Un libro reconstruye la vida de Marius Jacob, el ladrón que inspiró el personaje que vuelve a estar de actualidad gracias a la exitosa serie de Netflix
ISMAEL MARINERO / EL MUNDO
«Esta es la historia de un ladrón, pero no de uno cualquiera», dice la voz grave y profunda de Omar Sy en un momento del primer episodio de Lupin, la serie de Netflix convertida en fenómeno del momento gracias al dichoso algoritmo. Y efectivamente, Lupin no es un vulgar maleante, sino el ladrón de ladrones, un tipo tan hábil con los disfraces como con las cerraduras, capaz de maquinar los más audaces robos casi como un juego para sacar brillo a su inteligencia y dejar en evidencia a la policía. «Arsène Lupin es más que un libro. Es mi herencia, mi método, mi camino», dice Sy en otro momento, haciendo explícito el legado del «ladrón caballero» que el escritor Maurice Leblanc popularizó a partir de 1904 en la revista Je Sais Tout, y posteriormente en una veintena de deliciosas novelas que llegaron a rivalizar con las de Sherlock Holmes.
El propio Leblanc nunca lo reconoció abiertamente, pero todo apunta a que, además de la influencia de Raffles, el dandi ladrón del novelista E.W. Hornung, algunos rasgos fundamentales de su personaje se inspiraron en Alexandre Marius Jacob, anarquista francés convencido de que «las mayores empresas criminales están en el otro bando». Es decir, el bando de los burgueses, banqueros, policías, jueces y todos aquellos que defendían la propiedad privada. Ahora, la editorial Pepitas de Calabaza publica por primera vez en castellano Por qué he robado y otros escritos, libro en el que Jacob narra en primera persona los hechos que condujeron a su detención, sus alegatos filosóficos durante el juicio y su lucha por la mejora de las condiciones de los presos.
Jacob, hijo de obreros, nació en Marsella en 1879 y los muelles del puerto marsellés fueron su hábitat natural hasta que, a los 12 años, se enroló en un barco como aprendiz de marinero. Sidney era su destino, pero desertó antes de llegar tras presenciar el trato brutal por parte de los mandos hacia la tripulación. Llegó a ejercer como pirata, pero su destino no estaba en los siete mares, sino en los ambientes anarquistas de la Francia de la Belle Époque. Bajo el lustre de los avances científicos y la pompa y circunstancia de una burguesía cada vez más opulenta, el país se encontraba al borde de la quiebra social tras la represión de la Comuna de París y las evidencias de una creciente desigualdad entre ricos y pobres.
En Recuerdos de un rebelde, el capítulo que abre esta suerte de autobiografía fragmentaria e incompleta, Jacob rememora con pulso de avezado novelista los acontecimientos que condujeron a su detención y deportación. Él no era un individualista como Lupin y daba sus golpes junto a una banda que se hizo llamar Los trabajadores de la noche.Junto a ellos cometió 156 robos o actos de redistribución de la riqueza, como él prefería llamarlos, en apenas tres años, dejando en evidencia a la policía francesa, incapaz de localizar a este hombre de las mil caras.
En el golpe que supuso el principio de su fin como ladrón, Jacob acabó matando a un policía con su revólver. A diferencia de Lupin, que rechaza cualquier forma de violencia, Jacob se justifica: «Es la guerra social. Si no me defendiera, me quitarían la vida o la libertad, lo que viene a ser lo mismo. Pero prefería que las cosas siguieran así. No mato por el placer de hacerlo. Un bandido piensa y actúa de manera muy distinta».
El ingenio de Jacob con las ganzúas y los butrones es también el que recorre sus escritos. «Bastaba ver su semblante de perro de presa para comprender que era uno de esos fieles servidores para los que toda la existencia se resume en esta palabra: órdenes», dice sobre un policía. Arremete también contra un fiscal: «Defiende al rico, demanda al pobre; llena las cárceles y espera hacer cortar cabezas; y como premio recibe un hueso para roerlo: algunos cientos de francos al año». Y después contra los militares, a los que tenía una particular ojeriza: «Lo propio del militar es matar, matar más, matar siempre».
Apresado en Abberville en 1903 junto a dos de sus cómplices, Jacob fue juzgado en Amiens dos años después. Se salvó de la pena capital, pero no de ser condenado a trabajos forzados en la Isla del Diablo, en la Guayana francesa. Allí fue víctima de las condiciones inhumanas a las que se enfrentaban los prisioneros, pero siguió soñando con ser libre: realizó 17 intentos de fuga, todos sin éxito. Allí pasó dos décadas, hasta que los trabajos forzados fueron abolidos. Cuando recobró su bien más preciado, la libertad, dejó de robar pero no de militar en la causa anarquista. En su tumba se lee «A.M.J. pudo ser Arsène Lupin» y, en esencia, lo fue. Jacob se suicidó en 1954, con un último escrito dirigido a sus amigos: «Os dejo sin desesperación, con la sonrisa en los labios y la paz en el corazón. Sois demasiado jóvenes para poder apreciar el placer que proporciona irse gozando de excelente salud, burlándose de todas las enfermedades que acechan a la vejez. Allá están todas estas asquerosas reunidas, listas para devorarme. Pero voy a defraudarlas. Yo he vivido y ya puedo morir».
Fuente: https://www.elmundo.es/cultura/2021/01/28/6011c8ff21efa051588b4587.html