Hace ahora dos años, en un audaz movimiento, cuatro países árabes reconocieron al Estado de Israel. Aquel paso está dando frutos y abre un escenario de integración y estabilidad en una de las regiones más convulsas del mundo
JAVIER GIL GUERRERO / LA LECTURA
Abraham, patriarca del judaísmo, el cristianismo y el islam, da nombre a los acuerdos que en 2020 empezaron a reconfigurar la revuelta geopolítica de Oriente Próximo. La normalización de las relaciones diplomáticas entre Israel, Emiratos Árabes Unidos, Baréin, Marruecos y Sudán rompía una barrera psicológica en el mundo árabe con relación a Israel y hacía saltar por los aires el dique que condicionaba las relaciones internacionales a la resolución del conflicto palestino. Dos años después, la iniciativa auspiciada por Estados Unidos está demostrando ser un éxito.
Los acuerdos no sólo han sobrevivido a sus dos principales artífices, Donald Trump y Benjamin Netanyahu, sino que han ido madurando. El estrechamiento de los lazos entre Israel y los países árabes firmantes -que de hecho venían consumando el matrimonio antes de la boda- es una realidad institucional, y otros reinos del Golfo que mantienen relaciones discretas con el Estado judío, como Omán, Arabia Saudí y Qatar, pueden seguir la estela en un futuro. Pasada la emoción del casamiento, la firmeza del compromiso se comprobará con el paso del tiempo.
A nivel diplomático y económico, los Acuerdos de Abraham están siendo fructíferos. Este mismo año, en marzo, se ha creado el Foro del Néguev para que los países firmantes cooperen en cuestiones como educación, recursos hídricos, sanidad, turismo o seguridad. Israel ha abierto oficinas diplomáticas en todos los países, los vuelos directos unen ya las capitales, estudiantes emiratíes y marroquíes se matriculan en centros académicos de Israel y los intercambios comerciales y las iniciativas del sector privado se multiplican. En el aspecto económico, Israel y Emiratos son quienes más partido están sacando. A principios de año firmaron un acuerdo de libre comercio y el volumen de contratos hace palidecer a los que Israel ha suscrito con Baréin o Marruecos, que no obstante han visto crecer considerablemente los intercambios comerciales.
HITOS DIPLOMÁTICOS
Al calor de los acuerdos, Israel ha ido sumando hitos diplomáticos con otros países clave en la región. Este verano se llegó a un pacto histórico con Líbano para la delimitación de la frontera marítima, poniendo fin a una larga disputa sobre la explotación de las reservas de gas, y hace unos días Azerbaiyán anunció la apertura de una embajada en Israel (primer país chiíta en hacerlo). Tras años rotas, las relaciones con Turquía han comenzado a repararse y Arabia Saudí ha realizado varios gestos como permitir a aerolíneas civiles israelíes sobrevolar su espacio aéreo o participar en unas maniobras navales lideradas por Estados Unidos en las que también se incluía a Israel.
Por otra parte, la decisión de Washington de trasladar la responsabilidad militar sobre Israel del Mando Europeo (EUCOM), ubicado en Stuttgart, al Mando Central (CENTCOM), con base en Florida y que incluye el Cuerno de África y Oriente Próximo, está pensada para facilitar una mayor coordinación militar entre Israel y sus vecinos árabes. Todos ellos comparten una preocupación ante una amenaza común, que ha sido decisiva para facilitar el pacto: Irán. Sus ambiciones hegemónicas, su programa nuclear y la injerencia mediante milicias armadas chiítas, como la libanesa Hezbolá o los hutíes en Yemen, son un foco de desestabilización regional.
En lo que respecta a las poblaciones de los países árabes firmantes de los acuerdos, los avances han sido menos espectaculares. Israel no puede volverse complaciente y suponer que los Gobiernos de Emiratos, Marruecos o Baréin, de naturaleza autoritaria, recogen necesariamente el sentir de sus ciudadanos. Los acuerdos de paz fueron entre élites políticas, no entre pueblos.
Si bien por razones históricas la hostilidad hacia Israel no es tan pronunciada en Marruecos (apenas el 11% de los marroquíes considera a Israel una amenaza) ni en los países del Golfo, los acuerdos todavía deben echar raíces en la población. Son muchos los israelíes que han aprovechado la nueva realidad diplomática para viajar a Emiratos, Marruecos o Baréin, pero muy pocos ciudadanos de estos países han mostrado interés por visitar Israel. Educados durante generaciones en el resentimiento hacia el Estado judío, el cambio de actitud de los árabes llevará tiempo y dependerá, también, de la actitud de Israel hacia los palestinos.
