Pionero en medicina y emblema del mestizaje, el Hospital de Jesús se levanta donde el extremeño y Moctezuma se reunieron por primera vez, en 1519. Sin una sola ayuda del Gobierno, que lo asfixia así, se teme por su continuidad
Maite Rico / CRÓNICA
Con 62 años, enfermo, retenido en España por la burocracia judicial, agraviado por los desaires de Carlos V, Hernán Cortés es consciente de que no va a poder regresar a su añorada tierra mexicana. En octubre de 1547, dos meses antes de su muerte, dicta en Sevilla testamento, para dejar en orden sus asuntos. Entre ellos, su legado más preciado: Item mando que la obra del hospital de Nuestra Señora en la ciudad de México se acabe a mi costa, según e de la manera que está trazado.
Cortés había ordenado construir el hospital de la Purísima Concepción de Nuestra Señora inmediatamente después de la conquista de Tenochtitlan, la capital del imperio azteca, en 1521. La primera constancia de su existencia es un acta del cabildo de Ciudad de México de 1524. El lugar escogido, dice la tradición, es el paraje donde Cortés y Moctezuma se reunieron por primera vez en 1519.
Al conquistador le costaría hoy reconocer la Calzada de Iztapalapa prehispánica en la bulliciosa calle de Pino Suárez, en pleno centro de la metrópoli mexicana. Pero se sentiría en casa en cuanto entrara en el hospital, que sigue en funcionamiento desde hace 500 años. Los dos patios ajardinados, flanqueados por arcos renacentistas, la escalera monumental y las hermosas galerías se conservan intactos. Con el nombre de Hospital de Jesús, es el más antiguo de la hispanidad.
Al principio son unas instalaciones humildes, pero Cortés tiene un plan ambicioso, que no llegará a ver culminado. «Ojalá encontráramos las ordenanzas que dijo que iba a dar para el hospital. No han aparecido. Pero el modelo que él tiene en mente es el hospital de las Cinco Llagas de Sevilla», explica María del Carmen Martínez, catedrática de Historia de América de la Universidad de Valladolid.
El conquistador dicta en su testamento disposiciones precisas para garantizar la viabilidad futura de la institución, e implica a sus herederos. E para los gastos del dicho hospital señalo especialmente las tiendas e casas que yo tengo en la dicha ciudad de México, en la plaza e calles de Tacuba, e San Francisco (…), la cual dicha renta mando que se gaste en la dicha obra e que el sucesor de mi casa no la pueda ocupar en otra cosa.
El hospital pronto empieza a despuntar. Atiende a españoles y a indios, y fusiona la medicina europea con la prehispánica. El médico Pedro López establece el primer departamento de cirugía de la Nueva España. Por allí pasan los más distinguidos galenos del virreinato y se realiza la primera autopsia. De ella deja constancia en 1536 el médico andaluz Cristóbal Méndez. «Yo vide en México abrir a un niño de un muy honrado hombre que se decía Villaseñor, y no había cinco años, y le sacaron una piedra casi tamaña como un huevo, y según su cantidad que se le hizo antes de que naciese».
Los primeros médicos novohispanos se graduaron en 1583 e hicieron las prácticas en el hospital. En el siglo XIX el centro es pionero en la aplicación de la vacuna contra la viruela en México y en las operaciones de cataratas. Y en 1956 se realiza la primera cirugía a corazón abierto mediante hipotermia de superficie.
Tras 300 años de servicio bajo el virreinato, el Hospital de Jesús siguió cumpliendo con sus labores en el México independiente. Hoy es una institución de asistencia privada, regida por un patronato de médicos del que, en 1932, se desvincularon los herederos de Cortés (una rama indirecta asentada en Italia, los Pignatelli). «Somos el hospital más antiguo donde se habla español. En España no existe otro con tantos siglos de funcionamiento», asegura el doctor Pedro Álvarez, patólogo clínico y patrono tesorero. «Nunca hemos cerrado las puertas en 500 años, un milagro en un país con tantas convulsiones».
