El jazz es ritmo y melodía, pero también es improvisación, lumpenproletariado y folclore negro. Aunque todavía están abiertas algunas líneas de investigación como su conexión con el Caribe, lo cierto es que se trata de un género musical alegre y festivo que, desde sus raíces, ha buscado distorsionar la tradición.
Fernando Navarro / ETHIC
La palabra «jazz» no empezó a utilizarse hasta la década de los años veinte del siglo pasado cuando, para entonces, era ya un producto cultural de la juventud norteamericana. Una época que, descrita emocionalmente por la literatura de F. Scott Fitzgerald, se conoció como la era del jazz. Sin embargo, la era, que simbólicamente se finiquitaría con el crac de 1929 y la catastrófica caída de la bolsa de Estados Unidos que dio comienzo a la Gran Depresión, venía de mucho más lejos. Su origen se halla en la profundidad fangosa del siglo XIX.
El mismo término «jazz» fue escrito antes de distintas formas y la más común era jass. Intentar explicar ese jass primitivo es, en el fondo, intentar conocer todas las raíces de ese gran árbol que, llamado jazz, terminó por crecer con esplendor, un macizo robusto y fascinante al que no dejaron de salirle ramas, igual de fuertes y admirables, durante el resto del siglo XX. El jass resultaba ser, por tanto y en líneas generales, una música improvisada creada por las clases populares afroamericanas. Pero antes de su consolidación y comercialización, que responde a una masa consumista entregada al hedonismo, conviene conocer su gestación.
Las raíces del jass son múltiples. Una de ellas viene de la música europea. El primer gran instrumento del jass fue el piano, llevado por los franceses a Estados Unidos desde el Viejo Continente. Los afroamericanos que empezaron a tocarlo a mediados del siglo XIX aportaron formas de origen africano. Un aporte fue fundamental: el ritmo dictaba la melodía, a diferencia de lo que pasaba en la música clásica occidental. De esta forma, en el sur de Misuri, una zona conocida como Sedalia, nacía el ragtime, el estilo pianístico que triunfaba en los campamentos de trabajadores que construían las vías ferroviarias. Scott Joplin fue su estrella. Si se pregunta si alguna vez ha escuchado este estilo, la respuesta es, casi seguro, afirmativa: la canción más famosa de Joplin, The Entertainer, se hizo mundialmente conocida por la película El golpe. Este ritmo sincopado incitaba al cuerpo, pero no tenía improvisación. Aportar improvisación fue la clave definitiva. Marcó el devenir del estilo en el que los elementos primitivos negros (ritmo e improvisación) acabaron por tener más peso que la tradición europea.
Una ciudad se erigió esencial: Nueva Orleans. La metrópoli portuaria, con inmigrantes de Europa, África y Centroamérica, se convirtió en el lugar más cosmopolita y hedonista de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Antes que Nueva York o Los Ángeles, la creatividad pasaba por Nueva Orleans y, especialmente, por el legendario barrio Storyville, el espacio de juego, perdición, crimen y vicio donde se crio Louis Armstrong, pero antes lo hizo un músico crucial: el pianista Jelly Roll Morton, quien en sus conciertos en bares y prostíbulos aportó la improvisación al ragtime salida del folclore negro, conocido poco después como blues.
Morton, que con polémica se autodenominó «el inventor del jazz», decía que a su música festiva en Storyville incluía también «un matiz español». Este matiz ha pasado más desapercibido de lo deseable en los manuales y es importante. De mis viajes y entrevistas con muchos músicos de Nueva Orleans, la línea de conexión con ese matiz español se tiene que buscar en el Caribe. Una conexión que no ha dejado de crecer y apreciarse entre los músicos y los estudiosos de Nueva Orleans. Es un condimento del jazz que tiene que ver con lo erótico, lo físico, lo festivo, dentro del espíritu de improvisación.
A principios del siglo XX, la gente decía «dale, jaz (o jass)» para expresar que los músicos acelerasen las cosas para crear emoción, entusiasmo, algo más festivo. Esa música más acelerada y caliente (hot) era jass primitivo, sinónimo de improvisación y libertad. Decir, entonces, hot jazz es decir jazz de Nueva Orleans y su formulación no solo se apreciaba en el piano de Jelly Roll Morton en los tugurios, sino también en las orquestas callejeras. Las bandas de Nueva Orleans (brass bands) le dieron mucho jass y crearon, por tanto, el credo de la improvisación colectiva: la espontaneidad de cada uno sumaba al conjunto en favor del ritmo trepidante. Formaciones con instrumentos de viento, cuerda y percusión buscaban la expresión de cada instrumento con agitación y gozo comunitarios. La Creole Jazz Band, la orquesta de King Oliver, fue una de las máximas referencias y la más importante en registrar sus canciones en un estudio de grabación. De allí saldría Louis Armstrong, el gran embajador del futuro jazz y primera estrella de la música popular en Estados Unidos.
Sorprendentemente, las líneas de investigación sobre la conexión del jazz con el Caribe siguen abiertas y están dando resultados muy interesantes, mejorando y superando el conocimiento de las raíces del género. Nueva Orleans fue la gran ciudad de la diáspora caribeña y recibió también intercambios de Cuba, Haití y otros países de la región. Algunos estudiosos están indagando en el legado de Honduras, donde los descendientes de africanos y aborígenes caribeños y arahuacos en su exilio llevaron el ritmo extraordinario que ofrecen las percusiones de la cultura garífuna. Incluso hay investigaciones con las bandas militares de México durante ese periodo de finales del siglo XIX en el que la frontera estaba por definir. Los intercambios dejaron instrumentos de viento como las cornetas y modos de tocar que influyeron en las brass bands de Nueva Orleans.
Toda esta amalgama sonora para dar forma a una música celebrativa y libre que, en aquellos primeros años del siglo XX, se conocía como música furiosa y que era menospreciada por ser una manifestación autónoma, creada por afroamericanos y cuyo protagonista era el lumpenproletariado. Porque, como bien se explica en el libro recientemente publicado Historia del jazz primitivo, escrito por Rag Cuter, el jass arcaico y urbano nació y creció al margen de la cultura burguesa y con la idea de distorsionar la tradición y lo convencional de una forma espontánea y deliberada. Luego, a partir de la década de los veinte, la cultura dominante acabó por convertirlo en un producto vendible con la etiqueta de jazz. Y, con todo, no pudo blanquearlo ni calmarlo como deseaba. El jazz era una música tan viva y agitada desde su raíz misma de búsqueda de libertad y expresión de identidad colectiva que no había cadenas que amarrasen con facilidad al sonido. Porque, como decía el trompetista Wynton Marsalis, «el jazz siempre es raza». Y, en este sentido, conviene recordar las palabras del historiador Howard Zinn: «El jazz por muy alegre que fuera, presagiaba rebelión». Pero eso, la rebelión, ya es otra historia.
Fuente: https://ethic.es/2024/02/las-raices-primitivas-del-jazz/