El periodista Agustín Rivera rescata el testimonio de algunos de los japoneses que sobrevivieron a las bombas nucleares
GREGO CASANOVA / VOZPÓPULI
La palabra superviviente se quedó muy limitada en el siglo XX. Un término muy reducido para catalogar a los soldados que sobrevivieron en el infierno de las trincheras, para los judíos que salieron con vida de fábricas de la muerte como Auschwitz o para los habitantes de Hiroshima y Nagasaki. Para estos últimos, en japonés se inventó la palabra hibakusha, literalmente “persona bombardeada”.
Por primera vez en la historia, un solo artefacto y en un solo instante mataba a decenas de miles de personas y destruía por completo una ciudad. La bomba era doblemente mortífera, la explosión más grande registrada en la historia iba acompañada de un veneno nuclear que siguió afectando en generaciones posteriores. Los hibakushas quedaron estigmatizados y en la mayoría de los casos no hablaron de su experiencia o lo hicieron muchas décadas después. El periodista español Agustín Rivera excorresponsal en Japón recoge los testimonios de algunos de ellos.
P: ¿Qué queda en el Japón actual del recuerdo de las dos bombas?
R: Queda la reflexión sobre lo que supuso la bomba atómica, queda la ausencia de rencor que tienen los japoneses que han sufrido algo bastante increíble. Quedan también esas huellas de los hibakushas, que son huellas, por supuesto, físicas, pero también psicológicas de saber que han sido los únicos seres humanos que han sufrido bombas atómicas y saber que lo que sufrieron fue desgraciadamente muy especial.
P: Varios testimonios de su libro, reflejan la ausencia de odio o resentimiento, ¿cómo puede ser esto posible?
R: Yo creo que esto puede ser por la mentalidad japonesa mirar hacia delante, no recrearse demasiado en la memoria. Los japoneses también tienen un sentimiento de vergüenza y de humillación por haber empezado la guerra, por haber declarado la guerra a Estados Unidos con el ataque de Pearl Harbour en diciembre de 1941. Ellos piensan que si no hubiese habido ese ataque de Pearl Harbour, quizá Japón no hubiese entrado en la guerra, no hubiese habido tantas víctimas y por supuesto no se hubiese lanzado la bomba atómica.
P: ¿Atribuye esta estigmatización, que han sufrido los hibakushas, a esta vergüenza por haber sido un país agresor?
R: Yo creo que también hay elementos del código Bushido, del respeto a quien gana la guerra. El código Bushido indica que el guerrero, si al fin es vencedor, hay que darle un reconocimiento, hay que inspirarle un cierto respeto. Y eso creo que se nota un poco con la relación que hay tan especial entre Estados Unidos y Japón desde que acabó la guerra. No creo que haya otros dos países en la historia del siglo XX, quizá en la historia de la humanidad, que hayan sido tan íntimamente enemigos y que luego sean tan aliados, tan amigos, en un espacio tan corto de tiempo, casi de un día para otro.
Desde la rendición de Japón del 15 de agosto de 1945 a la ocupación de MacArthur, cuando también se produjeron violaciones, y no fueron nada fáciles esos años de la ocupación. Pero Estados Unidos ayudó económicamente muchísimo a que Japón se recuperara. Es verdad también que fue por un interés geoestratégico por hacer un contrapeso a Corea del Norte y sobre todo China. La contraprestación fue el uso de las bases militares, sobre todo en Okinawa, pero también en Kure, que está justo enfrente de Hiroshima. El primer testimonio que yo comento en el libro, el de Masayo Mori, ella mira la ventana de su terraza, de su apartamento de Hiroshima, que está en el Parque de la Paz y ella ve, a unos kilómetros de distancia, la base militar de Kure. ¿Cómo es posible que aquí, justo enfrente, donde sufrimos la bomba atómica, haya una base militar del pueblo que nos hizo tanto daño?
P: ¿Cuántos hibakushas quedan en el año 2023?
