El escritor Simon Garfield denuncia cómo hemos llevado demasiado lejos nuestro amor por las mascotas: «Les estamos negando su perritud»
NOA DE LA TORRE / PAPEL
«Si no tienes un perro, al menos uno, no significa que haya en ti nada de malo, pero puede que en tu vida sí lo haya». Atribuida a Roger Caras -no hace falta incidir en el amor por el mundo perruno de este fotógrafo y escritor estadounidense-, la frase da la bienvenida a los lectores del último libro que se publica en España de Simon Garfield (Londres, 1960): El mejor amigo del perro (editorial Taurus). Dedicado a «todos los perros que amamos», no lleva a nadie a engaño. Pero sirve a Garfield para plantear una cuestión inquietante: ¿Estamos privando a nuestros mejores amigos de lo que los hace ser lo que son?
La cuestión que trata de desentrañar el autor, en definitiva, es si estamos humanizando en exceso a los perros. La respuesta de Garfield deja poco margen a la duda: «Si todo lo que hacemos los humanos lo pueden hacer los perros, estamos negando su perritud». Y quién mejor que un devoto de los perros para reivindicar lo obvio: hay que dejar a los perros ser perros. Que para ejercer de humanos estamos ya los humanos.
En una entrevista vía Zoom, Garfield confiesa por qué escribió el libro hace ya casi cuatro años, cuando aún vivía su perro Ludo y lo normal era ponerse a teclear con el animal husmeando sus zapatos. «Cuando mi editora me lo propuso, sabiendo que amo los perros, yo no lo tenía muy claro porque ya había muchos libros sobre perros». Pero en el propio libro admite que rechazar la oferta hubiera sido tan absurdo como «dejar de escribir sobre el amor».
PARA SABER MÁS
Por qué tu perro vive mejor que tú
La disparatada lucha por los derechos de tu mascota
Y había otro motivo aún más poderoso que le llevó a querer entrar con su firma en el universo literario canino. Garfield, que es autor de best sellers internacionales sobre temas tan variopintos como las fuentes tipográficas o la historia de la correspondencia, explica que en este caso se trataba de analizar «hasta qué punto hemos llegado en nuestra relación con los perros». Y, en este sentido, reconoce que supo de dos hechos que le dejaron boquiabierto.
El primero fue la apertura de un café para perros: «No es que aceptase perros, sino que era específico para perros y para sus dueños. Es más, los perros iban primero y tenían un menú para perros un tanto extraño». Y el segundo fue ver que se llevaban perros al cine, con sus golosinas pupcorn o palomitas específicas para los entrañables animales. «Pensé que también era algo extremo», apunta. Así que el libro nace de su amor por Ludo, pero también de su interés por abordar la relación -el «vínculo único»- que une a perros y personas. Y que no siempre es de sentido común.
«¿Cómo es que el perro se ha convertido en el amo del cotarro? ¿Cómo hemos llegado hasta el punto de que los perros vayan al cine?», se pregunta Garfield, para quien es todo un misterio -o una extravagancia- «por qué los estamos humanizando». Qué es, si no, vestir a un perrito como si de una personita se tratara, con su abrigo para no pasar frío y su gorro para exhibirlo a la última moda.
«No sé si es algún tipo de confusión o una expresión de cuán estrecho es ese vínculo que nos une, pero la idea de vestir a un perro como si fuera un humano me parece algo loco». Garfield va más allá al lamentar incluso que esa imagen estrambótica ni siquiera llame hoy la atención: «Lo que ha pasado es que lo hemos normalizado».
Y en esa normalización de los tics humanos que hemos trasladado a los seres perrunos tienen mucho que ver internet y las redes sociales. «No quiero sonar anticuado posicionándome contra las redes sociales», trata de aclarar Garfield, si bien destaca que «cuantas más imágenes vemos en Instagram de perros haciendo tonterías o vistiendo cosas raras, más normal lo vemos». Y no, no debería serlo.
La idea de vestir a un perro como si fuera un humano me parece algo loco Simon Garfield
El otro riesgo implícito de sobreexponer a nuestras mascotas en el ecosistema digital, añade, es acabar considerándolas como mera mercancía u objeto en venta. «Con las redes sociales estamos tratando a los perros como si fueran comida manufacturada», denuncia. Internet lo hace posible: los perros se convierten en un producto como cualquier otro del que poder sacar provecho. Ahí están los influencers con sus adorables perros.
Garfield cuenta en el libro una historia terrorífica que vivió en primera persona en 1992 en Las Vegas, donde acudió como periodista para informar sobre un espectáculo canino que, según los entendidos, era el mejor del mundo en su género. «Durante los 10 minutos que duró la función los espectadores estuvieron boquiabiertos, porque los caniches hacían cosas insólitas». El final del número, de hecho, puso a los perros a bailar… el cancán.