Pruebas duras. Una de las pruebas más duras de la solidez de los acuerdos va a ser, irónicamente, el regreso al poder de Benjamin Netanyahu, uno de sus artífices, ganador de las elecciones israelíes del pasado 1 de noviembre. El próximo Gobierno de Netanyahu se apoyará en una coalición de partidos de derecha que incluye a los sionistas religiosos, con los que parece que ha pactado ciertas concesiones, como dejar en sus manos la administración civil de Cisjordania.
Así, la construcción de nuevos asentamientos, el futuro de los asentamientos ilegales y los permisos de trabajo de los palestinos quedarían en manos de un partido que defiende la completa anexión del territorio. Si a esto añadimos que 2022 ha sido el más violento de los últimos siete años en Cisjordania, el futuro no resulta muy alentador.
Un último factor a la hora de considerar la evolución de los Acuerdos de Abraham es lo que suceda con la comadrona que los hizo posible: Estados Unidos. Que Trump fuese el autor no es irrelevante en un país cada vez más polarizado. Los acuerdos son fruto de una visión republicana de Oriente Próximo antagónica al proyecto de los demócratas. En el establishment de Washington era un artículo de fe que Israel nunca podría reconciliarse con los países árabes sin resolver antes el conflicto con los palestinos. Trump decidió darle la vuelta a este axioma: pasar de largo de los palestinos y favorecer que Israel normalizase sus relaciones diplomáticas con el mundo árabe. Si los demócratas ven a Palestina como la llave para la reconciliación de Israel con sus vecinos, los republicanos ven a los vecinos árabes como la llave para la paz entre Israel y Palestina.
AGENDA PALESTINA
En la visión de Trump (y Netanyahu), la integración de Israel en Oriente Próximo no debía estar supeditada al avance en las negociaciones con los palestinos. Y el propio Biden ha respaldado el espíritu de los Acuerdos de Abraham al auspiciar la creación del Foro del Néguev, que reunirá anualmente a los ministros de Exteriores de los países firmantes. La cuestión palestina ha dejado de condicionar las relaciones diplomáticas y estratégicas de la región, y ningún país árabe va a permitir que su política exterior esté secuestrada por la agenda palestina.
Tanto republicanos como demócratas buscan poner fin a la significativa presencia militar de Estados Unidos en la región. Donde ambos difieren es en la forma de lograrlo. Obama antes y Biden ahora consideran que el epicentro de la inestabilidad regional son los intentos permanentes de contener a Irán. Según este planteamiento, las monarquías del Golfo e Israel han usado durante años a Estados Unidos para arrinconar a Irán y garantizarse una hegemonía artificial, sostenida por la presencia militar norteamericana. Pero Irán es un país demasiado grande y poderoso como para tratar de aislarlo indefinidamente o someterlo, y la guerra fría con Irán no sirve a los intereses estadounidenses. Por ello, Biden, como hizo Obama, busca una cierta reconciliación con el régimen de Teherán que permita su acomodo en la región.
El daño colateral en la política exterior impulsada por los demócratas es que, al tratar de atenuar la enemistad con Irán, también se menoscaba la amistad de Estados Unidos con sus aliados en la zona. Por el contrario, el enfoque de Trump era más claro en cuanto a la distinción entre aliados y enemigos: Irán es el enemigo y el interés de Washington en Oriente Próximo consiste en «empoderar» a sus aliados frente a Teherán. Para favorecer esta cooperación entre los enemigos de Irán, Trump puso como aliciente la venta masiva de armamento a los países implicados en los Acuerdos de Abraham, de tal manera que contasen con las herramientas necesarias para plantar cara a Irán por sí mismos. Armar a los aliados y asegurar la unidad entre ellos era la salida de Oriente Próximo para EEUU, según la estrategia de Trump. Se trataba de la resurrección de la Doctrina Nixon, esta vez con Israel asumiendo el liderazgo regional.
Los acuerdos, por tanto, siguen hoy su curso, pero hay ciertas piedras en el camino. Israel debe evitar que su relación con Emiratos, Baréin o Marruecos caiga en el paradigma de paz fría que ha imperado con Egipto o Jordania, y ahí el manejo de la situación palestina será esencial. Y los eventuales vaivenes en la política exterior norteamericana añade también incertidumbre.
Javier Gil Guerrero es investigador del Instituto Cultura y Sociedad de la Universidad de Navarra.
Fuente: https://www.elmundo.es/la-lectura/2022/12/09/639080b5e4d4d83f688b45cf.html