Se cumplen 50 años del día en el que siete campesinos que buscaban agua encontraron al ejército fantasma del primer emperador chino. Uno de los supervivientes, Yang Zhifa, tiene colgada en una pared la azada con la que desenterró al primero. Quiso venderlo para comprar cigarrillos para todos. Algunos de los campesinos se ahorcaron o murieron enfermos en medio de la pobreza. Todavía hoy siguen saliendo guerreros de la tierra
Lucas de la Cal / Corresponsal Shanghai / CRÓNICA
Yang Zhifa tiene colgada una vieja azada en la pared del salón de su casa. Está envuelta en una suave tela de seda roja, rodeada de pequeños marcos con fotos antiguas. En una de ellas aparece un Yang más joven estrechando la mano de Bill Clinton. «Me pidió que le escribiera una dedicatoria en un libro que le habían regalado sobre los guerreros de terracota. Como yo era analfabeto, le dibujé un círculo que representaba el pozo en el que encontré al primer guerrero», cuenta este anciano de 86 años que ha vivido dos vidas muy diferentes: la de un campesino muy pobre y la de un hombre famoso encerrado en una tienda de souvenirs como reclamo para los turistas que visitaban uno de los mayores descubrimientos del siglo XX.
Fue en 1998 cuando la familia Clinton al completo contempló en la ciudad china de Xi’an la vasta necrópolis subterránea donde se encuentra el ejército de guerreros de terracota a tamaño real que han estado custodiando durante más de 2.200 años la tumba de Qin Shi Huang, el primer emperador de China. El entonces presidente de Estados Unidos conoció en aquel viaje a Yang, el campesino que descubrió por accidente, mientras cavaba un pozo en busca de agua con la azada que ahora cuelga de la pared de su casa, al primer guerrero de terracota. Medio siglo después, los arqueólogos continúan desenterrando cada poco tiempo a más misteriosos soldados.
Ni una gota de agua caía en la primavera de 1974. Poco después del Año Nuevo chino, la sequía amenazaba con arruinar las cosechas de las aldeas que estaban a pie de la montaña de Lishan, a las afueras de Xi’an. Las plántulas de trigo en el campo estaban casi marchitas. Los campesinos se organizaron para cavar pozos en busca de agua. Un grupo de siete hombres treintañeros se encontraba excavando a unos pocos metros de profundidad cuando uno de ellos, Yang Zhifa, se topó con una capa de tierra roja y dura de unos 30 centímetros. Al principio pensó que se trataba del techo de un horno. Con la azada y un martillo continuó perforando con más fuerza hasta que golpeó lo que parecía el cuello de una estatua de cerámica.
Yang encontró más restos, como los hombros y el torso, y algunas puntas de flecha de cobre. Los otros agricultores le pidieron que no continuara porque creían que podría tratarse de una figura de un antiguo templo budista. Temían que Buda los castigara. Yang no hizo caso. Continuó escarbando hasta que recogió el cuerpo, salvo una pierna y la cabeza que faltaba, y se llevó la estatua a casa, prometiendo a sus compañeros que intentaría venderla para comprar cigarrillos para todos.
Aquella noche del 24 de marzo de 1974, el campesino le enseñó a su esposa, maestra en la escuela de la aldea, lo que había encontrado. Fue ella la que, consciente de que se podía tratar de un descubrimiento importante, pidió a su marido que lo entregara a la Oficina de Reliquias Culturales del condado, donde le pagaron 30 yuanes (3,82 euros) por la reliquia.
UNA VENTANA INEXPLORADA A LA HISTORIA
En aquel momento, nadie era consciente de que Yang, junto con los otros seis campesinos, había abierto una ventana inexplorada a la historia antigua de China. Cuando la noticia traspasó las fronteras del país asiático, la explotación del sitio arqueológico se convirtió en una fuente de conocimiento y riqueza que aprovechó la ciudad de Xi’an para transformarse en una de las principales paradas turísticas en Oriente. Todos salieron ganando con aquel tesoro de la dinastía Qin (221-206 a. C.). O casi todos. Los campesinos que cavaron el pozo perdieron sus casas y sus tierras. Para algunos de ellos, encontrar a los guerreros fue una maldición que los llevó a la tumba.
