¿Fue el ‘Homo sapiens’ el primero en usar el fuego, cazar en grupo o hablar? A estas preguntas responde Nicolas Teyssandier en su ensayo ‘Nuestras primeras veces’. «Las grandes invenciones prehistóricas son anteriores al ser humano moderno»
ANDRÉS SEOANA / LA LECTURA
Hasta hace no muchos años, al calor de la visión positivista y optimista de progreso que ha imperado en Occidente durante tres siglos, se consideraba que los seres humanos éramos el culmen perfecto de la evolución, así como que la historia podía narrarse como una línea infinita y ascendente de mejoras, innovaciones y prosperidad que nos llevaba del mono a hoy. Sin embargo, nada es tan sencillo. Los sucesivos descubrimientos arqueológicos y paleontológicos de los dos últimos siglos han ido derrumbando muchas supuestas certezas y renovando los conocimientos, aunque también construyendo en el imaginario colectivo ciertas falsas ideas sobre nuestro pasado más remoto.
A la luz de todos estos hallazgos, cabe preguntarse cosas como: ¿cuándo y por qué surgió la primera herramienta artificial, la primera manifestación artística, el primer enterramiento de un ser querido? ¿Y el primer lenguaje? ¿Cuándo dominó el ser humano el fuego, cometió el primer asesinato o comenzó a practicar el arte de la caza? Dar respuestas a todas estas preguntas nos lleva a la cuestión principal, ¿qué es lo que nos hace realmente humanos?
Este catálogo de cuestiones que se pierden en la noche de los tiempos son las que articulan Nuestras primeras veces. 30 (pre)historias extraordinarias (Periférica), un sorprendente y divulgativo ensayo, narrado con el justo equilibro entre pulso literario y saber científico, en el que el arqueólogo y prehistoriador francés Nicolas Teyssandier (1974), director de investigación del Centro Nacional de Investigaciones Científicas de Francia y subdirector del laboratorio TRACES de la Universidad Toulouse Jean Jaurès, recrea mezclando imaginación y pruebas científicas cómo pudieran haber sido todos esos momentos fundacionales de la humanidad.
«En el trabajo de un investigador que estudia la prehistoria la duda es una parte inherente del oficio, como ocurre en cualquier práctica científica. Nuestros primeros tiempos definen nuestra memoria colectiva, la memoria de todos los seres humanos y sus características son acumulativas, como lo es la historia de la humanidad. Pero también son individuales, y nos retrotraen a instantáneas en el tiempo, a invenciones, a la genialidad de un individuo», explica a La Lectura Teyssandier, que acaba de volver a Francia tras tres semanas de excavaciones en China y Japón. «Es cierto que el Homo sapiens se convirtió en la única especie de homininos que ha poblado el planeta en su totalidad, que somos los únicos que quedamos. Pero, mal que le pese a mucho científico arrogante, las pruebas demuestran que muchos inventos fueron concebidos y producidos por especies que nos precedieron: herramientas, fuego, caza… Las grandes invenciones prehistóricas son anteriores al ser humano moderno».
Por ejemplo, durante décadas se sostuvo que la invención y uso de herramientas era una de las señales infalibles de «humanización». Sin embargo, la arqueología ha dado la vuelta a la tortilla. Hacia 2010 aparecieron en el yacimiento de Kada Gona (Etiopía) herramientas de piedra que cuentan con 3,3 millones de años de antigüedad. Es decir, varios cientos de miles de años antes de que apareciera el género Homo, los homínidos que consideramos humanos. Sus presumibles creadores, los Australophitecus afarensis, la misma especie a la que pertenece la famosa Lucy encontrada en Afar (Etiopia), son considerados como unos primos lejanos más similares a los actuales primates. Y, sin embargo, ya tallaban herramientas.
