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La librera de El Cairo, una historia fabulosa… sin final feliz | El Confidencial

La emocionante historia de tres mujeres que fundaron la librería Diwan en la capital de Egipto que finalmente no pudo resistir el empuje del fundamentalismo

Nadia Wassef (Foto: Andrew Mason)

NADIA WASSEF / EL CONFIDENCIAL

Tenía siete años cuando los miembros de los Hermanos Musulmanes asesinaron a Anuar al Sadat, y su vicepresidente, Hosni Mubarak, asumió el poder en 1981. Era una antigua librera de treinta y siete años con diez librerías, 150 empleados, dos másteres, un exmarido (de aquí en adelante denominado Número Uno), un segundo marido (Número Dos) y dos hijas cuando Mubarak fue destituido en 2011.

Pero nuestra historia empieza mucho antes de la Revolución egipcia y antes de la serie de levantamientos conocidos como la Primavera Árabe. Durante buena parte de mi vida he vivido en Zamalek, una isla en un río rodeada por un desierto: coordenadas 30º N, 31º E. Zamalek, un distrito del oeste de El Cairo, se recuesta en medio del Nilo. Cuenta la leyenda que El Cairo debe su nombre al planeta Marte, Al Najm Al Qahir, que se alzó el día de la fundación de la ciudad. Se la conoce como al Qahira, ‘vencedora’.

En la arteria principal, peatonal y vial, de Zamalek, la calle 26 de Julio, se alzan dos edificios gemelos llamados las mansiones Baehler. Sus techos altos, patios y florituras de estuco sugieren un pasado glorioso. Los compresores de aire acondicionado se aferran a las barandillas de los balcones, los cables sueltos recogen la suciedad y los restos de papel, y la colada cuelga en medio del calor. Una serie de negocios bordean la calle: Nouby, el anti-cuario; Cilantro, la cafetería; Thomas Pizza; el Banco de Alejandría, y la tienda acristalada de la esquina, Diwan, la librería que creamos mi hermana Hind y yo en marzo de 2002. Años después, Hind y yo abrimos dieciséis tiendas (y cerramos seis) por todo Egipto, pero cada una de ellas emula el aspecto y el ambiente de esta, nuestro buque insignia, nuestra primogénita.

Hind y yo concebimos Diwan una noche de 2001, mientras cenábamos con nuestros viejos amigos Ziad, Nihal y su por entonces marido, Ali. Alguien planteó la pregunta: si pudieras hacer algo, ¿qué harías? Hind y yo respondimos lo mismo. Abriríamos una librería, la primera de su tipo en El Cairo. Nuestro padre había fallecido hacía poco a causa de una cruel enfermedad de las neuronas motoras. Como lectoras de toda la vida, habíamos recurrido a los libros en busca de consuelo, pero nuestra ciudad carecía de librerías modernas. En Egipto, al final del milenio, publicar, distribuir y vender libros fue perdiendo fuelle tras décadas de un socialismo que había salido mal. Empezando con el Gobierno de Gamal Abdel Nasser, el segundo presi-dente de Egipto, pasando por Anuar al Sadat (el tercero) y luego Hosni Mubarak (el cuarto), la incapacidad del Estado para abordar la explosión demográfica llevó al analfabetismo, la corrupción y a una reducción de las infraestructuras.

Los escritores pasaron a ser funcionarios públicos; la literatura fue víctima de muchas muertes lentas y burocráticas sucesivas

En un intento por contener la disidencia, cada régimen político se había hecho con el control de la producción cultural. Los escritores pasaron a ser funcionarios públicos; la literatura fue víctima de muchas muertes lentas y burocráticas sucesivas. Pocos en Egipto parecían interesados en leer o escribir. Abrir una librería en este momento de atrofia cultural parecía imposible, y del todo necesario. Para nuestro asombro, nuestros compañeros de cena tenían el mismo interés. Esa noche, nos convertimos en cinco socios: Ziad, Ali, Nihal, Hind y yo. Durante los meses siguientes, hablamos, establecimos contactos e hicimos planes sin cesar. Entonces Hind, Nihal y yo nos pusimos a trabajar. Y fue gracias a ese esfuerzo conjunto por lo que nos convertimos en hermanas por elección, las tres mujeres de Diwan.

Como personas, Hind, Nihal y yo no podíamos haber sido más distintas. Hind es reservada y sumamente leal, Nihal es espiritual y generosa, y yo soy una emprendedora. Como socias, intentamos ser una versión mejor de nosotras mismas, con más fallos que aciertos. Dividimos el trabajo en función de las preferencias y las pasiones: a Hind y a mí se nos daban mejor los libros, y a Nihal se le daba mejor la gente. Estas divisiones nunca estaban bien definidas. Todas encontramos en la lengua un denominador común. Dedicamos nuestra atención y nuestro trabajo a las palabras. Nos sentíamos orgullosas de la cultura egipcia y estábamos deseosas de compartirla. No teníamos un plan de negocio ni almacén, ni tampoco miedo. No nos pesaba nuestra falta de preparación, y desconocíamos todos los problemas que se avecinaban. Éramos jóvenes; yo tenía veintisiete; Hind, treinta, y Nihal, cuarenta. Durante las dos décadas siguientes, nos daríamos la mano mutuamente al pasar por matrimonios, divorcios, nacimientos y muertes. Afrontaríamos las dificultades que conlleva dirigir un negocio en una sociedad patriarcal: sorteando el acoso y la discriminación, engatusando a los déspotas burócratas y convirtiéndonos casi en expertas en las leyes de censura egipcias durante el proceso.

