Si aquello fue felicidad, una desgarradora biografía de 1989, ahonda en los traumas que asediaron a una de las estrellas más glamurosas del viejo Hollywood.

Rita Hayworth, la legendaria actriz estadounidense de orígenes españoles, en 1941. JOHN KOBAL FOUNDATION / GETTY IMAGES 

HADLEY HALL MEARES / VANITY FAIR

Margarita Carmen Cansino nació el 17 de octubre de 1918 en Brooklyn. El mundo acabaría cayendo rendido a sus pies, una vez convertida en la sex symbol Rita Hayworth, estrella de películas como GildaBailando nace el amor y Mesas separadas. Pero tal y como nos descubre Barbara Leaming en Si aquello fue felicidad, su desgarradora biografía publicada en 1989, lo que le sucedió a Margarita de niña marcó a Hayworth para siempre.

Hayworth, que era una magnífica bailarina y artista, irradiaba luz al actuar. “Se aprendía los pasos más rápido que nadie que yo haya conocido”, dijo de ella su compañero Fred Astaire, según la propia Leaming. “Le enseñaba una rutina antes de comer y después de comer ya la hacía a la perfección. Al parecer se la imaginaba y aprendía mientras comía”. No obstante, según su también coprotagonista James Cagney, una vez terminaba de trabajar “se volvía a su silla y se quedaba ahí sentada sin comunicarse con nadie”, un posible indicio del trauma que se mantenía oculto bajo su personalidad deslumbrante.

Hayworth, que se casó nada menos que en cinco ocasiones, tuvo relaciones con Howard HughesVictor MatureDavid Niven y Kirk Douglas. Pero no halló mucho consuelo en sus relaciones: “Los hombres se acuestan con Gilda, pero se despiertan conmigo”, afirmó en una ocasión. “Sentí algo en lo más profundo de su ser que yo no fui capaz de evitar, una soledad y tristeza que me arrastraban. Tuve que alejarme de ella”, recordó en su día Douglas, refiriéndose a su encuentro amoroso.

Pero Hayworth no pudo escapar ni de su pasado ni de sus problemas, por mucho que intentara huir de ellos. “Ya ves cómo era. Toda su vida fue puro dolor”, le confió a Leaming su segundo marido, el gran cineasta Orson Welles.

Una infancia perdida

Eduardo Cansino, el padre español de Hayworth, triunfó en su día en el circuito de los vodeviles estadounidenses formando el dúo artístico Dancing Cansinos junto a su hermana. Según el director de su colegio, su hija era “una de las niñas más atentas y maternales que he conocido en mi vida”, si bien una mala estudiante. “Lo hacía lo mejor que podía, lo cual no era mucho”.PUBLICIDAD

Pero a los 12 años, Hayworth ya sabía bailar. Leaming explica que en 1931, su padre, al borde de la ruina, decidió revivir a los Dancing Cansinos llevándose a su hija de partenaire. Le tiñeron la melena castaña de negro para que pareciese mayor y “más latina”. Empezaron a actuar en los estridentes casinos de la costa sur de California. En palabras de Leaming:

Después de que Eduardo se emborrachase y apostara todo lo que habían ganado, la hacía salir a pescar algo de dinero para cenar. Si volvía con las manos vacías la castigaba a puñetazos — pero eso sí, siempre se cuidó mucho de no dejarle marcas visibles para sus espectadores.

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Rita Hayworth familia

Pero los tormentos de la pequeña no se acabaron ahí. Más adelante Hayworth le contaría a Orson Welles que su padre abusó sexualmente de ella en aquella época.

Al poco, la familia se mudó a Chula Vista, cerca de la frontera mexicana, para que Hayworth y su padre pudieran bailar para peces gordos de Hollywood de la talla de Carl Laemmle Jr. y Joseph Schenck en los lujosos clubes nocturnos de Tijuana. Mientras sus hermanos jugaban con los niños del barrio, Hayworth “nunca pudo unirse a sus juegos, aunque a menudo se sentaba en el porche con la vista hacia delante, aparentemente observando cómo jugaban”.

