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La nueva Atlántida: los museos submarinos que recordarán quiénes fuimos los humanos del siglo XXI | Papel

El artista y submarinista Jason deCaires proyectó el primer Parque Submarino de Esculturas del mundo en la isla caribeña de Granada en 2006. Ya ha instalado más de 1.200 obras en casi todos los océanos. No es solo arte: sus estatuas regeneran la vida marina

Vanessa Graell / PAPEL

Hace 2.500 años, un terremoto sepultó parte de Alejandría, hundiendo su famoso faro y el palacio de Cleopatra. Sus ruinas permanecen sumergidas a escasos kilómetros de la costa egipcia, con milenarias esculturas de Osiris o Amón enterradas en el Mediterráneo. En la India, la mítica ciudad de Dwarka, la morada sagrada del dios Krishna, sigue hundida en el Golfo de Khambhat. Y el antiguo Port Royal de Jamaica o el poblado neolítico de Atlit Yam en Israel… A los vestigios arqueológicos se suman nuevos asentamientos submarinos poblados por más de 1.200 esculturas, las del artista británico Jason deCaires Taylor, que lleva casi 20 años creando espectaculares museos bajo el agua, desde la Gran Barrera de Coral de Australia hasta los arrecifes de Cancún. Como si fueran Atlántidas de nuestra civilización.

«Venimos del agua. Ancestralmente, está en nuestro ADN. Nuestros cuerpos son 70% agua y pasamos nueve meses en el líquido amniótico de nuestra madre. Pero nos hemos olvidado de los océanos, les hemos dado la espalda», lamenta DeCaires. Es pronto por la mañana en el Caribe y aún tiene la piel enrojecida por pasar tantas horas al sol. Está en Granada, justo donde empezó todo, cuando dejó la empresa de submarinismo en la que trabajaba e instaló sus primeras obras en la bahía de Molinere creando el primer Parque Submarino de Esculturas del mundo.

No era solo una atracción turística ni una simple galería a ocho metros de profundidad: las 75 esculturas creadas con un cemento marino especial y de PH neutro servían de plataforma para regenerar el coral y la vida marina. «Ver la transformación de las esculturas es alucinante: algunas están completamente doradas, otras cubiertas de coral rosa o de esponjas rojas. Si miras de cerca las esponjas puedes ver las venas por las que transportan nutrientes y respiran, inhalan y exhalan agua… Suelo venir cada dos años y siempre es diferente: hay nuevas criaturas, nuevos colores. Es toda la esencia del proyecto», cuenta DeCaires de un parque que fue escogido por la revista National Geographic como una de las 25 Maravillas del Mundo.https://89bef55739f081f64301c45ee4ccb4ea.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-40/html/container.html

Cuando comenzó su particular galería submarina, Granada aún se recuperaba de los catastróficos efectos del huracán Iván de 2004, uno de los más devastadores que se recuerda en el Caribe… hasta ahora. Este verano, el huracán Beryl ha vuelto a dejar otra estela de destrucción, arrasando prácticamente Carriacou, la isla gemela de Granada donde DeCaires está ultimando su instalación A World Adrift (Un mundo a la deriva). A unos cinco metros de profundidad desplegará una flota de 30 barcos de papel, como si fuesen de origami, tripulados por esculturas que representan a los niños de la isla.

«El aumento del nivel del mar, el calentamiento de los océanos, la erosión de las costas y los huracanes, que cada vez son más feroces y empiezan antes, amenazan el futuro tanto de los ecosistemas como de la humanidad. Hace casi 30 años que buceo y nunca había sentido las aguas del Caribe tan calientes como ahora, todos los corales están muriendo», lamenta DeCaires. Apenas a unas millas, su opera prima parece documentar en directo el drama de los océanos: The Lost Correspondent and The Unstill Life (El corresponsal perdido y la vida inmóvil), un escriba ante un escritorio, frente a una antigua máquina de escribir. De no ser por los peces tropicales azules y rojos que lo rodean podría parecer un espectro de Pompeya. «Al trasladar escenas de la vida cotidiana y rutinas de la tierra al mar, aparece una foto fija del momento en que vivimos, de quiénes somos y adónde vamos. Como ocurrió en Pompeya, con sus habitantes petrificados tras la erupción del Vesubio, bajo el mar percibimos nuestra civilización congelada», concede DeCaires.

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Aunque nació en Dover (Reino Unido), DeCaires se crio viajando por medio mundo y explorando islas: Portugal, Malasia, Tailandia, el Caribe (su madre es guyanesa)… «Tuve la suerte de que mis padres viajaran mucho. Ambos eran profesores de inglés y vivimos en lugares muy cerca del mar. Me encantaba explorar islas. Pero no fue hasta los 18 cuando me saqué el título de buceo», explica.