Nada de reliquias

Desde el principio, sabíamos que nuestra librería no podía ser una reliquia del pasado. Debía tener una finalidad deliberada. Cada aspecto tenía que ser intencionado, empezando por el nombre. Una tarde, nuestra madre, Faiza, escuchaba amablemente mientras Hind y yo hacíamos frente a este dilema. Apenas impresionada por nuestras sugerencias, y con ganas de volver a su almuerzo, propuso «Diwan». Mencionó sus traducciones: una colección de poemas en persa y árabe; un lugar de encuentro; una casa de invitados; un sofá, y una publicación. El diwani es un tipo de caligrafía árabe. Hizo una pausa, luego añadió que la palabra funciona fonéticamente en árabe, inglés y francés. Volvió al plato que tenía delante. Dejó que nos marcháramos.

Diwan se concibió como una reacción a un mundo que había dejado de preocuparse por la palabra escrita

Fortalecidas por nuestro nombre, fuimos a hablar con Nermine Hammam, una diseñadora gráfica conocida también como Minou, para que nos ayudara a crear nuestra marca. Tenía un humor rápido y mordaz, mostraba las encías al sonreír, omnisciente. Minou nos pidió a Hind, a Nihal y a mí que le describiéramos Diwan como si fuese una persona. Le dijimos que «era» una persona y esta era su historia:

Diwan se concibió como una reacción a un mundo que había dejado de preocuparse por la palabra escrita. Nació el 8 de marzo de 2002, coincidiendo con el Día Internacional de la Mujer. Es más grande que el espacio que ocupa. Acoge y respeta a los demás con todas sus diferencias. Como una buena anfitriona, invita a los clientes a quedarse un poco más en su cafetería. En principio, es antitabaco; sabe que muchos lugares de su patria no lo son, pero está decidida a representarla mejor. Tiene unos ideales más nobles de lo que se lo permite su entorno. Es honesta, pero no castigará a los ladrones. Es sincera, e insiste en deshacerse de quienes no lo son. No le gustan los números. No le gusta el mundo binario que la rodea, y está decidida a cambiarlo, con un libro a la vez. Cree que norte y sur, este y oeste son términos restrictivos, así que ofrece libros en árabe, inglés, francés y alemán. Une gente e ideas.

Minou trasladó nuestra descripción a un logotipo. Escribió D-I-W-A en una tipografía negra extravagante y añadió la N en árabe. Esta última letra — un guiño a nuun al niswa y nuun al inath— indica el género femenino de los adjetivos, los verbos y los sustantivos. Minou rodeó toda la palabra con tashkeel, signos diacríticos.

La bolsa de Diwan se convirtió en un símbolo de nivel cultural en las calles de El Cairo

Minou no solo diseñó un logotipo; creó una marca que podía crecer y cambiar. Inventó maneras de difundir Diwan: bolsas, marcapáginas, tarjetas, velas, papel de regalo, bolígrafos, lápices y papel pintado. La bolsa de Diwan se convirtió en un símbolo de nivel cultural en las calles de El Cairo. Años después, cuando divisaba una de nuestras bolsas en una calle de Londres o en el metro de Nueva York, la sensación era emocionante.

Durante los dos años posteriores a la revolución, cuando los Hermanos Musulmanes llegaron al poder, El Cairo se transformó en algo casi irreconocible y empecé a pensar en la posibilidad de marcharme. Las perspectivas eran muy dolorosas, pero tras varios años dirigiendo Diwan en el caos posrevolucionario, empecé a quedarme sin energía. Había comenzado a darme cuenta de que si permanecía en El Cairo, solo existiría en relación con mis librerías. Nunca podría liberarme de mí misma. Y después de catorce años de entregarme en cuerpo y alma a la tienda, tenía que trazar una línea en la arena: renuncié a mis funciones como una de las directoras de Diwan. Tras una breve temporada en Dubái con Número Dos, Zein (ahora tiene dieciséis), Layla (catorce) y yo nos mudamos a Londres. Como ya no dirigía Diwan — Nihal se quedó a su cargo—, en mi mente regresaba a aquellos años, sintiendo una mezcla de nostalgia y alivio.

Hind, mi alma gemela y mi salvadora, nunca habla de esa época; ha elegido el silencio por encima del recuerdo.

Diwan era mi carta de amor a Egipto. Era parte de, y alimentó, mi búsqueda de mí misma, mi El Cairo, mi país. Y este libro es mi carta de amor a Diwan. Cada capítulo traza una sección de la librería, desde la cafetería a la sección de Autoayuda, y la gente que la frecuentaba: los compañeros, los habituales, los esporádicos, los ladrones, los amigos y la familia que consideraba a Diwan su hogar. Aquellos de nosotros que escribimos cartas de amor sabemos que sus propósitos son imposibles. Intentamos convertir, y fracasamos, lo fundamental en etéreo. Luchamos contra el final inevitable, sabiendo que todo es pasajero. Optamos por mostrarnos agradecidos por el tiempo, por breve que sea.

*Península publica ‘La librera de El Cairo’ , de Nadia Yassef, el 15 de junio.

Fuente: https://www.elconfidencial.com/cultura/2022-06-12/la-librera-de-el-cairo_3440262/

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