#ElRinconDeZalacain | “Los momentos de alegría suelen serlo de imprudencia, y no pocas ocasiones entre las tazas y las copas, se escapan los secretos del alma”
Por Jesús Manuel Hernández*
Una de las reprimendas más comunes durante la infancia de Zalacaín estaba a cargo de la abuela cuando invitaban a “merendar” a algunas niñas y niños a la casa por algún onomástico o simplemente cuando se organizaban reuniones de fiestas populares o posadas, consistía en prohibir enfriar el contenido de una taza sacando con la cuchara el líquido y regresarlo, se salpicara o no, se consideraba este acto una “grosería de la mesa”.
Con el paso de los años Zalacaín aprovechaba cualquier error de “urbanidad” en la mesa para recordar esos consejos, finalmente, claves en el tema de la educación a la hora de sentarse a la mesa.
Eso de los “codos sobre la mesa”, no hacer ruido al masticar, no sorber, etcétera, se convirtieron en piedra de toque en la educación formal y muy útil al momento de asistir a comidas de gala o a restaurantes de los llamados “cinco tenedores”, es decir donde no bastaba un solo tenedor al lado izquierdo de los platos, había hasta cinco instrumentos para llevar los alimentos a la boca.
Uno de los utensilios más delicados y a veces sofisticado en la mesa era la “Taza”, ese cuenco histórico ideado por el hombre para llevar los líquidos a la boca.
A lo largo de su vida Zalacaín había puesto particular interés en la observación de los diferentes tipos de tazas según la época, le había gustado alguna hecha de una sola pieza con el plato incluido, con dos asas, se usaba para caldos de pollo y curiosamente tenía pintados a los lados imágenes de gallinas y pollos.
Originalmente las tazas fueron simplemente cuencos copiando la forma lograda por las manos al intentar detener los líquidos entre ellas. Los chinos aportaron un buen número de modelos destinados a beber té, la dinastía Han, unos 200 años antes de Cristo, y fabricaron tazas de porcelana con esmerado rigor y plasmadas de arte.
El viajero Marco Polo llevó las tazas a Europa, pero hasta el siglo XVIII no formaron parte de las mesas, pues apenas empezaron a fabricarse.
Y quizá no fueron los caldos los promotores del uso de las tazas, más bien el consumo del té, y posteriormente del café, los factores determinantes en el diseño de recipientes especialmente diseñados para cada líquido, de ahí por ejemplo los “juegos de té” en forma de dragones chinos donde la abuela a veces servía alguna infusión o las “tacitas” de porcelana, diferentes entre sí, derivadas de colecciones perdidas o destrozadas en el momento de lavarlas.
Cada taza tenía su plato, o por lo menos, eso se intentaba, particularmente las empleadas para el café exprés, de menor tamaño, donde se podía calcular perfectamente la cantidad del contenido.
Zalacaín había coleccionado a lo largo de su vida varios de esos “continentes”, algunos comprados y otros, verdaderamente hurtados de los restaurantes famosos, así conservaba algunas de sitios emblemáticos, como de las vajillas de líneas aéreas, cuando existían esos menajes.
Alguna vez leyó el aventurero sobre la evolución de la taza, y si bien las primeras fueron simplemente cuencos, al final se decantaron por tener una sola “asa” con el objeto de permitir tomar la taza sin quemarse. Pero el nombre “taza” tiene orígenes desconocidos, algunos investigadores de las maneras de la mesa y de la arqueología identifican la palabra como exclusiva del idioma español y derivada de la palabra árabe “tassah” adoptada por los ibéricos gracias a los 8 siglos de presencia en la península.
Don Manuel Diez de Bonilla nació en 1800 en la Ciudad de México, fue un político conservador y autor entre otras cosas del “Código completo de urbanidad y buenas maneras” publicado en 1844, se adelantó al venezolano Manuel Antonio Carreño quien publicó su manual en 1855.
Escribió el mexicano Diez de Bonilla: “los momentos de alegría suelen serlo de imprudencia, y no pocas ocasiones entre las tazas y las copas, se escapan los secretos del alma”, en una clara referencia al tiempo dedicado a sorber un café o tomar una copa.
Sobre el uso de la taza en la mesa, el Manual de Carreño sugería: “Jamás hagamos variar de puesto el pan que se coloca siempre a la izquierda, ni los vasos, las copas y las tazas, que se colocan siempre a la derecha”.
Cuánto cuidado ponían las tías abuelas en usar las tasas de la vajilla familiar, sacarlas, limpiarlas del polvo, usarlas, lavarlas con sumo cuidado, dejarlas secar “boca abajo” sobre un lienzo y volverlas a guardar. Alguna de ellas decía con sarcasmo: “Taza cascada dura siglos, porque no es usada”.
En la literatura quizá Alejandro Dumas haya resumido el uso de la taza en una óptica hoy considerada machista en extremo: “La mujer es como una buena taza de café, la primera vez que se toma, no deja dormir”, Zalacaín la había escuchado de boca de un político local alguna vez en una mesa de mujeres y fue criticado muy, pero muy seriamente.
Vaya recuerdos de las tazas, cuántas estaban guardadas por décadas en las cajas de los menajes familiares, quizá valdría la pena sacarlas, usarlas, eso, usarlas, ponerlas en valor y no solo tenerlas como un inventario de la familia.
Pero esa, esa es otra historia.
* Autor de “Orígenes de la Cocina Poblana” Editorial Planeta.
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