Nuestras primeras veces
Nicolas Teyssandier
Traducción de Laura Salas. Periférica. 216 páginas. 20 € Ebook: 13,99 €
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«A diferencia del estudio histórico de otras épocas, la prehistoria es particular porque trabajamos con sociedades desconocidas, que no hemos observado y que sólo dejan huellas parciales. Tenemos huesos y piedras, sí, algunas pinturas y útiles y adornos hechos de conchas o marfil, pero pensemos por un momento en todo lo que no se puede conservar: restos vegetales, materia orgánica, piel, cuero, recipientes del Paleolítico, madera, salvo rarísimas excepciones», enumera Teyssandier. «Por eso es vital ser humildes y modestos, y pensar constantemente en todas las cosas que no sabemos. No sabemos nada de las lenguas que hablaban las sociedades paleolíticas, no sabemos nada de sus rituales, de sus creencias desaparecidas para siempre. Cualquier hallazgo puede ser de un valor descomunal».
«Las pruebas demuestran que muchos inventos -herramientas, fuego, caza…- fueron creados por las especies humanas que nos precedieron»
Y pone un ejemplo del día a día de su profesión. «Imaginemos que se descubre una herramienta de pedernal en una capa arqueológica que data de hace unos 40.000 años. Un especialista en herramientas de piedra podrá describirla y descifrar cómo se obtuvo y cómo se talló la piedra. Pero un estudio más detallado, realizado por otros especialistas que utilizan microscopios, les permitirá identificar las marcas de desgaste en los bordes cortantes, identificar cómo se utilizó y con qué tipo de materiales se trabajó», desentraña el también arqueólogo. «Para acabar, normalmente se encontrará que la herramienta de pedernal es sólo una parte de una herramienta más general y que, por ejemplo, la herramienta de pedernal estaba encajada en un mango de madera o de hueso. Así que es fácil entender por qué necesitamos estudiar los detalles más pequeños e identificar todo lo que no tenemos y que no se ha conservado durante milenios«.
Un largo (y compartido) proceso evolutivo
Este procedimiento va como anillo al dedo a la historia del Hombre León de Hohlenstein, considerada como la escultura más antigua del mundo, que centra uno de los capítulos más fascinantes del libro. Los fragmentos del Hombre León, hechos de marfil de mamut, fueron descubiertos en 1939 por Otto Völzing en una de las tres cuevas kársticas de Hohlenstein, ubicadas en Stadel, localidad del sur de Alemania a 25 kilómetros de la ciudad de Ulm. Las excavaciones, dirigidas por el anatomista Robert Wetzel, terminaron prematuramente tras el inicio de la Segunda Guerra Mundial y hubo que esperar a 1969 para que el entonces joven y después eminente prehistoriador Joachim Hahn descubriera, tras lograr unir unos 200 fragmentos de los 260 hallados entonces, que el objeto era un híbrido de un humano y un gran felino, probablemente un león de las cavernas.
Más pequeños trozos fueron encontrados en la cueva por caminantes en los años 70, por lo que a finales de los 80 se volvieron a montar todas las piezas correspondientes en el taller de restauración del Museo Estatal de Württemberg. Tras hallar aún más fragmentos, hace unos diez años la figura se digitalizó mediante tomografía computarizada de rayos X , luego el modelo digital se desmontó en partes individuales y luego se volvió a ensamblar virtualmente. Fue entonces cuando alcanzó sus 31 centímetros actuales y cuando se dató su antigüedad en unos 40.000 años. En estas décadas se sucedieron las interpretaciones sobre el carácter ritual y religioso de la escultura, sobre si esta cueva no estaba habitada, sino que era una especie de santuario y, sobre todo, el debate sobre quiénes fueron sus constructores, si los Homo sapiens o los Homo neandertalensis, es decir, los neandertales.
«Investigaciones recientes han demostrado que lo que nos hace humanos, el uso de herramientas, el pensamiento mágico o el uso del lenguaje, no sucedió de la noche a la mañana. Es toda la historia de un largo proceso evolutivo que comenzó hace varios cientos de miles de años en África», defiende Teyssandier. «Durante mucho tiempo se pensó que cuando el Homo sapiens llegó a Europa hace unos 45.000 años, todo cambió instantáneamente, como si se tratara de una revolución. Que el Homo sapiens había introducido toda una gama de nuevos comportamientos en Europa: tecnológicamente, pero también con la aparición y desarrollo del adorno corporal y las artes gráficas figurativas por primera vez«. Sin embargo, hoy sabemos a ciencia cierta que no ocurrió así.
