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La forja de Israel: ¿cómo y cuándo nació este país en un territorio repleto de enemigos? | ABC

Tras dos décadas de emigraciones semitas hacia Oriente Medio, David Ben-Gurión proclamó la independencia del país y se convirtió en su primer ministro

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Proclamación del Estado de Israel en 1948

Proclamación del Estado de Israel en 1948 ABC


Dicen las crónicas rubricadas al otro lado del Mediterráneo que la población escapa al son del silbido de las bombas que nublan los cielos de Oriente Medio. El miércoles, una larga fila de soldados semitas avanzaba por la Ciudad de Gaza, y lo hacía llamando a los civiles a marcharse a las «zonas seguras del sur». Así suena la guerra: a muerte y a la danza interminable de la emigración obligada. Y lo hace ya desde hace demasiado tiempo: casi un siglo. Porque fue en 1948 cuando, poco después de que terminara el conflicto que desangró a la vieja Europa durante un lustro, el alumbramiento del Estado de Israel terminó en el estallido de una tormenta de fusiles y carros de combate. Así, hasta la actualidad.

Emigración masiva

Con todo, el origen del conflicto se halla mucho más atrás en las páginas del calendario. La Primera Guerra Mundial no había terminado a finales de 1917, pero las diferentes naciones jugaban ya a repartirse el mundo sabedoras de que había un vencedor claro. El 2 de noviembre, el secretario de Relaciones Exteriores británico, Arthur James Balfour, envió una misiva privada al líder de la comunidad judía en Gran Bretaña, el barón Lionel Walter Rothschild. Su contenido no podía ser más halagüeño: «Apreciado señor. El Gobierno de Su Majestad ve con buenos ojos el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío y hará todo lo posible para facilitar la consecución de este objetivo».

Apenas dos frases, medio centenar de palabras, bastaron para que los británicos reconocieran los derechos del pueblo judío sobre la llamada ‘Tierra de Israel’. Aunque todavía tuvieron que pasar algunos años para que el proyecto empezara a materializarse. En abril de 1920, parte de los vencedores –Gran Bretaña, Francia, Japón e Italia– se reunieron en San Remo para dividirse los territorios arrebatados a las Potencias Centrales. En aquel catálogo se hallaban Siria, Líbano, Irak y Palestina; esta última, liberada por Inglaterra. Llegaron a mil conclusiones, y entre ellas se hallaba la máxima de Balfour: la promesa de entregar al pueblo judío un territorio en la región. No en vano, los representantes ingleses llamaron a aquel tratado ‘La Carta Magna de los sionistas’.

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Ya entonces comenzó un tenso toma y daca entre unos y otros. Para los judíos, la máxima a la que se llegó en San Remo suponía la culminación de un proceso natural que había arrancado en 1880 con la inmigración –a pequeña escala, eso sí– de familias judías a la zona. Por su parte, el mundo árabe se opuso de plano a la creación de un Estado de esta índole en Palestina; una región que, hasta hacía un suspiro, había pertenecido al Imperio Otomano. En las semanas siguientes, los líderes musulmanes argumentaron además que la inmersión por las bravas de un nuevo grupo social socavaría su estatus de liderazgo. En ese sentido, llevaban razón.

El conflicto no contrajo la emigración de familias hebreas hacia Palestina, Mandato británico por decisión de la Sociedad de Naciones desde 1920. Más bien hizo que se multiplicara y que alcanzara su pico en 1933. Aquello generó un lío de dimensiones colosales para unos ingleses que, por un lado, no querían irritar a los súbditos islámicos de su imperio, y, por otro, anhelaban cumplir lo prometido a la comunidad judía. «La falta de definición británica irritó por igual a judíos y árabes. Los primeros porque solo aceptaban un estado propio. Y los segundos porque consideraban un agravio que se les obligara a compartir su tierra», explica el periodista Juan Altable en ‘Oriente Próximo: las claves del conflicto’.

