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Lecciones liberales para una época liberal | ethic

El liberalismo político es un acuerdo de mínimos, un intento de garantizar la coexistencia pacífica y la mutua tolerancia. Nunca será muy popular y por eso será siempre necesario.

Ricardo Dudda / ethic

Vivimos una era iliberal. En realidad, pocas veces en la historia de Occidente se ha podido decir lo contrario. El liberalismo no es una ideología per se, sino una serie de recetas para la convivencia. Y la historia de Occidente ha sido, durante siglos, lo contrario a la convivencia: el liberalismo surgió, oportunamente, como una respuesta a las guerras de religión en Europa. Hoy, a pesar de que parece una ideología anticuada, sigue estando vigente: siempre y cuando exista el poder, habrá que limitarlo y controlarlo. Siempre y cuando exista la ideología, habrá que enfrentarse a sus dogmas.

En un texto reciente, Manuel Arias Maldonado esbozaba algunas de las preocupaciones del liberalismo: «la separación de poderes, el respeto a la privacidad, la distinción entre Derecho y moralidad, la aspiración universalista de la ley común, el principio del gobierno limitado, la aceptación de los organismos contramayoritarios, la cautela ante la ideología». No son, como puede observarse, muy rígidas: son más unas reglas de juego que una doctrina. Para muchos críticos del liberalismo, esa supuesta neutralidad es una manera de ocultar otro tipo de opresiones. No se quedan con las ideas sino con su aplicación: se critica mucho, por ejemplo, que pensadores ilustrados del siglo XVIII y XIX tuvieran ideas muy poco «liberales» con respecto a determinadas minorías. Es algo injusto: si se han cometido cosas malas en nombre del bien, el bien no deja de ser algo a lo que deberíamos aspirar.

El liberalismo político asume que la sociedad y la vida pueden mejorar, pero nunca alcanzar la perfección

En su célebre Liberalismo, el filósofo John Gray expone las que considera que son las cuatro patas del liberalismo. Su visión es más moral que práctica, pero sus ideas siguen siendo muy amplias. En primer lugar, considera que es individualista, en el sentido de que pone por delante al individuo frente a las pretensiones de cualquier colectividad. En segundo lugar, es igualitario, «en la medida en que confiere a todos los hombres el mismo estatus moral y niega la relevancia para el orden jurídico o político de las diferencias de valor moral entre los seres humanos». En tercer lugar, es universalista, porque defiende la «unidad moral» de la especie humana frente al esencialismo y los particularismos culturales o históricos. Y, finalmente, es meliorista, porque cree en la corregibilidad y la perfectibilidad de todas las instituciones sociales y acuerdos políticos.

El liberalismo político es una especie de acuerdo de mínimos. Es un intento de garantizar la coexistencia pacífica y la mutua tolerancia. Asume que la sociedad y la vida pueden mejorar, pero nunca alcanzar la perfección. Y, sobre todo, que el ser humano siempre será imperfecto: los intentos por construir una sociedad y un ser humano ideales suelen conducir a la tiranía. Estas bases tan obvias son hoy, en una época de autoritarismos, populismos y nacionalismos, algo muy heterodoxo. ¿Por qué mi líder debe abandonar el poder, si lleva la razón y además está haciendo las cosas bien? ¿Por qué la ley no debería estar hecha a medida de mi tribu, si somos el pueblo elegido? ¿Por qué tengo que esperar a que un juez decida quién es culpable, si la masa ya lo tiene claro? El liberalismo nunca será muy popular y por eso será siempre necesario.

Fuente: https://ethic.es/2024/03/liberalismo-lecciones-liberales-para-una-epoca-iliberal/

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