Utilizado en el lenguaje coloquial como sinónimo de bruto o de estúpido, el imaginario popular ha endilgado a estos extintos parientes nuestros la imagen de cavernícolas toscos y poco inteligentes. Una imagen claramente injusta, como se sabe hoy. Los hombres de neandertal eran sofisticados en muchos aspectos, pues además de las herramientas, también utilizaban el fuego, eran buenos cazadores y cuidaban de los enfermos. Hoy muchos científicos reconocen en ellos incluso capacidades estéticas y espirituales similares a las del hombre actual, como las que revelan algunas de sus tumbas y manifestaciones artísticas o las que revelaría la talla de una escultura como el Hombre León.
«Lo que podemos ver hoy es que estos nuevos comportamientos no aparecieron instantáneamente y de una vez. Al contrario, se trata de un proceso paulatino y progresivo, caracterizado por una arritmia en la introducción de innovaciones. Es más, ahora está claro que el Sapiens mantuvo intercambios genéticos y, por tanto, culturales con los neandertales que poblaron Europa antes que él, y que este período de coexistencia de los dos tipos humanos dio lugar a fenómenos de asimilación entre estas dos humanidades diferentes. Así que el Sapiensno es el ‘único responsable’ de lo que nos hace humanos hoy en día, y todavía tenemos una cierta cantidad de genes neandertales en nosotros«, sintetiza el prehistoriador.
«El Sapiens no es el ‘único responsable’ de lo que nos hace humanos hoy. Tenemos en nosotros una importante cantidad de genes neandertales»
Una verdad que destierra el ideal de que somos esa especie única y superior. «Ha habido muchos mitos falsos sobre la prehistoria y la evolución humana. El pensamiento dominante era que el Sapiens era la forma perfecta de evolución y que había un significado, una dirección en la evolución humana que conducía hasta nosotros. Hasta que nos dimos cuenta de que otros humanos, mucho mayores y diferentes a nosotros anatómica, cognitiva y conductualmente, también habían compartido comportamientos modernos». Así, hoy sabemos que el fuego se «inventó» cientos de miles de años antes de nuestra aparición, al igual que la práctica de cazar grandes mamíferos. De manera similar, hace más de un millón de años se inventaron herramientas complejas que sin duda requerían prácticas de lenguaje y comunicación, como los bifaces perfectamente simétricos», sostiene.
«En términos de simbolismo, también sabemos que los neandertales enterraron a algunos de los miembros fallecidos del grupo. Fueron necesarias décadas de controversia para lograr que quienes se oponían a estos hechos admitieran que estaban científicamente probados. Muchos colegas no quisieron admitir que los neandertales podrían haberse comportado de maneras que se consideran típicas de la humanidad moderna«, reconoce el prehistoriador. «Puestos a desterrar tópicos, Teyssandier narra en su libro multitud de hechos que contradicen, como vemos, la creencia popular. Por ejemplo, que los llamados hombres de las cavernas vivían, justamente, en cavernas. «Los homínidos frecuentaban las cuevas para muchas cosas, pero no vivían allí durante largos periodos de tiempo».
Y no, utilizar cuevas para pintar murales rituales o para almacenar víveres y guarecerse de las inclemencias del tiempo, tampoco fue algo exclusivo de los Sapiens. «Recientemente se ha producido el sensacional descubrimiento de la cueva de Bruniquel, en el suroeste de Francia. Allí, hace 175.000 años, los neandertales crearon una curiosa y enigmática estructura de estalactitas y estalagmitas a más de 300 metros de la entrada de la cueva. Un total de 472 elementos se ensamblan para formar varias estructuras que pesan un total de 2,2 toneladas de materiales utilizados por el ser humano. ¡El Neandertal era un auténtico espeleólogo!», relata con emoción. «Tuvo que dominar técnicas de fuego e iluminación que eran tanto móviles para caminar como estáticas para trabajar en la oscuridad. Esto significaba llevar antorchas… Lo realmente fascinante es que hicieron todo esto por razones no funcionales. Nada los obligó a hacerlo. Es una verdadera ventana al pensamiento simbólico de los neandertales«.
