El pensador de origen sefardí, una voz imprescindible de la filosofía europea, cumple hoy un siglo. «El retorno de la barbarie siempre es posible», alerta desde su casa de Marrakech
MAURO CERUTTI / Corriere Della Sera / EL MUNDO
Nos encontramos, aunque separados por la pandemia, para tomar el té de la tarde vía Skype. Edgar Morin se encuentra en Marrakech, donde hoy celebrará los 100 años. «Ah, cómo me gustaría estar en nuestra Toscana, en nuestro oasis de fraternidad, con nuestros amigos más queridos», dice. Se le iluminan los ojos: «Toda mi familia materna, los Beressi, los Mosseri, eran toscanos, de Livorno. Y mi familia paterna Nahoum, procedente de España, había permanecido en Leghorn durante mucho tiempo, durante el siglo XVII y principios del XVIII. Para mí, Italia es una matriz»…
PREGUNTA: La suya es una identidad plural. ¿Quién es usted en este cambio de siglo?
RESPUESTA: Un ser humano.
P: Pero es un ser humano con muchos adjetivos: de origen sefardí, un poco italiano y un poco español, profundamente mediterráneo, ciudadano del mundo, hijo de la patria. Fue el primero de los suyos en nacer en Francia.
R: Sin embargo, me convertí en francés poco a poco. Fui apropiándome de la lengua y la cultura de mi país durante mi niñez y mi adolescencia. Era hijo de inmigrantes, sin identidad nacional. Habían llegado a París desde Tesalónica que, desde 1492, había sido una ciudad predominantemente sefardí de pacífica convivencia multicultural en el Imperio Otomano.
P: Pero usted es hijo de la limpieza étnica europea, de la diáspora sefardí nacida de la persecución española de 1492.
R: Sin embargo, esa parte de mis raíces no tenía ningún contenido cultural. Mi familia no me educó en la sinagoga. Descubrí más tarde que era judío.
P: En ese descubrimiento la resistencia contra los nazis jugó un papel decisivo…
R: La conciencia surgió de la barbarie que invadió Francia. Edgar David Nahoum se convirtió en Edgar Morin. Pero, tras la liberación, quise mantener ambas identidades en mis documentos: Nahoum, llamado Morin…
P: Y así la conciencia de las raíces pasó a formar parte de su formación humanística…
R: Me siento como un nuevo judeoconverso, hijo de Montaigne y Spinoza, que sufrió la expulsión desde la sinagoga. Reconozco mis raíces judías, pero me siento hijo de un pueblo maldito, no del pueblo elegido. Así que siento compasión por todos los subyugados, los colonizados. Mis raíces judías se diluyen en mi educación humanista y universalista.
P: Por eso, paradójicamente, usted ha sufrido duras acusaciones de discriminar y marginar…
R: Cuando la verdad y el honor están en juego, se deben aceptar la soledad y la inadaptación. Ahora más que nunca, ya que la actitud de degradar a los demás de la manera más cobarde se está extendiendo hasta el paroxismo. Debemos buscar una vacuna contra la rabia específicamente humana, porque estamos en medio de una epidemia.
P: Y también, de nuevo con muchos peros, es usted culturalmente europeo…
R: Como saben, políticamente me siento europeo desde principios de los años 70, cuando me di cuenta de que el inhumano poder colonial de Europa estaba perdido. Europa en ese momento era algo pobre. Aunque ahora vuelvo a tener miedo de perder la fe en el continente. Lo veo subyugado a las fuerzas tecnoburocráticas, veo a los migrantes afganos y sirios… Temo la desintegración final, pero es precisamente la cultura humanista europea la que me ha arraigado ese sentimiento profundo por el destino de la humanidad. En el fondo, Europa siempre ha sido hija de lo improbable. Al final, siempre se ha salvado.
El retorno de la barbarie es posible. La historia nos enseña que no aprendemos de la historia
P: Cien años de vida. Cien años de historia. Se encuentran estrechamente entrelazados. Ha sido protagonista de todos los acontecimientos cruciales. ¿Qué le han enseñado?
