El deseo es un instinto, pero se somete a las normas sociales. A pesar de acompañarnos desde el principio de la historia de la humanidad, es todavía un gran desconocido que necesita de cierto impulso para ponerse en marcha, si es que apetece
RITA ABUNDANCIA / El País
El libro Deseo sobre deseo (Cuatro Ediciones, 2006), de Fernando Colina, es un ensayo sobre ese impulso primario, respecto al que hay tan poco consenso, ya que, como ocurre con el universo, cuando creemos que empezamos a entenderlo, él nos muestra una cara nueva y desconocida de sí mismo. “El deseo es un flujo psíquico vigilado por prohibiciones, sometido a impulsos energéticos, tasado por la realidad, invocado por la fantasía, regulado por el placer y modulado por la respuesta de los demás. Censura, fuerza, realidad, imaginación, goce y amistad son, por lo tanto, los seis dueños del deseo, cuyo difícil acuerdo nos exige compromisos que pueden ajustar o enrarecer el equilibrio personal”, cuenta Colina en su obra.
Deseo y libido son hoy términos sinónimos, pero no siempre fue así. Antiguamente, el significado de libido, entendido como atracción o impulso, se aplicaba a todos los campos, no solo a cuestiones estrictamente sexuales. Freud definió la libido como “la energía de las pulsiones o instintos que dirige toda conducta”; mientras que su discípulo Carl Gustav Jung la describió como “la energía psíquica, la manifestación de los procesos vitales que, habitualmente, toman forma de deseo”.Más información
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Probablemente, la fusión de ambos conceptos en uno solo nos ha limitado a la hora de entender el deseo ―reduciéndolo solo a la esfera sexual― y la vida ―despojándola de su faceta más lujuriosa―. Hay otro estudio interesante, publicado recientemente en Sexual Medicine Reviews, que aboga por aplicar la neurociencia para tratar las disfunciones sexuales. Pues bien, en este trabajo se distinguen una serie de emociones primarias. A saber: búsqueda, miedo, furia, pánico, dolor, tristeza, cuidado, juego y lujuria; adquiriendo esta última una relevancia especial al ser considerada como transversal y, de alguna manera, influenciar en todas las demás.
El deseo, la libido de los antiguos, es también ese instinto primario, esencial para la supervivencia de la especie que escasea, desaparece, se esconde y que se diría que no siempre viene de fábrica. Por eso, una de las principales razones por las que hombres y mujeres acuden al sexólogo es por falta de ganas. “Ahora existe la idea de que el deseo es algo que hay que entrenar constantemente para no perderlo. Sin embargo, sabemos que nuestro cerebro está siempre en posición de desear. En estado normal, nuestro cerebro es deseante”, afirma Francisca Molero, ginecóloga, sexóloga, directora del Instituto Iberoamericano de Sexología y presidenta de la Federación Española de Sociedades de Sexología. “Lo que ocurre es que, a veces, pasamos por fases en las que no nos apetece desear. Nos conformamos, necesitamos recuperarnos, nuestro organismo nos pide calma, introspección”, subraya.
¿Fácil o difícil de activar?
Darle al play del deseo con uno mismo (siempre y cuando no haya causas mayores, como enfermedades físicas o psíquicas) es relativamente fácil, tras un programa de erotización de la vida, basado en las propias preferencias y fantasías. Lo complicado es activarlo en relación a los demás, al mundo o la sociedad en la que se está inmerso. “Aquí ya entran en escena las propias expectativas de vínculo emocional y las relacionadas con las habilidades eróticas”, apunta Molero. “Es el gran problema de muchas parejas que, aunque se quieren, ven cómo su deseo ha bajado. Pero si ambas personas son capaces de implicarse, si hay dos remando en la misma dirección, el éxito está asegurado. El problema es que no siempre existe el mismo grado de implicación en los miembros de la pareja”, explica la sexóloga.
La aproximación y el estudio que se ha hecho siempre del deseo se queda un poco cojo para Guillermo González Antón, médico, sexólogo, especialista en bioética y derecho y vicepresidente de la Federación Española de Sociedades de Sexología. “Ha sido siempre desde la ciencia y la biología, teniendo en cuenta las hormonas, los neurotransmisores y demás factores susceptibles de medición, pero se nos escapan muchas cosas. De hecho, puedes inyectarle testosterona a una persona con bajo deseo y no conseguir nada. Por el contrario, la libido puede florecer incluso por encima de factores estresantes que, supuestamente, la bloquean (por ejemplo, las guerras). El deseo tiene más que ver con cosas intangibles, con la erótica, y es la esencia de toda sexualidad. No es solo una fase de la respuesta sexual, y no siempre tiene que estar al principio”, explica.