Su vecina Loretta Parkin le contó a Leaming que ella y el resto de los niños solían asomarse a la ventana del salón de los Cansino para poder echar un vistazo a la misteriosa Margarita mientras ensayaba con su padre. “Él la gritaba y le decía cosas como ‘¡No hagas eso! ¡No seas tan estúpida!’, rememoró Parkin. “Era un hombre más bien menudo, una especie de gallito de pelea… nunca la escuché contestarle, ni una sola vez. Se limitaba a volver a repetir la rutina de baile hasta que él quedaba satisfecho”.

Parkin se sentía fatal por aquella niña tan tímida. “Rita no tuvo vida, colegio, amigos ni amigas. Solo le quedaba esperar sentada hasta que llegaba el momento de volver a Tijuana”.

Una juventud desgraciada

En 1937, Hayworth se casó con Eddie Judson, su primer marido, un turbio ex vendedor de coches que le doblaba la edad. “Me casé con él por amor, pero yo fui solo una inversión para él. Durante cinco años me trató como si no tuviese mente ni alma propias”, contó la propia Hayworth.

Decidido a convertirla en una estrella, Judson forzó a su timidísima esposa a participar en rondas promocionales interminables con tal de generar publicidad, lo que le granjeó el apodo de “la mujer más dispuesta a cooperar de todo Hollywood”. Para hacer que tuviese un aspecto menos “latino”, Judson la obligó a someterse a dolorosos tratamientos electrolíticos para hacer retroceder su nacimiento del pelo, así como a teñirse su larga melena.

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Al parecer, Judson también la animó a acostarse con hombres influyentes. “Su primer marido era un chulo. Un proxeneta, literalmente”, le contó a Leaming un Orson Wells completamente indignado. En una ocasión, Judson planeó que su mujer se subiese en un yate y pasara la noche con Harry Cohn, el director de los estudios Columbia célebre por su grosería que acababa de contratarla. Hayworth se negó a acostarse con él, lo que desencadenó una disputa que consumió al magnate cinematográfico y a su mayor estrella durante las dos décadas siguientes.

Rita Hayworth y Edward Judson

Para vengarse, Cohn faltó descaradamente al respeto de Hayworth sirviéndose de artimañas tales como utilizar el baño delante de ella y humillarla constantemente, según se narra en Si aquello fue felicidad. “Lo único que quería Harry Cohn era vengarse por no haber tenido ninguna relación sexual de ningún tipo con Rita, algo que lo molestaba más allá de lo imaginable”, le confesó su amigo Bob Schiffer a Leaming. La autora describe así el momento exacto en el que el magnate trató de concretar su venganza en el rodaje de Los amores de Carmen (1948):

Una criada colocada junto a la puerta del camerino de Rita le mantenía informado sobre quiénes entraban y salían, mientras que un micrófono instalado en el interior captaba sus conversaciones privadas. Rita sabía lo del micrófono desde hacía tiempo, pero también era consciente de que si se deshacía de él pronto le instalarían otro. Así que susurraba los detalles más íntimos de los que no quería que Cohn se enterara. Pero si algo no se esforzó en ocultar fue su desprecio hacia Harry Cohn y sus secuaces. “Los odiaba a todos”, me contó Bob Schiffer. “No se anduvo con rodeos a la hora de hacerle saber lo que pensaba de él y los suyos”.LO MÁS VISTO

Cohn representaba a todos los hombres despóticos de la vida de Hayworth, pero fue mucho más que un símbolo. Los dos discutieron por sus contratos, la aprobación de sus guiones y la vida sentimental de Hayworth hasta que en 1957 rodó Pal Joey, su última película para los estudios Columbia. “A medida que iba haciéndose mayor fue teniendo más agallas”, contaba su amiga Roz Rogers. “Creció por dentro. Se fue haciendo más y más fuerte y fue capaz de sobrevivir”.

Esperanza de cara al futuro

En 1942, Hayworth conoció al hombre al que calificaría como “el gran amor de mi vida”.

El prodigioso cineasta Orson Welles estaba rodando en Brasil cuando se encontró con la icónica foto de Hayworth en la edición del 11 de agosto de aquel año de la revista Life. “Vi aquel fabuloso fotograma en la revista Life“, le dijo a Leaming. “Ese en el que está de rodillas sobre una cama. Y fue entonces cuando lo decidí: ‘Eso es lo que voy a hacer en cuanto vuelva”.