R: No creer en la perennidad del presente ni en la previsibilidad del futuro. Debemos esperar lo inesperado, aunque no podamos preverlo. La vida se basa en navegar por un océano de incertidumbre, con algunas islas de certeza. Todo lo que nos espera es imprevisible: el amor, el dolor, la enfermedad, el trabajo, las elecciones, la muerte. No debemos anestesiar la incertidumbre y la imprevisibilidad.
P: Ha visto la globalización, que comenzó con las guerras mundiales, y ha visto el nacimiento y la formación de sistemas totalitarios seculares, de una naturaleza previamente desconocida. Ha vivido la Resistencia, la autocrítica del credo comunista… También pudo interceptar e interpretar el estado naciente de fenómenos inéditos o aún imprevisibles: el cine, la industria cultural, la cultura adolescente, mayo del 68, el fin de la Guerra Fría, la globalización…
R: Sin embargo, la fase más importante de mi siglo comenzó en 1945, en Hiroshima, con la posibilidad técnica de la aniquilación de la humanidad. Era algo impensable hasta entonces. La posibilidad de autoaniquilación se convirtió entonces en una espada de Damocles sobre el ser humano sumada a la degradación del planeta. A merced del desarrollo tecnológico y económico incontrolado, y de una sed inagotable de beneficios. Nuestra civilización produce los instrumentos de su propia muerte.
P: Pero desde los años 80 la esperanza de la vida parece haberse confiado a la nueva ideología transhumanista: una interpretación eufórica de la tecnología médica genética y la inteligencia artificial.
R: Sí. El mito transhumanista reproduce el mito de la inmortalidad. La posibilidad técnica de prolongar la vida humana lleva a imaginar una sociedad gobernada por la inteligencia artificial. Este sueño es al mismo tiempo una pesadilla siniestra. El hombre aumentado es el nuevo mito del poder humano sobre la naturaleza. Y es la perspectiva de una superhumanidad limitada a una casta, en la que nosotros y los demás humanos estaríamos en una especie de apartheid. Este mito olvida las reformas morales e intelectuales que necesitamos con mayor urgencia…
P: En resumen: un siglo complejo, con una posibilidad sin precedentes de muerte global y al mismo tiempo de suprahumanidad. ¿Qué se perfila en el horizonte?
R: El fenómeno de la unificación tecno-económica del mundo por parte del capitalismo y los medios de comunicación ha creado una comunidad de destino planetario, que emergió frente a enormes peligros. Podemos imaginar diferentes escenarios, e incluso mezclar escenarios de catástrofe con escenarios transhumanistas. Estamos en la incertidumbre total. El futuro es completamente oscuro.
P: No parece que haya fuerzas regeneradoras de la humanidad. ¿En qué podría consistir?
R: Podrían regenerarse a través de la reeducación de las mentes hacia un pensamiento más adecuado, lo que llamamos pensamiento complejo. Nunca hemos tenido tantos conocimientos, pero están fragmentados. Por lo tanto, son inadecuados para tratar los grandes problemas globales, hechos de muchas dimensiones entrelazadas. La pandemia nos enseñó esto, es un fenómeno multidimensional y global. Afecta desde nuestra vida biológica personal y cotidiana, hasta el destino de las naciones y de la humanidad entera.
P: ¿Fin de las ideologías, fin de la historia, fin del progreso, fin del futuro?
R: El comunismo, en su forma bolchevique-leninista, fue el último heredero del mesianismo judeocristiano. Marx fue el profeta, una especie de San Pablo, de este nuevo mesianismo. Por supuesto lo secularizó, pero mantuvo su aspecto de salvación, de redención, de apocalipsis. Es el único caso en el que este mesianismo logró implantarse de forma duradera, en ese vasto país que fue la URSS. Pero este mismo éxito fue un fracaso total en comparación con su pensamiento y su sueño. Y no sólo eso: este éxito produjo su propio colapso y el regreso de lo que se había querido eliminar: las religiones y los viejos regímenes
P: ¿Hemos superado esta forma de mesianismo? ¿Habrá uno nuevo?
