El filósofo Paul B. Preciado y el dúo artístico Cabello/Carceller reinterpretan a la Monja Alférez para revisar a un icono aún en disputa. Como hombre fue héroe militar de la conquista, y como mujer, símbolo de pureza religiosa por su virginidad. Sus memorias han sido interpretadas en clave fascista, católica, nacionalista vasca, feminista, y ahora, de la historia queer.
LEIRE ARIZ SARASKETA / PÚBLICO
En el siglo XVII, el pintor madrileño Juan van der Hamen pintó a un almirante de la Marina con alzacuellos de hierro, chaleco de piel y gesto torcido. Hasta hace unos años, la pintura se atribuía erróneamente a Francisco Pacheco, pintor sevillano y suegro de Velázquez. Retrataba a Catalina de Erauso, famosa militar y aventurera del Siglo de Oro conocida popularmente como la Monja Alférez.
Hoy, el filósofo Paul B. Preciado, que comisaria una exposición del colectivo Cabello/Carceller con el retrato como epicentro en el Azkuna Zentroa de Bilbao, afirma en el folleto de presentación: «Podríamos decir que se trata del primer retrato trans de la historia del arte si no fuera porque en el barroco no existía tal categoría». Y al teléfono, matiza: «Es una afirmación casi más filosófica que histórica. Una cosa es que sea el primer retrato trans de la historia y otra que Erauso fuera trans. Lo que nos ha interesado es ver cómo se construía y cómo circulaba su representación con los códigos de la masculinidad colonial de su época».
Erauso nació en Donostia y fue bautizada como Catalina en 1592. De niña ingresó en un convento del que escapó a los 15 años «vestida de hombre» y bajo el nombre de Francisco de Loyola. Huyó a América, donde luchó con el Imperio español implicándose en masacres como la de los mapuches. Se dice que en el camino de vuelta a España y tras salvarse de una condena a muerte en Perú, escribió sus memorias.
En el prólogo de su traducción al francés, el poeta José María de Heredia escribió lo siguiente:
«Escuchad la historia de su vida, que ella misma va a relatar. Es una confesión atrevida, acaso sincera, que comenzó a escribir o a dictar, el 18 de septiembre del año 1624, cuando volvía a entrar en España en el galeón San José. […] Cansada de recorrer el puente del navío, se complació en revivir con el pensamiento las aventuras pasadas: las carreras a caballo a través de los Andes, las disputas, los combates, las huidas, la fortuna azarosa, la vida errante y libre. Lo hizo en un lenguaje limpio, conciso y varonil. No habla de sí misma en femenino, sino muy raras veces; sólo en casos desesperados, en momentos de suprema angustia, cuando siente la muerte y tiene miedo del infierno. Este relato ingenuo y brutal refleja rápidamente su alma y su vida; una y otra fueron las de un hombre de acción».
Era 1894. Como refleja el prefacio, Erauso se había ganado el respeto de sociedad, Monarquía e Iglesia en la España de la Inquisición. Hoy, Preciado subraya que aunque la implicación de Erauso en el genocidio de los mapuches y su posición en el mercado colonial la convierten en una figura incómoda, «no podemos exigir a todas las figuras trans o a todas las personas que tienen prácticas de género que sean figuras heroicas y activistas». Reinterpretar el personaje histórico, pero sobre todo sus representaciones, ha sido importante para el colectivo detrás de la exposición porque ilustra que «lo trans no es una especie de moda, sino que en el momento en el que hay una cultura altamente segmentada en términos de género hay también prácticas de subversión del género».
