Por Luis Martínez
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No es una buena época para el periodismo y la comunicación en Puebla, no es una buena época en ningún lugar; sin embargo, las condiciones y retos a los que se enfrenta el mercado poblano de medios dificulta el ejercicio y la sustentabilidad de una actividad fundamental para la sociedad.
Competencia, dependencia y sometimiento.
De acuerdo al Observatorio Mexicano de Medios, Puebla cuenta al día de hoy con 93 medios digitales e impresos, que se suman a una veintena de espacios radiofónicos y las televisoras. Un mercado saturado y muy competido, considerando que 71 de esos medios nacieron en los últimos 10 años; y que el 90 por ciento del tráfico y lectores se concentra en menos de 10 sitios.
Al ecosistema hoy se suman interminables espacios noticiosos en diversas plataformas sociales, canales de Youtube, noticieros de Facebook, blogs personales y un sin fin de ofertas noticiosas que abonan a la saturación de este mercado. Derivado de las bondades de la tecnología y las plataformas, casi todas y todos los reporteros y periodistas de Puebla, además del medio o medios en los que trabajan, tienen un espacio o proyecto propio.
Un factor muy importante es la dependencia del dinero público. En Puebla, se pueden contar con los dedos de una mano los medios cuya principal fuente de financiamiento no es el recurso público.
Los medios nacen, crecen y mueren con este tipo de financiamiento, en su mayoría se crean productos, entrevistas, noticieros, gráficos, etcétera, con el objetivo de ofrecerlos a los gobiernos e instituciones para obtener el anhelado convenio.
Decenas de medios hablando de lo mismo, de los mismos. El mismo boletín o comunicado oficial puede leerse una y otra vez en cada medio, ignorado por las audiencias, inservible para los gobiernos.
En este escenario no hay agenda propia, la agenda propia la marca la coyuntura institucional. Las audiencias ya acostumbradas al binario de la saturación y la desinformación huyen a otras plataformas, huyen a otros contenidos. La credibilidad en los medios de comunicación por parte de las audiencias ha decaído en la última década, se le observa como cómplice del gobierno.
Es aquí donde se crean las condiciones suficientes para entender los excesos del poder con los medios. Para quien gobierna, tener a la mano la sustentabilidad de decenas de empresas periodísticas es casi siempre una tentación para limitar y condicionar lo que se escribe y lo que se cuenta.
Hoy, los excesos del pasado han creado nuevas narrativas que han sido útiles para los gobiernos locales de la llamada 4T que lejos de perseguir y corregir las prácticas que por años denunciaron, crearon nuevas modalidades de sometimiento.
En Puebla -como cada trienio o sexenio- se crea una casta de medios, la de los amigos en turno, los que tienen los mejores convenios, las notas de primera mano, acceso a las fuentes, a información privilegiada, los trascendidos. Para entrar en ella, hay que aceptar las nuevas reglas del juego impuestas desde la oficina de comunicación.
Para los medios que no están en ese grupo de privilegios, el camino es la confrontación a través de una permanente agenda crítica de las acciones gubernamentales o la persistencia que busca agradar y llenar el ojo, por voluntad o magnanimidad de quien encabeza la comunicación institucional.
Pero las narrativas se endurecieron. Los medios cercanos al gobernante no sólo deben demostrar lealtad y sometimiento, también militancia. Aquellos medios disidentes del poder al no someterse, son acusados públicamente y se les llama «chayoteros», «vendidos», «traidores de la transformación», «mercaderes», es decir, sin distinción alguna, se les arroja la carga de las culpas del pasado, justificando además, las persecuciones jurídicas, institucionales y los cercos económicos a quienes el nuevo poder considera sus enemigos, y desafortunadamente este linchamiento tiene eco en audiencias emocionales, polarizadas y desinformadas.
Hoy la prensa en Puebla se enfrenta a una dura competencia, en donde la cercanía con el poder -en su configuración actual- es un factor que va más allá de lo económico, puede determinar la imagen y prestigio de periodistas y medios.
Hasta la próxima.