Todavía mucho por descubrir
Así, en este volumen, Teyssander especula sobre cosas que no sabemos y quizá nunca sepamos, pero que son más que plausibles. Por ejemplo, que los antiguos homínidos ya podían hablar como nosotros, poblaban continentes, eran sedentarios antes del Neolítico, tenían creencias religiosas y «construían» «máquinas». «Reconstruir poblaciones anteriores al Homo sapiens, diferentes a la nuestra, es muy difícil, pero sí es posible decir que el lenguaje no es exclusivo del Sapiens. Y esto se puede comprobar, por ejemplo, en los complejos métodos de talla de la piedra, que debieron requerir un aprendizaje apoyado en gestos y sin duda explicaciones«, aventura.
En lo que sí respecta a los antiguos Sapiens del Paleolítico, el investigador afirma: «numerosos datos recientes han revelado la complejidad de estas sociedades: sabemos que poblaron el sur de Asia y llegaron a Australia hace al menos 50.000 años. Aunque en aquella época los niveles del mar eran diferentes, en plena era glacial, necesariamente debían dominar la navegación, algo impensable hace apenas unas décadas«, explica. «En la misma línea, diversos datos muestran la complejidad de las redes sociales de estas sociedades, como lo ilustra la circulación de ciertos materiales a lo largo de cientos de kilómetros. Las conchas recolectadas en las costas del Océano Atlántico, por ejemplo, se encuentran en sitios cercanos a la costa mediterránea y viceversa. A veces, se encuentran herramientas hechas con pedernales distantes en sitios que pueden estar a 300 o incluso 500 kilómetros de distancia de donde se recolectaron los pedernales».
«Lo fascinante es que cada año trae nuevos descubrimientos. Tenemos métodos de análisis cada vez más sofisticados: análisis isotópico, ADN…»
Otro mito que desmonta es el del estatus social de estos cazadores-recolectores, quienes durante mucho tiempo fueron percibidos como sociedades no violentas, pacíficas y libres de conflictos, en contraste con las sociedades agrícolas y sedentarias del Neolítico. «Esto no es cierto, y ahora sabemos por un puñado de sitios arqueológicos que existieron episodios de gran violencia entre grupos desde finales del Paleolítico«, revela. «También podemos suponer que entre los Sapiens había una división del trabajo, quizás formas de división sexual de las tareas, y que también había desigualdades sociales. No todos los individuos de un grupo determinado tenían el mismo estatus social. Había especialistas que, por ejemplo, pintaron las figuras gráficas fantásticas de la cueva de Chauvet, otros individuos muy especializados en cantería, en hacer cuentas de marfil… Y ciertos individuos fueron enterrados, como en Sunghir, en Rusia, en tumbas propias, y sus cuerpos estuvieron acompañados de prestigiosos ajuares funerarios, como miles de cuentas de marfil o conchas y espectaculares aperos de caza en marfil».
El final de este viaje al conocimiento del pasado puede ser agridulce, pues, si bien sabemos mucho más, quizá sea infinitamente mayor la cantidad de cosas que no sabemos. Sin embargo, Teyssandier lo ve de forma mucho más positiva. «Lo fascinante de la Prehistoria es que cada año trae nuevos descubrimientos. Disponemos de métodos de análisis cada vez más potentes y tecnológicamente sofisticados: análisis isotópico, ADN… Ahora estamos en condiciones de saber más sobre la dieta de nuestros antepasados. Ya sea que comieran más carne, más verduras… El ADN ha revolucionado nuestro conocimiento y los avances se siguen acumulando», comenta con devoción. «No es difícil imaginar que un día se descubrirá un lugar de entierro con dos adultos, neandertales y Sapiens, y su hijo, un mestizo de primera generación: ¡un descendiente de neandertal-Sapiens de primera generación! Queda mucho por descubrir si queremos desentrañar los misterios de la larga evolución que nos ha llevado hasta nosotros, los humanos del siglo XXI«, concluye.
Fuente: https://www.elmundo.es/la-lectura/2024/12/19/6762a0d121efa0b25d8b4591.html