ¿Notó la ansiedad?
R: Sí, cómo no. Revelan que sienten ansiedad por la violenta social, sexual, los feminicidios… Eso les provoca terror. Igual que a algunas, más informadas, también son suspicaces sobre el trabajo del Ministerio de Igualdad y de Irene Montero. Todo eso está en el libro… Fíjate, las adolescentes mexicanas -un país donde los feminicidios dan cifras diarias espantosas- no viven con tanto miedo como las españolas. Curioso.
P: ¿Y la política?
R: Entre la indiferencia y el desencanto precoz.
P: Lleva meses trabajando con jóvenes ucranianas y distintos colectivos para un documental sobre la trata de mujeres y niños derivada de la guerra.
R: Sí. Trabajo con grupos bastante grandes de jóvenes activistas. Mujeres y hombres, aunque la mayoría de los hombres marcharon al frente. Tienen muy clara la situación terrible que están viviendo niñas y niños ucranianos, los secuestros en el noroeste de Ucrania por parte de los rusos y cómo, en el mejor de los casos, los están dando en adopción a familias rusas ilegalmente. En la universidad de Lviv estuve con mujeres universitarias que me dieron claves precisas de todo eso, pero me sorprendió que siendo conscientes de todo tienen menos rabia contra el machismo, comparado con España.
P: En qué sentido.
R: Pues la guerra les obliga a tener otras prioridades, como es lógico. Por ejemplo, sobre el asunto trans me decían: «No entiendo por qué tanto tiempo en discutir eso. La gente trans está ahí, siempre ha existido y siempre existirán. Claro que sí, cómo no proteger sus derechos, pero hay asuntos colectivos más graves, como la esclavitud humana, como la trata de mujeres y niños». Ves que tienen otras prioridades y su discusión está en otro lugar. En eso tiene que ver la voladura del estado del bienestar, que obliga a discutir asuntos más urgentes, como la supervivencia.
Rebeldes y libres, de Lydia Cacho y publicado por La
Esfera de los Libros, ya está a la venta. Puede adquirirlo aquí
Rebeldes y libres, de Lydia Cacho y publicado por La Esfera de los Libros, ya está a la venta. Puede adquirirlo aquí
Fuente: https://www.elmundo.es/papel/historias/2023/01/25/63cfea62e4d4d8296f8b456e.html