Una vez de vuelta en Hollywood, Welles descubrió que la verdadera Hayworth distaba muchísimo de su imagen de femme fatale y de “diosa del amor”. “Toda la figura de la malvada Gilda era una absoluta invención, algo tipo Lon Chaney”, confió a la autora. Con la idea de conseguir atraer a la tímida y dulce Rita, Welles solía fingir que podía leer su mente para que ella tuviese que corregirle. Hayworth disfrutaba divirtiéndose con Welles y sus amigos del Mercury Theater, y al fin fue capaz de congeniar con gente de su edad.

La rutilante pareja contrajo matrimonio el 7 de septiembre de 1943 en Santa Mónica, durante la pausa de la comida de Hayworth en el rodaje de la película Las modelos, con Joseph Cotton como padrino. “Nunca vi una pareja más feliz, más encantada y más adorable”, confesó la secretaria Shifra Haran a Leaming. Pero el deber los llamaba: al parecer, cuando un reportero les preguntó si se irían de luna de miel, ella respondió con un escueto “tengo que volver al estudio”.

Los recién casados se instalaron en una mansión de Brentwood, donde Welles hizo construir un solarium para que Hayworth pudiese tomar el sol desnuda. Juntos tramaron su huida de Hollywood, tratando de lanzar la carrera política de Welles, que fue reclamado nada menos que por el presidente Roosevelt“¡Ella odiaba ser una estrella de cine! No obtuvo ningún placer del hecho de serlo. No le aportaba nada”, se lamentaba el cineasta.

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Todo lo que él quiso

Hayworth se esforzó por complacer al brillante Welles leyendo los mismos libros que él y apoyando las mismas causas progresistas. “Quise ser todo lo que Orson quiso de mí”, confesó más adelante a la estrella de cine June Allyson. “Ella era un reflejo de todo lo que los hombres querían. Desgraciadamente, era así como ella pensaba que debía ser”, coincidió Bob Schiffer.

Pero el egocéntrico y autodestructivo Welles pronto comenzó a alejarse de Hayworth (entonces embarazada de su hija Rebecca) para coquetear con la rica heredera Gloria Vanderbilt en un pasillo de 21 Club de Nueva York. “Algo sucedió cuando nuestras miradas se cruzaron”, recordaría años después Gloria Vanderbilt, que estaba allí con su marido de aquel entonces. “No paró de tocarme la rodilla por debajo de la mesa y al poco nos cogimos de la mano”.

Según Leaming, Welles empezó a frecuentar a trabajadoras sexuales y comenzó un apasionado romance con Judy Garland. También se sintió cada vez más abrumado por la dependencia, el alcoholismo y el temperamento explosivo de Hayworth. Welles le confesó a Leaming que Hayworth montó en cólera tras descubrir que habían colocado una fotografía suya en la prueba de armas nucleares (llamada “Gilda”) que detonaron en el atolón Bikini. “Rita casi se volvió loca, estaba enfadadísima”, dijo. “Estaba tan conmocionada que quiso ir a Washington a dar una rueda de prensa, pero Harry Cohn no se lo permitió por considerarlo antipatriótico“.

Fue Hayworth la que solicitó el divorcio. Poco después, la actriz Shelley Winters recordó haber acudido a una fiesta navideña con ella:

Winters perdió la pista de Rita en aquella multitudinaria fiesta. Más tarde, cuando preguntó a la actriz Ava Gardner si la había visto, ésta le señaló una cama donde Rita yacía profundamente dormida bajo un montón de abrigos de piel. Había estado “tan sola y aburrida” que se había quedado dormida y Ava Gardner le había tapado con los abrigos de piel. Cuando Shelley Winters se acercó a Rita para asegurarse de que estaba bien, pudo ver que “su pelo y su cara estaban hechos un desastre. Había estado llorando”.

Pese a reconciliarse por un breve período de tiempo durante el rodaje de La dama de Shanghái (en la que Welles hizo que se cortara su icónica melena y se la tiñese de rubio), su matrimonio se acabó oficialmente en 1948. Welles aseguró haberla amado hasta la misma noche de su muerte. Así lo narra Leaming:

Rita le dijo: “Ya sabes que la única felicidad que he tenido en mi vida ha sido a tu lado”. Welles se sintió sobrepasado por la culpa de haberla tratado tan mal y por la tristeza de la perspectiva que esto suponía de cara a la vida de ella. “Si aquello fue felicidad, imagina cómo habría sido el resto de su vida”, diría sobre su matrimonio.

