La historia de Chen, con su tatuaje de «Mi mundo sólo soy yo», narrada a ‘Crónica’ por un empresario chino que dirige una organización en Camboya que rescata a las víctimas de las mafias llevadas con engaño como trabajadoras a Sihanoukville, con mayor densidad de casinos que el famoso barrio del juego de Las Vegas
LUCAS DE LA CAL / Shanghái / CRONICA
Chen Gui Qong pasó dos años encerrada en una habitación con tres ordenadores y cinco móviles. Su único contacto en ese tiempo con el mundo exterior fue una pequeña ventana, sellada con barrotes, que daba a un estrecho callejón donde se trapicheaba con pastillas de metanfetamina. El cuarto era muy oscuro, apenas entraba el sol un par de horas por la mañana. El retrete estaba en una esquina, al lado de una esterilla en el suelo, donde dormía. Al otro lado de la puerta, siempre cerrada, cinco hombres se turnaban para vigilar que Chen no intentara escapar. Ellos le llevaban comida a diario, normalmente un cuenco de arroz con algo de pollo y verduras, un paquete de tabaco a la semana y, de vez en cuando, si los captores estaban contentos con su trabajo, la premiaban con un poco de té y un paquete de galletas de chocolate.
Chen, mujer menuda de cuna de campesinos del sur de China, de entre 35 y 40 años, se levantaba todos los días al amanecer. Lo primero que hacía era encender uno de los ordenadores y bucear por las páginas chinas donde las administraciones locales publican listas de morosos. Buscaba perfiles de personas de zonas rurales que tuvieran grandes deudas con bancos o con prestamistas, gente que necesitara dinero urgente o una salida rápida del país. Tras localizar a sus objetivos, bien por redes sociales o por teléfono, extendía una oferta de trabajo: teleoperador en una agencia de viajes que organizaba tours para ciudadanos chinos por los casinos de Sihanoukville, una ciudad costera al sur de Camboya que en la última década ha pasado de ser un paraíso para mochileros occidentales por sus aguas cristalinas y arena blanca, a uno de los centros del juego en el sudeste asiático.
La agencia de tours que vendía Chen no existía. Sus captores le habían obligado a convertirse, a la fuerza, en una estafadora. La mujer llegó a principios de 2020 a Sihanoukville seducida por una supuesta promotora inmobiliaria china que la ofreció alojamiento y trabajo. Pero nada más llegar se dio cuenta de que había caído en una red de tráfico de personas. Varios hombres la encerraron en un apartamento con una docena más de chinos, taiwaneses y vietnamitas que también estaban retenidos. La amenazaron con hacerle daño a su familia si intentaba escapar. Le quitaron el pasaporte y le prometieron que se lo devolverían y la dejarían libre cuando pagara la deuda que había contraído con ellos por el coste del viaje. Para ello tenía que pasarse 12 horas al día realizando estafas telefónicas a compatriotas con inversiones ficticias en oro o criptomonedas.
Fueron pasando los meses de principios de pandemia y la deuda de Chen no paraba de subir. Sus captores le decían que los gastos de su alojamiento y manutención estaban aumentando y que ella no los estaba cubriendo con su trabajo. Un día, la separaron del grupo y la llevaron a otra casa. Encerrada en la habitación oscura con vistas al callejón de la metanfetamina, su cometido por las mañanas era buscar víctimas con la falsa oferta de trabajo de la agencia de viajes. Por las tardes continuaba con las estafas telefónicas.
LAS MAFIAS CHINAS
Chen era una ciberesclava que reclutaba nuevos ciberesclavos. Así se ha bautizado a este nuevo a este nuevo modus operandi de esclavitud moderna, dirigida sobre todo por mafias chinas que han fijado su centro de operaciones en Sihanoukville. La historia de Chen la cuenta a Crónica un empresario chino que dirige una organización local en Camboya que rescata a las víctimas de las mafias. Prefiere que su nombre no se haga público por miedo a represalias.
En los últimos tres años, con las fronteras chinas cerradas por las restricciones de la pandemia y con precios de vuelos prohibitivos para muchos trabajadores migrantes chinos, el empresario ha abierto en Camboya varios pisos de acogida para las víctimas. En uno de ellos se encuentra ahora Chen. A principios de otoño, la policía hizo una redada en la casa donde estaba la mujer y detuvo a sus cinco captores. En las fotografías que difundieron las autoridades locales, acompañando al comunicado sobre el operativo, se ven las marcas en el cuerpo de Chen de las palizas que le daban durante su cautiverio. Ella contó que también la torturaron con descargas eléctricas. En una de las instantáneas se aprecia el tatuaje con una frase en inglés que tiene la mujer en la espalda, rodeada de los moratones de los golpes: «My world is only me».