La representación de Erauso de la que se ocupa la exposición del Azkuna Zentroa nos llega, además de a través del óleo de van der Hamen, en textos de terceros como esta carta del viajero Pedro del Valle:
«El 5 de junio vino por primera vez a mi casa el alférez Catalina Erauso, viscaína, arribada de España la víspera. Es una doncella de unos treinta y cinco a cuarenta años. Su fama había llegado hasta mí en la India Oriental. […] Alta y recia de talle, de apariencia más bien masculina, no tiene más pecho que una niña. Me dijo que había empleado no sé qué remedio para hacerlo desaparecer. Fue, creo, un emplasto que le suministró un italiano; el efecto fue doloroso, pero muy a deseo. De cara no es muy fea, pero bastante ajada por los años. Su aspecto es más bien el de un eunuco que el de una mujer. Viste de hombre, a la española; lleva la espada tan bravamente como la vida, y la cabeza un poco baja y metida en los hombros, que son demasiado altos. En suma, más tiene el aspecto bizarro de un soldado que el de un cortesano galante. Únicamente su mano podría hacer dudar de su sexo, porque es llena y carnosa, aunque robusta y fuerte, y el ademán, que, todavía, algunas veces tiene un no sé qué de femenino».
Antes de aquel encuentro, al poco de su regreso al viejo mundo, Erauso recibió del rey Felipe IV una pensión y reconocimiento por los servicios militares prestados a la Corona, así como por la defensa de la fe católica. También viajó a Italia, donde lo recibió el papa Urbano VIII, que le concedió, «entre otras muchas mercedes, la de permitirle usar el traje de hombre». Para quien cuestionase su decisión, el papa replicó: «Dadme otra monja alférez, y le concederé lo mismo».
La fascinación de la época con Erauso surgió del éxito de su autobiografía y de una adaptación teatral firmada por Juan Pérez de Montalbán, discípulo de Lope de Vega. «En el Siglo de Oro todavía no hay realmente una noción de la sexualidad», dice Preciado para explicar la ausencia de odio. «Estamos en una representación del cuerpo y la sexualidad que es pre médica, pre patologización. Es decir, no se habla de patologías, sino de pecado. Por tanto, en el caso de Erauso, como servidor de la Marina Real y soldado al servicio del rey, junto con su extracción noble del País Vasco, le permite acceder a un estatuto de ciudadanía realmente elevado».
Al mito contribuyó también la idea de que Erauso era «virgen intacta». Luchando en Perú, fue salvado por el obispo de Huamanga, al que le confesó su verdadera historia. Este, incrédulo, aparentemente mandó a dos matronas a comprobar los detalles, y ante la confirmación de que Erauso era «virgen» exclamó: «Hija, ahora creo sin duda lo que me dijisteis, y creeré en adelante cuanto me dijereis; y os venero como una de las personas notables de este mundo, y os prometo asistiros en cuanto pueda y cuidar de vuestra conveniencia y del servicio de Dios».
Curiosamente, el mismo texto que describe ese pasaje narra también encuentros sexuales con distintas mujeres, como las cuñadas de un mercader para el que Erauso trabajó en Lima. «Lo que le salvó de una muerte segura es no haber tenido penetración heterosexual», zanja Preciado. «Fue un superviviente, en el sentido de que busca cada mínimo espacio en los umbrales, encuentra el umbral y si hay un milímetro entre un espacio y otro, él lo ocupa y sabe ocuparlo».
Así, desde la publicación de sus memorias, Erauso ha sido icono militar colonial, símbolo de piedad religiosa, heroína lesbiana y ahora, quizás, hito en la genealogía de la historia trans.
«La inestabilidad de su posición pone en cuestión todas esas narrativas cerradas y es lo que hace que sea tan interesante», dice Preciado. «Las preguntas que genera son más interesantes que las respuestas que pudiéramos dar. Aparece un horizonte de investigación histórica que es mucho más amplio de lo que habíamos pensado».