De icono pin-up a princesa

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En 1948, Hayworth se fue de vacaciones a Europa. Apareció en un baile benéfico celebrado en la torre Eiffel con un vestido de Pierre Balmain inspirado en un traje de Françoise de Montespan, amante del rey Luis XIV. Allí pronunció un entrañable discurso en francés, no sin nerviosismo, en favor de los niños afectados por la pobreza y consiguió cautivar a un miembro de la realeza que se encontraba entre los asistentes: el legendario príncipe Alí Khan.

El príncipe Alí Khan, a quien Leaming describe como un “casanova, sibarita, caballero jinete, corredor de autos, cazador, piloto, criador de caballos, soldado y líder religioso musulmán”, era el hijo de Aga Khan, imam de millones de musulmanes ismaelitas asiáticos y africanos. A pesar de estar casado, Khan no tardó en convencer a la famosa azafata Elsa Maxwell para que le presentara a Hayworth. El príncipe persiguió a la reticente estrella por toda la Riviera Francesa llenando sus suites de flores y sobrevolando sus hoteles en su avión privado. Según Leaming, incluso hizo que una adivina le dijera a la supersticiosa Hayworth que debería estar con él.

Finalmente, consiguió persuadir a Hayworth. El príncipe encantador supuso una vía de escape de Hollywood y además resultó ser excelente en la cama. Parece ser que “Alí practicaba un arte amatorio oriental que le permitía controlarse en el dormitorio de manera indefinida”.

Rita Hayworth boda Aly Khan

Su romance escandalizaría al Occidente de la posguerra, lo que provocó una animadversión generalizada hacia Hayworth, desde organizaciones como la Federación Americana de Clubes Femeninos hasta el mismísimo Vaticano. Después de que los dos se divorciaran, planearon casarse el 27 de mayo de 1949. Dado que la legislación francesa exigía que los matrimonios se celebrasen en público, la ceremonia tuvo lugar en el ayuntamiento de Vallauris y su cortejo nupcial estuvo formado por “siete príncipes, cuatro princesas, un maharajá, un gaekwar y un emir”, además de 30 periodistas. Miles de ciudadanos franceses se agolparon en las calles, ansiosos por ver a la nueva princesa.LO MÁS VISTO

En la elaborada recepción que la siguió, celebrada en el magnífico chateau del príncipe con vistas al Mediterráneo, Hayworth, embarazada en secreto de su hija Yasmin, “no parecía muy feliz” en palabras de la columnista de prensa del corazón Louella Parsons. Según Leaming, se encontró con un Aga Khan igual de abatido, cuya glotonería resultó en un malestar estomacal. “Demasiado caviar, Rita. Demasiado caviar”, fue su explicación.

Adiós al cuento de hadas

Una vez más, Hayworth trató de amoldarse al hombre que la acompañaba. Recibió clases de francés, etiqueta, protocolo real y se le inculcaron los “misterios de ser una princesa”.

Pero el sociable y mujeriego príncipe (que antes de divorciarse oficialmente de Hayworth, cortejó a Joan FontaineYvonne de Carlo y Gene Tierney) no alteró en absoluto sus costumbres. Hayworth no tardó en convertirse en su acompañante en sus rondas agotadoras de eventos sociales. En uno de ellos, que tuvo lugar en los jardines de las Tullerías, Hayworth se desmayó al verse de repente rodeada por una muchedumbre pidiéndole autógrafos. “Se desmayó cerca de Maurice Chevalier, cuyo esmoquin quedó salpicado por una botella de champán que se volcó”, escribe Leaming. “‘¡Mi traje nuevo está arruinado!’ se oyó gritar a Chevalier, mientras otros (más galantes que él) se apresuraron a tratar de reanimar a la actriz con un poco de brandy”.

