El conocido mito grecorromano nos habla de errores como la envidia, la impaciencia o la falta de confianza, más cercanos al terreno de lo humano que al de lo mítico.
Dalia Alonso / ethic
Los mitos grecolatinos no hablan solamente de dioses y de héroes: nos hablan, sobre todo, de nosotros mismos. Así, en sus relatos situados en una Grecia y Roma míticas encontramos testimonios de emociones tan naturales y presentes como la envidia, la desconfianza o el amor. Uno de los mitos más conocidos es el de la joven Psique, en cuyo nombre, que significa «mente» o «alma», está el origen de palabras como «psicología». Este mito parece originalmente relatado en la novela latina El asno de oro, escrita por Lucio Apuleyo en el siglo II d.C.
Psique era la menor de las tres hijas de un rey anatolio. La joven aventajaba en belleza no solo a sus hermanas, sino también la propia diosa Venus. La admiración que suscitaba entre los mortales llegó a oídos de la diosa, provocando su envidia. Como castigo, Venus le pidió a su hijo Cupido que le lanzara una flecha envenenada: Psique quedaría condenada a enamorarse del más feo y malvado de los hombres. Pasaban las semanas sin que la bella Psique encontrara a un hombre para casarse y su padre, desesperado, acudió a buscar respuestas al oráculo de Mileto. Este le dijo que debía llevar a su hija a la cumbre de una montaña cercana. Allí, su enamorado, un monstruo que tenía la capacidad de aterrorizar a los mismos dioses, la encontraría y se casaría con ella. Psique fue, pues, abandonada de noche en el monte; sin embargo, al despertar, descubrió que el viento la había llevado desde allí a un majestuoso palacio. Una voz sin cuerpo le dijo que ese palacio era ahora su hogar, pues pertenecía a su marido, el temido monstruo, que solo vendría a visitarla para yacer con ella por las noches y en la oscuridad.
Los días pasaban tristes para Psique, encerrada en una jaula de oro sin poder ver a su familia y sin conocer a su esposo más que a través de la voz y el tacto. La joven le pidió a su marido permiso para poder ver a sus hermanas, y este accedió con una única condición: que ella nunca le pidiera revelar su rostro. Ella le prometió que así sería, pero cuando sus hermanas vinieron a visitarla al palacio, estas la convencieron para romper su promesa, celosas de las riquezas entre las que vivía Psique, diciéndole que su marido ocultaba un secreto terrible en su rostro.
Así, persuadida por sus hermanas, Psique decidió ver la cara de su esposo cuando estuviera dormido. Cuál fue su sorpresa cuando, al acercarle una lámpara de aceite para poder verle, Psique descubrió la verdadera naturaleza del monstruo: ese ser tan temido por hombres y por dioses era el mismo Cupido, quien, al ir a cumplir el encargo de su madre, se había enamorado tanto de la belleza de Psique que había sido incapaz de herirla. La emoción hizo que la joven cometiera un descuido con la lámpara, y una gota de aceite ardiente cayó sobre el cuerpo del dios. Cupido despertó y, decepcionado al ver que su esposa había roto la promesa, la abandonó en ese mismo momento.
Psique vagó durante días, arrepentida por haber roto la confianza que le había sido depositada y suplicando que alguien la dejara volver a encontrarse con su amado. Cupido, que había vuelto con su madre, no estaba mucho mejor: sus llantos y su deseo de regresar al lado de su esposa consiguieron aplacar la envidia de la diosa del amor, quien buscó a Psique para ofrecerle una oportunidad de recuperar su felicidad.
La diosa le impuso a la muchacha cuatro pruebas extraordinarias: la última implicaba una visita al Inframundo para pedirle a Perséfone, reina de los muertos, un poco de su belleza. La impaciencia de Psique y su falta de confianza en el proceso la llevó entonces a cometer un último fallo: mientras transportaba la porción de belleza en un pequeño cofre, se le ocurrió que podría recuperar a Cupido si ella misma tomara algo de esa belleza; abrió el cofre y de él salió no la belleza, sino el sueño de los muertos. La joven cayó dormida en un sueño letárgico.
Cupido, sin soportar más la separación, pidió a los dioses que perdonasen a Psique, y estos estuvieron de acuerdo, ya que consideraban, además, que el pequeño dios ya había cometido suficientes locuras de juventud y le vendría bien asentarse. Cupido fue a buscar a su esposa y la despertó de su sueño letárgico, un momento retratado por, entre otros, Antonio Canova. Los amantes viven felices desde entonces junto a su hija, Voluptas o Hedoné, diosa de los placeres.
Este mito ha sido utilizado por algunos psicólogos como alegoría del paso de la juventud a la adultez: en los errores de Psique, provocados por la credulidad y la impaciencia, vemos reflejadas algunas actitudes inmaduras que acabamos compensando a través de las pruebas que nos pone por delante no la envidia de una diosa, sino la vida misma. El fracaso de los celos de Venus nos enseña, también, que resistir frente a los envidiosos acaba compensando: de la necesaria unión entre la mente (Psique) y el corazón (Cupido), nace el placer (Voluptas).
Fuente: https://ethic.es/2024/02/la-historia-de-psique-entre-los-celos-y-el-amor/