Cuando se cumplen 50 años del golpe con la azada de Yang Zhifa que desenterró uno de los tesoros más impresionantes de China, Crónica va en busca de la historia de fama y desdicha de un grupo de campesinos. Algunos murieron pobres y enfermos. Otros se convirtieron en mal pagados monos de feria utilizados por los funcionarios para firmar libros a personalidades como Bill Clinton y hacerse fotos con los turistas.
El octogenario Yang Peiyan pasa cada sábado más de seis horas encerrado en una tienda de regalos que hay dentro del gigantesco recinto funerario donde está la tumba de Qin Shi Huang y los guerreros que mandó construir durante su reinado. A diario hay una larga fila de turistas que han comprado un libro sobre los soldados que cuesta 180 yuanes (23 euros). Esperan su turno para que Yang se lo firme y se haga una foto.
Este anciano fue uno de los campesinos que participó en la excavación del pozo en 1974. Él siempre ha contado que era el jefe de la cosecha que eligió el lugar exacto donde cavar y que gracias a eso se encontró al primero de los 8.000 soldados de infantería, arqueros y aurigas de arcilla dura que fueron enterrados con el emperador en un enorme mausoleo que cubre una superficie total de 98 kilómetros cuadrados, la mayoría de los cuales aún no han sido excavados.
«Todos los años se desentierran nuevos guerreros. Y una de las cosas más impresionantes es que sujetan armas de bronce que todavía brillan y están afiladas», manifiesta el arqueólogo español Marcos Martinón-Torres, uno de los mayores expertos internacionales en el tesoro que encontraron los campesinos bajo la tierra de Xi’an. «Cada vez que vuelvo a la fosa, termino anonadado por la magnitud de ver a todos esos guerreros en formaciones militares realistas, con sus rasgos faciales, sus barbas… son representaciones humanas fascinantes».
Yang Zhifa, Yang Peiyan, Yang Quanyi, Yang Xinman, Yang Wenhai, Yang Yanxin y Wang Puzhi. Estos son los nombres de los siete campesinos. La mayoría pasó de trabajar la tierra a tener que aprender a escribir sus nombres para estamparlos en las firmas de libros. Antes de que los funcionarios los obligaran a servir al turismo, el Gobierno reclamó sus tierras de cultivo, abundantes en maíz, trigo y granadas, y derribó sus casas y las de sus vecinos para construir salas de exposiciones, aparcamientos para autobuses y tiendas de souvenirs. La mayoría de sus aldeas ya no existen.
«Los funcionarios y los empresarios han ganado mucho dinero con los guerreros de terracota, pero nosotros no», dijo uno de los campesinos, Yang Quanyi, en una entrevista en 2007 con el diario hongkonés South China Morning Post. El Gobierno repartió grandes sumas en compensación por las tierras, pero los aldeanos denunciaron que casi todo ese dinero se lo quedaron los funcionarios locales. «No hemos recibido nada por el descubrimiento. Eran los tiempos de las granjas colectivas y nuestro jefe de brigada nos dio 10 puntos de crédito por encontrar a los guerreros, lo que equivalía a un yuan en nuestro salario a final de mes», continuaba explicando Yang.
LA POBREZA
Los que mandaban se hicieron ricos mientras que los campesinos no salieron de pobres y encima habían perdido la tierra que les daba de comer. Poco después, comenzaron las muertes. Wang Puzhi, que estaba enfermo y sin dinero para comprar medicinas, se ahorcó en su casa. Yang Yanxin murió de una enfermedad de la piel que hizo que su cuerpo se pudriera. El siguiente en fallecer, también por una enfermedad curable con medicinas inaccesibles en ese momento, fue Yang Wenhai.
A medida que el país asiático se abrió al mundo, los visitantes extranjeros fueron llegando. Esto, junto a la nueva clase media que tenía dinero para viajar, convirtió a Xi’an y a sus guerreros de terracota en uno de los principales centros turísticos. Fue entonces cuando los campesinos supervivientes comenzaron a ser un reclamo y acabaron como una atracción más en las tiendas de regalos por un sueldo de 1.500 yuanes al mes (190 euros). Ahora, como los que quedan vivos son todos muy mayores, en las redes sociales han sido muchos los visitantes al mausoleo que se han quejado de que hay señores más jóvenes que están firmando libros y que en realidad son «falsos descubridores».