Las rentas de las casas y los terrenos del conquistador mantuvieron al hospital hasta principios del siglo XX. Ahora se sostiene con las cuotas que cobra (la consulta de especialidad cuesta 350 pesos, unos 20€) y con el alquiler de algunos locales y oficinas que posee en la misma manzana. «Hemos seguido el modelo de financiación que dejó Cortés», sonríe el doctor Álvarez. El Hospital de Jesús, reconoce, «ha ido de más a menos. Hoy tenemos 30 camas, y atendemos a unos 20.000 pacientes al año. La pandemia nos pegó duro. Nuestra principal preocupación ahora es la continuidad. Estamos haciendo lo posible por reactivarlo. Porque si no, la gente se encontrará con un museo, no con un centro médico».
El hospital sigue siendo autosuficiente, pero con estrecheces. El Gobierno de López Obrador no sólo no les da «ni un centavo». «Populista como es, frenó por ley las donaciones, que no pueden superar los 100.000 pesos (unos 5.500 euros). El único donativo anual que recibimos es de otra institución fundada por españoles, el Nacional Monte de Piedad: es poquito, pero nos alcanza para pagar a las enfermeras durante tres meses».
Paradójicamente, el nombre de quien dio vida a la institución se ha convertido en un lastre. «Es el motivo por el que no hemos tenido mucha ayuda. Hace unos años le pregunté a la esposa del embajador de España cómo podríamos contactar con algunas instituciones españolas, para que ayudaran a que el hospital continuara con su labor. Y me responde: «Lo veo muy difícil. La figura de Hernán Cortés pesa mucho en México, y si España ayudara a un hospital fundado por él, podríamos apretar algunas fibras sensibles». ¡Eso me dijo! Para nosotros sería más fácil no mencionarlo, pero no podemos dejar de reconocer su figura. Y seguiremos llevando en nuestras batas médicas su escudo de armas, emblema de la institución».
El Hospital de Jesús es, en efecto, un oasis de respeto a su fundador. Víctima de lo que Octavio Paz llamó «mito negro», alimentado por los liberales tras la independencia, Hernán Cortés es hoy un personaje maldito. Por eso impacta encontrar un busto del conquistador en el patio.
El culpable es el médico Julián Gascón, durante muchos años responsable del centro y patrono emérito e incombustible a sus 99 años. Poeta, fundador de la Universidad de Nayarit, don Julián aprovechó una reforma en 1981 para colocar frente a la escalinata un busto de Cortés, copia del realizado por Manuel Tolsá en el siglo XVIII para su sepulcro. Y además le pidió al presidente López Portillo que lo desvelara. El mandatario lo hizo, no sin antes advertirle de que iba a haber lío. Una manifestación indigenista amenazó con destruir la estatua. Se hubieran topado con don Julián haciendo guardia con un amigo, mayor del ejército. «Yo pensaba ofrecerles colocar otra estatua de Moctezuma y otra de Cuauhtémoc», contaba divertido el anciano.
LOS NUEVE ENTIERROS
El Hospital de Jesús encierra otra sorpresa. El templo adjunto, la iglesia de Jesús Nazareno, guarda los restos del conquistador. Si Cortés tuvo una vida trepidante, el recorrido de sus huesos no lo fue menos: nueve entierros a lo largo de cuatro siglos hasta encontrar el que ha sido hasta ahora su refugio más duradero, junto a su querido hospital.
Fallecido en diciembre de 1547 en Castilleja de la Cuesta (Sevilla), Cortés había dispuesto en el testamento su traslado a México. Empezó entonces la peregrinación de sus restos, desde el monasterio sevillano de San Isidoro del Campo hasta su llegada, en 1794, a la iglesia anexa al hospital que él fundó. El virrey Revillagigedo construyó un sepulcro con el busto encargado a Tolsá.
Pero el descanso no le duraría mucho. Con la independencia de México el odio a lo español se desata y hay temor a una profanación. En 1823, Lucas Alamán, escritor y diputado novohispano en las Cortes de Cádiz y administrador de los herederos de Cortés, desmantela el sepulcro y esconde los restos bajo la tarima del altar, dejando correr la especie de que habían sido enviados a sus descendientes en Italia.