Varias palizas también se llevó en Sihanoukville otro joven chino de apellido Li. En unos vídeos a los que tuvo acceso el periódico japonés Nikkei Asia, sale un hombre lanzándole puñetazos en la cara y rodillazos en el estómago ante la impasividad del chico, incapaz de defenderse porque tiene las manos esposadas. «Papá, estoy en Camboya, no estoy en China», dice Li entre lágrimas, con la voz quebrada y la sangre brotando de su nariz, cuando su atacante le ordena que mire a la cámara. «Te lo ruego, envía dinero para que me liberen». Li, era un ciberesclavo. Además de realizar estafas telefónicas, pasó un año trabajando a la fuerza en una web de juegos de azar en línea y apuestas online, también dirigida por la red que lo había llevado hasta allí con una falsa oferta de empleo en un casino en el viejo pueblo turístico de pescadores que se había convertido en Las Vegas de Indochina.
Sihanoukville era el hogar de poco más de 70.000 personas y capital de una provincia con el mismo nombre donde vivían 150.000, hasta que comenzó a abrir sus puertas en 2013 a una avalancha de capital chino atraído por el boom inmobiliario y el potencial de su industria del juego. Miles de edificios altos se comenzaron a levantar en una tierra entonces estéril. Más de 300.000 chinos se mudaron a una región que, de 2014 a 2019, pasó de tener medio centenar de casinos a más de 150, todos ellos propiedad de ciudadanos del gigante asiático, al igual que el 90% de los hoteles, restaurantes y empresas de la ciudad.
La densidad de casinos en Sihanoukville llegó a ser mayor que la de The Strip, el famoso barrio del juego de Las Vegas, aunque sin tanto glamour, lujo ni luces de neón. Gran parte del dinero que impulsó esa construcción desenfrenada venía del negocio de los juegos en línea. Las leyes laxas en Camboya motivaron a muchos jugadores e inversores de un país donde los casinos están prohibidos, a excepción de la ex colonia portuguesa de Macao. Pero también atrajeron al crimen organizado.
Cuando las mafias chinas se instalaron en Sihanoukville, comenzó a saltar continuamente noticias sobre tiroteos, asesinatos, secuestros, tráfico de drogas y lavado de dinero. El desarrollo que había traído el juego vino acompañado por una ola de delincuencia que el gobierno local trató de cortar de raíz prohibiendo hace dos años los juegos de azar en línea. Eso provocó una sacudida para la economía de Sihanoukville. Muchos empresarios chinos volvieron a su país y varios proyectos de construcción de viviendas se detuvieron, dejando un paisaje urbano lleno de terrenos con grúas en desuso y edificios inacabados.
Algunos casinos cerraron, pero en su lugar, sobre todo tras las restricciones de movimiento por la pandemia, comenzaron a proliferar más empresas de estafas cibernéticas que se registraban como «compañías de inversión en Internet». «Decenas de miles de personas de países de todo Asia y de lugares tan lejanos como Ucrania están retenidas contra su voluntad en Camboya y obligadas a realizar estafas cibernéticas», reza un informe reciente publicado por Iniciativa Global, una red internacional de investigadores centrada en el crimen organizado internacional.
«Si le ofrecen un trabajo en línea bien remunerado en Camboya en una aplicación como WeChat, QQ, WhatsApp o Telegram, y nunca ha oído hablar de la empresa que lo ofrece, entonces hay una buena posibilidad de que se trate de una estafa muy peligrosa. El patrón habitual es que a las víctimas se les dice cuando llegan que han acumulado grandes deudas en costes de reubicación y que deben trabajar para pagarlas», continúa el informe.
El pasado septiembre, un barco con 40 chinos se hundió cuando salía de las costas de Sihanoukville, frente al Golfo de Tailandia. Tres se ahogaron. Hubo ocho desaparecidos. Los supervivientes relataron que trataban de escapar de la ciudad. «Me ofrecieron entre 10.000 y 20.000 yuanes (entre 1.300 y 2.700 euros) por unos 10 días de trabajo como pescador. Cuando llegué, me quitaron todas mis pertenencias y mi documentación, y me llevaron a una casa llena de ordenadores y teléfonos», relataba un hombre llamado Zhu Pingfan. Durante los últimos años, países como Vietnam y Tailandia han enviado a Sihanoukville a policías.
Hace unas semanas, la policía camboyana realizó una mega operación contra las estafas, con varias redadas que acabaron con un centenar de sospechosos detenidos. Se confiscaron 8.000 teléfonos, 804 ordenadores y ocho pistolas táser con las que electrocutaban a ciberesclavos como Chen, la china menuda del tatuaje en la espalda que pasó dos años encerrada en una habitación.
Fuente: https://www.elmundo.es/cronica/2022/12/16/63937973fc6c83357b8b4595.html