Tras el hallazgo en marzo de 1974 hecho por los sedientos campesinos, fue un arqueólogo llamado Zhao Kangmin el primero en echar un vistazo, después de que la oficina cultural del condado diera el aviso a las autoridades de que se habían encontrado algunas reliquias. Tras una primera inspección, Zhao se dio rápido cuenta de que probablemente se trataba de los restos de estatuas de la era Qin. Durante los tres primeros días de trabajo, aparecieron los dos primeros guerreros prácticamente intactos, cada uno de 1,78 metros de altura.
Zhao decidió mantener en secreto el descubrimiento. En aquellos tiempos China estaba todavía sacudida por la Revolución Cultural de Mao Zedong, con los guardias rojos dirigiendo una cruzada de destrucción de tradiciones y purga de intelectuales. El arqueólogo, años después, reconoció en una entrevista que le daba miedo hacerlo público porque temía que destruyeran a los guerreros.
Finalmente, cuando un periodista de la agencia de noticias estatal Xinhua se enteró de lo que se había encontrado en Xi’an y publicó la noticia, Zhao dio el aviso a las autoridades el 11 de julio de 1975, más de un año después del primer descubrimiento de los campesinos. Sus miedos, al final, eran infundados. El Gobierno decidió excavar todo el lugar y en pocos meses descubrieron más de 500 guerreros en un complejo funerario subterráneo a una escala sin precedentes que destapó la obsesión que tenía por la inmortalidad el emperador Qin Shi Huang, el primero en unificar el país, y su capacidad para movilizar recursos y mano de obra durante su reinado: se estima que 700.000 trabajadores participaron en una construcción que duró alrededor de 38 años.
Quedan muchos secretos por descubrir de esta impresionante representación del poder y la organización militar del imperio Qin. Hasta el momento se ha excavado una superficie de 4.000 metros y se han sacado cerca de 2.000 guerreros y 20 carros de madera. Uno de los mayores desenterradores actuales es Rong Bo, subdirector de arqueología del Museo del Mausoleo del Emperador Qin Shi Huan, quien ha fotografiado a muchas de las 220 figuras que se han sacado desde 2009 del primer foso del mausoleo. Rong ha trabajado con equipos de restauración de todo el mundo que están tratando de recrear la vívida pintura original: estudios recientes han confirmado que el color más común utilizado era el verde, seguido del morado, rojo y azul.
UN ESPAÑOL EN LA CONMEMORACIÓN DE LOS 50 AÑOS
Entre el equipo internacional que pisa a menudo el sitio arqueológico se encuentra Marcos Martinón-Torres, que logró que el año pasado China cediera a algunos de sus guerreros de terracota para una exitosa exposición en el Museo Arqueológico de Alicante. «Mi primera visita al mausoleo fue en 2006, y desde entonces empezamos una colaboración en un proyecto chino-británico en el que yo era co-director. La primera ambición que teníamos era desentrañar lo que llamamos la logística imperial, utilizar técnicas científicas modernas para analizar el registro arqueológico y entender cómo fue posible que hace 2.200 años se pudiera construir algo tan grande y único en tan poco tiempo; cómo pudieron orquestarse las materias primas, los conocimientos técnicos y la mano de obra para que todo se articulase en la creación de los guerreros y del mausoleo», explica por teléfono Martinón-Torres desde su despacho en Cambridge, donde es catedrático de Arqueología.
Este gallego de 47 años, que lleva 24 viviendo en Reino Unido, volverá a Xi’an en septiembre, cuando las autoridades chinas tienen previsto realizar un gran evento para celebrar los 50 años del descubrimiento de los guerreros de terracota. «Mi especialización es la aplicación de técnicas científicas -química, física, ingeniería o computación- para extraer más información de los restos arqueológicos. Hemos hecho muchos estudios técnicos para entender las técnicas empleadas para la producción de los guerreros, desde sus pigmentos a las armas de bronce que llevan los soldados», detalla. «También hemos realizado trabajos de genética de los restos humanos de los trabajadores que construyeron el mausoleo y estudios computarizados de la fisionomía de los guerreros para tratar de determinar si son todos diferentes».
Cada año son millones los visitantes que aparecen por el mausoleo de Xi’an para contemplar la magnitud de este ejército fantasma que se descubrió hace 50 años. Todo empezó con un fuerte golpe de azada.
Fuente: https://www.elmundo.es/cronica/2024/07/13/6691319821efa022698b459b.html