En 1836, Alamán decide mover los huesos a un lugar protegido de la humedad. Los traslada a un nicho abierto «en la pared del lado del Evangelio del presbiterio, a tres varas de altura del suelo, de 19 pulgadas de alto, una vara escasa de largo y 13 pulgadas de profundidad, acomodado al tamaño de la caja, el cual se cerró con una pesada losa enrasándose luego la pared, de suerte que no quedó señal alguna exterior».
Detalla el escondite en un acta, llamada Documento de 1836, y entrega una copia a la Embajada de España. Durante 110 años, nada se supo de los restos de Cortés. Hasta que en 1946 alguien encuentra el documento en la embajada. El escritor exiliado Fernando Baeza contacta con tres historiadores del Colegio de México, y deciden buscar al conquistador con el mismo sigilo con el que fue escondido. Ellos mismos abrieron el hueco en la pared y quedaron sobrecogidos al dar con los restos. La siguiente sorpresa fue la llegada del bisnieto de Lucas Alamán con la llave de la caja, que la familia había conservado.
Las autoridades mexicanas ordenaron el análisis forense de los restos. Cortés tenía el cráneo pequeño y alargado, era de complexión fuerte, medía 1,58 metros, padeció de los dientes y sus piernas eran perfectamente normales, lo que desmentía el bulo de un Cortés deforme y corroído por la sífilis.
El 9 de julio de 1947, el conquistador fue devuelto al nicho, con una placa de bronce con su nombre. La tumba dejaba de ser anónima. Sigue habiendo políticos dispuestos a usar los huesos como arma arrojadiza, como ese diputado de López Obrador que exigía al presidente que sacara de México «esa porquería». Medellín, su pueblo natal, reclama los restos. «Pero Cortés dejó claro en su testamento a qué lado del Atlántico quería estar», tercia la profesora Martínez. «Ese debate no lleva a ningún puerto».
¿Se reconciliará México con Hernán Cortés? Académicos solventes, como el fallecido José Luis Martínez, llevan años arrojando luz sobre un personaje poliédrico. «La faceta que más se proyecta es la de la conquista, que dura tres años, de 1519 a 1521. Pero Cortés tiene una vida hasta el año 47. Fue un administrador sorprendentemente moderno, promotor de la ganadería, de las innovaciones tecnológicas, de los astilleros, del arte… Tenía una gran capacidad de organización y de movilizar a las personas. Y su don de gentes, su ascendencia entre la población indígena, es destacable. ¿Que hay otras facetas que son criticables? Sí, pero hay que entenderlas en el siglo XVI, y en el contexto en el que se mueven los personajes», explica María del Carmen Martínez, que desde hace años bucea en los documentos del conquistador.
Cortés, dice la experta, rompe el tópico de un guerrero inculto y bestial. «Escribió mucho, conocemos sólo una parte mínima de sus textos. Tuvo contacto y se carteó con personajes muy relevantes de su época. Tenía una enorme curiosidad por todo, y una innegable faceta humanista. Las instrucciones que da a sus capitanes en el testamento, para que velen por el buen trato a la población indígena, son matices que no pueden obviarse. Es un hombre a caballo entre el mundo medieval y el espíritu renacentista».
Numerosos pensadores mexicanos, como José Vasconcelos, han destacado la figura de Cortés como el creador de la nacionalidad mexicana, y abogan por reconciliarse con el mestizaje y releer la conquista como un acto propio. O al menos asumir la herencia novohispana, de la que el Hospital de Jesús es un valioso símbolo. «La grandeza del hospital», resume María del Carmen Martínez, «es que sigue siendo un corazón de vida en el centro de la Ciudad de México, y fusiona una realidad mestiza, que es la que hace comprensible una complejidad que otros pretenden simplificar».
Fuente: https://www.elmundo.es/cronica/2024/07/19/66918b05e9cf4a51718b4575.html