Galanes cantarines, hábiles charlatanes, divas inalcanzables y toda clase de héroes estrafalarios forman parte de una retrospectiva de la Sociedad Fílmica del Lincoln Center que pone el foco en las películas hechas en México a mediados del siglo XX.
Carlos Aguilar / The New York Times
Charlatanes caritativos, mujeriegos torpes, damas enigmáticas y hasta un paladín que luchaba contra monstruos fueron algunos de los personajes que cautivaron la imaginación del público mexicano durante la época del cine de oro mexicano, a mediados del siglo XX.
Fue una era prolífica en todos los géneros y repleta de estrellas con contratos exclusivos, a la altura del sistema de Hollywood en términos de la calidad y la variedad de su producción. En contraste, actualmente la mayoría de las producciones mexicanas batallan para llegar a las pantallas, ante la omnipresencia de las superproducciones estadounidenses que atraen a los espectadores.
A partir de mediados de la década de 1930 hasta finales de la de 1950, el cine mexicano prosperó, en parte, como consecuencia de la participación estadounidense en la Segunda Guerra Mundial. Con los recursos estadounidenses destinados al esfuerzo bélico, las empresas mexicanas vieron la oportunidad de producir películas para y sobre su propio país que también pudieran viajar a otros territorios de habla hispana.
La retrospectiva Espectáculo todos los días: cine popular mexicano comenzó el viernes en la Sociedad Fílmica del Lincoln Center. Estas películas —entretenimiento creado para las masas— a menudo se centran en héroes y heroínas inverosímiles que, pese a las peculiaridades de su personalidad o sus circunstancias individuales, hacían gala de una brújula moral robusta y un orgullo inquebrantable. Al final hacen lo correcto (casi siempre), aunque las debilidades humanas obstruyan sus buenas intenciones más de una vez.
La mayoría de estas películas perduraron en la conciencia colectiva mexicana por décadas después de su estreno en los cines, y siguen influyendo en la cultura popular gracias a su disponibilidad ininterrumpida en la televisión abierta. Como un niño que creció en la Ciudad de México de la década de 1990, solía ver fragmentos cuando visitaba a mis abuelas. Para ellas, los hombres y mujeres que entonces aparecían en la pequeña pantalla habían sido gigantes en su juventud.
Más tarde vería esas películas completas, cuando me convertí en cinéfilo en la adolescencia. Y aunque nunca dejé de asociar sus narrativas con un pasado que me parecía más bien lejano, su colorida jerga coloquial —sin las palabrotas que tan floridamente adornan al español mexicano— siempre estuvo muy presente a través de la gente que me rodeaba.
La selección del Lincoln Center, que destaca a algunos de los actores y cineastas más emblemáticos del país, no podía dejar fuera a Mario Moreno, mejor conocido como Cantinflas, posiblemente el actor cómico más querido de México. De su extenso catálogo, aquí se incluye El gendarme desconocido (1941). Famoso por su personaje de sinvergüenza poco elocuente, pobre pero seguro de sí mismo y pícaramente ingenioso, Cantinflas interpreta a un encantador vagabundo que se convierte en policía debido a un encuentro fortuito con unos ladrones, para luego convertirse en un magnate del negocio de los diamantes.
Curiosamente, esta farsa grotesca (como se denominaba al género) comienza con una advertencia reverencial sobre su descripción del cuerpo de policía, asegurando a los espectadores que la ineptitud que se muestra es imaginaria y que los cineastas no tienen ninguna intención de menospreciar a la policía mexicana. La historia, sugieren los intertítulos, podría ocurrir en cualquiera de las metrópolis del mundo. Una consideración tan solemne hacia las fuerzas del orden parecería impensable en el cine mexicano actual, donde la imagen de la policía ya casi solo suscita cinismo, desdén y burla.
La peculiar manera de encadenar frases del bigotudo y chaplinesco actor dio origen al término “cantinflear” para describir el acto de hablar sin mucho sentido. En El gendarme desconocido, el primero de los 33 largometrajes que Cantinflas realizó con el director Miguel Melitón Delgado, su divertidísima incapacidad para comunicarse con claridad funciona como catalizador tanto de sus golpes de suerte como de sus contratiempos evitables. El humor nace de la exasperación de quienes interactúan con él, así como del hecho de que él siempre está en la luna.