R: No lo sé. Estamos en una época de enormes transformaciones, que va a durar mucho tiempo. Y eso me corroe un poco, porque no podré verla tanto tiempo…
P: Sin embargo, su imaginación es cada vez más profunda…
R: El imaginario es una parte constitutiva de la realidad humana, que no está hecha sólo de economía. Está hecho de mitos, religión, ideologías… De razón y pasión. Somos Homo sapiens/demens. La fría razón del cálculo es inhumana; no puede ver la complejidad de nuestras vidas, hechas de felicidad e infelicidad, de sueños y deseos… Por supuesto, la razón debe velar por la pasión, pero la pasión es el combustible de la razón.
La posibilidad de prolongar la vida humana es un sueño y, al mismo tiempo, una pesadilla siniestra
P: Su extraordinaria vida está impulsada por la curiosidad, el valor, el asombro…
R: La supervivencia es necesaria para vivir; pero una vida reducida a la supervivencia ya no es vida. Desarrollé este sentimiento cuando era niño y nunca me ha abandonado, provoca en mí un horror por lo que oprime y humilla. Cuando tenía 12 años, me escandalizaban los mendigos de La Ópera de tres centavos, y sobre todo los humillados de Dostoievski. Tantas vidas condenadas a la supervivencia. Siempre he sentido compasión por los agraviados y hoy más que nunca ante tantos agraviados por su origen o el color de su piel. Una política humanista debe crear las condiciones no sólo para sobrevivir, sino para vivir.
P: Sus libros relatan tanto los momentos trágicos como los extáticos de su siglo.
R: Si hay alguna verdad en mi vida, es la verdad de la poesía. No sólo la de los poetas, sino la de la vida, que se expande y nos encanta. Y la poesía suprema es la del amor. También está la poesía de la historia, que se revela en los momentos de libertad, de fraternidad, de creatividad. ¡Ah! El 26 de agosto de 1944, la liberación de París, todas esas campanas de las iglesias que empezaron a sonar… Y ese violonchelo de Rostropovich que tocó a Bach el 9 de noviembre de 1989, al pie del Muro caído…
P: Entonces, ¿no estamos al final de la historia?
R: No. Somos humanos porque estamos inacabados y esto crea en nosotros un sentimiento de carencia, que nos mueve a lo inexplorado, a lo inédito.
P: Sin embargo, sigue existiendo el peligro de volver a generar, como los sonámbulos, catástrofes históricas, ahora a escala planetaria.
R: El retorno de la barbarie siempre es posible. La historia nos enseña que no aprendemos de la historia. Debemos desarrollar la conciencia de nuestra comunidad de destino. Estamos unidos por los mismos problemas de la vida y la muerte. Esta conciencia no se está extendiendo entre los ciudadanos y no está presente en la mayoría de los políticos, economistas o tecnócratas. Hay conciencias y movimientos dispersos, pero no hay fuerzas coherentes con una cultura adecuada.
P: ¿Qué podemos esperar?
R: La aventura humana ha llegado a una crisis gigantesca y nuestro destino está en juego. Las probabilidades están a favor de lo peor. Pero, como siempre, lo improbable e imprevisible también es posible. Parece que Tánatos debe ser el ganador. Pero, pase lo que pase, nuestra vida sólo puede tener sentido si nos ponemos del lado de Eros.
P: ¿Qué es necesario para envejecer bien?
R: Mantener la curiosidad de la infancia, las aspiraciones de la adolescencia, las responsabilidades de la edad adulta y, a medida que crecemos, aprovechar la experiencia de las edades anteriores. Sorprenderse y cuestionar lo que parece obvio, para desintoxicar nuestra mente y desarrollar un espíritu crítico.
P: ¿Un sueño para su centésimo cumpleaños?
R: Mi último sueño sería viajar a Italia en otoño, con nuestros amigos… No sé si es un sueño que puede hacerse realidad.
Fuente: https://www.elmundo.es/papel/lideres/2021/07/07/60e5aab1fc6c83d10b8b4573.html