Por Jesús Manuel Hernández
Madrid, España.- En otras ocasiones el aventurero hubiera ido caminando desde la taberna de Tirso de Molina, tan solo bajar por la calle de Jesús y María en el barrio de Embajadores podría llegar en línea recta hasta la calle de Lavapiés, seguir hasta encontrar la plaza del corazón del barrio donde conviven –se dice- casi cien nacionalidades diferentes, tomar por Valencia y desembocar, sin dar vuelta, en Fray Luis de León para cumplir con la cita.
Le habían prometido comer uno de los jamones más espectaculares y raros de la nueva gastronomía granadina. Pero aquella noche soplaba un viento invernal, antes del mediodía Madrid había sido cubierta de aguanieve y luego nieve con lo cual caminar de bajada en esta zona era un tanto complicado, por lo tanto, Zalacaín tomo un taxi y se privó de recordar los orígenes de uno de los barrios más antiguos de la ciudad, poblado primero por judíos y luego cristianizado a partir del siglo XV con lo cual los nombres de las calles empezaron a cambiar, de ahí el nombre de “Lavapiés” como representación de la acción de Jesús antes de la Última Cena.
El taxi le dejó en la esquina pedida, Sebastián Elcano y Fray Luis de León, en la entrada de “Hermanos Valdivieso” le esperaban sus amigos; bajo el nombre del establecimiento se leía una frase con encanto seductor “Cocina con Alma”, ese era el lema de los hermanos José Miguel y Carlos, originarios de Huéscar, Granada, y quienes han conseguido convertir el sitio en uno de los predilectos de los “currantes” de la zona.
De entrada, el aventurero descubrió la ausencia de turistas, eso era un buen augurio. Vinos recomendados a precios accesibles con denominaciones serias sin haber sido afectadas por la ola de la publicidad, precios justos, atención personalizada, clientes de varias nacionalidades y una oferta gastronómica amplia.
Zalacaín disfrutó la breve, pero riquísima velada rodeada de anécdotas sobre la vida de los vecinos, todos trabajadores en diversos giros, el guardia civil conviviendo con el oficinista, la académica con el novio empleado de Renfe, el fotoperiodista extranjero y la anarquista por excelencia, todos unidos en torno de una barra y unas cuantas mesas.
Al aventurero le habían convidado para probar un nuevo jamón de cordero, producido en la Sierra de Loja, Granada, de donde los Valdivieso lo habían llevado para cubrir la demanda de una clientela alejada del consumo del cerdo por cuestiones religiosas; siendo Lavapiés una zona donde conviven los musulmanes con otras religiones, la comida Halal, propia de esta fe, podía consumirse una buena ración de jamón de cordero con alguna bebida sin alcohol. Pero el aventurero optó por la tradición ibérica, el tinto del día, nada ajeno a los sabores, cuerpo y untuosidad necesarios para darle armonía al cordero hecho chacina.
Una velada digna de repetirse, ambientada en un escenario totalmente diferente a las tabernas de otros rumbos de la ciudad.
Zalacaín tomó otro taxi y en la radio se escuchaba a María Callas, la incomparable y bien definida por algún experto como “dramáticamente portentosa” en su interpretación de Cio Cio San, el personaje central de Madame Butterfly, la geisha adolescente y frágil descrita en la novela de John Luther Long y cuya adaptación al teatro por David Belasco cautivó a Puccini en su estreno del Duke of York’s Theater de Londres.
De ahí Giacomo Puccini quien ya traía a sus espaldas los éxitos de La Bohème en 1896 y Tosca en 1900 se dio a la tarea de montar Madame Butterfly y estrenarla el 17 de febrero de 1904 en el Teatro Alla Scala de Milán. El éxito fue notable, Cio Cio San se une a los 15 años en una boda simulada con el oficial de Estados Unidos Pinkerton; la joven geisha es abandonada y a los tres años regresa el americano a Japón, pero casado de verdad con Kate, Pinkerton se entera del hijo dado a luz del vientre de Cio Cio, él es el padre. La trama muestra a una verdadera heroína, pasa de la adolescencia al sufrimiento de una madre en una imagen desgarradora, tal vez el personaje más humano de la ópera según algunos críticos.
El comentarista seguía hablando de la ópera, el Teatro de la Luz Philips de Gran Vía presentaba esa ópera en estos días y lo mismo en el Fernán Gómez, La Traviata de Guiseppe Verdi, basada en la más notable obra de Alejandro Dumas, La Dama de las Camelias y su protagonista Margarita Gauthier. El “Addio del passato” un aria de la primera escena del Acto III, es interpretada por Lola Baldrich en una ambientación del siglo XX, donde hay una verdadera historia de amor donde Alfredo consigue acercarse a Violeta, la famosa soprano, y la hace suya y al mismo tiempo aparece la triste realidad de la diva con diversas caras, con muchas caretas en función de con quién está, toda una complejidad de la cantante a quien le toca vivir y aprender cómo y con quién debe moverse.
Zalacaín llegó a su destino y dudó si entrar o no a la taberna vecina a tomar la última copa de vino, pues el sabor del jamón de cordero, “El Corteza”, aún perduraba…
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