#ElRinconDeZalacain | Las tardeadas refrescantes del aventurero, entre ginebras, dichos, refranes y cotilleo poblano
Por Jesús Manuel Hernández*
Entre las hermanas de la abuela y sus íntimas, casi todas eran comadres por cuestiones tan triviales como haber llevado al Niño Dios a vestir, o estrenado una vajilla o haber encendido por vez primera la televisión, eso bastaba para decirse “comadre”, tenían algunos rituales en medio de refranes, de frases populares acomodadas a las circunstancias cotidianas.
Cuando se prestaba o regalaba algo y algún día venía el reclamo aparecían frases como “quien da y luego quita, a la gloria maldita», cuya traducción a cargo de la abuela era más simple “quien da y quita, con el diablo se desquita”.
Muchas de estas expresiones venían de los dichos españoles, contaba Zalacaín a sus amigas aquella tarde frente a una fresca ginebra adornada con un trozo de pepino, una costumbre moderna de cómo beber la tradicional bebida adoptada por los ingleses pero cuyos orígenes distan de serlo.
La ginebra debe su nombre a la palabra francesa para describir el enebro, genièvre, pero no fueron los franceses sus creadores.
Los indicios se remontan al siglo XI en los conventos italianos donde los monjes se afanaron por encontrar un remedio para la “peste bubónica” haciendo infusiones con cereales. Siglos después en Holanda un médico logró la destilación de las bayas de enebro, verdadero origen de la ginebra, considerada holandesa de nacimiento, pero adoptada por los ingleses por cuestiones bélicas y luego la proyectaron a bebida nacional gracias a la inyección de la “quinina” para preparar la llamada “agua quinada”, mezclada con ginebra y consumida en la India por los militares ingleses para combatir la malaria.
Todo un estuche de anécdotas y monerías, aportó Zalacaín a la reunión, mientras cada una de las amigas iba preparando con sofisticadas esencias, frutos rojos, secos, especias, etcétera, su bebida refrescante.
La reunión había sido bautizada años atrás como la “tardeada refrescante”, y era costumbre organizarla cuando se presentaban fuertes calores en la ciudad.
Zalacaín optaba por las ginebras secas, no aromáticas y prefería una simple cáscara de limón medio exprimida en la copa o en el vaso especial y derramar el agua quinada lentamente para quitarle el gas. Pero a últimas fechas y por culpa de la marca Hendricks, una rebanada de pepino ayudaba a refrescar la bebida.
La charla rondó aquella vez en torno de esos refranes y dichos populares.
Alguna de las amigas se había levantado y otra ocupó su lugar cerca de Zalacaín, al volver hubo un reclamo y una respuesta con la frase “quien va a la Villa pierde su silla”, un dicho mexicano basado en uno realmente de origen español “quien se fue de Sevilla, perdió su silla”, derivado de un hecho histórico cuando reinaba Enrique IV de Castilla a mediados del siglo XV.
Zalacaín contó: En Sevilla había dos arzobispos, tío y sobrino, de nombres Alonso de Fonseca El Viejo y Alonso de Fonseca El Mozo, ambos estaban enfrentados, y al más joven, el sobrino, lo nombraron arzobispo de Compostela, pero convenció al tío de ir a “investigar” las condiciones del arzobispado y mientras, ocupó la silla del tío. Y le gustó mucho, y cuando regreso “El Viejo” le dijo “quien se fue de Sevilla, perdió su silla”.
La abuela de Zalacaín tenía un dicho cuando perdía las llaves, algún documento, las tijeras, las agujas o los ganchillos para tejer y se ponía a rezar mientras buscaba, “Santa Clara, Ave María…” una frase heredada de su madre y curiosamente las cosas “aparecían”.
Otra amiga hablo de Santa Rita, a quien se atribuye eso de ”Santa Rita, Santa Rita lo que se da no se quita”, en alusión a intentar recuperar lo regalado.
Y ciertamente Santa Rita de Casia, conocida como la abogada de las causas imposibles, estaba rodeada de historias sobre su fuerza para conseguir lo imposible.
Nacida bajo el nombre de Margherita Lotti a finales del siglo XIV, su llegada al mundo en Casia, 1381, estuvo rodeada de muchos problemas.
Su madre era anciana y según los médicos también estéril, por tanto su nacimiento se consideró “un imposible”, vivió 76 años, muchos para esa época sin tantos adelantos científicos y médicos.
La después llamada simplemente “Rita”, se casó muy joven y el marido le salió, lujurioso, glotón y borracho, pero gracias a sus oraciones se convirtió en casto, manso cordero y abstemio.
La Iglesia Católica le reconoce milagros como hacer crecer rosas e higos en los inviernos más nevados, de donde se le relacionaba con ambos productos. El cuerpo de la santa está en la Basílica de Santa Rita en Cascia, Italia, muy deshidratado, después de más de 500 años y según cuentan quienes lo han visto dentro de una vitrina, despide olores de rosas e higos.
Una tarde llena de anécdotas, de recuerdos de juventud, chistes y cotilleo de la vieja y desaparecida sociedad poblana, esa de los bailes de “Blanco y Negro”, de las llamadas “debutantes” en sociedad.
Alguna de las amigas recordó a un personaje poco favorecido con amistades y quien anduvo en la política aldeana… Y soltó el refrán: “Está como el cochino de San Roque, chilla y chilla y con la mazorca en el hocico”… Pero esa, esa era, otra historia.
* Autor de “Orígenes de la Cocina Poblana” Editorial Planeta.
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