R: Hay datos un poco contradictorios, pero pueden ser centenas, incluso llegar a algunos miles. El problema no es tanto los que quedan vivos, sino de los que quedan vivos, cuántos tienen memoria, qué capacidad de salud tienen para contarlo. Primero, que se acuerden, y luego la estigmatización ha impedido que muchos lo cuenten, o lo cuenten cuando ya tienen 60 o 70 años. Muchos hibakushas que viven en Hiroshima o Nagasaki y no le cuentan a nadie que han sido hibakusha.
P: ¿Por qué?
R: En primer lugar, porque han tenido problemas para conseguir empleo, tenían problemas también para conseguir pareja, tanto mujeres como hombres. Había muchas mujeres que no querían casarse con hombres que eran hibakushas y viceversa. Pensaban que sus hijos iban a tener deformaciones físicas, en algunos casos es así, pero en otros casos ha habido hijos de hibakusha que no han tenido problemas físicos. Entonces, todo eso ha influido en que muchas parejas de hibakusha se emparejaran entre ellos. Ese miedo a decir que son hibakushas no es solamente un asunto de los años 50, 60 o 70 sino que es un asunto actual del siglo XXI, muy pocos quieren decirlo, y los que quieren decirlo ya tienen problemas de memoria, problemas de Alzheimer, de demencia y algunos no lo quieren contar con detalle.
P: En su libro cuenta la historia de una hibakusha que terminó viviendo en Málaga y estuvo décadas sin contar su experiencia.
R: Ella vive ahora mismo en Alhaurín de la Torre en Málaga, ella tenía mucho recelo en contarlo con detalle. Ahora ya con sus ochenta y tantos años, lo cuenta de una manera muy emocionante.
P: ¿El sentimiento más común de los hibakusha ha sido la vergüenza?
R: Yo creo que sí, yo creo que la vergüenza, la ausencia de rencor, como he comentado antes y un poco saber, oye, ¿por qué entramos en guerra? ¿por qué tuvimos que sufrir tanto? ¿por qué el emperador Hirohito aceptó un poco las exigencias del primer ministro y de los oficiales de los mandos militares japoneses para entrar en una guerra absolutamente absurda que no nos llevó a nada?
P: En Alemania estos son años son claramente el periodo más oscuro de su historia, una época de vergüenza nacional, ¿en Japón podemos decir lo mismo, ya no solo de la guerra sino del imperialismo japonés anterior?
R: Sí, desde luego, Japón hizo muchísimas atrocidades los primeros primeros 40 años del siglo XX y eso todavía tiene consecuencias, por ejemplo la relación con Corea del Sur, siendo, en teoría, países que deben ser muy aliados y muy amigos, es muy complicada por el asunto de las agresiones sexuales a coreanas, el asunto del santuario Yasukuni en Tokio, en el que se honra también a militares y a criminales de guerra.
P: Después de la Segunda Guerra Mundial, Japón se convierte en un país desmilitarizado y pacifista, pero en los últimos años aparecen noticias de corrientes que parecen estar cambiando esto por completo.
R: Sí, el famoso artículo 9 de la Constitución japonesa dice que Japón no puede tener ejército y tiene fuerzas de autodefensa. En realidad es un eufemismo, por supuesto que Japón tiene ejército. El anterior primer ministro japonés Shinzo Abe, que fue asesinado hace un año, intentó cambiar este artículo, ha habido mucho debate, pero todavía no se ha dado el paso en firme. Hay muchos movimientos en Japón pacifistas que proponen que no se debería cambiar este artículo, pero hay otro movimiento un poco más escorado hacia la ultraderecha que dicen que sí, que hay que defenderse de la posible invasión o posible ataque de Corea del Norte o de China.
P: En el libro también menciona el turismo de tragedias y una de los testimonios dice: «Hemos convertido la bomba atómica en un souvenir”. En los viajes de visita a Japón aparece Hiroshima como uno de los destinos fijos, pero en el fondo aparecen en estas rutas por la bomba.