Constantemente asediada por los ladrones de joyas, posibles secuestradores y paparazzi, Hayworth empezó a encerrarse sistemáticamente en su habitación durante las fiestas interminables de Khan en las mansiones de la alta sociedad, optando por beber y bailar sola al ritmo de su colección de discos españoles. También se volvió algo errática e impulsiva durante sus frecuentes discusiones de pareja, según Leaming:

Cuando declaró estar harta de su vida con Alí y le comunicó sus intenciones de volver a América, el príncipe la acusó tranquilamente de haberse pasado con la bebida. Enfurecida, Rita comenzó a arrojarle objetos, tales como marcos de cuadros, libros, y, tras llamar (no sin cierta teatralidad) a uno de los empleados de la casa para que le trajese un vaso de zumo de naranja, le arrojó el líquido a la cara.

Aterrorizada ante la idea de que el príncipe se hiciese con la custodia de la princesa Yasmin, en marzo de 1951 Hayworth se llevó a sus hijas de Europa a Nueva York. Cuando un periodista le preguntó qué tenía pensado hacer en Estados Unidos, respondió: “lo primero que haré será comerme un perrito caliente”.

Fundido en negro

“Después de dejarlo con Alí, Rita fue cuesta abajo y sin frenos”, confesó Welles a Leaming. Tras un matrimonio desastroso con el cantante Dick Haymes, que en Hollywood era conocido como “Mr. Evil” (“Sr. Malvado”) se vio envuelta en una brutal batalla legal por la custodia de su hija con el príncipe, a lo que se sumaron sus pleitos con Columbia y la pérdida temporal de la custodia de sus hijas. Hayworth finalmente reunió las fuerzas para dejar a Haymes después de que una noche que salieron de copas en el Cocoanut Grove la golpeara públicamente, dejándola con un ojo morado. “Me costó creer que pudiera pasar de ser una princesa a que me trataran así poco después”, le contó al parecer a June Allyson.LO MÁS VISTO

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Rita

A principios de la década de los 60, Hayworth empezó a mostrar síntomas de un principio de Alzheimer. Desgraciadamente, sus amigos y familiares diagnosticaron erróneamente su estado de confusión y pérdida de memoria, que achacaron a un grave problema de alcoholismo. En el rodaje de Aguirre, la cólera de Dios en 1972, su capacidad para memorizar frases parecía haberse evaporado por completo. “La llevaba a su habitación y le enseñaba una frase, luego salía y rodábamos con esa única frase. Luego volvíamos a la habitación y memorizaba otra”, le contó la maquilladora Lynn del Kail a Leaming.

Con sus hijas ya crecidas, la solitaria Hayworth salía a pasear con sus perros en mitad de la noche en Beverly Hills con la esperanza de conversar con los vecinos. Su vecino Glenn Ford, coprotagonista de Gilda, acudía a menudo por las noches para hacerle compañía a una Hayworth cada vez más confundida. Sufría episodios violentos con cierta frecuencia y en una ocasión arrojó una copa a la cara de la bailarina Adele Astaire delante de su hermano, Fred. Otra noche, invitó a cenar a su colega, la también estrella de cine Ann Miller y a otra amiga y acabó ahuyentándolas blandiendo un cuchillo de carnicero mientras gritaba “¿Cómo os atrevéis a invadir mi propiedad privada? No recibo a los cazadores de autógrafos”

“Al día siguiente me llamó para preguntarme por qué no fui a su casa a cenar”, le contó Miller a Leaming.

Al fin le diagnosticaron Alzheimer en 1980. Desde entonces hasta su muerte, en 1987, no halló consuelo y aceptación en otro hombre, sino en su hija la princesa Yasmin, que la trasladó a un apartamento contiguo al suyo en Nueva York. Allí, Hayworth pasaba sus días sentada en un sillón, con la mirada perdida y atendida cariñosamente por su hija. Unos años antes, Hayworth viajó a Brasil por un compromiso de trabajo y desapareció por unas horas, para desesperación de quienes la cuidaban.

“De repente recibimos una llamada”, recordó su agente Budd Moss en una conversación con Leaming. “A poco más de un kilómetro de la carretera había un grupo de niños haciendo volar sus cometas preciosas. Y ahí estaba Rita, sentada en la playa con aquellos niños pequeños, volando cometas con ellos”.

Artículo original publicado por Vanity Fair US y traducido por Darío Gael Blanco. Acceda al original aquí.

Fuente: https://www.revistavanityfair.es/articulos/rita-hayworth-infancia-juventud-muerte

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