También está la comedia ranchera, historias cómicas ambientadas en el campo mexicano con prominentes actuaciones musicales. En la retrospectiva, Los tres García cuenta la historia de tres primos enemistados, un trío de machos inmaduros llamados todos Luis. Su hostilidad intergeneracional (sus padres también se odiaban) angustia a su autoritaria abuela, interpretada por la venerable Sara García (cuya imagen adorna el paquete del conocido chocolate caliente mexicano marca Abuelita).
Pedro Infante, superestrella, galán de cine y cantante que murió joven, interpreta a uno de los tercos García, el tosco y a menudo ebrio Luis Antonio. La visita de Lupita (Marga López), prima de los García nacida en Estados Unidos, da lugar a una serie de canciones románticas y juergas. Ahora su principal disputa es por la atención de ella. Sin embargo, como suele pasar en muchas películas mexicanas de esta época, quizá sorprendentemente, las mujeres son astutas y no se dejan convencer fácilmente. En cambio, el denominador común entre los hombres protagonistas es su propensión a coquetear cuando están en compañía de mujeres; la suerte que tienen con las mujeres servía de inspiración a los hombres del público.
(Ahora, después de vivir en Estados Unidos durante más de dos décadas, me doy cuenta de cómo estas ficciones sugieren que las relaciones entre México y Estados Unidos eran menos contenciosas de lo que son ahora. No solo hay personajes estadounidenses de manera recurrente en las películas de esta época, sino que de vez en cuando el talento mexicano también podía encontrar trabajo en producciones estadounidenses. Cantinflas, por ejemplo, protagonizó La vuelta al mundo en 80 días (1956), por la que recibió un Globo de Oro).
Otra deslumbrante estrella del firmamento de actores mexicanos, el carismático Germán Valdés, mejor conocido como Tin Tan, creció en Ciudad Juárez, al otro lado de la frontera de El Paso, Texas, e incorporó el argot mexicoestadounidense a sus actuaciones, vistiendo a menudo el traje típico de los pachucos del lado estadounidense de la frontera. Así ocurre en la comedia El rey del barrio, ambientada en la Ciudad de México. El título del filme es también el sobrenombre que todos usan para el personaje de Tin Tan dentro y fuera de su humilde complejo de departamentos, debido a la generosidad que muestra hacia cualquiera que lo necesite.
Ante sus ojos, él es un honrado trabajador del ferrocarril, pero el dinero que reparte procede de actividades delictivas cometidas con una banda de delincuentes que le temen. Desenvuelto, con carisma y fanfarronería, Valdés encanta al público con las absurdas desventuras de un buen tipo que finge ser un villano desalmado para financiar buenas acciones.
En el ciclo se proyectarán dos títulos sorprendentemente similares de la filmografía de María Félix, la más glamurosa y conocida de las divas de la pantalla mexicana: Amok (1944) y Que Dios me perdone (1948). En ambas, ambientadas en la época de la Segunda Guerra Mundial, la actriz encarna a mujeres de identidad misteriosa que se enredan con hombres adinerados.
En Que Dios me perdone, Félix es una refugiada europea que trabaja como espía para salvar a su hija. En Amok, que está basada en una novela de Stefan Zweig, Félix interpreta a dos mujeres, una rubia y otra morena, que se cruzan con un médico fugitivo. La elegancia regia de Félix y su temperamento glacial, sobre todo hacia los hombres que la perseguían dentro y fuera de la pantalla, la dotaban de un encanto incomparable que hace que cada momento que aparece en pantalla sea imperdible.
Para alejarse más de la realidad y sumergirse en lo fantástico, la muestra del Lincoln Center incluye una de las muchas sagas en las que el valeroso luchador enmascarado El Santo (Rodolfo Guzmán Huerta) se enfrenta a enemigos sobrenaturales. Santo vs. las mujeres vampiro cumple cabalmente con lo que su título promete: una película de culto que desafía géneros con un héroe que frustra los malvados planes de un grupo de sexys chupasangres.
Indudablemente, ver estas películas hechas para los mexicanos puede ayudar a los espectadores a ampliar su comprensión de la larga cultura cinéfila de México y de las historias que resonaron allí. Y para quienes crecieron acompañados de estas producciones, será una dosis de nostalgia pura.
Para más información sobre Espectáculo todos los días: cine popular mexicano, visita filmlinc.org.