HENRIQUE MARIÑO / VÍDEO: JAIME GARCÍA-MORATO Y LOLO SÁNCHEZ / PÚBLICO
El escritor Leonardo Padura (La Habana, 1955), protagonista de la Semana de Autor en la Casa de América, reflexiona sobre los obstáculos para ejercer el periodismo en Cuba, la relación traumática con Estados Unidos, el precio a pagar por reflejar los jirones de la realidad social, la autocensura y la cancelación, la generación del desencanto y, claro, sobre Mario Conde.
Antes de consagrarse en la literatura, ejerció como periodista y escribió reportajes históricos y culturales. ¿Esa especialización obedeció, o desobedeció, a la Cuba que le tocó vivir?
En el periodismo, escribir con libertad en Cuba es imposible. En la época en que fui reportero de un vespertino, tuve una gran libertad a la hora de poder escoger los temas y los personajes. Sencillamente, porque eran historias que nadie me podía sugerir, sino que tenía que buscarlas yo. Nunca trabajé en los equipos que tenían que ver con lo noticioso. Eso fue un poco lo que me salvó de tener que hacer ese tipo de periodismo orientado, pautado y dirigido que se practica en Cuba todavía hoy, que limita mucho la libertad de los periodistas a la hora de poder reflejar lo que ocurre en la realidad.
La entrevista completa, en vídeo:
La novela negra suele encerrar una crítica a la sociedad. Entiendo que, en su caso, resulta más complicado porque supone un reproche al régimen.
El hecho de vivir en una sociedad como la cubana y escribir sobre ella entraña dificultades y riesgos, que yo he asumido. Algunos de los documentos más radicales y críticos que se han escrito y han circulado dentro de Cuba han sido algunas de mis novelas. El hombre que amaba a los perros [sobre León Trotski y su asesino, Ramón Mercader] toca directamente esencias del sistema y en las novelas de Mario Conde la realidad contemporánea está presente de una manera muy visible, evidente y lacerante.
Eso ha significado que pago un precio por hacer ese tipo de trabajo. Prácticamente yo no existo en Cuba: no salgo en los periódicos ni en la televisión, mis libros se publican poco y mal y, últimamente, no han salido algunas de mis novelas. Uno tiene que asumir su responsabilidad. Yo no soy un hombre político, no participo de la política y nunca he pertenecido a ningún partido político, pero como escritor tengo una responsabilidad civil: hablar de la sociedad de mi tiempo desde la perspectiva personal, que es una perspectiva también muy generacional.
No se ha movido del barrio de Mantilla, ni siquiera de la casa donde nació. Sin embargo, muchos coetáneos suyos forman parte de una generación desencantada. ¿Usted también ha sentido esa desilusión?
A nuestra generación nos educaron en el sacrificio y en el trabajo, pensando en que la recompensa sería el futuro. Y ese futuro nunca llegó… Ese sentimiento de desencanto me llevó a escribir El hombre que amaba a los perros y, estudiando ese proceso, me fui dando cuenta de que era una utopía frustrada. Eso se refleja en la diáspora y en la vida de muchos cubanos en la isla, donde a una persona que trabajó durante 45 años la jubilación no le alcanza ni siquiera para pagar el precio de comerse un huevo diario. El nivel de frustración, de decepción y de desencanto es muy grande.
¿Cómo ve la relación futura entre su país y Estados Unidos? ¿Se imagina a Cuba como el 51º estado?
No sé qué puede pasar en los próximos años en mi país, que está viviendo una etapa muy complicada. Hay una crisis tal que en dos años ha salido el 5% de la población. Cuba ha tenido una relación traumática con Estados Unidos, adonde va a vivir la mayoría de quienes salen del país. Aunque hay una gran admiración por la cultura norteamericana y una gran cercanía, muy evidente en la música —a mediados de los cincuenta, la relación cultural fue intensa y mi país era el más famoso en Estados Unidos—, creo que en Cuba hay un sentido nacionalista muy fuerte.
Este viernes, en la Casa de América, protagoniza la conferencia ‘De la autocensura a la cancelación: ¿la luz de nuestro tiempo?’. ¿Cuál es más peligrosa?
La autocensura. La cancelación viene de fuera y es terrible. ¿Cómo es posible que por ser políticamente correcto se sea tan estúpidamente incorrecto? Sin embargo, para evitar ambas, muchas personas —no solamente artistas— se autocensuran: en su utilización del lenguaje, en su comportamiento, en sus actitudes políticas, en sus manifestaciones… Y eso es una forma de castración.
En Cuba ha habido muchos escritores que han tenido que someterse a ella para no ser censurados, pero creo que es más humillante la autocensura que la censura o la cancelación, aunque tenga otras connotaciones sociales que puedan hacer que, hacia el exterior, sean mucho más humillantes la cancelación y la censura.
Mario Conde no quería ser policía, sino escritor, y usted deseaba ser jugador de béisbol, no literato. ¿Lo daría todo por haber cumplido su sueño?
No puedo darlo todo porque no tengo garantizado ser un buen jugador de béisbol. Como escritor, me han pasado, me están pasando y espero que me pasen cosas que nunca hubiera imaginado cuando escribí mis primeras novelas. De hecho, le puse el nombre de Mario Conde a mi personaje porque jamás pensé que el libro se fuera a publicar en España. Me daba igual que aquí hubiera una persona muy famosa llamada así.
La gloria deportiva es rutilante. Sin embargo, a un jugador de béisbol japonés le han hecho un contrato de 700 millones de dólares por diez años. Uno se deslumbra viendo jugar a ese hombre, pero sabes que hay algo ahí que no está funcionando bien. Ocurre también en la literatura, porque te das cuenta de que hay gente que escribe pensando en el contrato de los 700 millones.
Esa relación con la fama y con la inmortalidad es muy complicada. Uno tiene que concentrarse en tratar de hacer lo mejor posible su trabajo. Cada novela que he escrito es la mejor que fui capaz de escribir en ese momento. Y si no es mejor ha sido por falta de talento, pero no por falta de esfuerzo. Trato de que cada libro sea el mejor libro que soy capaz de escribir.