R: Creo que el turismo de tragedias puede ayudar muchísimo también a que se conozca el drama de Hiroshima y Nagasaki. Quizá hay gente que va a Hiroshima y dice «vamos a ver donde cae la bomba atómica, que tiene que ser un sitio curioso». Pueden ir por eso, pueden ir por el morbo, por una cosa frívola para hacerse un selfie, pero quizá después de ese selfie haya alguien que compre un libro, que vea un documental, que lea un ensayo sobre los hibakushas… vea que fue algo más. Y habrá un público que irá a Hiroshima, que irá a Nagasaki con mucho respeto, sabiendo exactamente que pasó.
Creo que el turismo de tragedias puede ayudar muchísimo también a que se conozca el drama de Hiroshima y Nagasaki
P: Entonces, para una pareja española que vaya 10 días a Japón, ¿recomienda ir a Hiroshima?
R: Sí, pero también recomiendo que vayan a Nagasaki, porque Nagasaki es la gran olvidada, por haber sido la segunda.Yo, honestamente, he podido cometer este error titulando el libro solamente con Hiroshima, pero tanto en el libro como en las entrevistas siempre intento que aparezca también Nagasaki. Hay un hibakusha en Nagasaki que dice: «Mientras Hiroshima grita, Nagasaki está en silencio y ora». Yo creo que cualquier ciudadano del mundo, debería de ir una vez en la vida a Hiroshima y Nagasaki.
P: ¿Hay algún testimonio que le estremezca por encima del resto?
R: A lo mejor el de Emiko Okada que lo titulo «Atardecer Rojo». Emiko Okada tenía una hermana que era unos años mayor que ella, desapareció, no se supo nada de ella después de la explosión. Sus padres murieron teniendo la esperanza de que iba a aparecer y su hermana nunca apareció, era la auténtica alegría de la casa. Ella dice que odia los atardeceres, que es una cosa que a casi toda la humanidad le encanta… Pero ella no los soporta porque es justo la imagen de los incendios que hubo en la tarde noche del 6 de agosto de 1945 en Hiroshima. Dice que cualquier americano debería ir a Hiroshima o Nagasaki y no entiende como hay tantas más nucleares.
P: ¿Qué le parece que en la última película de Oppenheimer apenas haya escenas de Hiroshima?
R: A mí me parece que ha sido otra oportunidad perdida porque se ven escenas que Oppenheimer está viendo escenas de hibakushas, de los efectos de la lluvia negra, pero, ¿por qué la cámara no va a lo que está mirando Oppenheimer?. También hay una reflexión un poco frívola, cuando uno de los personajes menciona: «¿Dónde lanzamos la bomba atómica? Kioto no porque ahí estuve de viaje de novios». Esa escena me parece un poco frívola. Está muy bien desarrollado el proceso de creación de la bomba, pero como siempre, los hibakushas quedan un poco orillados. Es una gran película, es una película que merece la pena verla, que refleja muy bien el personaje, pero yo también recomiendo la serie Manhattan de hace unos años, porque creo que refleja mejor la vida de todos los científicos, esa guerra interna que había, ese nivel de secretismo para que no se supiera lo que estaban haciendo en Los Álamos.
P: Termina el libro con otra tragedia nuclear, la de Fukushima, que se compara con la de Hiroshima, pero varios testimonios mencionan que para entonces la sociedad japonesa había perdido sus ideales, ¿comparte esta apreciación?
R: Yo creo que en cierta manera sí, que la sociedad japonesa ahora mismo mira el presente, mira el futuro y no quiere mirar al pasado, excepto algunas excepciones. Pero es verdad que esa sensación de que la Segunda Guerra Mundial es algo antiguo, como se dice ahora en el término de los jóvenes: “no nos renta mucho”. Afortunadamente hay jóvenes que ahora mismo tienen menos de 30 años, que les interesa el fenómeno de los hibakusha, que quieren saber qué pasó exactamente en la Segunda Guerra Mundial y que saben que es muy importante reflexionar sobre el pasado.COMPRAR POR 20,80€