Y, a pesar de ello, las emigraciones no se detuvieron, como bien explican las Naciones Unidas en ‘La condición jurídica de Jerusalén’, un informe elaborado en 1997 para estudiar los problemas del conflicto. Según este dossier, «en el decenio que siguió al establecimiento del Mandato llegaron a Palestina unos 100.000 inmigrantes judíos». En la práctica, eso supuso el aumento de esta población en un 7%: de un 10%, a un 17%. El ejemplo es todavía más claro en lo que, por entonces, era la ciudad de Jerusalén. «Allí, la población judía pasó de 34.100, a 53.800 personas, y en 1931 representaba el 57,8% del total», completa el documento.

La tensión política y social, además de las recurrentes crisis económicas, hicieron que todo saltara por los aires en 1936. Con nuestra castiza España inmersa en la Guerra Civil, y las potencias Europeas empeñadas en usar como campo de pruebas la península, en Palestina y alrededores estalló la denominada Revuelta Árabe entre ambas comunidades. El mundo musulmán supo aprovechar la situación y se unió bajo la bandera de la expulsión de los judíos. Al poco nacieron grupos paramilitares en uno y otro bando. Y desde la Europa más convulsa no miraba nadie; bastante tenían con lo suyo. La única solución que se dio por parte de los ingleses fue contener el flujo migratorio.

Las restricciones se mantuvieron durante toda la Segunda Guerra Mundial e, incluso, después de que se conociera el Holocausto. Durante los años posteriores al conflicto, Gran Bretaña devolvió a los inmigrantes judíos a Europa o los envió a campos de prisioneros a la espera de que la situación se solventara. Al final, la ONU se hizo cargo del problema en abril de 1947, con el país sumido ya en una guerra civil ‘de facto’ entre ambas facciones. La comunidad internacional, como bien explica el documento elaborado en 1997, recomendó «la partición de Palestina en un estado árabe y un estado judío, y la internacionalización territorial de la zona de Jerusalén como enclave en el Estado árabe».

Gran desastre

Aquel plan fue fijado sobre blanco mediante la resolución 181 (II) del 29 de noviembre de 1947. Su título lo decía todo: ‘Futuro gobierno de Palestina’. Pero la idea no llegó a materializarse. «Los representantes de la Agencia Judía aceptaron el plan de partición, pero los Estados árabes y el portavoz del Alto Comité Árabe lo rechazaron, declarando que no se sentían obligados por la resolución», explica el mencionado informe. Y de ahí, al caos. Poco antes de que terminara el control británico sobre la región, el 14 de mayo de 1948, el estadista y líder David Ben-Gurión proclamó la independencia de Israel y se convirtió en su primer ministro.

La noticia fue recogida por los diarios de todo el mundo. En España, ABC señaló que se había anunciado «la proclamación del Estado independiente judío en los territorios que le fueron adjudicados en el fenecido plan de partición». A su vez, el redactor añadía que el país se extendería a lo largo del litoral y que sus principales ciudades serían «además de Tel-Aviv, creación de emigrantes, Jaffa y Haifa, conquistadas por ellos en estas últimas semanas». El periódico jugó a las adivinanzas y afirmó que Rusia y Estados Unidos reconocerían el nuevo país para zambullirse de lleno en la región. Y añadió que las fuerzas de Egipto, así como de otros tantos estados árabes, entrarían en la zona esa misma noche.

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Acertaron en todo. En menos de veinticuatro horas, Egipto, Siria, la actual Jordania y Líbano atacaron a Israel. A ellas se sumaron milicias árabe-palestinas como Jaysh al-Jihad al-Muqaddas o Jaysh al-Inqadh al-Arabi. Los invasores no lograron su objetivo; de hecho, fueron expulsados de la zona por las flamantes fuerzas armadas judías. Aquello quedó grabado en la memoria de los países musulmanes como ‘Al-Nakba‘ –’el desastre’–. Israel, por su parte, se refirió siempre al episodio como su particular Guerra de Independencia o Liberación. En todo caso, el nuevo estado se transformó en la práctica en una pequeña aldea gala rodeada de enemigos ávidos de fagotizar su territorio. Así arrancó un conflicto que se recrudeció con la aparición de grupos terroristas como Hamás.

Fuente: https://www.abc.es/historia/forja-israel-nacio-pais-territorio-repleto-enemigos-20250921032317-nt.html

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