Existe un deseo receptivo, algo más perezoso que el espontáneo, que necesita de un cierto impulso para ponerse en marcha. Es el que pueden tener las parejas ya consolidadas, que echan de menos sus comienzos, cuando la libido hacia todo el trabajo, y despotrican de la convivencia, que les obliga a erotizarse un poco para que la noche del sábado acabe con final feliz y no con una serie de Netflix. Pero este es el mejor de los casos, ya que la mayoría no reconoce ese deseo débil que lucha por sobrevivir, y ponen fin a su relación tras levantar el acta de defunción de la pasión. “El sexo no siempre tiene que salir del deseo puro. A veces te dejas llevar, te das permiso. Pero trabajando ese deseo receptivo se puede llegar al deseo espontáneo”, cuenta Molero.
Las ganas que necesitan un cierto detonante se han atribuido más a la mujer, pero no todos los sexólogos coinciden. “El deseo de la mujer es más frágil y se puede inhibir más fácilmente por las circunstancias, el estrés o los problemas de pareja. Esto genera un modelo típico en la resolución de conflictos. El hombre argumenta: ‘¿Cómo quieres que la relación vaya bien si no hay sexo?’. Mientras que la mujer sostiene: ‘¿Cómo quieres que haya sexo si la relación no va bien?’”, señala Antoni Bolinches, licenciado en Filosofía, Psicología, sexólogo y profesor del Máster en Sexología Clínica y Salud Sexual en la Facultad de Medicina de la Universidad de Barcelona.
La sociedad, ¿propicia o castra el deseo?
Tal vez el término biopsicosocial debería cambiar a socialpsicobiológico, ya que la influencia del entorno, la sociedad o la cultura puede ser tan determinante como la marcada por la biología. En este apartado no se salva ni la libido, a pesar de su carácter instintivo e innato. “Vivimos en una sociedad de consumo que se plantea una sexualidad atlética, competitiva, que genera miedo al desempeño. Los papeles del hombre y la mujer están confusos. Muchas mujeres adoptan un rol demandante o dominante y no todos los varones se sienten cómodos con este nuevo sujeto erótico”, apunta Bolinches. Es un buen momento para las relaciones sexuales, de necesidad fisiológica o de autoafirmación, pero es más complicado encontrar al sujeto amoroso, según la experta.
Otros, echan de menos la despreocupación, la seducción y el erotismo reinante de otros años que, en aras de la seguridad, ha tenido que reprimirse. “Con la buena intención de educar en igualdad, respeto y consentimiento, muchas veces explicamos mal estos términos, o de manera que pueden ser malinterpretados, y provocamos un enfrentamiento entre los sexos o generamos sociedades donde el deseo es visto como algo peligroso, hostil e hiriente por miedo a la agresión sexual. Pero yo creo que en una sociedad sana tendrían que convivir en paz y armonía el consentimiento y la seducción; porque hay mucho miedo a expresar el verdadero deseo”, opina González Antón.
“El deseo es búsqueda, y cuando se ha encontrado lo ansiado, debería de haber una satisfacción que, a su vez, mantenga ese deseo”, comenta Francisca Molero. “Sin embargo, si esa recompensa no llega o no es la que esperábamos, se puede entrar en el modo compulsivo. De hecho, la frontera entre deseo y ansiedad es muy fina y hay gente con mucha necesidad de mantener relaciones sexuales o de masturbarse para calmar la ansiedad, aunque ellos lo identifiquen como deseo”, puntualiza esta sexóloga.
Existe también la falsa idea de que la libido es exclusiva de las jóvenes generaciones, pero, como sinónimo de impulso vital, esta no debería extinguirse hasta no haber acabado nuestra existencia. “Hay momentos de nuestra vida en los que estamos más en modo supervivencia, con pocas energías para la búsqueda, para el hedonismo. A menudo la madurez, con la experiencia y el sosiego, puede propiciar épocas en las que nos atrevamos a ser más deseantes”, subraya Molero. “Así como la respuesta sexual decae con los años (la erección y la lubricación se dificultan), al deseo le ocurre todo lo contrario”, subraya Guillermo González, “se vuelve más inteligente, más sofisticado, va erotizando otras cuestiones que antes le pasaban desapercibidas, se va haciendo más emocional, intimista, más creativo”. Esto, asegura, repercute también en el hecho de que las estrategias de seducción van madurando, son más escenificadas, más guionizadas y más certeras.
“Más vale tener deseo y no tener relaciones sexuales, que tener relaciones y no tener deseo”, es el lema que repite siempre Bolinches. Al fin y al cabo, esa pulsión es la que nos conecta a la vida, como sostenían los antiguos.