Sonia Pérez-Villanueva, catedrática en el Departamento de Humanidades de la Universidad Lesley en Estados Unidos, aprecia que «parece que Erauso se empeñó por alguna razón en ofrecer la historia de su vida para el consumo público y mantuvo un constante interés en promover su perfil como figura heroica. Para mí, esto es fascinante, si tenemos en cuenta la época en que Erauso crea su propia persona, una época marcada por la Contrarreforma y la Inquisición, que asimismo ofrece rígidas definiciones sobre qué es ser mujer y qué es ser hombre. Erauso rompe con esos patrones y su historia prueba que, ante todo, era una persona extraordinariamente astuta. Como hombre, Erauso es un soldado cristiano, un patriota violento con muchos vicios; mata tanto en el campo de batalla como fuera de él, exagerando en todo momento su masculinidad y presumiendo de ella. Como mujer, mantiene su virginidad. En definitiva, se inventa como un personaje histórico perfecto del barroco con todas sus contradicciones: virgen como mujer, violento como hombre».
La instalación del Azkuna Zentroa, que se puede visitar hasta septiembre, concluye con la exhibición de una carta enviada al ayuntamiento de San Sebastián en la que se solicita que se tenga en cuenta el nombre elegido de Erauso para rebautizar la calle que lleva su nombre en la ciudad como Catalina/Antonio de Erauso. Preciado señala que querían mantener Catalina para «dejar constancia de la multiplicidad».
El colectivo Gipuzkoa Feminista Elkartea se opone a la propuesta y plantea en un comunicado que Erauso vivió como varón porque esa era la única manera de experimentar un tipo de vida reservada a los hombres: «¿Quién les otorga la potestad para decidir que esta mujer sentía rechazo a su cuerpo, cuando la realidad para una mujer con ganas de aventuras es que sencillamente lo tenía todo absolutamente prohibido?».
Las dudas sobre Erauso conciernen también a la autoría de sus memorias y la credibilidad del relato completo de sus hazañas. Sonia Pérez-Villanueva plantea que hay razones para creer que la propia Erauso fue bien autora o narradora de sus aventuras, pero que estas pudieron ser modificadas y ampliadas por los sucesivos copistas y editores que ha tenido el texto a lo largo de los siglos. Al respecto, Pérez-Villanueva explica: «El texto ha sido utilizado por quienes promovían el fascismo bajo la dictadura de Franco, nacionalistas que defendían una identidad vasca y feministas que promovían a una mujer vestida de hombre que dio el interesante paso de dejar un convento para luchar en las guerras de colonización españolas. Y, sin embargo, el texto no es fascista, nacionalista o quizás incluso feminista. […] El extravío de Vida y sucesos de la Monja Alférez es el resultado de una historia de crítica literaria que no ha logrado ubicar el texto dentro de parámetros literarios específicos. Más bien, los críticos han visto el texto a través de una diversidad de lentes y se han centrado en las implicaciones políticas y sociales de la autoría del texto. El debate sobre la importancia de la autoría del texto de Catalina de Erauso y su importancia o no para causas políticas y sociales ha hecho que la autoría y la historia hayan recibido una amplia atención, pero el texto se ha perdido en cuanto a su trascendencia en la historia de la autobiografía».
La instalación del Azkuna Zentroa se titula Una voz para Erauso. Epílogo para un tiempo trans y junto al lienzo original de Van der Hamen presenta una instalación de vídeo en la que tres personas trans y no binarias interpelan a Erauso con el fin de cuestionar las representaciones hegemónicas. «Es un epílogo porque se trata de entender que en muchos casos no sabemos leer la historia y que esta necesita ser constantemente reinterpretada; porque cambiar la lectura de la historia también abre posibilidades distintas de pensar el presente y el futuro», dice Preciado. «Los propios museos no saben lo que tienen en sus colecciones. Eso quiere decir que la historia, y concretamente la historia de los disidentes sexuales, de género, etc. está totalmente por hacer».
Fuente: https://www.publico.es/sociedad/monja-alferez-icono-conquista-america-hito-genealogia-trans.html#md=modulo-portada-fila-de-modulos:3×2-t1;mm=mobile-big