Las montañas de Nagaland, en India, esconden los secretos de una tribu que cortó y coleccionó las cabezas de sus enemigos. Ahora buscan adaptarse al mundo globalizado
ÁLVARO YBARRA ZAVALA / ABC
Las montañas de Nagaland, en el extremo noreste de la India, esconden secretos milenarios. Aquí, en la aldea de Chenwetnyu, un grupo de ancianos konyaks se sienta bajo la sombra de una choza de bambú, con la mirada perdida en un horizonte cargado de recuerdos oscuros. Los tatuajes que marcan sus rostros son testimonio de un tiempo en que decapitar a un enemigo no solo era una muestra de valentía, sino un ritual sagrado que aseguraba la prosperidad del clan.
Chen-o Khuzuthruapa, un hombre cuya edad se mide en cosechas de arroz, observa su entorno con una calma engañosa. Él fue líder de los guerreros de la aldea, aquellos que regresaban a casa con trofeos macabros, elevando su estatus entre los suyos. «La violencia, las decapitaciones… todo eso quedó atrás», dice en un tono que parece más un recordatorio que una afirmación. «Vivíamos en un constante estado de alerta, temiendo por nuestras vidas. Pero ahora, eso pertenece a otro tiempo, un tiempo que no volverá», añade.
Pero mientras los ancianos buscan consuelo en la paz, los jóvenes Konyaks enfrentan una lucha diferente. Nagaland, aislada durante siglos, ahora se encuentra en una encrucijada. Las viejas rivalidades entre tribus se han transformado en una lucha política por la identidad y el poder. La globalización, como un río imparable, ha comenzado a abrir brechas en las antiguas tradiciones, trayendo consigo nuevas oportunidades y, al mismo tiempo, nuevas amenazas.
«La guerra por la independencia se ha convertido en una herramienta de control»
En Mon, la principal ciudad del norte de Nagaland, Hompa, un líder estudiantil que prefiere mantener su verdadero nombre en secreto, ve con desdén la perpetuación del conflicto. «La guerra por la independencia se ha convertido en una herramienta de control», afirma. «Los líderes armados usan el conflicto para mantener su poder, mientras la mayoría de la población sufre en el aislamiento. La paz es posible, pero requiere que dejemos atrás las viejas luchas y nos abramos al mundo».
Machetes por ‘smartphones’
Hoy, los tatuajes que alguna vez fueron símbolos de honor y ferocidad son recordatorios incómodos de un pasado que la nueva generación quiere dejar atrás. En Mon, los jóvenes prefieren los ‘jeans’ y las camisetas de moda a las vestimentas tradicionales, y los machetes de guerra han sido reemplazados por ‘smartphones’. El turismo, que comienza a florecer en Nagaland, ofrece un atisbo de esperanza para una región que, durante tanto tiempo, ha estado cerrada al mundo.
«Mi generación tiene sueños diferentes», dice Hompa con determinación. «Queremos más que sobrevivir; queremos prosperar. Por eso muchos de nosotros emigramos, buscamos educación, queremos regresar algún día a construir algo nuevo en nuestra tierra. El turismo y la apertura económica son nuestras mejores oportunidades para romper con el pasado.»
Mientras la tarde cae en Chenwetnyu, Chen-o Khuzuthruapa se despide de sus compañeros. Las cicatrices de su cuerpo y las historias que lleva en la memoria son testigos de una era que se desvanece. «El futuro ofrece mucho más de lo que nuestra generación conoció», reflexiona. «Solo espero que lo que venga sea mejor que lo que dejamos atrás».
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Nagaland, una tierra donde el pasado y el presente colisionan, se enfrenta ahora a su mayor desafío: elegir entre la preservación de una cultura ancestral o abrazar un futuro incierto en un mundo cada vez más conectado. Para los Konyaks, la decisión no es fácil, pero es ineludible.
Fuente: https://www.abc.es/internacional/konyaks-ecos-pasado-sangriento-region-limite-20240825171900-nt.html