En Turquía empezó a practicar submarinismo y vivió una de sus experiencias más reveladoras. «El instructor nos llevó al interior de una cueva y nos hizo apagar las linternas. Todo estaba completamente a oscuras. Teníamos que encontrar la salida sin encender ninguna luz, guiándonos solo por las sensaciones y las paredes. Atravesamos la cueva y fue como un renacer», recuerda. Tan importante para él fue el título de submarinismo como graduarse en el London Institute of Arts, en la especialidad de Escultura.

«Cuando la gente hace submarinismo quiere ver delfines y peces… Pero como artista es lo más parecido a un viaje al espacio. Todo es diferente: los colores, las texturas, las sensaciones. Una de las cosas más fascinantes es cómo el tiempo se ralentiza, cómo las moléculas transmiten el sonido, la manera en que notas la gravedad… Te sientes conectado con todo, eres parte de algo. Es una sensación que no tengo en tierra. No soy una persona religiosa, pero la naturaleza nos conecta con algo más grande», añade.

Como su admirado Jacques-Yves Cousteau, para DeCaires el mar tiene algo de sagrado: «Cuando vemos lugares increíbles como el Himalaya o La Sagrada Familia, incluso la Mona Lisa, entendemos su importancia. Los llamamos sagrados y hacemos todo lo posible para protegerlos y mantenerlos a salvo. El mar debería ser igual de sagrado».

Nombrado Embajador de los Océanos por la ONG Divers Alert Network (DAN), la lucha de DeCaires no es solo la medioambiental. Tras la belleza sobrecogedora de sus esculturas subacuáticas, colonizadas por las distintas formas de vida marina, el artista esconde metáforas, críticas y mensajes más o menos explícitos. El más poderoso está en aguas españolas y empezó a gestarlo en plena tragedia de Lampedusa, en 2013, cuando un barco pesquero que transportaba a más de 500 inmigrantes se hundió frente a la isla italiana y 368 personas murieron ahogadas.

The Raft of Lampedusa (La balsa de Lampedusa) ya se ha convertido en una de sus obras magnas, una versión de La balsa de la Medusa de Géricault, un icono del Louvre que representa a los escasos supervivientes del naufragio de la fragata Méduse frente a la costa de Mauritania. En su obra, DeCaires esculpe una lancha con 13 refugiados a bordo, sepultada para siempre a 14 metros de profundidad en el Museo Atlántico de Lanzarote. Para el mascarón de proa tomó como modelo al pequeño Abdel Kader, que llegó en cayuco a Canarias con solo 13 años. «Su historia es muy dura. Pasó varios días a la deriva y cuando los guardacostas le rescataron estaba al borde de la muerte. Pero pudo reconstruir su vida, sigue en Lanzarote y trabaja en un restaurante», cuenta.

La balsa de Lampedusa adquiere aún más potencia junto a la impresionante Crossing the Rubicon (Cruzando el Rubicón): 35 personas -aunque parecen sonámbulos- caminan hacia una pared submarina, sin saber que se dirigen a un punto sin retorno. Miran hacia abajo o hacia sus teléfonos, alienados.

'La balsa de Lampedusa' recuerda a los emigrantes muertos en las aguas de Sicilia.
‘La balsa de Lampedusa’ recuerda a los emigrantes muertos en las aguas de Sicilia.

El Museo Atlántico fue el primero que abrió en Europa, en 2016. «Fue un proyecto monumental, con 300 esculturas y tardamos unos tres años en ponerlo en marcha. Tuvimos el apoyo de Coalición Canaria, pero luego cambió el gobierno [el PSOE ganó el Cabildo] y desmantelaron parte de la infraestructura, como el centro de interpretación», suspira. «La política siempre es el gran problema: los permisos, la burocracia… Si no hubiese empezado aquí en Granada probablemente me habría rendido», confiesa.

Y es que Granada, un micropaís compuesto de tres islas en las Antillas Menores, ha hecho de la conservación marina su bandera, tanto cultural como turística. En la Bienal de Venecia, inaugurada en primavera, Granada presentó en su pabellón, en el barroco Palazzo Albrizzi – Capello, la obra de DeCaires en la exposición titulada No Man is an Island (Ningún hombre es una isla). En Venecia, las esculturas emergían a tierra, pero conservaban su ADN oceánico, con piel de coral y algas.

Fuente: https://www.elmundo.es/papel/historias/2024/08/08/66acdb76e4d4d81a538b45a7.html

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