La anécdota sirve para reflexionar sobre nosotros mismos, más que sobre las capacidades insólitas de estos animales. «Queremos que se parezcan más a nosotros, reforzar nuestro vínculo mutuo de formas cada vez más absurdas y agradables. No vamos a dejar que un perro sea solo un perro si puede ser, además, un perro artista, ¿no?». Tal vez esté ahí el problema.
La tesis de Garfield es que, en el fondo, «los dueños eligen perros que se parecen a ellos». O que incluso los completan. Si uno no tiene hijos, ¿por qué no adoptar a un cachorro que supla ese vacío? El siguiente paso, en consecuencia, es que «cada vez utilizamos más a los perros para describirnos a nosotros mismos».
Tenemos un humor de perros si hace un día de perros. Nos emperramos y nos enfrentamos a cara de perro. Somos como el perro del hortelano, cuando no más raros que un perro verde.
Garfield relata la fascinación de Charles Darwin por los perros. El famoso científico autor de El origen de las especies ya tenía claro que el hilo invisible que une a perros y humanos es más que evidente. Es decir, que existe. Según Garfield, al naturalista le intrigaba precisamente «lo mucho que se parecían a los humanos».
Como pasa con los hijos, los perros nos dan un propósito, una razón para sentir que asumimos una responsabilidad Simon Garfield
Por ejemplo, siempre tuvo claro que los canes habían sido capaces de demostrar sobradamente sus habilidades sociales. «Los perros leían la mirada de Darwin como leen, en la actualidad, la nuestra; son dependientes y devotos, y no nos cuesta nada interpretar sus expresiones», sostiene Garfield. Dicho con otras palabras, nos entendemos.
Para el periodista británico, esto está relacionado con un dato sorprendente: «Los humanos compartimos el 75% del ADN con un perro, lo que explica que nos llevemos tan bien». Casi podría decirse, insiste, que esto propicia que tengamos una «relación más igualitaria» con los perros que con los gatos, por apuntar a otra de las mascotas más comunes.
Kathryn Lord, investigadora en el Instituto Broad del MIT y en Harvard y especialista en la evolución del comportamiento canino, ha calculado que en el mundo puede haber hasta mil millones de perros. La paradoja es que la mayoría se crían a su aire, sin ningún tipo de injerencia humana, aunque los tengamos cerca, merodeando en vertederos o cubos de basura.
Aun así, «como pasa con los hijos, a nosotros los perros nos dan un propósito, nos dan una razón para sentir que asumimos con ellos una responsabilidad», destaca Garfield. Pese al fuerte vínculo, lo cierto es que tampoco puede negarse que los humanos somos capaces de abandonar a nuestros fieles compañeros. ¿No es una gran contradicción?
En opinión de Garfield, la tendencia a dejar tirados a nuestros perros no ha hecho sino crecer en los últimos años. En parte, por la pandemia, que llevó a más de uno a encapricharse con un perro: «Con el Covid, mucha gente decidió que quería un perro sin pensárselo mucho, y luego estas personas se encontraron con que no podían cuidarlo». Garfield, cuyo perro padecía de epilepsia, reconoce que tenía contratado un seguro muy costoso solo para el tratamiento y las pastillas de Ludo.
«Mucha gente se sorprende de lo caro que es y de cuánto trabajo implica cuidar a un perro, además de que las circunstancias vitales cambian», lo que puede llevar a alguien a sentir que la mascota es más un problema que una agradable compañía. Acabar deshaciéndose de un perro es, en palabras de Garfield, «una falta de educación lamentable».
Así que Garfield se remonta hasta Pitágoras para hacernos entender el amor perruno (y, de paso, enternecernos). Según cuenta Jenófanes, el filósofo y matemático griego «pasó junto a un perro al que estaban golpeando y, compadeciéndose de él, le dijo al agresor estas palabras: ‘Detente y no le pegues; el animal tiene alma de amigo; lo sé porque lo he oído hablar’».
El mejor amigo del perro, sin duda. ¿O era al revés?
En cualquier caso, es una buena muestra de las profundas «raíces psicológicas del vínculo humano-perro», y toda una invitación a seguir forjando una relación que ha variado con el paso del tiempo. Siempre ha habido una excusa -por algo será- para considerar al perro como el compañero más fiel del hombre. Si para nuestros antepasados fue el mejor ayudante para la tarea de cazar, los perros en el siglo XXI son ya parte de nuestra terapia y un aliado contra la epidemia de soledad no deseada.
Garfield reivindica que Ludo le daba amor, alegría, compañía… Su muerte dejó un vacío indescriptible en toda la familia. Eso sí, por el momento Ludo sigue siendo insustituible. «Ahora no tenemos perro, pero lo tendremos en un futuro. Está bien disfrutar ahora de un poco de libertad».
El mejor amigo del perro: Breve historia de un vínculo único, de Simon Garfield (Taurus) está ya a la venta. Puede comprarlo aquí.
Fuente: https://www.elmundo.es/papel/historias/2023/06/29/649db7fee4d4d8190c8b457f.html